Manuel estaba saliendo del hotel y yo entraba. Era imposible evitarnos porque el encuentro fue de frente y no había tanta gente como para disimular, seguir derecho, voltear a mirar a otro lado, no sé. No tuve otra alternativa que parar en frente de él y saludarlo. Obviamente, lo primero que me preguntó fue qué estaba haciendo ahí. Le dije que había tenido la cita con el chileno, que yo había olvidado mi USB en la reunión y él me la había dejado en la recepción. Claro, yo estaba nerviosa, seguro moví mucho las manos, quién sabe qué maromas estaba haciendo y de repente me pregunta: ¿dónde están tus anillos? Yo me quedé helada. El sabía, todos sabían que yo esos anillos no me los quitaba ni para dormir. Le dije: ¡Ah, no! Es que ya estaba en la casa cuando recibí el mensaje de este señor diciéndome que me había dejado la USB en la recepción, me los había quitado para lavarme la cara y las manos y los dejé en el baño. Salí corriendo porque ahí tengo todo el esqueleto de las propuestas actualizadas y se la tengo que mandar cuanto antes a él así que me vine volada a recoger la bendita memoria.

Me di cuenta de que estaba tan nerviosa que ni siquiera le había preguntado a él por que estaba ahí. De pronto reaccioné y le dije con tonito interesante. ¿Bueno, y tú qué haces aquí? El con toda la tranquilidad me dijo que ese día había empezado un evento organizado por su empresa en ese hotel, que dura tres días y que vino a ver cómo iban las cosas y que ya se iba. De pronto me señala un tablero donde están los nombres de los eventos y las salas, volteo y efectivamente estaba el nombre de la empresa. Se me congeló hasta el hígado. Yo había estado sentada ahí en ese bar con el señor Chile, me había ido con él a su habitación, había caminado por ese lobby, mejor dicho, me había paseado para allá y para acá y no me había dado cuenta, primero, que el nombre de la empresa donde trabaja Manuel estaba ahí, y segundo, que probablemente alguien me había podido ver. En fin, pensaba que al menos le había dicho que había tenido la cita de trabajo en ese hotel y podía justificar mi presencia. Me dice: “Bueno, entonces vamos a recoger la USB en la recepción y nos vamos para la casa”.

Yo empecé a temblar. Le dije: “Ah, ok, pero no, espérame acá y voy corriendo. Mientras tanto mándale un mensaje a Daniela porque creo que tenía que comprarle la granola esa que le gusta a ella, dile que te mande la foto porque es super estricta con eso; de pronto podemos pasar a comprarla antes”. Asintió y yo me fui caminando a esa recepción. ¿Tienen presente esos videos de las modelos que cuando están en medio de los desfiles se les doblan los pies por esos tacones de 20 cms que llevan puestos? Bueno, me sentía exactamente de esa manera. Tal fue mi pavor que no fui capaz de reclamar los anillos. Me invadió un miedo absoluto y no pensé en ese momento que talvez iba a ser peor no recogerlos. Pensé que de pronto este señor me había dejado quién sabe qué tipo de sobre, de pronto una nota, no sé; y sentí que Manuel me iba a decir: “Muestra, ¿qué es eso?”. En fin, me paniquié. De manera que me acerqué al lobby, le pregunté al recepcionista que si me podía dar un brochure del hotel para llevarlo a mi empresa con el pretexto de que debíamos recibir unos invitados extranjeros. El se giró, me lo entregó, yo lo metí en mi cartera y saqué mi USB que siempre llevo en unos de los bolsillos internos y regresé con ella en mi mano.

Manuel no me dijo nada, me miró como quien dice: ok, recogida, ¡vámonos! Me mostró la foto de la granola que le mandó Daniela y le dije: “Perfecto, ¿por qué no pasas tu por la granola de Dani y nos vemos en la casa?”

Dije: ¡oh! Qué estupenda idea, así yo me devuelvo por mis anillos y todo bajo control. Cuando me dice: “No, yo estoy a pie. El carro tiene pico y placa, lo dejé en la oficina; vamos en tu carro”. Se me fue el puto plan al piso y el corazón me batía a mil. Estaba muerta del miedo de pensar que mis anillos se quedaran ahí esa noche, que se los podían robar, en fin. No tenía otra alternativa en ese momento que irme con Manuel, recoger la granola de Daniela y regresar a la casa. Me preguntó que dónde había que recoger esa granola, le dije dónde era, me dijo que nos iba a coger un trancón horrible, que si no le podíamos comprar otra en el supermercado que queda cerca a la casa, le dije que no. Que obviamente era esa la que ella consume, la que le gusta, que ya la había encargado y que solo la venden ahí. Emprendimos la travesía y efectivamente llegamos a la casa casi dos horas después. Increíble, pero en todo ese tiempo que estuvimos juntos en el carro, hubo muchos silencios. Cada uno pensando en su amante, me imagino, en su trabajo, en sus cosas, en sus propias preocupaciones, yo en mis anillos, en el regreso a la casa, en fin. Y cuando hablamos fue para decir maricadas.

A él le da por hablar de política, por lo que dijo el ministro de tales, la noticia del senador x, lo que se habló en la comisión quinta. Y yo de verdad considero que soy una mujer informada, me gusta estar actualizada con respecto a lo que pasa en mi país y en el mundo, pero cuando él me habla yo solo escucho: bla, bla, bla. Es que me interesa más la vida de las Kardashian de lo que este perro tiene para decir. Me había dado cuenta de que había desarrollado una ira intensa hacia él, me producía aburrimiento todo lo que salía de su boca. Le había perdido el respeto totalmente, lo veía como un pobre maricón de mierda. Como un hipócrita que jugaba al marido y al papá perfecto mientras se revolcaba con esa maldita mujer. Yo estaba llena de furia. Y me la aumentaba aún más el hecho de que me hubiera arruinado mi momento. Si, me lo arruinó. Yo había pasado una tarde maravillosa al lado de un hombre que me había hecho sentir cosas que prácticamente nunca había sentido y ni siquiera había podido gozarme mi momento después. Es decir, no había podido sentarme a pensar en lo que pasó, sonreír, volver a sentir, recordar mordiéndome los labios, dejándome atrapar por ese corrientazo que me iba a volver a atravesar toda recordando las manos de ese hombre en mi cuerpo, etc. No. Ahí estaba yo al lado de ese pedazo de mierda escuchándole sus huevonadas, sus análisis de mierda, haciéndome la que nada pasaba y aguantándome a su novia de tres pesos. Es que lo odiaba.

Bueno, por fin llegamos a la casa. Se baja del carro con la granola en la mano y se la entrega a Daniela que estaba en la cocina, y ¡Claro! ¡Adivinen qué! ¡El mejor papá del mundo! Gracias papito hermoso por traerme mi granola, ¡Eres el mejor!

¡Uy! Es que de verdad en esos momentos es en los que confirmo que Dios existe porque si solo estuviera poseída por Satanás iba y mínimo le daba una patada en las bolas. Me iba a ir para arriba, pero Daniela me pidió que le prepara su granola como a ella le gusta, con el yogur griego, la chía, etc., y obviamente me quedé. Para mi princesa, todo. Manuel se subió y Dani y yo nos quedamos ahí charlando. Al rato me llama Manuel con un tono medio raro y me dice que suba en seguida. Me asusté. Pensé en Mateo y salí corriendo como una loca desquiciada pero inmediatamente me crucé con Mateo que estaba saliendo de su habitación, me saludó con su efusividad de siempre: “hola, ma” y siguió derecho para abajo a comer algo. Me di cuenta de que Manuel estaba en nuestro cuarto, entro y lo encuentro en el baño y me dice con una cara de preocupación: “Diana, tus anillos no están acá”.

Yo obviamente haciéndome la asombrada, manifesté mi preocupación, dije: “No, como así, seguro los dejé en otro lado y no me acuerdo”. Pues este señor se pega la empeliculada del siglo. Muy seriamente me dice que había que poner la denuncia inmediatamente y que, sin duda, se trataba de Nora. La empleada que nos ha acompañado por años. Yo reaccioné, le dije que cómo se le ocurría, que estaba loco, que ella era incapaz de hacer algo semejante y sale corriendo del cuarto y se va para la cocina. Le pregunta a Daniela que hace cuánto salió Nora de la casa, que si se dio cuenta a dónde entró, qué hizo, dónde estuvo. La niña lo miraba medio aterrada, le dijo que hizo las cosas que siempre hacía, que se había ido media hora antes de que nosotros llegáramos a la casa, que la había visto en el cuarto nuestro, bueno, haciendo lo usual. Mateo preguntó que qué estaba pasando y Manuel le dice que se me perdieron mis anillos. Yo quería matar a Manuel. No entendía por qué estaba haciendo semejante drama. Le dije que se calmara, que tenía que pensar mejor, que de pronto los había guardado, pero como recibí el mensaje me concentré en que tenía que devolverme al hotel y probablemente los había cogido para ponerlos en otro lado.

Manuel me dice, “En otro lado hubiera sido en tu dedo, Diana. No busques respuestas donde no las hay. Nora cogió esos anillos”. Yo le dije que sería demasiado evidente y que no creo que se atreviera a tanto sabiendo que en realidad yo nunca me los quitaba y la única vez que lo hago, ella se los lleva sabiendo que probablemente sería la única sospechosa. Yo no sabía cómo hacer para calmar a Manuel y no veía la hora de que llegara el siguiente día para ir corriendo por esos benditos anillos. El caso es que se creó una situación bastante incómoda en la casa. Para los niños haber escuchado eso, y haber acusado a Nora de un robo fue una cosa que les causó desagrado, sobre todo a Daniela. Ella adoraba a Nora y no soportaba oír ninguna queja de ella con respecto a ningún tema.

Al fin Mateo se fue para su cuarto, Manuel se subió y me quedé con Daniela en la cocina. Con su voz dulce y tímida me dijo:”Mami, Norita no fue la que te cogió esos anillos. De pronto fue mi hermano”. Yo me quedé helada. Le dije: “¿pero de dónde sacas eso Dani, como que tu hermano? Me dijo: “No sé, Mateo últimamente se porta muy raro y yo lo vi sacándole plata a mi papá de la billetera”. Le dije: “¿qué? Mateo para qué quiere plata, pero si le damos lo suficiente para sus cosas, ¿qué es lo que está pasando acá?” Me dijo: “Mami, Piñeres y Valentina tienen muy mala fama en el colegio, y Mateo ahora anda con ellos para arriba y para abajo”. Valentina era la niña que había estado en la casa el otro día.

Yo no sabía qué hacer. Sabía perfectamente dónde estaban mis anillos y por mi puto olvido se había desencadenado una situación bastante extraña en mi casa. Me quedé muy preocupada, no le dije nada a Manuel acerca de lo de Mateo, me subí con Daniela, la dejé en su cuarto y me fui al mío. Manuel estaba mandándose unos mensajes por celular con alguien, en mi mente era su novia, así que me puse la pijama y me acosté. Me dice: “Estaba hablando con Francisco Merizalde, nos va a preparar una sesión para hacerle el polígrafo a Nora. A mi casa nadie viene a robarme en la cara, así como así”. Yo me quedé perpleja pero no dije nada porque pensé: mañana resuelvo esto. Me voy temprano para el perro hotel, recojo los anillos y se acabó el caso para el FBI, la DEA y los Servicios Secretos.

Amaneció, salieron todos como siempre. Yo ni siquiera me bañé, esperé a que se largaran, me puse una sudadera y salgo como alma que lleva al diablo para ese hotel. Llego, pregunto en la recepción por mis anillos y me dice el tipo: “No señora, acá no hay nada para usted”.