Yo que he sido una conversadora de tiempo completo, que no mando mensajes de audio, sino audiolibros, yo que me pego unos discursos de tracamandaca cuando se trata de dar una opinión o un consejo, tuve que llegar a un lugar donde las pocas palabras que conozco tienen en mi memoria un significado absolutamente diferente. Tener que sentarme en una mesa con diez individuos que hablan al mismo tiempo, el de una esquina con el del extremo opuesto, se rien, me miran, me hablan, me preguntan y no poder modular sonido distinto al gemidito ese que sale cuando uno se ríe sin ganas, porque no hay nada más qué hacer… Muy berraco!

Piensen que a los 40 años uno quiere hablar de cosas a un nivel más profundo. Y estoy lejísimos de ser una intelectual, pero hay ciertos temas de los que me gustaría hablar emitiendo frases coherentes, con un vocabulario adecuado y por qué no? Con una que otra anécdota llena de historias divertidas o particulares. Normal. Así es cuando uno interactúa con un grupo de personas con las que comparte tantos momentos de la vida.

Sin embargo, no podía hacer eso. Me han repetido tanto esto que voy a escribir a continuación que hasta me da pereza mencionarlo, pero lo hago igual: Que el español y el italiano se parecen y que así es más fácil. No. No es más fácil; podría decir que al contrario, es muy desventajoso porque por ejemplo las palabras: presto, pronto, parola, marica, quesito, ancora, albergo, sera, arriva, salí – con mínimas diferencias ortográficas -, existen en el vocabulario italiano, pero tienen significados totalmente diferentes a los que yo conozco. Todavía tengo que pensar más de dos veces antes de usarlas y pensar si efectivamente voy a insertarlas en el contexto adecuado.

En fin, como acabo de evidenciar, para mí desconocer el idioma cuando llegué a Génova, fue una de las cosas que más me trajo frustración. Yo soy una Comunicadora Social, por favor!!! Vivo con el lenguaje pegado por todas partes, comunicar para mi es como respirar, expresarme es una necesidad, no una opción. Casi me vuelve loca esa situación y entonces me dediqué a aprender.

Primero, hice un curso para extranjeros, que muy gentilmente dictan algunas Fundaciones como parte de su misión. Con gratitud, pero con objetividad, el curso fue pésimo.  Entonces me matriculé en la Universidad de Génova en un programa de Laurea Magistrale en Ciencias Internacionales. Ese programa incluye un curso de italiano para extranjeros dictado por la Facultad de Lenguas de la Universidad. Gracias a ese curso aprendí este idioma.

Mi esposo, por su parte, me motivó todo el tiempo a leer novelas y a ver películas en italiano y a regañadientes, empecé a hacerlo. La lectura me enseñó a contextualizar porque obviamente no entendía todas las palabras, pero el contexto me permitía avanzar; algunas veces, hasta podía intuir el significado de las desconocidas. Con las películas fue increíble, porque después de muy poco tiempo de haber llegado, estaba en grado de ir a cine – acá todas las películas son dobladas al italiano -, y entender satisfactoriamente.

Esa es la parte lúdica, pero existe la parte del mundo real. La del vecino, el supermercado, la droguería, y por último, y no menos importante, las vueltas burocráticas. Acá no hay individuo que no le charle a usted. En la fila, en la caja, en el ascensor, en el café, en la panadería, en todas partes. Entonces otra vez lo mismo; aunque yo dijera con voz de tarada y muy despacio: “non parlo italiano” (no hablo italiano), la gente le sigue hablando igual y usted con la misma sonrisita de pendejo.

No hablemos por favor de las vueltas burocráticas porque esas merecen un capítulo entero. Y tampoco de lo que se siente cuando es el sobrinito o el hijo de 7 años de los amigos, el que lo corrije a uno. Como sea, debo confesar que la barrera del idioma a mi me dio muy duro. Soy una intensa que hubiera querido hablar perfecto desde un principio.

En mi caso, afloraron todas mis inseguridades; dudé de mis capacidades, hasta me estaba preocupando por eso que dicen que con los años se vuelve más complicado aprender un idioma. Quería aislarme de los ambientes con gente y solo anhelaba estar pegada a mi esposo como una garrapata para que me tradujera lo que me decían. Fue frustrante, soy sincera.

Hoy, después de cinco años, puedo decir que hablo decentemente; entiendo muy bien, leo en italiano la mayor parte del tiempo, y debo decir que llegué a un punto en el que me siento cómoda. Ojo! No perfecto como quisiera! Pero hay progreso.

La única limitación que uno se pone en la vida es la de creerse todo lo que le dicen los demás. Ni lo bonito, ni lo feo. Es uno el que tiene que mirarse en el espejo, confiar en las propias capacidades, insistir y felicitarse cada vez que advierte un progreso, por más pequeño que parezca.

Ps. Y claro, qué dijeron? Que no hay una canción en la que pensé después de escribir esto? Efectivamente se llama ‘Parole’ de la famosa cantante italiana, Mina, y que nosotros cantábamos en español: Palabras! Palabras! Palabras! Palabras, palabras, palabras tan solo palabras hay entre los dos…