Me lo preguntó de una manera que entendí que él sabía más de lo que podría imaginar. Me quedé paralizada; no sabía cómo abordar el tema, si de una vez le soltaba todo o me inventaba alguna historia. Lo que pasa es que cuando pensaba que le iba a contar lo que había hecho, me moría de vergüenza. Decirlo en voz alta me parecía espantoso. Al fin y al cabo eso no lo sabía nadie, a excepción de los tipos con los que me había involucrado, pero nadie más y me daban náuseas. Al mismo tiempo pensaba que para él tampoco tuvo que haber sido fácil decirme por lo que estaba pasando, y en realidad Manuel estaba metido en un hueco que hacía parte de un mundo espantoso. Yo siempre estuve más bien alejada de las drogas y del alcohol; nunca fueron mi debilidad, sin embargo, desde cuando me enteré de lo Manuel, he estado informándome compulsivamente acerca de estos temas y es increíble todo lo que hay detrás. Estoy segura que él me hizo una descripción muy superficial de lo que pasó porque quién sabe qué más hizo, qué lugares visitó, con qué gente se cruzó, a quién más tocó. En todo este proceso conocí a una mujer muy joven casada con un arquitecto que viven en el norte de Bogotá, en una casa super grande y linda y el hombre sí se internaba por dos o tres días en el cartucho. No tenía idea que eso se podía hacer. Pagan una cifra, los cuidan, les dan la droga, la comida y el trago y se quedan ahí drogándose por días. Es un mundo muy oscuro y demasiado ajeno a lo que yo conocía. No sé cómo hizo él para aparentar tanto; hoy pienso que no sé si era eso o era que yo ni siquiera lo veía. Estaba tan consumida en mis temas que parece que apenas si lo miraba de forma muy superficial.
El caso fue que después de un silencio, no pude dilatar más la respuesta y le dije: ¿Tú sabes algo? Me miró, medio sonrió y me dijo: “Quisiera que me cuentes tú”. Me daba tanta pena, que creo que lo que quería era que él me contara lo que sabía. Estaba a punto de empezar mi historia cuando me entra una llamada al celular; era del colegio. Contesto y me dicen que Daniela se había desmayado y que ya la iban a trasladar a la clínica. A mi casi me da algo, no fui capaz ni de preguntar qué había pasado, por qué, o qué estaba haciendo. Simplemente le dije a Manuel, salimos los dos corriendo para el cuarto, nos pusimos lo primero que encontramos y salimos volados en el carro a buscarla. Llegamos prácticamente al tiempo con la ambulancia; la entraron, estaba despierta, pero tenía su carita muy pálida. La profesora me explicó que de pronto se había desplomado durante la clase, que no estaban haciendo nada en particular, simplemente la niña se había caído. Entré con ella al triage, le hicieron mil exámenes y comienza la espera. Todos sabemos cómo son las cosas en urgencias. Finalmente vino una doctora; nos hizo muchas preguntas con respecto a los hábitos de Daniela, a ella también la bombardeó. Después de un largo interrogatorio y de ver los resultados de los exámenes, nos hizo salir al corredor y nos dijo que la niña tenía unos valores fuera de los rangos, que había llegado con la tensión bajita, el ritmo cardíaco irregular y que según lo que podía apreciar, basada en los resultados de los primeros análisis y según su experiencia, todo indicaba que Daniela estaba padeciendo de un TCA o trastorno de conducta alimenticia.
Yo sentía que el mundo se me estaba viniendo encima. Pensaba que no iba a poder con tantas noticias. La doctora afortunadamente se tomó todo el tiempo para hacernos una explicación de los tipos de trastornos que había, cuáles eran y en qué consistían los posibles tratamientos y por qué era tan importante hacer una terapia integral que incluyera un equipo interdisciplinario de médicos y especialistas para acompañar el proceso de recuperación. Yo tenía millones de preguntas, pero la voz no me salía. Manuel miraba a la doctora con los ojos aguados, lleno de dolor, de impotencia, de amargura. Yo temblaba, le agarré la mano a Manuel con fuerza y cuando la doctora nos vio tan conmocionados, nos invitó a pasar a una sala para seguir hablando. Creo que lo primero que se le viene a uno a la cabeza es la culpa y ella, esta doctora de ojos café claro enormes y llenos de luz, antes de que empezáramos a hacer preguntas nos dijo que lo importante en este momento era actuar. Que no nos culpáramos, que estos trastornos tienen varios posibles orígenes y que desafortunadamente cada vez estaban recibiendo más y más casos. Nos habló con tanta dulzura, con tanta comprensión que, en medio de la preocupación, ella fue lo más cercano a la sensatez y la sabiduría que necesitábamos en ese momento tan difícil. Nos recomendó varias opciones, nos dio una lista de contactos, nos dijo que tuviéramos fe, que acompañáramos a la niña, que había muchos casos de recuperación; que no iba a ser fácil, pero que era una situación que requería de unión, de fuerza y de confianza. Manuel y yo nos miramos en silencio y con los ojos teníamos una extraña conversación. La doctora tenía que seguir con otros pacientes, nos despedimos y nos quedamos los dos ahí sin saber qué decir, ni qué hacer. Cuando me volteo, lo veo cogiéndose la cabeza y llorando a mares con ese suspiro que se pierde en el ahogo del próximo respiro; me arrodillé al frente de él, nos abrazamos y los dos nos perdimos en un solo llanto que se mezclaba con todas las posibles emociones que en ese momento nos atravesaban el cuerpo. Nos pedíamos perdón y él me decía que íbamos a salir de esto, que Daniela se iba a recuperar, que contara con él. Estábamos en medio de semejante escena cuando entra Mateo desesperado; habíamos estado comunicándonos con él permanentemente y le habían dicho que su hermanita estaba en la clínica.
Cuando nos encontró en esa escena, se arrodilló al lado mío y empezó a llorar desesperado y solo decía: ¡Mi hermanita! ¡Mi hermanita! ¡Mi hermanita! ¿Qué tiene mi hermanita? Manuel lo abrazó, le dijo que se calmara y le explicamos lo que pasaba. Increíble, pero Mateo nos sorprendió en ese instante en el que sentíamos que todo se estaba desmoronando. Nos dijo que él conocía muchos casos de varias niñas que habían o que estaban pasando por lo mismo, que él sabía que su hermanita era fuerte, que era muy inteligente, que iba a entender perfectamente lo que significaba su enfermedad y que se iba a recuperar. Que él la iba a cuidar, que iba a estar muy pendiente y que no iba a dejar que nada le pasara. Que nosotros teníamos que ser fuertes y transmitirle a ella que estábamos convencidos de que iba a estar bien. Yo de verdad sentía que estaba al frente de un hombre grande que me estaba dando una lección enorme. No podía parar de llorar; me emocionaba mucho verlo tan determinado, tan maduro, y sobre todo, me conmovía saber que amaba a su hermana de esa forma. Nunca lo había visto tan interesado en lo que le pasara a Daniela y ese niño fue un oasis en ese desierto de incertidumbre. Logró animarnos, calmarnos, entendió todo en un tiempo récord. Manuel lo abrazaba, le pedía perdón, le daba las gracias y él le decía a su papá que no se preocupara, que todo iba a estar bien.
¡Dios mío! ¿Podía ser posible que una bomba de noticias tan duras, tan difíciles, se convirtiera en el sacudón que necesitábamos para reaccionar y para identificar lo que realmente queríamos o esperábamos de nosotros mismos y de nuestra familia? Es que de repente no me reconocí. No sé si les ha pasado alguna vez, pero me miraba en el reflejo de un vidrio de uno de los consultorios y era como si estuviera viendo a una mujer que no era yo; no puedo explicar esa sensación tan extraña, pero me llegaron mil dudas en cinco segundos, me pasó por la cabeza lo que había estado haciendo con mi vida y era como si fuera otra persona. No me reconocí; me desconocí totalmente. Mi familia se estaba desbaratando y yo en otro mundo dedicada a hacer plata de una manera que no iba en línea con quien realmente era.
Estábamos tratando de entender qué iba a pasar con Dani, la doctora la quería dejar en observación con líquidos porque estaba muy débil, de pronto me entró una llamada al celular, era un número desconocido, contesté y escucho una voz que me dice: “ ¿Qué creíste putita, que te vas a escapar así de fácil?