Me llamó Vanessa, la dueña de la agencia de PR y me dijo muy emocionada que me había conseguido una cita con el dueño de una empresa chilena que estaba ya en negociaciones para exportar sus productos acá en Colombia y que necesitaba urgentemente una campaña de marketing. Yo me fui inmediatamente a chismosear la empresa y resultó ser un mega multinacional. Dije: ¡Aquí fue! Estos tienen plata, me voy con toda. Vanessa me mandó los datos de la reunión; el sitio era el restaurante del hotel donde se estaba quedando a las 7:00 p.m. No me gustó ni cinco la hora, pero dije: “¡Qué hps! Ese tipo debe andar super ocupado y no me puedo poner quisquillosa porque se me va”.
Total, me arreglé como siempre, me fui con todo mi material, mi computador y mi determinación. Cuando llegué casi me voy de culo. El tipo resultó ser super atractivo y muy sexy. Olía delicioso, perfectamente bien vestido, educado y muy galante. ¡Hagan de cuenta Marco Antonio Solis! Jajajajaja, ¡no mentira! Ojalá les hubiera visto la cara, aunque habrá la que le encante el mechudín ese. Hablando en serio, este hombre tenía un aire con David Gandy; ahora salta alguna: “I mi ni mi guisti isi tipi” Pues a mi sí. Se me hace un triple papacito. Yo empecé a temblar; la verdad fue que me desconcentré. Ya estaba acostumbrada a unos tipines ahí promedio, medio feos, normalitos, pero éste, ¡Dios mío!, éste era como de mentiras. Le calculé unos sesenta y punta de años, pero super bien mantenido. El caso fue que inmediatamente se excusó por haberme citado ahí, me dijo que hubiera preferido tener una reunión más formal en una sala de negocios, sin embargo, había estado tan atareado que fue imposible encontrar otro espacio, que esperaba que no me hubiera causado molestias por la hora. Le dije que no había problema, que entendía perfecto y me fui al grano sin titubeos. Muy profesional, fui sacando mi computador y empecé a hablar como una lora mojada. El me miraba muy concentrado, sonreía y de vez en cuando me hacía una que otra pregunta. Después de mi retahíla, me dijo que estaba muy interesado. Habló un rato para explicarme lo que estaba buscando, me aseguró que después de haberme escuchado era la persona justa para desarrollar lo que necesitaba y me pidió que le pasara una propuesta.
Yo no podía de la dicha, pero trataba de disimular como si estuviera super acostumbrada a hacer negocios diariamente. Empecé a cerrar mi computador y a recoger mi agenda, etc., ya me iba a parar para despedirme y de pronto me dice: “Diana, espera. No he terminado, no te voy a quitar mucho más tiempo. ¿Tienes cinco minutos más?” Me dio una pena horrible, me sentí medio mal educada por querer irme tan rápido, le dije que ni más faltaba, que tenía todo el tiempo. El hombre se deja venir con una sonrisota super sexy y me dice:
“Mira, esto que te voy a decir puede ocasionar dos cosas: el final de una relación de negocios que ni siquiera ha comenzado o el inicio de una alianza fantástica que nos va a traer frutos a los dos. Llevo años en mi negocio, soy un empresario desde que me conozco y estoy muy acostumbrado a lanzar propuestas que no tienen zonas grises. Hace mucho perdí los miedos y asumir riesgos es mi motivación principal, así que sin mucho rodeo te hablo con sinceridad. Además de inteligente y excelente profesional, porque probablemente podrás intuir que hice una investigación previa acerca de tu background, eres una mujer hermosa. Me pareces espectacular y si estás de acuerdo, me gustaría pasar una noche o un rato contigo. Esto no tiene nada qué ver con el trabajo. El tema es que en esto solo decido yo; tu propuesta va para el área comercial de mi empresa y va a ser evaluada por un comité. Lo que quiero decir es que acá también pueden suceder dos cosas: independientemente de lo que pase entre los dos, tu propuesta puede ser aceptada por el comité, caso en el cual seguiríamos trabajando sin problemas, o puede ser rechazada; en ese escenario nuestra ‘otra’ relación podría continuar. Aclaro: eso también tiene un valor y acá es cuando volvemos a donde empecé. Puede ser que tú te ofendas, que me encuentres un tipo super irrespetuoso y que hasta quieras demandarme o lapidarme socialmente, lo cual significaría el final de cualquier tipo de alianza entre los dos, o, puede que demos inicio a una fructífera sociedad. Te explico por qué pago por ese ‘servicio’ si lo podemos llamar de alguna forma: porque soy un hombre casado, no me interesa crear ningún tipo de vínculo sentimental con ninguna mujer y el hecho de ponerle un precio equivale a un contrato. Tú no eres una mujer que parece que ‘necesite’ dinero, pero seamos sinceros Diana, a nadie le sobra tanto como para no aceptar una cantidad que, en dado caso, te la puedes gastar en dulces. Entonces, ¿Qué dices? ¿Tienes preguntas?”
Quedé helada. Empecé a mirar para todas partes porque pensaba que era una cámara escondida, que se trataba de una broma, que no podía estar pasándome eso. Yo lo miraba y no me salían las palabras. El notó mi incomodidad y me dijo que me tranquilizara, que no era el fin del mundo, que no estaba tratando de hacerme sentir mal y con un tono bastante amigable me dijo: “Como se nota que apenas estás incursionando en este tipo de modalidad y de negocios. No te aterres, esto es más común de lo que te imaginas y estoy seguro de que te van a llegar muchas más propuestas. No te afanes, ni me veas como un depredador. Entiendo que no es un comportamiento socialmente aceptado, pero por favor, ¡querida! Vivimos en un mundo de mentiras en el que todos posamos, pero lo que pasa por detrás es lo que nos mueve de verdad. Esa otra energía que vive dentro de los seres humanos es real y es muy poderosa. Yo también hago lo mismo que la mayoría de gente. Me tendrías que ver en mi ciudad, con mi familia, con mis hijos. Impecable porque así me enseñaron. Lo que pasa es que la vida no es eso, mujer. La vida es mucho más que lo que aparentamos y no se trata del pecado, de satanás, bueno, no sé si eres una mujer creyente. Sencillamente es algo que a veces nos gana y nos lanzamos sin escrúpulos a pasar un rato ahí donde nadie nos ve. De todos modos, insisto: si aceptas, está perfecto y pasamos un momento increíble. Tú me mandas la propuesta, la someto a la aprobación del comité y puede que la aprueben. Si no aceptas, igual me la mandas, claro, si no quedas ofendida conmigo y todo sigue su curso normal. Te puedo jurar que tu respuesta no tendrá nada que ver con la aprobación o no de tu proyecto. Y si te estás preguntando por el precio de nuestro ‘contrato’, yo empiezo con una base: 5000 dólares. Eso es lo mínimo que pago, eres libre de negociar y yo de aceptar.”
Yo no podía creer todo lo que me estaba diciendo este señor. Se me pasó la vida en un instante, pensé en mis hijos, en mis papás, en mi círculo, en el último que pensé fue en Manuel. Pero no puedo negar que sentí una tentación inmediata. Me dieron ganas de decirle que sí, subirme a esa habitación y revolcarme con ese señor tan papacito; pensaba que si le pedía 8000 dólares, talvez me diría que sí; dónde y cuándo me iba a ganar esa cantidad así de rápido y de fácil. No, no, no. Yo no podía estar contemplando esa posibilidad. Era impensable que una mujer como yo, con los principios y valores con los que fui educada pudiera caer tan bajo. No me salía una sola palabra, no era capaz de hablar. El solo me miraba. De pronto le entró una llamada al celular, me pidió excusas y me dijo que debía responder, se levantó de la mesa y se fue hasta el bar para hablar en privado. Mientras tanto yo no sabía qué hacer. Pensaba si era el caso de llamar a alguien, pero a quién. María Clara o Juliana me iban a acribillar, sobre todo Juliana. A lo mejor María Clara me decía que me mandara de una, pero no era una opción llamar a nadie para contar algo semejante. Pensé: “¿Y si decido aceptar?” Esto no lo puede saber absolutamente nadie. Nadie es nadie. Lo cierto es que me incrementarían mis ingresos y podría parecer como que mis negocios van viento en popa porque la realidad es que sí estaba trabajando.
En medio de esa pensadera tan horrible de pronto siento una voz femenina que me dice: “¿Diana?” Se me congeló hasta la cuca. Pegué un brinco como si me hubieran pillado metiéndome una línea de cocaína en la embajada americana. Me volteo a mirar y era Marcela; una compañera de la universidad con la que compartí un montón. Hicimos muchas cosas juntas; estudiamos, hicimos mil trabajos en grupo, salimos, fiestiamos, en fin, fuimos muy buenas amigas, solo que Marce y yo pertenecíamos a mundos muy distintos y creo que eso fue lo que nos fue alejando. Mientras estábamos en la universidad no había lío, pero después cuando empezamos a trabajar y cada una fue conociendo otra gente y regresando a su círculo parecía que no encontrábamos muchos espacios en común. A mí me dio duro cuando nos alejamos porque es una mujer fantástica. Es inteligente, sensible, divertida, muy sabia y sensata. Me encantaba ir a su casa. Sus papás eran divinos, muy generosos, la trataban con un amor increíble. La mamá nos hacía onces, no me dejaban irme sin comer, era una familia espectacular. Vivían en un barrio de estrato tres, y a mis papás les daba algo cada vez que les decía que me iba para su casa. Mi mamá sufría como si le dijera que me iba para la franja de Gaza o algo así. Nos reíamos mucho de mis papás y cuando Marcela venía a mi casa a estudiar, mi mamá me miraba con ojos de: pero no se puede conseguir otras amiguitas, ¿ola? Me acuerdo un día que estábamos estudiando y Marce se quedó a dormir en mi casa. El domingo por la mañana mi mamá me llamó en privado y me dijo en voz baja: “Nos vamos a almorzar al club. ¿Marcela se va ya para su casa o se quedan acá y les pido algo?” Le dije a mi mamá: “¿Y por qué no vamos con ella al club y almorzamos todos allá y luego la llevamos a la casa?” Quién dijo miedo: a mi señora progenitora casi le da un ataque. Me dijo: “Pero ¿Cómo se te ocurren esas ideas? ¡Ay no, Diana! Quédense acá y les pido algo”. Mi mamá toda la vida ha sido un personaje.
El caso es que apenas la vi, nos dimos un abrazo de esos que lo dejan a uno sin aire. Yo sentí una felicidad tan infinita. Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que nos habíamos visto en persona. Estábamos en las redes, yo sabía más o menos de su vida, pero había pasado una eternidad desde que había escuchado su voz. No sabíamos por dónde comenzar, qué preguntar, qué decir. El caso es que cuando estábamos tratando de poner en orden las frases, yo caí en cuenta de que estaba en la mitad de una situación bastante bizarra y le dije: “Marce, estoy en medio de una reunión de negocios con ese señor chileno que está allá hablando por celular, pero por favor júrame que nos vamos a ver en estos días. Tenemos mucho de qué hablar.” Me dijo que claro, que le encantaba verme, que estaba muy linda, me dio una tarjeta y me dijo que no me iba a perdonar nunca si no nos veíamos pronto. Le dije que era una promesa. Ese abrazo que me dio para despedirse me supo a amor, a sinceridad, a transparencia, a autenticidad. Fui feliz en ese momento. La vi alejarse y su imagen se interrumpió cuando volvió mi ‘cliente’ potencial. Me miró a los ojos, sonrió y me dijo: ¿Entonces Diana? ¿Tienes alguna respuesta o contra propuesta para el contrato 1?