Me volteo pensando que era esta senora del hotel con alguna noticia y a quién me encuentro de frente! Nada más y nada menos que a la novia de mi esposo. La mismísima Claudia. La miré y la saludé normal: “Quiubo Claudia, ¿cómo le va?” Ella muy sonriente y haciéndose la simpática me responde que bien, que cómo estaba, que cómo estaban mis hijos, etc. De verdad que hay que tener sangre fría para atreverse a tanto. Claro, ellos no tenían la más mínima idea de que yo estaba enterada de esa bella relación y que tenía más información de la que ella se podía imaginar. Yo la miraba y pensaba, como hacemos todas las mujeres cuando vemos la amante de nuestra pareja, ¿Qué le vio? ¿Cómo es posible que se haya fijado en esta mujer? Porque hay que decir que Claudita y yo éramos mujeres totalmente diferentes en todo sentido.

Ella era una mujer curvilinea, de prendas apretadas, de maquillaje excesivo, mediana estatura, dientes un poco desordenados, ojos oscuros muy grandes y unas cejas marcadas, que a mi parecer, endurecían su rostro. Sin embargo, era muy querida; la típica mujer simpática que habla con todos, que se ofrece a ayudar, colaboradora e incondicional. Yo no era nada de eso. El físico no importa, pero estoy lejos de ser una curvilinea, bien lejos. Nunca he sido ni el alma de la fiesta, mucho menos la más simpática. Soy una mujer reservada, que no habla con todo el mundo, no voy por ahí buscando lazos con nadie y he sido muy egocéntrica. Talvez para quienes me había considerado ‘incondicional’ era para mis hijos. Con el tiempo me di cuenta que ni eso.

Pensaba que a lo mejor ese grupo de cualidades que definían a Claudia, era lo que había cautivado a Manuel. Se ve que es una mujer tierna, consentidora, un poco sumisa; yo de eso no tenía nada. Ella me hablaba y me contaba cosas del tal evento y yo solo la analizaba. Desde que me había enterado del romance que tenía con mi esposo me había mantenido alejada de todo lo que tuviera que ver con esa empresa. Justamente me preguntó que por qué no había vuelto a la oficina y le dije que andaba muy ocupada. Me dijo que se había enterado de mi renuncia y de mis nuevas actividades. Yo por dentro: “!Qué ternura Manuel! ¡Tiene perfectamente actualizada a su novia con respecto a la vida de su esposa! ¡Qué fantasía!” María Clara entendió que ella trabajaba con Manuel y solo fue cuando vio alguno de mis gestos que entendió que ella era la moza. Si, la moza, duélale a quien le duela.

En ese momento mi querida amiga se puso en el plan que más le gusta; porque si yo no soy la más simpática, María Clara mucho menos. Claudia la había saludado, yo ni me había tomado el trabajo de presentarlas. ¡Ni más faltaba! María Clara la miró de reojo y le preguntó con un tono bastante harto: “¿Y usted es la secretaria de Manuel?” Ella muy tranquila y sonriente le dijo que no, que era una de las asistentes financieras. María Clara inmediatamente continuó la conversación y le dijo: “Y es que están en un evento acá o usted se pegó una escapada con su novio?” Yo la miré que me la tragaba y contesté por ella: “No, cómo se le ocurre, Claudia está acá porque la empresa de Manuel organizó un evento que dura tres días y Claudia está asistiendo”. Ella sonriendo asintió y complementó mirando a María Clara: “Si, exacto. Estamos en un evento interno de la empresa y yo fui la encargada de organizarlo, de hecho, me pareció verla el día antes de comenzar señora Diana, solo que cuando regresé a saludarla ya no la vi”. ¡Mk! ¡Se me heló la panocha! Y me perdonan la expresión. Yo vi esos ojos con esas pestañas que le llegaban hasta el copete encima mío y sentí la mirada del juicio. Fue como si ella me hubiera descubierto.

Pero con esa misma frialdad que tenía allá abajo le respondí: “No se equivoca Claudia, era yo muy seguramente. Estoy haciendo unas reuniones de trabajo muy seguido acá. La próxima vez me saluda, ahora nos vamos porque estábamos de salida, que esté muy bien.” Ella se despidió y yo sentía que me miraba como diciendo: “¡Ay! Muy recocherita la bandida esta, no?” Pero no podía dejarme llevar por mis propios juicios y señalamientos. Era yo la que tenía pena, vergüenza, la que me había estado apuntando el dedo todos esos días así que no podía dejarme llevar por mi mente. Salimos del hotel y nos largamos. Obviamente María Clara la destruyó, pero quien salió peor librado fue Manuel porque efectivamente uno lo que se pregunta es por qué un hombre como él se fija en una mujer como ella. En fin, yo no quería ni pensar en eso y María Clara parecía un disco rayado, la dejé en su casa y seguí para la mía.

Cuando iba entrando recibí un mensaje al celular. ¡Dios mío! ¡Era el señor Chile! Primero, me responde diciendo que me escribía a esa hora porque hacía poco había terminado una reunión con el comité de su empresa en donde habían aceptado la propuesta que les había presentado. Y segundo, me dijo que él había dejado los anillos en un sobre de seguridad en la recepción y que le había encargado mucho al recepcionista la entrega de ese paquete y le había pedido discreción. Me preguntaba también que si había pasado algo. Yo inmediatamente le contesté contándole el suceso de película y él a su vez me respondió diciendo que sentía mucho que estuviera pasando por ese inconveniente, que por favor lo mantuviera informado, que de todos modos iba a mandar un mensaje al hotel porque le parecía inaudito que algo así estuviera ocurriendo, y que esperaba que todo se resolviera. Sentí una especie de descanso. Aunque no había nada solucionado, el hecho de que me dijera que iba a mandar un mensaje, me hizo sentir respaldada y pensé que eventualmente podía contar con él en caso de tener que hacer yo no sé qué cosa para salir de ese pedo tan horrible.

A pesar de haber recibido la noticia de la aceptación de mi propuesta, podría decir que esa ha sido una de las peores noches que he pasado en toda mi vida. No pegué el ojo pensando en lo que podía ocurrir, en el lío tan pendejo pero tan grave en el que me había metido, en la papaya que había dado, mejor dicho, todo mal. Llegó la mañana y mis ojeras y yo le dijimos a Manuel que por favor cancelara esa cosa del polígrafo, que yo estaba segura de que no había sido Nora y que no podía someterla a esa humillación. Me dijo que entonces a dónde habían ido a parar esos anillos, que era muy evidente que había sido ella porque no había nadie más de quién sospechar y que era mejor salir de dudas, que si pasaba la prueba, ok, la vida seguía. No tuve otro remedio que esperar a Norita y explicarle todo. Le dije que se habían refundido mis anillos, que yo sabía perfectamente que ella no tenía nada qué ver, pero que Manuel quería hacerme la prueba del polígrafo hasta a mi. Ella me miró, me dijo que no me preocupara, que no tenía nada qué ocultar y que se iba a someter a esa tal prueba.

Llegó la hora; se presentaron las personas de esa empresa con sus equipos. Manuel mientras tanto le dijo a Nora con un tono despectivo que a veces tocaba hacer ese tipo de cosas en la vida. Norita miraba en silencio. Después de un rato terminaron mientras yo esperaba afuera en la sala. Nora siguió derecho para la cocina; salió Manuel con esos señores y efectivamente Nora había pasado la prueba. Manuel se fue para la cocina y le dijo a Norita con un tono medio chistoso: “Listo, Norita, ¡prueba superada! Ahora a buscar esos anillos por todas partes porque parece que Diana no solo los refundió sino que también perdió la cabeza porque ya ni se acuerda en dónde deja las cosas”. Yo entendí la respuesta que Nora le dio a Manuel sin abrir su boca, leí su mente, intuí sus palabras y supe de su desilusión. Ella ni sonrió, ni pronunció palabra, simplemente lo miró y se volteó para continuar con lo que estaba haciendo. Manuel se largó con esa gente y por fin me quedé con ella.

La miré, le dije que sentía en el alma lo que había pasado, que yo había tratado de explicarle a Manuel de todas las maneras que ella no tenía nada qué ver con eso, que había sido yo, que no me acordaba en dónde los había puesto, que de pronto se habían caído, no sé, que por favor nos perdonara por hacerla pasar por eso. Ella me miró y me dijo: “Señora Diana, yo llevo muchos años trabajando con ustedes, a esos niños los quiero como si fueran míos, sobre todo a Danielita. Tengo mucho que agradecerles, de todos modos yo creo que usted sabe que a mí trabajo no me va a faltar. Pero sabe qué no me falta tampoco? Dignidad. Yo no tengo por qué aguantarme esta falta de confianza de parte de ustedes cuando nunca en la vida se les ha perdido una aguja. Nada más sospechar que yo hubiera sido capaz de coger una cosa de tanto valor como esos anillos, es muy ofensivo, señora Diana. Hasta hoy trabajo para ustedes. Me dice me hace el favor qué tengo que hacer, pero yo me voy ya. Antes le digo dos cositas: Una, usted nunca se quita esos anillos y si sabe dónde están y con todo y eso permitió que me pusieran todos esos aparatos, no crea que es mejor que su esposo. Y segundo, póngales más atención a sus hijos, sobre todo a la niña Danielita. Que esté muy bien señora Diana y espero de verdad que encuentre sus anillos”.

Yo no podía creer lo que estaba pasando. Obviamente traté de impedir que se fuera, casi me le arrodillo, mejor dicho, qué no hice para detenerla. Nora se fue y yo me sentía una piltrafa. Eso no me lo iba a perdonar Daniela jamás. Me quedé en el piso llorando como una estúpida porque esas palabras de Nora fueron un ladrillazo en la cara para mi. Me noqueó, me dio una lección, me dio una paliza una señora que había trabajado con mucha dedicación y lealtad para nosotros. Lloré mis ojos, me levanté de ese piso devastada y me fui para mi cuarto, me bañé, me alisté pensando que me iba a ir de nuevo para ese hotel a ver si podía resolver ese lío de alguna manera y podía recuperar esos putos anillos. Se me fue la mañana haciendo estupideces, pensando en todo y en nada, tratando de ver mi vida desde un ángulo a ver si lograba apiñarla, agarrarla o al menos recogerla. Llegó el medio día y cuando ya estaba cogiendo mi cartera y mis cosas para salir me llega un mensaje de Vanessa, la dueña de la agencia de PR que me decía que me tenía otro empresario para una cita de negocios, que por favor le diera mi disponibilidad. Esta vez se trataba de un brasilero. Me mandó todos los datos de la empresa, perfil de negocios, necesidades, las fechas en las que estaría en Bogotá y me dijo que esperaba una respuesta mía para agendar la cita. Me fui a ver la página de la empresa de este tipo y si el señor Chile era un cliente top, éste era otro nivel. La empresa estaba muy posicionada en América Latina, tenían una línea de productos que yo conocía bien, así que inmediatamente revisé mi agenda y le confirmé una de las alternativas que me había dado Vanessa. Pensé que las cosas iban tomando otro color, que al final había valido la pena pagar el tal servicio plus.

Como que me animé en medio de mis otros problemas y otra vez me puse de pie para coger mis cosas, estaba saliendo cuando recibí una llamada del hotel: “Señora Diana, buenos días, le tengo noticias, necesitamos que por favor venga al hotel urgentemente”.