Paula llevaba varios días haciéndose preguntas de todo tipo porque era evidente que la relación con Hugo pasaba por un momento particular. Después de casi veinte años de matrimonio y tres hijos lo raro sería que nada pasara. Claro, justamente ese era el problema: nada pasaba. La indiferencia y apatía de su esposo la llenaban de dudas, sin embargo, ella misma se respondía los interrogantes que la acechaban y pensaba que era normal; que los matrimonios se cansan y las relaciones se transforman, todo hace parte del paquete. Paula y Hugo por años mantuvieron muy alto el nivel de su vida sexual; los dos hicieron click desde el principio por su incandescente deseo y su apertura en esa parte, pero también es cierto que cuando llegan los hijos, la rutina se apodera y se convierte en un integrante más de la familia, los recibos se multiplican, las responsabilidades aumentan, no hay mucho tiempo para pensar en lo que en su momento fue la prioridad. ‘Esas cosas pasan’, se repetía Paula para convencer a su mente y a su cuerpo emplazado en uno de los cajones de cualquier mueble de la casa, de la nueva normalidad en su hogar.

Un día la hermana de Paula la llamó para decirle que el domingo que se aproximaba su mamá los invitaba a almorzar y que si podían llevar el postre. Paula le dijo que si y le preguntó qué iba a llevar ella. Su hermana soltó una carcajada y le dijo que su presencia era más que suficiente, que agradecieran todos que iba a ir. Paula ya estaba acostumbrada a las respuestas de su hermana así que decidió preguntarle por los niños. Rossana se dejó venir con el caudal de quejas:

Rossana: Pues aparte de la gripa que les acabó de dar, están bien, pero como siempre rogándole al inútil de Fabio que se ponga las pilas. El no entiende que es humillante llevar los niños al colegio, ver a sus compañeritos con los zapatos, las maletas y útiles de moda y mis niños parecen hijos de nadie; ahí con los mismos chiros de hace rato. !Uy! !Es que me provoca matarlo! Y yo llegando en ese carro que da pena, ¿a usted le parece normal eso? 

Paula: Oiga, ¿Usted está hablando así delante de los niños Rossana? No haga eso. Fabio es su papá y no está bien que se exprese así.

Rossana: ¡Ahí está pintada usted! Que sepan la clase de papá que tienen. Que se den cuenta y que agradezcan que yo estoy ahí en la jugada exigiéndole para que cumpla con sus responsabilidades.

Paula: ¿Y usted por qué más bien no busca un trabajo para poder comprarle todo lo que quiere sus hijos? 

Rossana: !Ay no, mija! No empiece con su cantaleta. No me venga a decir lo que tengo que hacer con mi vida. Yo no hago sino velar por el bienestar de mis hijos y estar presente para que crezcan en un hogar con una mamá que se ocupa de ellos.

Paula: Pero si usted pone a su empleada a jugar con ellos… ¿De qué está hablando Rossana? Lo único que le digo es que la vida pasa a mil y cuando menos se de cuenta los hijos se van y usted ¿de qué va a vivir?, ¿qué va a hacer? 

Rossana: Gracias por su preocupación doctora, pero eso es asunto mío. Yo la llamé únicamente para que vaya a almorzar donde mi mamá. Allá nos vemos. Chao.

Paula insistía con su hermana cada vez que hablaban porque no soportaba el modo en el que se expresaba, no estaba de acuerdo con el estilo de vida que había elegido, y usualmente terminaban peleando. No entendía cómo era posible que llevando la misma sangre fueran tan, pero tan distintas. Rossana era una mujer particular. Se había casado muy joven con uno de sus vecinos de toda la vida. En realidad, ella era de las chiquitas del barrio, pero cuando crecieron en algún momento se reencontraron ya más parejos generacionalmente y Fabio no pudo rendirse ante los encantos de Rossana. Una niña de cara bonita, super fiestera y desde siempre muy superficial. Todos la conocían como la muchachita caprichosa, consentida, de muchos pretendientes y muy exigente. Siempre supo usar muy bien su belleza como arma para obtener todo lo que quería. A diferencia de Paula, nunca tuvo claro lo que quería hacer con su vida a nivel profesional, terminó diseño gráfico, pero no ejerció jamás, probó una cosa, la otra, pero nada la entusiasmaba. Cuando se enamoró de Fabio, encontró que casarse joven le podría dar la posibilidad de formar una familia y no tener que preocuparse por trabajar o enfocarse en ganar dinero. Siempre anheló tener hijos, ese era su sueño y así sucedió. Fabio, un hombre tranquilo, bueno y responsable se enamoró como nunca creyó que podría ser posible y le apostó todo a su familia con Rossana. Lo que no sabía era en lo que ese hogar en el que él había puesto toda su esperanza y energía se iba a revelar la más grande pesadilla de su vida. Fabio era un hombre de un temperamento tranquilo, era bueno y confiado. Tenía una relación bastante tranquila y armoniosa con Paula. Se podría decir que era con la única persona de esa familia con la que medianamente alcanzaba a tener una comunicación decente o al menos sincera.

Paula decidió llamar a su mamá para preguntarle más detalles acerca del almuerzo. Sabía cómo eran las cosas con ella y prefirió asegurarse antes de llevar algo equivocado y que causara algún tipo de discusión antes de comenzar el evento. Su mamá la saludó, le dijo que llevara lo que quisiera menos esa torta horrible que había comprado en esa pastelería tan mala la otra vez y que no se pusiera a cocinar porque no era que brillara por sus postres.

Paula: ¿Y entonces para qué me dices que lleve lo que quiera si de una vez me haces esa lista de cosas que no debo llevar?

Elsa: Ay Paula, no seas exagerada, simplemente te estoy haciendo unas recomendaciones. Mira, ese postre que compraron la otra vez ahí en esa pastelería que queda al lado de la casa de Rossana me pareció muy bueno. Trae ese. Pero bueno, ¿y es que tu hermana no te dio toda la información?

Paula: Pues no, porque ella me llama para pelear, por eso te llamé porque la idea es que sea un almuerzo tranquilo, ¿no?

Elsa: Qué pereza esa peleadera de ustedes dos. Acá por favor no vengan a hacer dramas, dile a Hugo lo del postre que él se debe acordar muy bien de cuál te estoy hablando.

Paula: ¿Y mi papá cómo está?

Elsa: Pues bien, ¿Cómo quiere que esté? De ese temita tenemos que hablar Paula. Sinceramente es hora de que su papá se vaya. Yo no entiendo qué hace viviendo todavía acá.

Paula: Ya hemos hablado de ese tema muchas veces, mami. ¿Cuál es el problema de que siga ahí? El no molesta para nada, se la pasa leyendo noticias en el computador y haciendo crucigramas y en cambio si se va para un apartamento es más complicado y él solo se muere de pena moral.

Elsa: Es que ustedes son las que se deben hacer cargo de eso, si le da tanto pesar lléveselo a vivir con usted. A mi me estorba; no puedo tener privacidad de ningún tipo porque él sigue metiéndose en todo, quiere saber cada detalle, ¡Ay no! ¡Qué pereza! Yo ya estoy vieja para andar dando explicaciones. Estoy harta con esta situación. Hable con su hermana a ver cómo van a resolver ese tema.

Paula: ¡Sobre todo mi hermana! Ella no tiene ni idea del significado de la palabra ‘resolver’; es experta en complicar, en hacer problemas, en quejarse, pero nunca resuelve nada.

Elsa: Bueno, estoy muy ocupada, acá nos vemos el domingo.

Paula colgó y se quedó pensativa. Sus papás desde hace años no tenían una relación de pareja. Elsa, fuerte de carácter, activa, vanidosa y egocéntrica le había dicho a Fernando que ella ya no lo quería como esposo, que ese matrimonio estaba mandado a recoger. Por su lado, el papá de Paula era un hombre muy introvertido, de pocas palabras, tímido, de movimientos lentos y con poco poder de decisión. Cuando su esposa le comunicó que no quería seguir casada con él, se limitó a recibir la información y le dijo que iba a buscar para dónde irse. Han pasado casi cinco años y sigue en la misma casa. Elsa decidió acomodarlo en una zona de la casa donde habían construido un mini apartamento pensando en que podrían arrendarlo. Sin embargo, después de haber tenido varios inquilinos problemáticos, Elsa decidió no volver a recibir a nadie más y Fernando se fue para allá. Tiene una entrada independiente a la casa, pero tiene una puerta que comunica las dos construcciones. A veces Elsa le pone seguro para impedirle la entrada, pero regularmente permanece con el acceso libre. La empleada hace el aseo de las dos casas y cocina también para él. Paula le hace mercado, lo visita, le compra la ropa, lo lleva a los controles médicos y es la que más está pendiente de él. Vive de su pensión que apenas cubre los gastos básicos mensuales.

Esa es la razón por la cual Paula no quería que Fernando se fuera para otra parte, pues seguramente se incrementarían los gastos y sería mucho más complicado atender todas sus necesidades. Elsa cada que le da la gana, retoma el argumento y presiona sobre todo a Paula para que decidan a dónde se van a llevar al papá. Ella dice que ahora sí quiere arrendar el apartamento y cada vez que puede les dice a sus hijas cosas como: “Hay una persona que está buscando dónde vivir; si su papá no estuviera ahí aplastado, podría arrendar inmediatamente esa casa, pero como a ustedes no les ha dado la gana de solucionarme ese temita, me están haciendo perder una plata ahí”. A Rossana las palabras de su mamá le entran por un lado y le salen por el otro, pero Paula sufre con los reclamos e ironías de Elsa. Así llevan años, toda la vida con una relación bastante particular. Muchos la llamarían ‘tóxica’.

Como si Paula no tuviera suficiente con sus tres hijos, la casa, su trabajo y un esposo algo indiferente, su mente la ocupaba pensando en su papá, en las cosas que le decía su mamá y las críticas de su hermana. Al final de la tarde, empezó a preparar la comida, alistó la mesa y finalmente llegó Hugo. Se sentaron todos a comer, a excepción de Santiago, su hijo, quien le había avisado que iría a comer algo con una amiga. Paula sospechaba que tenía una relación con ella, pero su hijo, que era bastante reservado, no le había confirmado nada. Paula y Hugo compartieron una comida tranquila con sus dos hijas. Cuando terminaron ellas se levantaron y cada una se fue para su habitación. Hugo se quedó con Paula mientras ella arreglaba la cocina y empezaron a hablar del más y del menos. Paula le dijo que su mamá los había invitado a comer el domingo, él se puso feliz. Era extraño por el ambiente que se vivía en esa casa, pero a Hugo le encantaba ir a esas reuniones. A pesar de las particularidades de cada miembro de esa familia, parecía que disfrutaba estar con ellos, le gustaba la compañía. De todos modos, él se llevaba bien con todos, lo querían porque siempre estaba enterado de la vida y proyectos de cada uno, les hacía follow up, les preguntaba por cada detalle y Elsa siempre aprovechaba su presencia para pedirle el favor de hacer todas las cosas que ella no es capaz de hacer en la casa como cambiar un bombillo, o revisar la toma eléctrica o mover el sofá, todo ese tipo de tareas que él las realizaba con mucho gusto porque era un hombre hacendoso.

En medio de la conversación, Paula se lanzó y le dijo a Hugo que si a él no le parecía que se habían alejado mucho, que se estaban olvidando un poco de su relación de pareja y de pronto se avivó una marea de recuerdos donde cada uno entre risas y brillo en los ojos traía una escena más caliente que la otra; todo lo que hacían cuando estaban más jóvenes, menos cansados, con más energía. Después de hablar un rato de las locuras que solían hacer, Hugo estuvo de acuerdo con Paula; le dijo que talvez era momento de avivar ese fuego, la miró fijamente a los ojos y le dijo:

Hugo: ¿Tú qué opinas de las experiencias swinger?