La respuesta de Santiago no sorprendió a Paula. Pensó que los hijos, sobre todo los hombres, son un poco más reservados y no les gusta compartir su vida privada con la mamá. Sin embargo, en ese justo momento le reafirmaba su incapacidad, su error, su fracaso. No había podido construir una relación más cercana con sus hijos; no había sido capaz de proporcionar un ambiente seguro y de confianza en donde ellos se encontraran a gusto y confiaran en ella. Todo la hacía dudar; cualquier detalle era un puno en el estómago. Sentía que no había hecho lo suficiente, que le había quedado faltando mucho por construir y obviamente pensaba que nunca iba a ser capaz de lograrlo, que jamás estaría a la altura de tantas otras personas que son exitosas, que logran sus objetivos. Su más grande e importante proyecto de vida se había desmoronado y eso le comprobaba su frustración. Paula se fue para su cuarto, se metió en su cama deseando conciliar el sueño para no tener que pensar en nada.

Al día siguiente la rutina de la casa se desarrolló en completa calma. Todos se levantaron temprano para empezar la jornada y uno a uno fue abandonando la casa. Paula no se movió de la cama hasta que confirmó por el silencio que estaba sola. De donde pudo sacó las fuerzas para sentarse en su cama a contemplar la pared que tenía al frente. No había nada que la pudiera sacar de ese loop en el que se encontraba y las mismas ideas, las mismas palabras le daban vuelta una y otra vez sin parar. Así duró un rato hasta que su celular sonó. Era su prima Margarita, pero Paula no le contestó. Esperó a que dejara de timbrar y le mandó un mensaje de voz:

Mensaje de Paula: Quiubo Margara, perdóneme que no le conteste pero no tengo ganas de hablar con nadie, ni de hacer nada. Estoy asimilando todo esto. Digamos que dentro de lo que se podría decir, estoy bien, no se preocupe. Sencillamente no quiero ver ni saber de nadie. Cuando esté mejor la llamo de una. Gracias por estar pendiente.

Así era. Paula no tenía ganas de nada y no podía entender por qué parecía que la vida seguía sin ella. Le parecía increíble que todos hubieran seguido haciendo sus cosas mientras ella sentía que se estaba desapareciendo. No había nada dentro de ella, solo dolor, remordimiento, rabia, tristeza, desilusión y mucho miedo. No sabía por dónde comenzar, qué hacer, hacia dónde mirar.

Una de las cosas que ocurren normalmente cuando una mujer o una persona vive sometida en una relación con un narcisista es la incapacidad de tomar esa decisión que para los demás parece obvia: irse. Es muy difícil entender que cuando por tantos años se ha compartido un espacio con alguien que refuerza diariamente los defectos o hasta los inventa, subestima, denigra, minimiza, invisibiliza y humilla a su pareja, esa persona termina por creer todas esas palabras e insultos. Su autoestima desaparece, la voluntad se esfuma y el miedo se apodera de su mente y de su cuerpo hasta que la paraliza. Por más de que haya una conciencia de la infelicidad, de la tristeza e injusticia por la que está atravesando, es como si se convenciera de que eso es lo que merece y que no hay nada distinto que pueda hacer sino permanecer en ese ambiente que al fin y al cabo es lo que conoce.

Pasaron varios días y para justificar su depresión tuvo que decir que se sentía mal, que tenía un virus y no salió de la cama porque era el único sitio donde parecía que podía estar. En ese período de retiro obligado, recibió muchos mensajes de Margarita y de Fernando quien estaba preocupado, pero ella le repetía que era cuestión de días y que seguro el virus iba a desaparecer.

Mientras tanto Hugo y sus hijos siguieron sus rutinas como siempre. Hugo se mostraba atento con ella, le ofrecía medicamentos, cosas de comer, un té de vez en cuando y los remedios típicos para una persona enferma. Siguió al pie de la letra el guión de Paula y le decía que mucha gente estaba enferma, que había virus por todos lados, que se cuidara. Jamás volvió a ponerle el tema de los dos, nunca le preguntó si era de verdad que estaba enferma o que si le pasaba otra cosa, si había algo que pudiera hacer por ella. Nada. El estaba cuidando a la esposa virulienta.

Después de haber permanecido en un completo silencio, un día Paula decidió levantarse de esa cama, abrir las cortinas, las ventanas, se bañó, se arregló y salió de su casa. Se fue a visitar a su papá. Como cosa rara, cuando llegó decidió entrar por la puerta independiente del apartamento de su papá. No tenía ganas de ver a su mamá. Cuando su papá la sintió, preguntó si era ella, Paula le respondió.

Paula: Si papá. Soy yo.

Fernando: ¡Ay! Qué bueno mijita. ¿Ya te mejoraste? ¿Pero qué fue lo que te dio? Yo llamé a Hugo, pero no me supo explicar bien. Estaba muy preocupado. ¿Cómo te sientes?

Paula: Ya estoy bien, papá. Era un virus como raro, una especie de moridera, pero ya me siento mucho mejor. ¿Tú cómo estás? ¿Necesitas que te compre algo de mercado?

Fernando: No, tranquila mijita. Le pedí el favor a la muchacha y me compró las cosas que necesitaba. Todo está en orden. Te veo demacrada. ¿De verdad era un virus lo que tenías o pasa algo?

Paula no se pudo contener y empezó a llorar.

Fernando: Mijita, ¿qué te pasa? ¿Qué tienes? ¿Por qué estás así?

Paula: Ay, no, nada papá, es que estoy como sensible, yo no sé qué me pasa, pero últimamente me dan como ganas de llorar así de la nada, no sé es algo que ni yo entiendo.

Fernando: Puede ser depresión Paula. Estar así no es normal. ¿Pero hay algo que hizo que te explotara esa sensibilidad o salió así de la nada?

Paula: No sé, papá.

Fernando: ¿Pasó algo con Hugo? ¿Es tu mamá?

Paula: ¡Ay! Papá, si supieras…

Fernando: Yo sé Paula. Yo sé qué es lo que está pasando entre Hugo y Elsa y por más doloroso que pueda ser, me alegra que te hayas dado cuenta. Tengo que contarte algo.