Me llamo Diana Caballero. Tengo 45 años, estoy casada hace 18 años con Manuel. Tengo dos hijos: Daniela de 15 y Mateo de 17. Duré muchos años trabajando en el área de mercadeo en una empresa grande y reconocida. Estudié Administración de Empresas y con el tiempo hice un MBA. Me especialicé en marketing y desde hace tres años decidí independizarme y crear mi agencia. No me puedo quejar, me va bien pero me toca trabajar muchísimo y resulté haciendo cosas que jamás creí que sería capaz de hacer con tal de proyectar una imagen exitosa frente a los demás. Esa es la peor parte y la que será objeto de juicios, críticas y demás, pero vamos en orden.
Manuel es el Director Financiero de una empresa muy reconocida en el sector energético. Lleva ahí un montón de años. Gana bien, tiene su trabajo estable, es respetado como profesional y de puertas para afuera tenemos un hogar muy bonito. Somos miembros de un club, tenemos un grupo de amigos con los que nos reunimos de vez en cuando para hablar de lo bien que estamos, rajar de política, elogiarnos nuestras últimas adquisiciones, hablar de los colegios, piropear nuestros hijos haciéndolos ver como los más juiciosos, queridos y educados.
Mis papás son los dueños de uno de los colegios más tradicionales de Bogotá; son ultra conservadores. Tengo una hermana que vive fuera del país y como ninguna de las dos quiso trabajar en el colegio, mis papás cada vez que pueden nos lo hacen pesar y son muy críticos con nosotras, sobre todo conmigo. Debe ser porque soy la que estoy acá y porque mis hijos estudian en otro colegio gracias a que Manuel se negó desde el día uno a que estudiaran donde ‘los abuelos’. De alguna manera he aprendido a convivir con esa lora.
Decidí contar mi historia porque cuando abrí los ojos me di cuenta de la cantidad de cosas horribles que me encargué de cultivar y que ahora no tengo ni la más mínima idea de cómo resolver. Es como si estuviera deteniendo un derrumbe con mis manos. No pretendo contar esto para ser juzgada, o para que no le pase a nadie más, ni para dar un testimonio, ni para mostrarme como una víctima, mucho menos para recibir consejos porque esos me llegan por toneladas diariamente. En el fondo siento que la montaña que se está derrumbando está dentro de mi y tengo una urgencia de sentirme más liviana. Eso es todo. Lo otro, es que estoy segura de que no estoy sola en este afán de mantener una vida que no existe y que no sé ni por qué o para qué insistimos en hacerlo.
Esto comenzó hace mucho tiempo.
Manuel es un tipo querido, fisicamente bonito, normal. No es que sea el triple papacito, pero feo no es. De estilo muy clásico, siempre bien vestido, bien arregladito, juega golf, es un bebedor social. Nunca de borracheras, pero le gusta tomar, fuma de vez en cuando, pero en linea general cualquiera que lo ve piensa que es un buen tipo, bastante tranquilo. Es muy crítico, se queja y raja de la gente sin piedad, un poco burletero, pero todo lo hace con delicadeza. Es conversador y eso si, tiene una sonrisa cautivadora.
Con mis papás ha tenido una muy buena relación. Lo quieren porque es de una familia tradicional, parecida a la mía, porque tiene un buen trabajo y gana bien. A ver, ellos lo ven como un hombre exitoso. El día que yo dije que renunciaba a mi trabajo casi me acribillan todos: mis papás, Manuel, mis hijos, mis amigas cercanas, mejor dicho, ni que hubiera dicho que me había conseguido un toy boy. Pero si hubiera sido él quien se hubiese lanzado a la independencia, hasta una fiesta le hubieran organizado.
Bueno, sin perder el foco. Un par de meses antes de tomar la decisión de renunciar a la empresa donde trabajaba, descubrí que Manuel tenía una amante: Claudia. Yo venía sospechando cosas, jamás he sido de esculcar teléfonos, ni billeteras, ni nada de eso. Me parece patético. Pero después de tantos años juntos uno sabe cuándo hay algo que no cuadra. Manuel viaja mucho por trabajo y yo siempre he vivido tan ocupada que nunca he sido intensa. El me dice: viajo esta semana, yo le pregunto para dónde, me dice el destino, cuándo regresa y de pronto me manda un mensaje cuando llega. Pasa que a veces ni hablamos por teléfono a no ser de que se presente algo urgente. De otra forma, solo nos cruzamos algunos mensajes y listo. El regresa y la vida sigue.
Manuel lleva años trabajando en esa empresa, conozco a sus compañeros, al dueño, o sea, su jefe, su secretaria, asistentes, portero, señora de los tintos, mensajero, hasta al gato. He ido mil veces a esa oficina, a la fiesta de fin de año, a la fiesta de los niños y todas esas estupideces de welfare empresarial.
Total, empecé a sospechar. Hubo detalles que me encendieron el radar y me bastó seguirlo una vez, una sola vez, para confirmar mis sospechas. ¿Y quién es Claudia? Pues nada más y nada menos que una de las asistentes que tiene en su oficina. Una vieja de estrato tres, de esas luchonas, aparentemente muy trabajadora o trepadora, no sé, pero esa es la que se está acostando con mi marido.
No voy a entrar en los detalles – al menos no por ahora – de cómo me di cuenta y lo que hice, etc. Eso puede ser importante, pero no tanto como lo que siguió. Obviamente casi me muero cuando supe. Tuve ganas de matarlo y de ir donde ella y mechonearla, humillarla, hacerla echar de esa empresa, mejor dicho, quería matar. Lloré, me culpé, grité de la ira y después hice lo que hacemos todas: llamé a Maria Clara y a Juliana. Mis amigas del colegio, las de siempre. No voy a perder tiempo describiéndolas. Con esta conversación cualquiera se da una idea de las personalidades de mis amigas.
Las cité una noche en mi casa. Manuel estaba de viaje y mis hijos en sus habitaciones como siempre. Las tres en la sala con una botella de vino listas para el lanzamiento de la bomba. Después de contarles con detalle cómo me di cuenta y cómo lo confirmé, hubo un silencio, miradas que se encontraban hasta que empezó el bombardeo.
Maria Clara me pregunta con mirada inquisidora: “Bueno, ¿y usted qué piensa? ¿Qué quiere hacer?”
Yo me quedo paralizada porque en realidad no tenía las ideas claras. Solté un: “Lo quiero mandar para la mierda. Me quiero separar.” Las dos se quedaron mirándome impasibles analizando mi respuesta. Juliana empieza a sacudir esa cabeza de un lado para otro en negación.
“Diana, tiene que pensar muy bien lo que va a hacer. Yo voy a ser sincera. Obviamente usted es la que tomará la decisión que vaya de acuerdo con lo que quiere, pero le doy mi opinión. Si no le gusta, de malas”. Maria Clara tenía ese modo, ese estilo que iba directo a la llaga. Me daba pánico, pero en el fondo me gustaba que me dijera lo que pensaba. Ella es una mujer de opiniones impopulares. Y sigue:
“Yo me haría la loca y le voy a decir por qué. Usted lleva media vida con Manuel y entre los dos han construido lo que tienen hasta ahora, y me refiero sobre todo al patrimonio económico familiar. Acá todas sabemos que él no es el tipo que se iría a vivir con esa vieja, o ¿usted cree que la va a llevar al club? ¿Que se va a ir de viaje con ella y todo su grupo de amigos? ¿Que la va a llevar a los eventos familiares? Eso no creo que lo vaya a hacer. Esa vieja tiene un hijo y está sola. Sin embargo, si usted decide separarse, les va a dejar el camino libre para que la otra se disfrute todo lo que usted ha construido al lado de él. Además empezar de ceros con dos hijos no es una cosa fácil, Diana. Eso es sinónimo de romperse el lomo porque después de que se separe a los tipos se les olvida el significado de la palabra generosidad y empieza a primar la ‘nueva familia’. ¡Qué tal que la vieja cuando se de cuenta que está solo le de por quedar embarazada! ¡No mija! La historia que él tiene con ella debe ser una cosa pasajera. No le deje el camino libre para que se le llene la cabeza de ideas y se nos envalentone y lo convenza de cosas que talvez él ni siquiera ha pensado. Yo me quedaría muda, no le diría ni miércoles a él, y sigo como si nada.”
‘Yo estoy de acuerdo en parte”, continuó Juliana. “Mejor dicho, no se trata tanto del asunto económico porque ustedes están bien, usted tiene un buen trabajo, en fin. Para mi el tema es que creo que vale la pena luchar por la familia; son muchos años para botarlos así como así por una aventura con una mujer que no tiene escrúpulos para meterse con un hombre casado. Piense en sus hijos, en sus papás, ¿se imagina el dolor que les causaría? ¿A usted la parece justo eso? Su mamá se muere Dianis. Yo si hablaría con Manuel. Le diría sin rabia que sé todo y le propondría iniciar una terapia de pareja para salvar el matrimonio. Tenga la plena seguridad de que él no quiere separarse, sino ya lo hubiera hecho. Hable con él Diana, solucione ese tema por las buenas.”