Alejandra cuelga el teléfono, se para afanada, le explica a Diego lo que sucede y salen corriendo para la clínica. Cuando llegan, busca al médico que la está atendiendo y la tranquiliza. Le dice que su mamá está estable, simplemente tuvo una leve descompensación. Que estos episodios son frecuentes en personas que acaban de someterse a un tratamiento de quimioterapia por la cantidad de medicina que han tomado, pero que no se preocupe que no es nada grave. Sin embargo, recomienda tenerla en observación toda la noche y someterla a unos exámenes la mañana siguiente para poder tomar la decisión de mandarla a la casa o dejarla unos días con el fin de ayudarla a estabilizarse. Le pregunta si puede verla, le dice que claro y Alejandra corre desesperada a ver a su mamá.

Alejandra: ¡Mamita, por Dios! ¿Pero por qué no me llamaste? No me vuelvas a hacer esto. ¿Cómo te sientes?
Mamá: Mi amor, estoy bien. No te quería preocupar. Solo que estos sapos de la Clínica me dijeron que sí o sí tenían que llamar un familiar, pero estoy bien. Yo sabía que no era nada grave. De repente me dio un mareo muy fuerte y sabía que era importante venir a la Clínica, pero me imaginé que estaba asociado a tanto medicamento y a tanta cosa. Cambia esa carita que todo va a estar bien, no te preocupes.
Alejandra: Ok, mami. Pero no me vuelvas a hacer esto. Por eso era mejor que me siguiera quedando contigo porque tú eres una rebelde sin causa.
Mamá: Aleja, vete para la casa. Acá no te puedes quedar. Yo estoy cómoda y ya me estabilizaron y voy a pasar toda la noche en esta clínica. No hay razón para que te quedes en esa silla. Vete a tu casa, ve a trabajar tranquila y hablamos mañana temprano para ver qué dicen los médicos.
Alejandra: Pero no quiero dejarte acá sola.
Mamá: No estoy sola y mejor cuidada no puedo estar. No seas terca que no va a pasar nada. Para eso es la tecnología, para estar comunicadas todo el tiempo. Vete mi amor. Descansa y nos vemos mañana.
Alejandra: Bueno mami. Pórtate bien y ahora te escribo.

Alejandra se va más tranquila para su casa. Diego le dice que si quiere que se quede esa noche para acompañarla pero ella le dice que no es necesario, que se vaya tranquilo.

Al otro día Alejandra se va a trabajar, se comunica permanentemente con su mamá quien se encuentra estable y bien de ánimo. Antes del medio día el que ha sido su médico desde que le encontraron el tumor la llama y le dice que la ve muy bien, sin embargo, quisiera aprovechar para realizarle otros exámenes y que para ellos tendrá que permanecer en la clínica mínimo 3 o 4 días. Alejandra se alerta, y le dice que entonces no está tan bien como creía si debía quedarse hospitalizada todo ese tiempo. El médico insiste en decirle que van a ser unos exámenes de rutina. Que hay unos valores que están fuera de los rangos y que quiere confirmar que todo esté en orden. Entiende su preocupación, pero le pide que confíe en él, que quiere simplemente aprovechar su ingreso a la clínica para hacer otros controles que de todas formas iba a tener que hacer más adelante.

Aleja trata de entender y cuando habla con su mamá se da cuenta de que en realidad ella está bien, está animada y que es mejor que le hagan lo que sea necesario para asegurar que los resultados del proceso son tan positivos como hasta ahora se iban revelando.

Fue una semana difícil. Alejandra hacía peripecias para cumplir con su trabajo, escaparse al medio día a ver a su mamá, regresar a su oficina, concentrarse en su propuesta, volver a la clínica apenas terminaba su jornada laboral, ir a su casa a dormir y al otro día empezar de ceros la misma rutina. La única cosa que la mantenía fuerte era ver que el semblante de su mamá era bueno, que estaba comiendo bien y que a medida que realizaban los nuevos exámenes, el médico se mostraba conforme sin todavía dar un diagnóstico definitivo.

Camilo en esos días contactó a Alejandra, ella le contó por lo que estaba pasando y desde ese instante, se ofreció de manera incondicional para lo que necesitara. Ella apreció realmente el interés de su ex esposo, y le dejó claro que en el caso de que necesitara algo se lo haría saber, que por ahora las cosas estaban andando bien y que ella confiaba en que su mamá volvería pronto a la casa sin mayores dificultades. En el fondo Alejandra, y a pesar de todas las diferencias, le gustaba sentirse acompañada y apoyada por Camilo. Diego y Sandra la rodearon todo el tiempo y eso para ella valía oro.

Pasaron los días y con ellos, toda clase de pensamientos y reflexiones por la cabeza de Alejandra. Pensaba que el día en el que les comunicaron a ella y a su mamá que tenía cáncer, sintió que se le derrumbaba el mundo y que talvez había sido el día más difícil de su vida. Pero cuando recordaba ese vacío en el estómago cuando recibió la llamada de la Clínica donde le decían que su mamá estaba en urgencias, confirmaba que las prioridades en su vida tenían nombres propios y se dedicó a agradecer por lo relevante. De su boca salían a ratos sonrisas ahogadas cuando pensaba que le había dedicado tanta mente a un tipo que había conocido en una fiesta como si allí se pudiera anclar la verdadera motivación de vivir. Escapaban suspiros de desilusión cuando se veía tratando de asumir su presente en medio de una vida que a la larga no sabía si era la que quería vivir.

Los momentos desafiantes llegan para estremecer las posiciones y está bien. Alejandra amaba pensarse, descubrirse y confrontarse. Era algo que practicaba con frecuencia y que aunque no era un ejercicio que la hiciera perder calorías, sí le quitaba muchos pesos de encima.

Llegó el fin de semana y le entra una llamada a su celular mientras ella está en la Clínica junto a su mamá contando historias y muertas de risa.

Alejandra: Aló!
Carlos: La señorita perdida. ¿Cómo estás?
Alejandra: Hola, ¿bien y tú?
Carlos: Bien, alistándome para la fiesta del cierre del festival. Te llamaba para saber si querías venir.
Alejandra: Cómo te parece que estoy en la Clínica. Mi mamá ha estado hospitalizada toda esta semana. Nada grave. Le están haciendo unos exámenes, pero estoy acompañándola. Me encantaría, pero no puedo ir.
Carlos: ¡Uhhh! Lo siento mucho. Espero que tu madre se recupere pronto y también espero que la vida nos vuelva a cruzar por el camino. Te mando un beso. Bye.

Cuando cuelga el teléfono la mamá le dice que vaya a la fiesta, que no se preocupe por ella, pero Alejandra le dice que la verdad, no tiene ganas. En su mente piensa que esa frase de Carlos fue una especie de despedida y lanza un: ‘Pffff’ y sigue charlando con su mamá.

Al día siguiente reciben magníficas noticias del médico quien les confirma que no hay señas de células cancerígenas, que el tratamiento había traído excelentes resultados y que su mamá podía irse para su casa a vivir por muchos años más.
El par de mujeres salieron felices de la Clínica y Alejandra no sabía cómo agradecerle a Dios, a la vida, a quien fuera, por la salud de su mamá y por la dicha de tenerla recuperada y dispuesta a escalar montañas si tuviera que ser necesario para celebrar su existencia.

Inició una nueva semana después de un puente y Alejandra recargada decide llamar a Diego y a Sandra para decirles que es hora de volver al ‘roto’ porque era ‘Martes de roto’ y el cuerpo lo sabe.

Los tres amigos se van de fiesta a celebrar, se encuentran con mucha gente conocida. El sitio está a reventar. Alejandra se va para el baño bailando una de sus canciones favoritas: ‘Blind de Hercules and love affair’ y mientras trata de deslizarse por los estrechísimos corredores que apenas se forman entre tanta gente, siente una mano que la aprisiona fuerte. Se voltea tratando de entender en medio de tantos cuerpos y cabezas a quién pertenece esa extremidad y con la poca luz que hay y a todo pulmón una voz resuena en medio del jaleo.

¡Hey! ¡Señorita! ¿Para dónde cree que va?