Por eso era que Manuel había estado tan pensativo mientras unía todos los puntos en su cabeza. Me quedé helada. Le dije que por qué sabía de Gutierrez, nos dijo que hacía unos meses habían estado en un almuerzo de trabajo y que después le había dicho que se quedara con él porque tenía que comentarle algunas cosas, hablaron de trabajo, pero siguieron bebiendo. A Gutierrez siempre le ha encantado el trago y obviamente Manuel se lo acolitaba. En medio de la conversación, Gutierrez recibió un mensaje, lo leyó, miró a Manuel y le dijo: “ ¡No sabe lo que me acaba de llegar, hermano!”. Y ahí le soltó toda la historia. Por lo que después fui descubriendo hay muchísimos hombres que saben de la existencia de esos clubes, solo que no es tan fácil ser miembro, se necesita mucho dinero y al menos un referido; aunque no parezca, los hombres se cuidan mucho y como tantos son casados y tienen familia como es el caso del mismo Gutierrez, comentan muy poco al respecto, pero ese día el alcohol le abrió la bocota al querido jefe de mi esposo. Para ser un señor con tanta experiencia en el sector y, sobre todo, muy reconocido, se mantenía muy bien. Jugaba tenis casi todos los días y se alimentaba de forma saludable; sus grandes defectos: el alcohol, el cigarrillo cuando tomaba y la lujuria. Ese día terminó contándole a Manuel que hacía unos meses le había llegado una invitación para ser miembro de un club creado por un chileno que estaba dando mucho de qué hablar. Le mostró la página web, le dijo que ya había ido a uno de los eventos en Las Vegas y que no se alcanzaba a imaginar el nivel de exclusividad y de gente que había en ese lugar. Un ambiente de otro nivel. El caso es que Gutierrez le preguntó a Manuel que si le llamaba la atención, le advirtió que no era tan fácil ni tan rápido el ingreso, pero que valía toda la pena del mundo la espera y el dinero invertido. Manuel le dijo que no estaba interesado, le parecía algo exagerado ese ambiente y más que nada, él estaba mucho más entretenido con su parche de bajo perfil. Pero recordó que Gutierrez sí le habló de un sitio web donde los miembros del club podían rankear a las posibles participantes de las fiestas privadas. Le dijo que las mujeres eran divinas, pero lo mejor es que eran mujeres ‘bien’, de clase.

Yo solo pensaba: “ ¡Qué maravilla! El jefe de mi esposo que me ha visto en bola teniendo sexo con hombres por ahí en hoteles! No! Qué belleza! Lo único positivo es que las caras las pixelaban, obviamente eso lo hacen porque de otra forma podrían ser sujetos de demandas. Ahí intervino el Capi y nos dijo que el uso de esas imágenes de todos modos era prohibido, pero reiteró la dificultad. Digamos que yo me tendría que someter a unos interrogatorios hasta raros para denunciar el uso de esos videos y sinceramente no estaba dispuesta a llegar hasta allá. Le dije a Manuel que dejáramos esto así y que nos olvidáramos de ese tema. Si, ya sabíamos que el chileno me había enredado, que es el que trabaja en llave con Vanessa, que se aprovechó de mi vulnerabilidad, de mi ambición y de mi estupidez, que me dijo todas las mentiras del mundo, que evidentemente es un enfermo sexual, ¿y qué hacemos con eso? ¿Nos vamos a buscarlo y a pedirle explicaciones? ¿Acaso podemos exigirle algo? ¿Qué podemos hacer con esa información? Nada, absolutamente nada. Mejor dejar ese temita así y retomar nuestras vidas. Manuel estuvo de acuerdo, me dijo que si, que soltáramos eso ya. El tenía su primera cita con el psiquiatra con el que iba a empezar el tratamiento de rehabilitación y no quería perderla así que decidimos terminar de una vez por todas con ese asunto. Le agradecí al Capi por todo su interés y su ayuda y lo invité a la novena. Me dijo que venía feliz y nos dijo que se alegraba mucho de ver que habíamos sido capaces de superar estas crisis, que eso era lo más importante, recuperar la familia y aprovechar todo esto para empezar de ceros.

Manuel se quedó mirándolo y le dijo que le había hecho pensar que de pronto era un buen momento para buscar otra oportunidad laboral, o al menos explorar otros horizontes. El llevaba muchos años en esa empresa, varias veces le habían hecho algunas propuestas, pero él las había rechazado por la comodidad. Al final, se sentía seguro ahí; ya conocía ese negocio de pies a cabeza, se sabía las manas de todo y de todos y contemplar la idea de tener que empezar en otro lado, arriesgarse a que de pronto no le gustara, o que encontrara hostilidad o problemas de otro tipo, lo habían siempre frenado a dar el salto, pero ahora no le parecía tan descabellado. Es más, todo lo contrario. De pronto se sintió muy motivado y sintió que había llegado la ocasión de iniciar otro camino a nivel laboral. El Capi le dijo que tomara las cosas con calma, que le parecía bien, pero que ahora lo más importante era su tratamiento y que eso no iba a pasar de la noche a la mañana. Manuel insistió en que siempre tuvo miedo de lo que iba a sentir si dejaba de consumir, y que honestamente, no había sido tan difícil como pensaba. El Capi le recordó que el psiquiatra le había prescrito unas pastillas que le ayudaban con la ansiedad así que no diera todo por sentado. Le dijo que la idea no era que cambiara una adicción por otra, y que para dejar de tomar esas pastillas iba a necesitar tiempo para rehabilitarse. Manuel le dijo que tenía razón, pero que definitivamente ese cambio de trabajo era un tema en el que se iba a empeñar.

En ese momento me entró una llamada, era Marcela. Me alejé y dejé al Capi con Manuel. Me preguntó qué había pasado, le conté que el jefe de mi esposo seguramente me había visto en el ejercicio de mi profesión alterna. Las dos nos reíamos ya de toda esta pesadilla tan rara. Me decía que definitivamente uno no tenía ni idea lo que se llevaba cada quien a ese lugar donde nadie lo veía, o al menos nadie conocido. Yo le dije que lo que me estaba quedando de toda experiencia es que sobre todo en mi círculo se tejían demasiadas historias oscuras, pero eso no me preocupaba tanto como el hecho de la apariencia. De mostrarse perfectos, de vernos impecables delante de los demás, de estar en una constante competencia para demostrar que estamos super bien, que somos pudientes, que pertenecemos a una élite, que somos ‘los más’. Marcela me interrumpe y me dice: “Los más infelices, será”. Le dije que si, que talvez detrás de esas caras sonrientes, de los carros, de las acciones, las casas y los lujos, había muchos vacíos. Marcela me dijo algo interesante: “No te olvides que los juicios no caben. Todos tenemos unas motivaciones que se desprenden de un montón de historia, de vivencias, de personas que han ejercido alguna influencia en nosotros, en ambientes que han proporcionado situaciones y experiencias particulares, únicas. Yo no creo que tú seas una mala persona o que Manuel lo sea. Es más, Diana, si yo tenía tanta curiosidad con William era porque en el fondo sabía que algo no estaba bien en su vida, y mira, no me equivoqué. Quién sabe qué dolores son los que arrastra ese hombre, y quién sabe cuáles son los tuyos y los de Manuel. Lo importante es que ya empezaron a curarse como se debe, lo demás se deja atrás. Mira, siempre he pensado una cosa: nosotros no somos responsables de lo que de pronto vivimos en nuestra infancia, si fuimos víctimas de abusos, de maltratos, de padres narcisistas, de muchas cosas, pero sí somos responsables de curarnos, de sanar esas heridas para no continuar con la cadena, así que te felicito, vamos para adelante que lo que queda es camino por recorrer”. Marce era lo máximo, me encantaba hablar con ella. Quedamos en que nos veíamos en la novena, me dijo que llegaba temprano para ayudarme, le agradecí y colgamos.

Cuando volví a la sala, Manuel ya se estaba alistando para salir a su cita y el Capi también estaba recogiendo sus cosas, nos estábamos despidiendo y de pronto me dice: “Diana, una pregunta: ¿usted siempre habló con Vanessa o también se vio con la socia?”.