Alejandra no puede contenerse y le dice que si. Se siente tan convencida, que le dice que se vayan para su casa porque sabe que él se está hospedando donde su amigo y no está solo. El con una sonrisa enorme acepta sin dudar. Se acercan a la mesa, todos los miran como esperando a que se despidan porque en el fondo es evidente para todos lo que está pasando entre los dos, se despiden, Sandra mira a Alejandra, le manda un beso, le dice que se vaya tranquila que ella se queda con esos franceses locos y se van.

Cuando salen del restaurante y mientras esperan el uber, sus conversaciones y mimos con François son interrumpidos por una voz femenina que dice: ¿Ale? Ella se gira, se trata de su media hermana. Una de las hijas de la nueva familia de su papá.

Alejandra: ¿Hola Claudia, ¿cómo vas?

Claudia: ¿Bien y tu? Por lo que veo muy bien. Me alegra que ya estés de fiesta y hayas superado el luto. Mucha dura, yo no podría. Si a mí se me muere mi mamá estaría botada llorando en mi cama todavía. Es que como que te cayó la roya gordita; primero ese rollo con ese video que vio todo el mundo y después lo de tu mama. ¡Dios! ¡De verdad, toda mi admiración! Bien por ti, nena.

Alejandra: Si, estoy mejor.

Claudia: Bueno, te dejo. Me encanto verte. Bye.

Alejandra se despide, pero de un momento a otro lo piensa mejor y la llama de nuevo antes de que se aleje del todo.

Alejandra: ¡Claudia! Toda la vida me he quedado callada con los comentarios inoportunos y fuera de lugar que desde siempre me han hecho tú, tu hermana y tu mama, ¿pero sabes qué? Me parece suficiente. No te digo estas cosas porque te deba explicaciones, sino para que entiendas que uno no va por la vida juzgando a los demás con frases inapropiadas y no pedidas. Primero, no estoy de fiesta, salí a comer con unos amigos y te pido el favor de que no vengas a compararte conmigo y, sobre todo, no te atrevas jamás a creer o a hacer creer a los demás que tu dolor es más fuerte, es más intenso o significativo que el del resto de gente. Tu no me conoces a mí, no sabes nada acerca de la relación que yo tenía con mi mamá y la forma en que cada uno vive su luto es su problema, así que no saques conclusiones tan superficiales con tu tonito de niña querida, que yo sé qué hay detrás de tus insinuaciones. Nunca me preguntaron nada mientras mi mamá estuvo enferma, ni ustedes ni mi papá se me acercaron para saber si necesitaba algo, o para saber cómo estaba ella, entonces ahórrate tus comentarios inútiles. Y de mi vida privada me ocupo yo. Llegó mi uber nena, que te diviertas, bye.

La hermana de Alejandra quedó muda y los amigos que estaban en compañía de ella, la miraban en silencio. Alejandra pensaba mientras tanto que menos mal François no entendía una palabra de español. Él se dio cuenta que no había sido un encuentro muy agradable pero no entendió nada. Alejandra le dijo que era su hermana, que nunca le había caído bien y que desde hace rato tenía algunas pendientes para decirle, pero que todo estaba bien. François sonrió, la consintió, la abrazó y la besó.

Llegaron a la casa de Alejandra, no alcanzaron a cerrar la puerta y el deseo se apoderó de los dos, se convirtieron en uno solo y terminaron pasando una noche llena de pasión y seguramente algo más. Ella sentía que cosas que hace mucho tiempo no experimentaba y no podía explicar que era. Él estaba feliz, le decía una y otra vez que no se quería ir, que por que ella no se iba la próxima semana para Paris, que no quería alejarse de ella. Alejandra lo miraba, sonreía y permanecía en silencio. Le parecía mentira estar viviendo algo así y en su mente pensaba que efectivamente podría irse para Europa unos días y mandar todo y a todos a la mismísima mierda. En medio de miradas, caricias, algunos momentos de sueño, sonrisas, abrazos y besos, amaneció y François y Alejandra eran uno solo. 

François tenía el vuelo por la tarde, pero debía terminar de empacar sus cosas, sin embargo, no se quería ir. Alejandra le propone que desayunen, que ella tiene una cita al medio día y que salgan juntos. El le dice que salir tan tarde le preocupa y le dice que mejor vayan a desayunar afuera y luego se va porque le estaban escribiendo sus amigos para recordarle el vuelo y todo el reguero que debía recoger. Ella acepta, se levanta, se baña, se viste y salen juntos del apartamento para ir a desayunar. Cerca a la casa de ella hay un sitio que le encanta y le parece el sitio ideal para pasar el último rato juntos antes de que François se vaya del país. Salen como un par de enamorados tomados de la mano, sonrientes, felices. Llegan al sitio, se sientan, cada uno escoge lo que va a comer y mientras esperan no se pueden despegar. François le acaricia el pelo, la mira, le dice que está feliz, que se vaya con él, ella se ríe, le dice que no puede. En medio del coqueteo de adolescentes, desayunan, se besan, se abrazan, se dan bocados. A un cierto punto François le dice seriamente que por favor organice un viaje para Francia. Que él la espera en serio, que cuándo cree que puede ir. Alejandra lo mira fijamente, le pregunta si es en serio, él se lo confirma y ella le dice que podría irse en un mes. Que hay varios temas que tiene pendientes y que debe cerrar antes de hacer cualquier viaje, pero que efectivamente a ella también le gustaría y le dice que era algo que había estado pensando desde antes de conocerlo. El le dice que entonces es un hecho, que cuando llegue a Paris ven las opciones de fecha y horario para que él se organice y así ella puede comprar el tiquete de una vez. A Alejandra le parecía una locura todo esto, pero al mismo tiempo había algo que la impulsaba a hacer algo así. Terminan el desayuno y los planes, se levantan y se despiden en frente del sitio, François la abraza, la besa, le dice que hablan más tarde, que la va a extrañar, pero que se ven pronto. Que lo mejor que le pasó en Bogotá fue haberla conocido. Se despiden en un solo beso y abrazo y cada uno coge su camino. Cuando Alejandra está a punto de entrar al edificio donde vive, siente que la toman del brazo, se gira asustada.

Alejandra: ¡Camilo! ¡Qué susto! ¡Suéltame! ¿Qué haces aquí?