Paula quedó de una pieza con esa novedad. Habló un rato con su papá; le preguntó por el computador. Su papá le dijo que estaba funcionando muy bien y que estaba muy contento porque andaba muy entretenido. Paula trató de preguntarle cuáles eran las páginas que más visitaba para indagar un poco acerca de las actividades cibernéticas de su padre, pero él de manera tranquila y determinada le dijo que le gustaba mucho ver los portales de algunos periódicos nacionales e internacionales y hacer los crucigramas. Paula no quiso insistir más, tampoco tenía cabeza para hablar de ese tema cuando lo único que rondaba por su mente era que Hugo le estaba mintiendo. Se despidió de Fernando quien antes de colgar le dijo que le gustaría mucho verla, que ojalá pudiera ir al día siguiente. Ella le dijo que iba a ver cómo estaban organizados en la casa y le avisaba.
Tan pronto terminó la llamada, le mandó un mensaje a Margarita y le dijo que debía hablar urgente con ella. Su prima le dijo que se fuera para su casa, que ahí estarían más tranquilas. Paula se levantó, medio se arregló, les avisó a sus hijos que iba a comprar algunas cosas para el almuerzo y que volvía en un rato. Salió, se montó en ese carro y a la velocidad de la luz se fue para la casa de su prima. Apenas entró no pudo contenerse y las lágrimas delataron su tristeza. Ella todavía no sabía muy bien por qué lloraba, pero sin duda, presentía que algo estaba ocurriendo. Margarita la abrazó, le dijo que se calmara y la llevó de la mano hasta el sofá de la sala y le dijo que cuando se sintiera un poco más tranquila le contara lo que había pasado. Después de unos pocos minutos Margarita soltó un largo suspiro, levantó la mirada y empezó a hablar.
Paula: Margarita, Hugo me está mintiendo y no entiendo por qué. Me dijo que se iba a jugar con la gente de la oficina, pero fue a recoger a mi mamá a la casa; mi papá me lo contó de manera desprevenida. Desde que empezó todo este rollo de la experiencia swinger, ese encuentro con mi mamá en ese lugar, después la propuesta tan descabellada de Hugo y ahora cogerlo en esta mentira, no sé qué pensar. Yo sé que mi mamá lo llama de vez en cuando, ellos hablan, pero jamás en mi vida le he puesto malicia; al revés, me gusta que se lleven bien, que Hugo sea acomedido con ella, que le ayude. Siempre he sabido que desde pequeños han sido unidos y nunca le he visto nada de malo, pero ahora me parece raro todo. De todos modos, hay que tener en cuenta una cosa que me dijo él cuando le dije lo de la cita con el neurólogo y no se puede descartar: es cierto que yo también estoy muy sensible; él me hizo caer en cuenta de que me estoy acercando a la menopausia y usted sabe que las mujeres sufrimos de síntomas fuertes que hasta nos hacen ver cosas donde no las hay, o al menos, nos ponemos más sensibles. Yo de verdad no sé qué pensar, ni qué creer. A lo mejor él tiene razón. Debería ir donde un psiquiatra, es que creo que me estoy volviendo loca. Margarita, perdóneme. Yo no tendría por qué quejarme de estas estupideces con usted después de todo por lo que usted ha pasado. Esos sí son dolores de verdad y yo acá en un mar de lágrimas pensando que tengo la menopausia, pero es que no sé con quién más hablar.
Margarita: A ver Paula, primero que todo, no tiene por qué disculparse conmigo, no sea tan boba. Segundo, nunca compare los dolores de la gente, ni crea que lo que usted siente es más o menos importante o que existe una escala en donde dependiendo de los sucesos o traumas de las personas se ubican en un orden específico. Es cierto, Paula, lo que yo viví fue horrible, además porque todavía lo vivo. El dolor que produce la pérdida de un hijo es algo que no termina jamás, se transforma, se trabaja, pero nunca desaparece. Sin embargo, eso no significa que no entienda que las demás personas también sufren por múltiples motivos y que no porque mi dolor es tan profundo, tengo derecho a minimizar lo que sienten los demás. La empatía dignifica y fundamenta eso de lo que estamos hechos, así que no, Paula. No se sienta mal por venir a contarme sus problemas, sus tristezas o preocupaciones porque todos vamos encaramados en la montaña rusa que viene incluida en el paso por este mundo. Ahora, usted no se está sintiendo así por la menopausia. Usted está experimentando una desilusión porque descubrió que Hugo le está mintiendo. Todavía no es claro por qué lo está haciendo, pero el solo hecho de confirmar la falta de honestidad causa un mar de pensamientos que son legítimos. Usted lleva muchos años con Hugo; está lejos de ser perfecta sencillamente porque nadie lo es, pero ha sido una mujer entregada a ese hogar, trabajadora, excelente mamá, muy buena hija, a pesar de esos papás que tiene tan ‘particulares’, y perdone que se lo diga; todavía se sigue preocupando por su hermana que vive en Jupiter y quisiera que todos estuvieran bien. Es obvio, es lógico que se sienta mal. ¿Es que sabe una cosa? Nos tienen jodidos con esa maricada de aceptarnos, de ser felices a toda costa, de ser unas mujeres super poderosas, de ser multitasking, de estar siempre bien puestas, de responder a todas las necesidades, de complacerlos a todos, de agradarle a Reymundo y todo el mundo, ¡no joda! ¿De dónde diablos saldría ese discurso tan pendejo? ¿Quién dijo que no tenemos derecho a sentirnos de mierda en nuestro propio cuerpo?, ¿Quién dijo que no podemos cuestionarnos y evidenciar nuestras emociones como se nos dé la gana? Perdóneme que me ponga de ejemplo, pero usted sabe que yo duré escondida un montón de tiempo porque me daba pena que la gente pensara que yo había sido una mala mamá porque mi hijo se suicidó. La gente inmediatamente cambia la mirada, las retinas se convierten en dedos que apuntan, las falsas empatías y las palabras de aliento son tan solo un lugar común para insinuarle a uno que algo hizo mal, que en algo se equivocó, que no estuvo presente, que falló como mamá, que se equivocó. Y no. Todos vivimos procesos diferentes que van permeados por el propio carácter, por la personalidad, por el entorno, pero lo más importante es que estamos remando duro y parejo para sobrellevar las adversidades; que la humanidad es compleja y que nos vamos reconociendo a medida que sobrepasamos esos huracanes, a veces aprendemos a los garrotazos, pero no es necesario. Paula, desde hace rato hay algo que le he querido decir: Hugo tiene unos comportamientos muy hartos. Un hombre sabio, inteligente, compasivo, en el momento en el que usted le dijo lo del neurólogo, lo primero que hace es entender. Entender que no es normal hacer una propuesta como la que le hizo, que no puede pretender normalizar o bajarle el volumen a una cosa semejante. Entender que para usted es un shock que su marido le diga algo así y en esa medida, hubiera podido decirle algo como: bueno, no había pensado en eso; perdóname si te hice daño, voy a pensarlo, tal vez tengas razón. Pero no, él le voltea la torta para convencerla de que es usted la que está mal, que está loca, que tiene la menopausia, que está hormonal. Eso no es normal Paula. Ese comportamiento es absolutamente inaceptable y es un maltrato. Pero lo más importante de esto es que usted se de cuenta de ello, que lo note, que vea esas banderas rojas y actúe, y por favor no crea que está loca. No se deje convencer porque ese tipo de personas son las que lo llevan al mismo infierno acá en la tierra. Esa es la parte que menos me gusta, porque si somos sinceras, todavía no sabemos por qué le está diciendo mentiras. Lo que sí es cierto es que todo ese tema es oscuro, Paula. Hasta la experiencia swinger se podría llegar, pero eso de involucrar a su mamá es una cosa enferma y tenga la plena seguridad de que cualquier persona sobre la faz de la tierra que tenga un poco de sentido común, la ve de igual forma. ¿Usted qué quiere hacer Paula?
Paula: Es que no sé, me da pavor destapar algo que no sé si quiero ver o que no sé si voy a hacer capaz de afrontar.
Margarita: Es lo mejor, Paula. No escape de la realidad. Confronte a Hugo. Pregúntele de frente por qué le dijo mentiras, dígale: ¿Qué es lo que me está escondiendo? Porque algo está escondiendo, mija. ¿Usted ha contemplado que Hugo y su mamá tengan algo?
Paula: Fue lo primero que se me vino a la cabeza, pero es que eso sería inconcebible, ¿no cree? Yo no podría con eso Margarita. No, es que tiene que haber otra explicación. Ellos son muy unidos, pero a ese punto…no, no puedo ni siquiera imaginar.
Margarita: Bueno, pues prepárese para todo Paula. Pero prométame que para lo que más se va a preparar es para impedir que Hugo invalide sus emociones y su sentir. No le pase más esas cosas; yo sé por qué se lo digo.
Paula: Si, tiene razón. Hugo siempre ha tenido ese modito pasivo agresivo y termina por convencerme. Al final me callo para evitar discusiones, pero lo peor es que sí me quedan dando vueltas las cosas en la cabeza. Oiga, yo les dije a mis hijos que dizque iba a comprar algo para hacer el almuerzo, pero a este punto, tendré que comprar algo listo porque ya no alcanzo a cocinar. ¿No quiere venir a almorzar a mi casa? Hugo llega hasta por la tarde, o eso me dijo.
Margarita: No, gracias. Yo tengo un montón de cosas que hacer. Vaya y cómpreles el almuerzo a sus hijos, trate de pensar en otras cosas y cuando llegue Hugo confróntelo de una.
Paula le da un abrazo a su prima, le agradece por estar siempre para ella y se va a comprar algo listo para llevar a su casa. Cuando abre la puerta llegan sus hijos al tiempo para preguntarle que si trajo algo porque tienen hambre. Paula les dice que si, que la acompañen a la cocina para que almuercen de una vez porque está caliente. Todos están ayudando a su mamá a poner la mesa, desempacan la comida, empiezan a servir y le entra una llamada a Paula. Es su papá. Le parece extraño, les dice a los hijos que inicien porque le va a contestar la llamada al abuelo y se sale de la cocina.
Paula: Hola papi, ¿Cómo estás? ¿Pasó algo?
Fernando: No, mijita, nada. Es que estaba acá asomado a la ventana y como me habías preguntado por tu mamá, acabó de llegar. Hugo la dejó al frente de la puerta. Bueno, me imagino que él también te iba a avisar, pero yo me adelanté por si la quieres llamar.
Paula: Ah bueno, papi. Gracias. Si, ahora vamos a almorzar, la llamo por la tarde. No es nada urgente. Gracias por avisarme.
Paula cuelga el teléfono y queda peor que antes. No entiende qué es lo que está pasando. Sus hijos se dan cuenta que dejó de hablar con el abuelo y la llaman para decirle que venga a almorzar con ellos. Se sienta en la mesa muy pensativa, pero trata de disimular y se ponen a hablar del más y del menos. En medio del almuerzo, sienten que se abre la puerta de la casa. Entró Hugo. Saluda muy relajado, dice sonriendo que llegó apenas porque tiene mucha hambre y Paula abre los ojos porque no puede creer que esté tan campante.
Paula: ¿Y qué pasó con el partido? ¿No dizque era hasta por la tarde?
Hugo: ¡No, esos huevones! No llegaron todos, nos pusimos a echar carreta haciendo tiempo, pero al fin decidimos aplazar porque incompletos, ni modo, así que decidí devolverme.
Paula sintió un vacío en el estómago.