Casi me enloquezco. Le dije al tipo que por favor revisara bien, que el Señor Chile me había dejado un sobre, que eso tenía que estar ahí. El tipo me dijo que esperara, se fue a averiguar y mientras yo esperaba ahí sudaba como si me hubiera metido en un sauna. Cuando medio me doy la vuelta para mirar para atrás, alcanzo a ver a Claudia, la novia de Manuel. ¡Claro! ¡El evento! Y yo ahí parada en sudadera, tenía un abrigo, mis gafas puestas, pero pensé que Manuel iba a llegar, que me iban a ver, que no tenía qué decir. No, ¡qué mierdero! Ella no me vio, siguió derecho para la sala donde tenían el evento y me tocó decirle al de la recepción que si no había una oficina donde pudiera ir a hablar personalmente, que no podía quedarme ahí esperando y que no me iba sin una respuesta.

Me dijo que lo sentía mucho, que estaba tratando de entender qué había pasado y de contactar al compañero que estaba en el turno de la tarde. Me dijo que me hiciera en una sala que quedaba en el área como administrativa del hotel, al menos ahí no me veía nadie. Me senté en un sofá, pero estaba temblando. No podía creer que estuviera metida en una situación tan absurda por un olvido mío. Pero no. Es que no era por un olvido, era por la decisión que había tomado tan demencial. A qué hora se me había ocurrido irme a acostar con un desconocido por plata en un hotel. ¡Pero qué era esa locura! Y, sobre todo, ¡qué tal todo lo que estaba generando! ¿Polígrafo a Nora? Eso era impensable; yo no podía permitir algo semejante. Dios mío, solo pedía que alguien de ese hotel llegara con el sobre en la mano, pero nada. No pasaba nada.

Finalmente, llegó una señora, me dijo que lamentablemente estaban en una situación un poco anómala porque no se habían podido comunicar con el empleado que había hecho el turno de la tarde. No, ahí se me vino el mundo al piso. Dije, claro, ese tipo se dio cuenta de lo que había en ese sobre, se lo robó y no va a volver al hotel y me jodí. Esta señora me pregunta si lo que había en el sobre era de valor, le dije que sí. Ella me explica que cuando pasan estas cosas hay un protocolo para los empleados y es que ese tipo de cosas no pueden permanecer en los casilleros de la recepción de un día para otro sin custodia, por tal motivo, el empleado debe guardarlo en un casillero al que solo se puede acceder con la clave de él y que solo él puede abrir. Esto lo hacen por seguridad para no exponer los objetos de valor a la manipulación de cualquiera de los empleados porque en caso de pérdida, no habría manera de rastrear el movimiento. Por algún motivo el empleado no respondía para poder confirmar que, en efecto, él había guardado el sobre en ese casillero. Que lo sentían mucho, pero que tendría que esperar a que el empleado se comunicara o regresara al turno de la tarde.

Yo me quería cagar. Le pedí a esa señora el teléfono del empleado, la dirección, le dije que yo podía ir a buscarlo, a lo que ella me respondió por obvias razones, que no podían compartir ese tipo de información con nadie, que sentía mucho el inconveniente, pero que ella estaba segura de que el empleado había guardado el sobre en el casillero y que seguramente en las horas de la tarde lo tendría en mis manos. Le pregunté a ella si conocían bien a ese empleado, si llevaba mucho en el hotel, me respondió que si y que estuviera tranquila, que me llamarían tan pronto tuvieran una respuesta suya. Le dije a esa señora, le imploré, le rogué que se comunicara conmigo inmediatamente, que ella no tenía idea lo importante que era lo que había en ese sobre. Yo no sabía si creerle que de verdad confiaban en ese empleado, podría tratarse de uno que llevaba trabajando apenas un mes, pero ella no me iba a decir eso. Me fui con el corazón en la mano.

Lo peor era que me tenía que devolver a mi casa a trabajar en la propuesta para el Señor Chile y mi cabeza no daba para tanto. Como pude, saqué mi computador y empecé a armar esa tal propuesta. Estaba en esas cuando llegó Norita. Me saludó super cordial como siempre, me dijo que si ya había desayunado, que si me preparaba algo y yo me sentía como una cucaracha. No sabía si contarle la verdad; pensé por un momento que era mejor decirle la verdad, pero cuando pensaba en eso significaba que tenía que explicarle que había dejado mis anillos en un cuarto de un hotel y ella no es bruta, ¿no? Iba a sumar dos mas dos y yo me negaba rotundamente a que alguien por ningún motivo supiera que le había sido infiel al idiota de Manuel. Al final pensé que tenía que estar positiva, que iba a aparecer el empleado del hotel, que iba a llegar por la tarde a hacer su turno y que iba a recuperar mis anillos.

Pasó el día y nada que me llamaban de ese hotel y yo me iba desesperando. El que sí me llamó fue Manuel para decirme que había programado el polígrafo al otro día a las 10:00 a.m. con Nora en la casa. Que no le avisara nada, ella de todos modos ya iba a estar a esa hora y era mejor que no estuviera prevenida. Le dije que me parecía una exageración, que no era para tanto, que no había tenido tiempo de buscarlos bien porque había estado trabajando, pero que seguro estaban refundidos, en fin, yo trataba de calmar al Sherlock Holmes chibchombiano para que dejara el show y nada. Llamé al hotel y me dan la noticia que no quería escuchar: que el tipo no se había presentado al trabajo y que no respondía al teléfono. No, no, no. Yo no podía creer que algo así me estuviera pasando.

Como pude terminé esa bendita propuesta y se la mandé al señor Chile y en un mensaje aparte, con toda la pena del mundo, le pregunté que si había dejado el sobre en la recepción porque podía pasar que se le hubiera olvidado, o que no lo hubiera hecho, no sé, y a esperar a ver cuándo me iba a responder este tipo. Cómo sería la angustia que me puse a averiguar en algunas joyerías cuánto podrían costar unas argollas parecidas y ¡qué risa! Con esos 40’000.000 de pesos no me alcanzaba ni para media argolla y me faltaba el anillo de compromiso. Estaba desesperada. Pensé que tenía que arriesgarme e irme para ese hotel a preguntar cómo me iban a resolver ese problema. Lo peor era que no le podía contar a nadie lo que me estaba pasando para ver si me llegaban ideas, posibles soluciones, no sé, algo.

Estaba determinada a salir para el hotel cuando recibo una llamada de María Clara. Me dice que estaba al borde de un ataque de nervios porque como estaba en plena remodelación en su casa no se aguantaba todo ese desorden, que si podía venir a mi casa a tomarse un café o alguna cosa. Le dije que se me ocurría una idea mejor, que nos fuéramos para el bendito hotel ese. Le dije que el bar era espectacular, que hacían unas onces divinas, que yo también quería salir a tomarme algo porque había estado trabajando todo el día y estaba mamada. Fue fácil convencerla. Le dije que la recogía en 20 minutos y me dijo que bueno. En el camino pensaba que mientras estuviéramos en el bar del hotel, me iba para la oficina de esa señora a preguntarle qué estaba pasando y ver si me daban alguna razón.

Llegamos María Clara y yo al bar del hotel. Nos sentamos, inmediatamente le conté que había ido allá a reunirme con uno de mis clientes y que me había encantado y nos pusimos a hablar maricadas. Ella contándome de su remodelación, que si la pared, que la pintura, que el mueble, que el martilleo, que el polvo, y yo solo veía sus labios que se movían porque mi mente estaba en Chile, anillos, polígrafo, Mateo chalequeando, etc. No sabía cómo hacer para pararme hasta que le dije que iba para el baño. Me fui directo para la recepción y pregunté por la señora que me había atendido por la mañana, la llamaron y me hizo seguir. Me dijo que estaban muy preocupados por lo que estaba pasando, pero que hasta ahora no habían tenido noticias, ni del sobre, ni del empleado. Y que ya habían activado el protocolo de seguridad para entender lo que había pasado. Me explicó que ellos tenían, primero que todo, preocuparse por la integridad del recepcionista, que debía entender que era muy extraño que no se presentara a trabajar y que no contestara el teléfono, que efectivamente uno podría sospechar de él, pero que también era posible que le hubiera pasado algo. Me dijo que entre las actividades de protocolo estaba ir a buscarlo a su casa, que ya me había dicho que no podía darme sus datos, pero que, saltándose las reglas, me podía contar que él vivía solo acá en Bogotá, que su familia vivía en un pueblo en el Tolima y que el otro teléfono de contacto que tenía era el de su mamá y que tampoco contestaba. Que, en realidad, ellos estaban muy preocupados. Le dije que yo sentía mucho, que esperaba de verdad que no le hubiera pasado nada a ese muchacho, pero que lo que había en ese sobre tenía un valor económico muy alto y que esperaba no verme involucrada en líos judiciales con el hotel porque en el momento en el que él aceptó guardar eso ahí, estaba bajo responsabilidad de ellos. La señora me dijo que por favor no me adelantara, que ella iba a hacer lo imposible por resolver esa situación cuanto antes, pero que por ahora no quedaba otra alternativa que tener paciencia teniendo en cuenta que ellos no podían reportar una desaparición hasta 72 horas después.

Me dijo que me iba a mantener informada, que si había algo más que pudiera hacer por ella. Le dije que no, pero que de verdad estaba muy preocupada; me dijo que si me quería tomar algo en el bar, le dije que estaba con una amiga tomándome algo y me dice: “Vamos, la acompaño y le digo al barman que la cuenta va por nosotros; en realidad, esto nunca nos había sucedido; el Señor Chile es un cliente muy especial de este hotel y lo último que queremos es tener inconvenientes con él”. ¡Mierda! Yo no sabía cómo decirle a la vieja que no fuera conmigo porque María Clara se iba a dar cuenta. Ella ya venía caminando junto a mí y le dije: “Mire, yo estoy con una amiga, en realidad no quiero que ella se entere de lo que está pasando, le pido especial discreción con este tema”. Me dijo que tranquila, que entendía, que simplemente iba directo para donde el barman. De todos modos, María Clara me alcanzó a ver con ella y cuando me senté me dice: “¿Y usted dónde estaba metida? Yo llamándola a su celular y lo dejó acá y ¿quién es esa vieja?”.

Le dije que era una señora de la administración del hotel. Le inventé que lo que pasaba era que como ya había tenido varias reuniones ahí, me daban ganas de reservar yo misma una salita de reuniones que tienen cuando tenga que encontrarme con algún cliente y había hablado con ella el día anterior, y ahora mientras iba al baño me la había encontrado y se puso a hablarme, etc. María Clara me dijo: “Muy elegante usted alquilando salas en hoteles para hacer sus reuniones con sus clientes, pero bueno, la entiendo porque este hotel es muy bonito y sobre todo, está muy bien ubicado”. Y yo, si, claro, es por eso. Por dentro me estaba muriendo, no sabía qué pensar, qué hacer, ya había dado por perdidos esos anillos, me estaba dando un ataque de pensar que Manuel quería someter a Norita a ese polígrafo, mejor dicho, ¡qué caos!

Al final, no quedaba más que seguir esperando y yo no sabía qué iba a hacer con el tema del polígrafo con Norita. Me daba escalofrío pensar que Manuel estaba decidido a someterla a algo semejante. Este chileno no me contestaba ni por la propuesta, ni para confirmarme si había dejado o no el sobre con los anillos, mejor dicho, estaba metida en un lío muy hp. Terminamos de tomarnos las benditas onces esas y llega la hora de irnos, me tocó decirle que yo ya había pagado y le hice señas al barman (si, el mismo que me había atendido cuando me tomé el gin tonic) de lejos como agradeciendo. María Clara, como siempre con sus comentarios, me dice: “No, pero la clienta número uno, ya la conoce hasta el gato mija, ya parece la mera escort…jajajaja”. Soltó una risotada y yo como pude le celebré el chiste, pero por dentro me estaba muriendo. Al fin nos fuimos, estábamos saliendo de ese maldito hotel cuando siento una voz femenina:

“¡Señora Diana!”