Ninguna de las dos opciones me sonaba en ese momento. Es más, me pareció increíble que me dijeran algo así. Prácticamente, las opciones eran aguantarme la humillación y quedarme como si nada. Esa noche me sentí mal, muy confundida. Yo seguí escuchando los argumentos y las historias que tenían que contar de fulanita, de perecenjita que hizo esto, lo otro, la que terminó en la ruina porque la amante le quitó todo al esposo, en fin, una cantidad de chismes de gente que ni conocía, todo para ellas justificar las razones por las cuales yo debía seguir al lado de Manuel.
La noche terminó y la vida siguió con el ritmo de siempre. Tenía tanto trabajo y estaba tan ocupada pensando en mis hijos, en sus necesidades, en la casa, etc., que no encontraba el espacio para hacer una reflexión seria de lo que quería que fuera mi vida. ¡Ah! Pero cuando Manuel regresó de su viaje y le vi la cara, ahí entendí todo. Lo vi con su morronguería y con su estilito de mierda y dije: ¡ni por el putas! Yo a este no se la voy a poner tan fácil. Hace años no teníamos una relación de verdad. Si, hacíamos muchas cosas juntos, pero cuando me puse a pensar, siempre era para vernos bien frente a los niños y frente a los demás. Muy preocupados siempre por compartir los viajes que hacíamos, los paseos, las comidas, pero cuando estábamos en la casa, no pasaba nada. Apenas nos comunicábamos, el sexo era casi inexistente, la verdad, es que a mí ya no me atraía. Fue ahí que la decisión llegó sin mucho remordimiento. Pensé: éste es el momento para hacer lo que quiero desde hace tiempo: largarme de esa empresa y montar la mía. Si me separaba, eso no hubiera podido hacerlo jamás porque representaba un riesgo grande, pero con él al lado, tenía que funcionar.
Pues empecé a programar todo calladita. Emprendí todo el camino de cierre de mis actividades en la empresa; con la ayuda de una abogada laboralista hicimos toda la proyección de mi liquidación y todos esos pasos burocráticos y administrativos que hay que cumplir. Me di cuenta de que tenía plata suficiente para poder arrancar con mi empresa y hacer una cosa bien hecha, bien montada. Quería contratar una buena agencia para desarrollar una estrategia eficaz de marketing digital y me habían recomendado una empresa que realizaba encuentros B2B con compañías que estuvieran dentro de mi target para ofrecer mis servicios. Dije: ¡me voy con toda!
Una noche llegué a la casa, nos sentamos a comer todos, cosa que no era muy común porque mis hijos a veces no comen o prefieren comer en sus cuartos, pero esa noche como cosa muy rara estábamos todos y les solté la bomba. ¡Quién dijo miedo! Casi me tragan viva. Lo de siempre: que cómo iba a soltar semejante trabajo que tenía, que la estabilidad, que era un riesgo muy grande, que la situación del país no estaba para crear empresas, que los impuestos, las obligaciones. Mis hijos super queridos me dijeron que yo ya estaba muy vieja para pensar en hacer algo así, que la mamá de fulanito o que el papá de pepinito se quedaron sin nada porque no supieron cómo mantenerse en el mercado y que perdieron toda la plata y después ya no pudieron conseguir trabajo, en fin. Esto fue un mar de razones motivantes para seguir con mis planes. Ese día empecé a notar que mi familia no era lo que yo siempre trataba de hacer ver ante los demás. Me hice la loca. No me puse brava, no les alegué, no fui irónica ni sarcástica recurriendo a frases tipo: muchas gracias por el apoyo, muy queridos todos. Nada. Me quedé muda, terminé mi comida y me fui a mi cuarto.
Antes de meternos en la cama, Manuel con un tonito todo condescendiente me dijo: “Mi amor, no es que yo crea que tú no eres capaz; tú eres una excelente profesional, simplemente es que la situación no está para tomar esta clase de riesgos. De pronto más adelante cuando se estabilicen un poco las cosas podrás desarrollar tu proyecto, pero me parece que ahora no es el momento.”
Por dentro yo solo pensaba: “¿Por qué no te callas maricón pone cachos?”. Pero le respondí con el mismo tonito de él: “¿Mi vida, sabes qué pasa? Que nunca va a ser el momento. Siempre va a haber una razón para no hacerlo y llevo años esperando esta oportunidad. Digamos que al contrario de lo que ustedes piensan, considero que después de trabajar la mitad de mi vida en esta empresa, tengo la experiencia y los contactos necesarios para dar este salto. Tengo la edad perfecta, estoy llena de energía, de conocimiento, tengo buenas ideas y varios proyectos por implementar y servicios por ofrecer. Con mi liquidación y ahorros, puedo perfectamente crear una agencia con todas las de la ley, una cosa bien montada que sé, estoy convencida de que va a dar frutos y lo más importante es que cuento contigo. Acá no estamos hablando de que estoy tomando una decisión que ponga en riesgo nuestra familia, ¿no crees? No estoy diciendo que te dejo o los dejo porque tengo un amante, cosa que sería desde todo punto de vista reprobable, (vieran los ojos que abrió Manuelito cuando mencioné la palabra ‘amante’) o que me voy a dedicar a dar clases de tango. No. Estoy simplemente dando un paso adelante, estoy evolucionando y eso va a repercutir de manera positiva en nuestro hogar. Hemos luchado demasiado Manuel. Llegar donde estamos no ha sido fácil, tener las cosas que tenemos nos ha costado un montón, lo que voy a hacer ahora es aumentar ese patrimonio y seguirle asegurando el futuro a nuestros hijos, así que sé perfectamente que me vas a apoyar, que vas a estar conmigo en esto porque no es una idea, es una decisión. La próxima semana paso mi carta de renuncia y ya empecé a agendar mis reuniones con las agencias y consultores de los que me voy a asesorar para crear mi empresa. Nadie está improvisando. Vas a ver que todo va a salir bien. Apaga la luz, mi vida, te amo. Hasta mañana.” Manuel se quedó mudo. Apagó la luz y a dormir se dijo.
Al otro día llegó a la cocina y me dijo con su tonito de hombre comprensivo: ¿sabes qué? Entiendo tus razones. Dale con tu proyecto. Yo también sé que te va a ir bien. Cuentas conmigo.” “¡Ay! ¡¡¡Pero tan querido el infiel este!!! ¡Los hombres son unas huevas!” Pensaba yo entre los dientes. Lo miré, sonreí y le dije: “yo sabía que me ibas a entender, gracias corazón.” Pensé que había sido más fácil de lo que había creído. Mis hijos tendrían que hacerse a la idea, y el resto me importaba un comino. Sabía que mis papás y seguramente mis amigas del alma iban a poner el grito en el cielo, pero la verdad no me interesaba; al fin y al cabo, nunca estaban conformes ni contentos con ninguna de mis decisiones, así que me daba igual.
Yo estaba determinada y nadie me iba a parar. Pensar en Manuel y en Claudia era la gasolina que me hacía insistir en mi objetivo. En mi cabeza decía: cuando esté volando con mi agencia mando a la porra a ese pendejo y le preparo una sopresita a Clau, pero por ahora lo necesito. Estaba yo muy feliz con mis planes, tanto que no veía nada de lo que estaba pasando a mi alrededor. Y cuando digo nada, es nada. Yo solo tenía mente para mi empresa.
Y llegó el día. Cité a mi jefe para hablar con él antes de pasarle mi renuncia. Jamás me imaginé que esa conversación fuera a dar un giro tan grande y menos que me dijera las cosas que me dijo.
Mi jefe era un tipo super chévere, muy inteligente, creativo, y muy responsable. Cuando le dije cuáles eran mis planes, me miró con ojitos picarones, guardó silencio, se agarró la cabeza y botó un suspiro.
“Ay! Querida Dianita, ¿cómo me haces esto? Cualquier cosa me esperaba menos una renuncia tuya en este momento. Tú sabes los planes en los que andamos, queremos hacer varios cambios, una transformación importante en el área comercial y yo te necesito. Es más, me obligas a decirte algo que se supone que no podía decirte todavía, pero no me dejas alternativa.