Paula: Reaccione usted y no se atreva a llamarme nunca más en su vida y menos para tratarme de esa manera.

Paula colgó la llamada y empezó a llorar desconsolada.

Margarita: ¡No más, Paula! Usted no puede permitir este maltrato, pero sobre todo tiene que ponerse ya mismo en manos de un psicólogo. Se acabó este círculo vicioso tan horrible. Le pido una cita con una psicóloga muy buena, estoy segura de que la va a ayudar, pero no puede seguir con esto.

Paula: Es que lo que me pasa me lo merezco. Soy una mala madre, mire, dejé a mis hijos tirados. Quién sabe cuándo voy a poder irme a vivir con ellos, no tengo cómo pagar un apartamento en donde quepamos todos, Margarita. Yo creo que lo mejor es que me devuelva. En el fondo mi mamá tiene razón, no tengo muchas alternativas, ni el modo de brindarle un bienestar a mis hijos.

Margarita: ¡No señora, no más! No vuelva a decir algo así y ni se le ocurra volver a esa casa al lado de ese psicópata. Su mamá tiene problemas muy serios y lo único que hace es botarle toda la mierda que ella tiene adentro, toda su infelicidad, sus vacíos, sus propios traumas y ese no es su problema. En lo que usted debe pensar ahora es en su sanación y su nueva vida. Cuando sea el momento, podrá irse a vivir con sus hijos, usted no ha abandonado a nadie.

Los días que siguieron fueron muy duros para Paula. Tuvo que dedicarse a trabajar, a asesorarse para poder seguir obteniendo las utilidades de la empresa que había creado con Hugo y a asistir a sus citas con la psicóloga. Eso, tal vez, era lo que más le estaba ayudando para ir trazando su nueva ruta. Entendió que para todo se necesita tiempo, que las cosas no suceden de la noche a la mañana, que hay que aprender a aceptar y que todo no es como en los cuentos de hadas. Que las familias perfectas no existen y que no todas las mamás son buenas, que hay que aprender a ponerse como prioridad, y que no es necesario entender todo de una vez. La vida no es sencilla para nadie, y el hecho de atravesar por momentos oscuros o difíciles no encasilla en una categoría a nadie. No es ’la más de malas’, no es ‘la pobrecita’. Sencillamente la vida no es una línea que sigue el establecimiento de la sociedad y por eso es que llegan las frustraciones. Ese dibujo perfecto de la familia Ingalls y de la mamá que hace galleticas y teje sacos no es tan cierto; pero lo que sí debe ser claro es que no hay por qué sentir culpa, mucho menos cuando los maltratos provienen de quienes decidieron traer hijos al mundo y cuando son ellos quienes deben asumir esa responsabilidad. No es fácil trazar los límites, no es fácil tomar distancia cuando la sociedad señala y acusa al hijo que abandona a sus padres, sin embargo, en ocasiones hay que desprenderse de esos preceptos que solo sirven para arrinconar y deprimir cada vez más a las personas; buscar la salida y una nueva realidad para encontrar un verdadero sentido a la vida así vaya en contra de lo aprendido.

A Paula le tocó priorizar sus acciones, dedicarse a trabajar mucho más duro que antes, a estar muy pendiente de su hija, abandonar la idea de asesorarse a través de las instituciones que lo único que hacían era reforzar las palabras de su marido y su madre, y seguir en busca de otras alternativas que no fueran tan costosas porque sus ingresos no le daban para contratar los mejores abogados. Como sea, pasaron varias semanas en las que Paula mantenía un contacto discreto con sus otros dos hijos, seguía muy pendiente de ellos y trabajaba de sol a sol para salir adelante con su proyecto de irse a vivir con ellos. Una tarde mientras tomaba onces en la casa con Carolina, le entró una llamada de su hija Lina. Paula se puso muy contenta y le contestó inmediatamente.

Paula: Hola, mi amor, ¿cómo va todo? Qué rico que me llamas.

Lina: Mamá, ¿cómo fuiste capaz de hacer algo semejante? ¿Por qué le dijiste a toda la familia que mi papá había tenido algo con mi abuela? Es el colmo que nos hayas puesto en la boca de todo el mundo. Armar este escándalo tan horrible, todo el mundo opinando. Ayer estuvimos en un almuerzo donde el tío Carlos y de verdad fue espantoso. Todos hablando de lo mismo. ¿Qué necesidad tenías de decir una cosa así? Estuvimos hablando con Santiago y lo mejor es que nosotros nos quedemos con mi papá, así que ni te preocupes por encontrar un apartamento para todos. No podemos creer que nos hayas puesto en ridículo a todos y que seamos el hazmerreír de la familia entera. Creo que mi papá y mi abuela tienen razón; necesitas ayuda psicológica urgente.

Paula: ¡Lina, por Dios! ¿Pero cómo es posible que ustedes se pongan en contra mía por una cosa que hicieron su papá y su abuela? ¿Ellos son los que cometen el error y soy yo la que salgo a deber? Creo que ustedes ya están lo suficientemente grandes para entender que los actos de ellos dos fueron muy ofensivos y que lo de menos es si la gente lo sabe o no. Lo que importa son las repercusiones de esas decisiones. Nada de lo que hicieron está bien. Y por si las dudas, si, estoy yendo a una psicóloga, pero no porque esté loca. Empecé una terapia porque necesito sanar este dolor tan grande que ellos me ocasionaron, pero no porque considere que fui yo la que se equivocó. Me parte el corazón en mil pedazos que ustedes también estén en contra mía; solo espero que el tiempo les ayude a ver las cosas con más claridad y que podamos resolver esto porque yo siempre estaré dispuesta a restablecer nuestra relación y convivencia. Ustedes son mis hijos, son lo más importante que tengo en mi vida y la razón por la cual sigo acá, lo que me motiva y por lo que voy a luchar sin cansancio. Yo los amo y espero que eso lo tengan presente siempre.

Paula colgó esa llamada destrozada. No podía creer que sus hijos también estuvieran en esa posición. Cuando se asomaba un indicio de serenidad, la azotaba otro huracán más fuerte que el anterior. En esos momentos, sentía que en realidad tal vez no había razones suficientes para seguir adelante, pero al mismo tiempo la asaltaba una fuerza extraña que ya parecía familiar. Era como si de alguna forma, se estuviera acostumbrando a las barreras y a vencerlas. No podía decaer, no podía bajar la guardia, no podía renunciar. Ahora menos que nunca.

Al día siguiente, después de haber mandado a Carolina para el colegio, aunque estaba dolida por lo que había sucedido con sus hijos mayores, Paula entendió que debía seguir adelante. Se miró en el espejo, sonrió y decidió confiar en su nuevo proceso; se llenó de energía y se fue a dar una ducha, puso su música preferida y mientras se enjabonaba, pasó su mano por uno de sus senos y notó una protuberancia. Pensó: ‘No. Esto no, por favor. Esto no’.