Mateo estaba con Piñeres y con una niñita que nunca había visto. Los tres con los ojos rojos y con caras de huevones. No había olor a marihuana ni nada, así que me pareció peor. Yo haciéndome la más relajada, entré normal, saludé a Piñeres y le estiré la mano a la niña y me presenté. Ella me saludó lo más de simpática y se quedaron super tranquilos los tres. Yo la verdad no sabía ni qué hacer. Me daba miedo confrontarlo delante de sus amigos, además porque tampoco estaba segura de lo que estaba pasando ahí, pero que algo se habían metido, eso era seguro. Yo me hacía la tranquila, preguntaba cosas sin sentido y mientras tanto buscaba con la mirada por cada rincón de ese cuarto algo que me diera un indicio. De pronto Mateo me dice: “Bueno, ma, estamos estudiando, nos vemos ahora”. Le dije: ¿Ah sí? ¿Entonces no han comido? Y Piñeres dijo: no y Mateo dijo que sí. Los miré y les dije: bueno, les voy a preparar algo para que coman. Mateo se vino detrás de mí como acompañándome a la puerta y me dijo: “Dale, ma. Gracias.”

Me fui para mi habitación super pensativa. No entendía qué estaba pasando ahí, pero es que tampoco entendía qué estaba pasando en mi casa con mi familia, con mi vida en general. Me entró un desconsuelo verme sola con estas situaciones tan ajenas a mí, a lo que en algún momento me había imaginado que sería tener una familia, hijos y todas esas maricadas. Me dio ira pensar que Manuel no estaba; me lo imaginé feliz acostado con Claudita mientras yo estaba ahí tratando de adivinar qué se había tragado mi hijo. Le contesté el mensaje a Marcela. Miré mi agenda y le puse una cita para el viernes de esa misma semana en la noche. Le di el nombre de un restaurante que siempre me ha gustado y la hora. Bajé a la cocina para hacerles algo de comer a esos chinos y llegó Manuel con un tufito espectacular y lo vi; es que lo vi ahí en la camita de Claudia tomándose un aguardiente será, porque qué más le iba a ofrecer su novia. Me provocaba saltarle encima y darle un puño. Pero yo, como si nada.

Me saludó. Nosotros ya no nos dábamos beso de hola y chao, me sabía a mierda pensar en tocarlo y más acabadito de llegar de la casa de la otra. Me preguntó que cómo me había ido en la reunión con el chileno. Le dije que muy bien, que me había investigado y por eso había accedido a reunirse conmigo, que había quedado muy entusiasmado y que debía mandarle la propuesta. Me dijo que se alegraba y con su tonito de hombre querido y especial me dijo: “Ojalá que te salga algo, aunque esos chilenos son de cuidado”. Me daba realmente fastidio cada cosa que me decía, pensaba: Qué le cuesta decirme: “Estoy seguro de que te va a salir algo bueno de ahí; si ya sabe qué tipo de profesional eres, vas a salir con un buen negocio”, o algo por el estilo, pero no. Él siempre tenía que ponerle esa dosis de pesimismo, de duda, de escepticismo. Qué ira. Me quedé mirándolo como una plasta de mierda y le dije: “¿Sabes algo? No solo me dijo que le mandara la propuesta, sino que me hizo una él a mí. Parece que además de saber que soy una excelente profesional, me encontró muy atractiva y me ofreció 10.000 dólares para acostarse conmigo”. Obviamente eso se lo dije en mi mente, pero ganas no me faltaban de gritarle en la cara que había otros hombres que me deseaban. No le respondí nada y le conté lo que había pasado con Mateo. Me miró de reojo y me dijo que no le parara bolas a eso, que seguro estaban pegados al computador y que por eso tenían los ojos irritados. Los llamé para que bajaran a comerse unos sanduches que les preparé y le pedí al idiota de Manuel que se quedara ahí.

Baja este trío, se sientan reventados de la risa y se comen esos sanduches como si se fuera a acabar la comida. Mateo se paró y empezó a esculcar qué más había de comer por ahí; sacaron galletas, chocolatinas y cuanta chuchería encontraron. Y Manuel y yo ahí sentados mudos viendo cómo los godzillas acababan con la alacena. Para mí era claro que habían fumado hierba y tenían monchis. Manuel seguía pensando, o al menos eso me hizo creer en ese momento, que era normal que les diera ganas de mecatearse toda la cocina. Yo me paré de ahí y me fui para mi cuarto. Manuel se quedó con ellos cagado de la risa, celebrándoles cuanta estupidez decían y haciéndose el papá recochero y super cool. ¡Pobre pendejo!

Al rato, me di cuenta de que habían venido a recoger a Piñeres y a la niña esa. Me fui para el cuarto de Mateo y me miró como un zancudo. Ese sí no tiene filtros. Me fue diciendo: “¿Qué se te ofrece?”. Le dije que si estaba buena la hierba. Me abrió esos ojos como si le fuera hacer un trasplante de córnea y me dijo que de qué estaba hablando, que ellos no fuman, que nada qué ver. Le dije: mira Mateo, yo sé perfectamente que ustedes se metieron algo; si no se la fumaron, se la comieron, y para tu información, los brownies, galletas y comida que se hace con marihuana tiene un efecto mucho más potente. Las drogas no son juego. Y lo de siempre: “! Ay mamá, por favor! Qué drogas ni que drogas. Empecemos porque la marihuana no es una droga; pero de todos modos, nosotros no nos comimos nada, ni fumamos nada. Puedes estar tranquila.” Me quedé mirándolo y le dije que está bien, que la marihuana podía ser no considerada una ‘droga’, pero que sí era la puerta de entrada para probar otras cosas y que ahí era donde estaba el riesgo. Le di el respectivo discurso de la mamá que ha visto el sufrimiento de muchas familias a causa de una persona adicta, que por favor se cuidara, que él estaba muy joven y creía que todo lo sabía y todo lo entendía pero que la vida le iba a mostrar que no era así, en fin… todo ese sartal de cosas que nos sale a las mamás. Me miró, me dijo: “Qué lora mamá, en serio. Me quiero dormir ya.” No tuve otra opción que pararme e irme para mi cuarto.

Apenas puse mi cabeza en la almohada volví en mí, en lo que me esperaba el día siguiente. En la cita que tenía con el señor Chile. Lo primero que pensé fue: “¡Mierda! ¿Si estoy depilada?” y pues claro que no estaba, así que empecé a planear mi agenda de la mañanañ Tenía que irme a hacerme de todo. Cera, uñas, cejas, blower, mejor dicho, si hubiera podido, hasta botox. Empecé a repasar mis outfits y de repente otro: ¡Mierda! ¡Ropa interior! Necesito algo como sexy, ¿no? No es que me le voy a aparecer a este papacito en tanguita de Punto Blanco o el calzón normal de Victoria’s Secret. No, tenía que comprar algo más acorde con la ocasión, algo así de mujer fatal. Yo haciendo todos esos videos y de repente me entra una llamada de mi hermana. Le contesté de una, me saludó, nos pusimos a hablar del más y del menos, me dijo que estaba pensando venir a Colombia, me contó de mis sobrinos, chismoseamos un rato, me preguntó por mis cosas con la agencia, le conté que todo iba viento en popa, que me estaba yendo muy bien, que tenía un montón de trabajo, de hecho, tenía una cita al otro día con un cliente chileno, etc., y me dijo: “Diana, me alegra que le esté yendo bien, pero lo único que le digo es que lo más importante es que usted esté bien y que entienda que las cosas pasan a su ritmo. No se deje presionar de nada, ni de nadie. Vaya con calma, usted es una dura y sé perfectamente que lo que se proponga lo va a sacar, pero todo necesita de un ritmo natural.” No tengo ni idea por qué mi hermana me salió con eso. Cuando ya le iba a contestar cualquier frase pendeja, ella misma me dijo que me tenía que colgar que porque se le estaba quemando no sé qué en el horno. Total, nos despedimos y yo quede cabezona con eso. Llegó Manuel, se acostó, yo me di vuelta y a dormir se dijo.

Se llegó el otro día, después de la rutina de la mañana y cuando me quedé sola, me bañé y me fui con mi agenda de limpieza pelística y demás. Hice todo lo que había planeado en mi cabeza. Regresé a mi casa, me vestí y me puse como una princesa. Mientras me arreglaba no podía creer que de verdad fuera a hacer algo así. Salí de mi casa super emperifollada, discreta, pero sexy. Me subí en mi carro y mientras iba camino al hotel de nuevo se empezó a atravesar toda mi vida. En lo que más pensaba era en mis hijos. Me daba una vergüenza horrible y todavía no era capaz de convencerme que era en serio que estaba a punto de llegar para tener un encuentro sexual por plata. Llegué al hotel, parqueé mi carro, me bajé, llegué al lobby y me empiezan a temblar las piernas; esa determinación que me había acompañado todo el día se estaba desvaneciendo poco a poco. Pensaba que todavía estaba a tiempo para arrepentirme. Podía dejarle un mensaje al señor Chile, yo sabía que él iba a entender. Las manos me sudaban de forma excesiva; mientras más me acercaba, más sentía ganas de salir corriendo de ahí. De repente me vi. O sea, fue como que todo me dio vueltas y me alcancé a ver desde arriba cual dron. Y ahí en ese momento dije: “Pero ¿yo qué putas estoy haciendo?” Me vi convertida en una putita encontrando a su cliente, di la vuelta y como pude aceleré el paso para devolverme a mi carro. Iba ya en lo que para mí era una carrera cuando siento una voz masculina: ¡Diana!