Paula se quedó mirando a Hugo en silencio; por su mente le pasaban varias, muchas preguntas, la asaltaron mil dudas, sin embargo, no tenía ganas de profundizar en este momento. Se limitó a decirle que se fuera a trabajar, que iba a pensarlo y que le decía más tarde pero que no se hiciera ilusiones. Hugo sonrió, se le acercó, con un tono suave pero determinado le dijo que no le pusiera tanto misterio, que simplemente era una cosa que se le había ocurrido, pero que si ella no quería, no iba a pasar nada. La abrazó, la besó apasionadamente, le pasó sus manos por su cuerpo y le dijo que la deseaba, que no sobre pensara las cosas y que abriera por un instante la puerta a una experiencia que podría resultar divertida para los dos. Después de esas palabras, tomó sus cosas y se fue a trabajar.
Paula se quedó entre alborotada, perpleja, aterrada; en fin, un mar de emociones la recorrían y no sabía ni qué decirse a ella misma. La realidad es que esa mañana tenía varias cosas que debía entregar en su trabajo y no tenía mucho tiempo para dedicarle a la propuesta de su esposo. Se fue corriendo para su habitación, se desnudó para darse un baño rapidito y mientras estaba en la ducha se acordó de las manos de Hugo recorriéndola y las palabras que le dijo. Una voz interna le decía que talvez era hora de lanzarse a hacer algo realmente atrevido con su esposo y avivar el fuego que siempre los caracterizó. Estaba tan emocionada que por un segundo pensó que iba a aprovechar que estaba sola en su casa y antes de ponerse a trabajar le iba a dedicar unos minutos a su amigo el ‘satisfyer’, se reía de solo pensarlo. Salió cual flecha veloz de ese baño, ya se estaba acomodando y preparando toda la parafernalia, se acostó en su cama, pensó que necesitaba música así que buscó en el celular una de sus canciones favoritas y se dejó ir con ‘I put a spell on you’ de Annie Lenox, siempre le había encantado y la ponía en el mood sexy. Cerró los ojos, le puso on a su amigo el satisfyer cuando sintió que alguien entró a la casa.
Paula pegó un salto de esa cama, se puso su levantadora y asustada preguntó que quién estaba ahí. Era su hija mayor, Lina.
Lina: Soy yo mami, me cancelaron la clase de la mañana y me alcancé a devolver porque tengo un hueco muy grande y no me iba a quedar en la universidad todo el día. ¿Y tú qué haces escuchando esa música? ¿No tienes que trabajar?
Paula estaba ya vistiéndose y de los nervios no encontraba cómo quitar la canción y con la voz temblorosa le contestó a Lina:
Paula: Claro que tengo que trabajar, ya me estoy vistiendo. Yo no sé qué espiché y se me saltó una de las listas que tengo ahí en el celular, ¡Ay, no! qué estrés. Bueno, ya voy a sentarme a trabajar en el estudio.
Sintió los pasos de Lina que se acercaban a su habitación y cuando volteó a mirar, encima de la cama todavía estaba su mejor amigo, el satisfyer. Esa mujer se lanzó encima como quien va a atrapar una pelota para evitar un gol y la canción seguía sonando. Lina entró a la habitación y se quedó pasmada.
Lina: Mamá, ¿Qué diablos estás haciendo por Dios? ¿Te enloqueciste?
Paula estaba prácticamente encima del vibrador para evitar que su hija lo viera, giró un poco su cabeza y con su cuerpo estirado boca abajo y abrazando la almohada le dijo:
Paula: ¡Ay, es que quisiera quedarme en la cama todo el día hoy, tengo ganas de todo menos de trabajar!
Lina: De verdad que los papás de uno empiezan a actuar muy extraño cuando uno crece. En fin, me voy a estudiar a mi cuarto y apaga esa música, mamá. ¡Qué boleta!
Lina abandonó la habitación y Paula cogió su preciado tesoro, lo metió en su lugar seguro, terminó de ponerse las medias y de arreglarse, por fin pudo apagar la música y le empieza a dar un ataque de risa de pensar en la escena. Se había salvado por un segundo, menos mal que su hija no había alcanzado a ver algo más porque eso sí que hubiera sido demasiado bochornoso. Se fue para su estudio y se sentó a trabajar, cuando se dio cuenta ya había pasado toda la mañana y había alcanzado a entregar todo lo que tenía pendiente. Había estado tan ocupada que no había ni siquiera pensado en la propuesta de Hugo. Estaba llegando la hora del almuerzo. Le preguntó a su hija que si iba a almorzar en la casa, Lina le dijo que si, pero que ella se preparaba una ensalada porque en poco tiempo debía irse para la universidad.
Paula y Lina hicieron la pausa de almuerzo juntas en la cocina, cada una se preparó algo sencillo y se sentaron. Paula le dijo que el domingo irían a almorzar donde la abuela. Lina blanqueó los ojos, pero le dijo que bueno, hablaron del más y del menos, Lina terminó de comer, le dijo a su mamá que se tenía que ir corriendo y así fue. Paul se quedó de nuevo sola en la casa, pero el momento hot ya había pasado y ni se le pasó por la mente volver a intentarlo. Lo que hizo en cambio fue llamar a su prima Margarita con quien tenía una relación muy cercana y le tenía mucha confianza.
Margarita: Quiubo Paulis, ¿cómo va?
Paula: Quiubo, bien, ¿está ocupada? ¿Puede hablar?
Margarita: Un poquito, pero para el chisme siempre hay tiempo. Cuente, ¿qué pasó?
Paula: No, es que no sabe con las que me salió Hugo.
Paula le soltó toda la historia a Margarita. Después de risas, chistes, reflexiones, especulaciones y demás, Margarita le dijo:
Margarita: Pues vaya, ¡qué hps! Vaya y mire a ver qué tal es eso. Yo una vez casi voy a uno con unos amigos, pero al último momento no fuimos por una morronga cansona que se rebeló. Pero pues a mi me da curiosidad. Además, no es que esté obligada a hacer nada, Paula. Y le voy a decir una cosa: si usted no acompaña a Hugo, seguro habrá otra u otras que le sigan la cuerda. Vaya a ver si descubre qué es lo que le está picando a su marido. ¡Quién lo ve tan puestico en su sitio y mírelo! ¡Ay! Es que caras vemos…jajajaja
Paula colgó la llamada con su prima Margarita con la mente contaminada. Sabía que dentro de poco iba a tener que conectarse para una reunión y le mandó un mensaje a Hugo: “Haz la reservación y vamos a MIRAR.” Hugo le contestó con varios emoticones del muñequito que se muere de risa y le dijo que se alegraba mucho que hubiera tomado esa decisión.
Llegó el tan esperado sábado por la noche. Paula y Hugo iban en ese carro sin hablar. Muy perfumados y bien arreglados como si fueran a una gran celebración, pero los nervios estaban presentes y se había silenciado el ambiente. En el único momento que cruzaron palabras fue cuando ya estaban cerca al lugar y estaban tratando de identificarlo. Obviamente no tenía un aviso, ni un nombre, y los números de la dirección estaban en una placa gris oscura que dificultaban mucho la visión, pero por fin lograron encontrarlo. Pasaron por el frente, buscaron el parqueadero más cercano y tomados de la mano se dirigieron hacia el sitio caminando despacio. Paula sentía que iba a entrar a una casa de crack, a Hugo se le notaba un poco más la emoción, pero tampoco decía nada. Estaban al frente de la puerta. El amigo de Hugo le había explicado que tenían que timbrar. Eso hicieron. Un hombre muy alto, acuerpado y con el pelo negro lleno de gel abrió la puerta, les preguntó que a nombre de quién estaba la reservación, Hugo le respondió y después de verificar en una Tablet, les abrió la puerta y los invitó a seguir diciendo sonriente: ‘Bienvenidos, disfruten’.
A Paula le empezaron a temblar las piernas. Después de un corredor no muy largo, subieron unas escaleras y llegaron a un salón grande donde había varias mesas, una pista de baile y una barra. No había mucha gente. El sitio no era precisamente un antro, pero tampoco era el bar más top. Los muebles y decoración eran un poco ordinarias y estaba todo muy oscuro. Cuando entraron estaba sonando un merengue de los Hermanos Rosario, ‘La dueña del swing’. Había como tres parejas bailando. En realidad, no había mucha gente en el sitio, o al menos eso pensaron. Había pocas mesas ocupadas, solo parejas tomando alcohol, algunas en situaciones muy románticas, pero con ropa, sin exageraciones. Hasta ahí todo parecía muy tranquilo.
Un mesero recibió a Hugo y a Paula y les preguntó que si se querían sentar en una mesa y tomar algo. Ellos respondieron que si y ordenaron cada uno un trago. Paula se estaba relajando un poco.
Paula: Bueno, pues no es tan terrible como pensaba. Esas parejas de allá del fondo están como emocionadas, pero no me parece nada del otro mundo. ¿Será que es que después la gente se les empieza a pasar para las mesas o qué?
Hugo: Me parece muy extraño porque mi amigo no me lo describió así, yo creo que debe haber otro lugar.
Desde donde estaban sentados ellos dos parecía que el sitio era ese cuadrado con esas mesas y ya, sin embargo, cuando regresó el mesero con los tragos, Hugo le preguntó si ese era todo el sitio.
Mesero: No señor, cuando quieran pueden pasar a la sala dorada. Queda allá donde está esa puerta al fondo.
El mesero les señaló una puerta en la parte opuesta a la que se encontraban ellos dos. Paula cogió ese trago y casi se lo acaba de un solo tirón de los nervios que le dieron. Hugo le dijo:
Hugo: Pues vamos a la sala dorada. Yo creo que allá está la acción.
Se llevaron sus vasos, Hugo tomó a Paula de la mano y cuando abrieron la puerta se encontraron en una sala muy oscura, tenía una luz roja que apenas dejaba ver que se encontraban en una antesala y unas luces blancas iluminaban otra puerta. Hugo sin dudar, la abrió y entraron.
Paula apenas entró en esa sala no sintió más las piernas, un temblor se apoderó de todo su cuerpo y en su cara solo se veían sus ojos abiertos de par en par como dos bombillos, no podía ni siquiera parpadear. Hicieron un rápido paneo y Paula casi entra en shock cuando algo hizo detener su mirada.