Hugo salió del baño y encontró a Paula mirando hacia el techo. Se quedó mirándola y le dijo que se veía hermosa, que había estado increíble y que definitivamente no podían perder el ritmo, ni dejar que los compromisos, el trabajo y los niños los distanciaran. Cuando se fue acostar, tomó el celular y escribió algo. Paula le preguntó que a quién le escribía a esa hora y él con toda la tranquilidad le dijo que era uno de sus colegas del trabajo para ver si jugaban al día siguiente. Le dijo que le había contestado que estaba disponible pero que confirmara bien con los demás para ver si esta vez salían con algo.
Paula quedó desconcertada. Otra vez las mentiras. No se sentía capaz de confrontarlo en ese momento. No podía creer que después de haber tenido una noche tan maravillosa tuviera la sangre fría para continuar con un engaño. El problema más serio era que ella no terminaba de entender por qué le mentía. Le parecía muy raro que su mamá le escribiera a esa hora, pero al mismo tiempo pensaba que a lo mejor podía necesitar algo urgente y que tal vez ya se lo había pedido más temprano y que si él le estaba ocultando que era su mamá era porque justamente después de haber pasado una noche tan especial no quería volver a la misma discusión. Por un momento Paula sintió que Hugo la estaba protegiendo, es más, estaba protegiendo la relación de los dos porque no valía la pena discutir por bobadas.
Esto hizo pensar a Paula que iba a tener que hablar con su mamá y le iba a tocar decirle que no fuera tan intensa con Hugo. Le parecía que se estaba aprovechando, que lo había cogido de marrano, que cada vez que se le antojaba lo llamaba o le escribía para pedirle sus favores, y aunque ella nunca le vio nada de malo, a este punto sentía que se le había ido la mano y que no tenía por qué estar acosándolo de esa manera. También sabía que si se lo decía a Hugo, él le iba a decir que para él no era un problema porque siempre ha querido ayudar, y siente que Elsa está muy sola. Fernando no es el tipo de hombre que esté pendiente de las cosas de la casa o de sus necesidades y ella no tiene quién le de una mano. Pero al mismo tiempo pensaba: pero qué casual que no tenga quién la lleve a comprar cortinas, pero sí tiene parche para el bar swinger. A Paula le entró una especie de cólera y decidió que al día siguiente iba a ir a la casa de su mamá a ponerla en su lugar.
Al día siguiente Paula se levantó temprano de muy buen ánimo y con toda la energía para hacer un super desayuno a toda la familia. Preparó pancakes, huevos, café, chocolate, jugo de naranja, a cada uno le sirvió un plato con su fruta preferida, sacó la vajilla más bonita y alistó la mesa como para recibir visita. Cuando llegaron a la cocina Hugo e hijos quedaron de una sola pieza. Todos estaban maravillados de ver semejante manjar. Sonriendo felices cada uno se sentó en su puesto y desayunaron como no lo hacían desde hace mucho tiempo. Paula estaba feliz de ver a su familia radiante y sentía que definitivamente la armonía en un hogar depende mucho de la mujer. Estuvo tan estresada, tan ocupada, tan llena de ocupaciones que había olvidado que un detalle tan simple podía unir en armonía a la familia. Pensaba que no podía permitir que los pensamientos negativos la invadieran y que ella era el eje, si ella estaba bien, su familia estaba bien. Ese desayuno, que parece una bobada, le confirmó lo que puede hacer el amor.
Después de desayunar, todos le ayudaron en la cocina a limpiar y lavar y quedaron felices. Paula le preguntó a Hugo que si al fin iba a jugar y él le dijo que todavía no sabía, que no le habían dicho nada. Ella le dijo que iba a comprarle algo de mercado al papá y que iba a pasar a saludarlo un rato. Hugo le dijo que le parecía perfecto y les mandó saludos a Fernando y a Elsa. Cuando Paula se iba a meter al baño a ducharse, Hugo entró a la habitación, ella se devolvió y no aguantó las ganas de decirle un par de cosas a su esposo.
Paula: ¿Sabes que estuve pensando mientras hacía el desayuno que a mi mamá como que se le está yendo la mano contigo? O sea, yo entiendo que ella sienta que puede contar contigo, pero pues es que sabemos cómo es y lo que para ella empieza como un favor, se convierte en una obligación. Como que debería bajarle el voltaje. ¿No crees?
Hugo: En realidad no me siento así. Esa es la forma que ella tiene también para no sentirse tan sola, Paula. Hay que entenderla y no pararle tantas bolas, tampoco es que me esté bombardeando, ni que me escriba o me llame cada rato. Tu papá nunca le da una mano y ella solo busca quién le resuelva cosas. Eso es todo.
Paula: Pues sí, solo que me parece bastante particular que no tenga quién la lleve a comprar cortinas, pero sí que la lleven a un bar swinger. Como raro, ¿no?
Hugo: No vayas a empezar otra vez con la misma cosa. ¿Es que la pasaste muy mal anoche? Pensé que habíamos pasado una velada especial, que te había demostrado lo que importas para mí y ahora ¿sigues con la misma cantaleta?
Paula: No, no, no. Para nada, todo lo contrario. De hecho, estuve feliz, la pasamos increíble. Fue solo una idea que se me cruzó por la cabeza, pero debe ser que vivo tan prevenida con ella que me cuesta ver a veces sus necesidades.
Hugo: Eso es lo que pasa Paula. Parece que a veces no piensas en su bienestar porque crees que ella todo lo tiene solucionado o que es capaz de todo, pero no es así. No la juzgues.
Paula: Ok, ok. Mi intención no fue discutir por esto, al revés, quiero que estemos bien. Me voy a bañar y salgo para donde ellos. Hablamos después para ver si vamos a almorzar afuera o compramos algo listo para comer acá.
Hugo estuvo de acuerdo. Paula se arregló y se fue a hacerle el mercado a su papá y luego se fue para su casa. Decidió entrar primero a la casa de su mamá. Aunque tiene llaves de las dos cosas siempre timbra. Elsa le abrió y se mostró un poco sorprendida, pero la invitó a pasar.
Elsa: ¿Y ese milagro?
Paula: Ay mamá, cuál milagro si estuvimos acá hace ocho días. Qué exageración de verdad. Nada, vine a traerle a mi papá algo de mercado y pues a saludar. ¿Cómo están las cosas? ¿Todo bien?
Elsa: Lo mismo de siempre, mijita. Nada raro. Yo siempre necesitando muchas cosas con estos trabajos que estoy haciendo en la cocina y viendo cómo me las arreglo porque ustedes ni llaman para preguntar si se me ofrece algo, ¡Ah! Pero a su papá le traen mercado. Afortunado el hombre.
Paula: ¿Y qué es lo que tanto necesitas?
Elsa: No, tranquila. Yo resuelvo; no pienso incomodar porque parece que tiene muchas cosas qué hacer.
Paula: Pues tengo una vida mamá; tengo familia, hijos, trabajo, esposo, casa, si, tengo varias cosas qué hacer, a propósito de eso te quería hablar. Yo entiendo que Hugo es muy gentil y siempre se ofrece para hacerte muchos favores, pero a veces me parece que se te va la mano. El también tiene ocupaciones. Si es que estás muy urgida pídele el favor a Rossana que no tiene mucho qué hacer aparte de quejarse, o dime a mí.
Elsa: ¿Cómo así? ¿Es que Hugo se quejó o qué?
Paula: No, jamás. Soy yo la que me doy cuenta de que parece que requieres mucho de ‘sus servicios’ y me parece demasiado. Anoche le mandaste un mensaje al celular y era casi media noche. Un poco intensa la cosa, ¿no?
Elsa: ¡Lo que me faltaba! Que ahora usted venga a decirme qué es lo que tengo que hacer. Ya se me hacía raro que él se hubiera quejado, si a la que le da rabia es a usted. No me sorprende, Paula. Pero a ver, dígame, ¿De cuándo acá tengo que pedirle permiso a usted para pedirle favores a quien a mí se me dé la gana? ¿Qué es lo que le da rabia? ¿Qué le pida favores a su marido o que le escriba por la noche o es que está celosa de su mama, mijita? Aterrice Paula. Usted como siempre mostrando sus inseguridades y metiéndose quién sabe qué ideas en su cabeza. Gracias a Dios y a la virgen que hay alguien que se preocupa por mí. Menos mal que tengo alguien que me da una mano porque si fuera por ustedes estaría jodida. Su papá no sirve para nada y ustedes tampoco. Después de todo lo que yo hice por ustedes toda la vida, ahora lo que recibo son reclamos; ocupe su tiempo en cosas productivas Paula. Es más, preocúpese más por su esposo porque si usted sigue así ese hombre la va a dejar. Nadie se aguanta una mujer insegura y con la cabeza llena de pendejadas. Piense a ver más bien en qué es que anda Hugo en vez de venir a reclamarme a mi porque le pido que me lleve a comprar unas pinches cortinas. Pregúntese en qué ocupa su tiempo su marido, aunque cualquiera entendería que un hombre con una esposa como usted ande buscando cómo entretenerse. Muchas gracias por su visita, pero estaba de salida, voy al supermercado porque yo no tengo quién me traiga lo que necesito y bien pueda siga para donde su papito y le lleva sus víveres. Chao, Paula.
Paula quedó de una sola pieza con todo lo que le dijo su mamá. No podía creer que le hubiera dicho esa cantidad de cosas; obviamente se quedó pensativa, pero siguió su camino hacia la casa de su papá. – Hola papá – dijo mientras abría la puerta. Fernando con voz emocionada le dijo que siguiera, que estaba en la habitación. Paula dejó el mercado en la cocina y entró a saludarlo.
Fernando: Hola mijita, ¿cómo estás? ¡Qué dicha verte! ¿Cómo has estado?
Paula: ¿Bien papito, todo normal y tú? ¿Cómo estás?
Fernando: Bien mijita, todo lo mismo. ¿Saludaste a tu mamá?
Paula: Si, pero rapidito porque iba para el supermercado. Nos cruzamos ahí en la entrada. Te dejé las cosas en la cocina, ahora te las acomodo.
Fernando: Muchas gracias mijita. No te preocupes que yo las guardo. Paulita, no le pongas cuidado a tu mamá. Tu eres una buena mujer, con muchas cualidades. No te dejes convencer de lo contrario.
Paula: Papá, ¿por qué me dices eso?
Fernando: Porque hasta acá se oyen los gritos de Elsa. No le hagas caso, ella está convencida de tener siempre la razón y nunca muestra empatía por lo que le pasa a los demás. Yo estoy de acuerdo contigo, mijita. Ella abusa mucho de Hugo y él viene frecuentemente por acá. Ayer también vi que la dejó en la esquina del parque.
Paula: ¿Ayer? ¿Estás seguro?