Me había quitado la camisa para verme dizque sexy, en mi intento de subir una pierna en la pared, se me ha caído la camisa al inodoro. Es decir, estaba emparamada. Lo peor es que el blazer lo había dejado obviamente en la mesa y yo estaba ahí en brasier con los pantalones abajo y sin camisa. Pensé dos segundos. Llamé a Marcela, le dije que me había pasado una cosa re loca, que por favor viniera al baño con mi blazer. Llegó, obviamente me preguntó qué había pasado, yo le abrí la puerta con la camisa lavada en la mano. No podía entender. Le dije que era que tenía algo que me estaba molestando en el brasier, me había quitado la camisa y tratando de arreglar lo que me tallaba, se me había caído la camisa al inodoro. Nos cogió un ataque de risa. Ella me miraba como si fuera una tarada, y yo simplemente estaba aterrada de mi misma de verme en esa situación tan absurda. Me puse el blazer, salimos del baño, pedí una bolsa para guardar mi camisa mojada y nos volvimos a sentar.

Tratábamos de retomar la conversación y otra vez nos moríamos de risa. De un momento a otro, me preguntó que cómo estaba Manuel, ella se acordaba de él porque las dos terminamos casadas con los novios que teníamos cuando estábamos terminando la universidad. Marcela quedó embarazada un año después de que nos graduamos, después se casó con Alberto. Yo duré un tiempo más de novia de Manuel y después nos casamos, pero también tuve mis hijos relativamente joven. Le dije que él estaba bien, trabajando en esa empresa desde hace años, que era el Director Financiero, que viajaba un montón, pero que en general, y a pesar de todo el tiempo que había pasado, llevábamos el matrimonio decentemente. Me dijo que ella en todo su recorrido había conocido una persona que conocía a Manuel. Le pregunté que quién era y me dijo que se trataba de uno de los empleados que ella había tenido en un período en su negocio, y que de un momento a otro había renunciado y que nunca había entendido bien por qué. El tipo era bueno en lo que hacía, le manejaba la contabilidad, era un tipo disciplinado, pero al final parecía que estaba teniendo algunos problemas personales, empezó a ausentarse mucho, a pedir permisos, licencias, y un buen día me dijo que definitivamente no podía seguir más. Le agradeció por la oportunidad, cumplió con su preaviso y se fue. Me explicaba que para ella fue una gran pérdida porque el tipo era muy bueno en su trabajo, pero que no tuvo otra opción que dejarlo ir.

Le pregunté que cómo supo que se conocía con Manuel y ahí me contó una historia de verdad extraña: “Pues imagínate que como yo tengo varios puntos, una vez le dije que nos encontráramos en el de la 72 con 5ª, el que queda cerca a tu casa. Yo tengo mis oficinas, pero ese día tenía que ir allá a resolver unos problemas y a hablar con los empleados, en fin, chicharrones varios, y no alcanzaba a ir hasta la oficina. El me tenía que entregar unos balances que eran urgentes, y le dije que nos viéramos allá a x hora. Resulta que resolví todas las cosas en el punto y vi que alcanzaba a almorzar antes de verme con William, así se llama este muchacho que trabajaba para mí. Decidí ir a comerme una ensalada en ese sitio que hay cerca a la pizzeria, sabes cuál, ¿no?. Donde venden solo ensaladas; entré, me senté, ordené y cuando volteo a mirar hacia una esquina estaba William con Manuel. Quedé como aterrada, hacía muchos anos que no lo veía y dudé, pero volví a mirar bien y efectivamente era él. Ellos no me vieron porque había una columna que cortaba un poco la visibilidad hacia la mesita donde yo estaba. El caso es que Manuel se paró, se despidió de William y se fue. William terminó de comerse su plato y cuando ya se iba a parar, lo llamé. Vino, me saludó super tranquilo, le dije que me acompañara a almorzar, se sentó y obviamente le pregunté por Manuel. Le dije que había visto que estaba acompañado y que me parecía conocido, que si era algún proveedor. Me dijo: “No, no. es un amigo”. Pero yo vi que le cambió un poco la expresión. Le dije: “Ah, no, Willie, perdón, pensé que era el proveedor ese con el que habíamos tenido problemas, por eso te pregunté.” Y me dijo una cosa, así como: “No, es que como teníamos la cita acá y él trabaja por acá cerca quedamos de vernos porque yo tenía que entregarle una cosa”. Ahí murió todo. La verdad, me pareció muy extraño, no te voy a mentir. Digamos que William no es el tipo que tiene el perfil de amigo de Manuel, pero pues en ese momento pensé que yo me había alejado mucho de tu vida y pues qué iba a saber yo de las amistades de tu esposo. No volví a hablar nunca más con William de ese encuentro, de su amigo Manuel, no le dije que lo conocía, y después fue que empezaron las ausencias y permisos de William hasta que renunció.”

Pero qué historia es esa pensaba yo. ¡De dónde acá Manuel resultaba con un amigo contador y se ponía citas en ese sitio para almorzar! Nosotros si vivíamos cerca, pero la oficina de Manuel no queda en esa zona. Todo me pareció raro. No pude evitar preguntarle a Marcela algunas otras cosas acerca del tal William. Le dije que si había sabido de él después de que renunció, si era casado, dónde vivía, etc. Me dijo que su vida personal siempre fue como un misterio. Que supo que estuvo saliendo con una de las niñas que trabajaba en uno de los puntos, que parecía que vivía solo en un barrio del sur de Bogotá. ¡No! Ahí quedé loca. Pensé: Pero ¡qué es esto tan raro! ¿Manuel con un amigo que vive en el sur de Bogotá? Mi sorpresa era evidente.

No tuve más remedio que empezar a abrirme un poco con Marcela. Le dije: “Marce, la verdad podría ser una cosa sin importancia, pero me parece todo tan absurdo. No puedo encajar a Manuel con un amigo que vive en el sur encontrándose a almorzar en ese sitio cuando su oficina queda en otra parte. Es muy raro. Y en estos días lo pillé en una mentira. Me dijo que se iba a quedar en un coctel y supe, porque lo vi con mis ojos, que no estaba allí. Ahora tú me sales con esta historia y me parece como si me estuvieras hablando de un tipo que no conozco.”

Marcela me miró y me dijo: “Te entiendo, pero no es necesario empelicularse. A lo mejor todo tiene una explicación lógica. No puedo mentirte, a mi ese encuentro me pareció super extraño, y por Dios si miré mil veces para confirmar que era Manuel. Es más, mientras estaba ahí me metí a tu Facebook para ver alguna foto y reconfirmar que era él, porque sabes, a veces pasa que uno deja de ver a las personas y se puede confundir. Y no, sin dudarlo era él Dianis. Estuve tentada a llamarte después de que William renunció, pero pensé que yo también había quedado con mi dosis de paranoia después de lo que pasó con Alberto y ahora desconfío hasta de mi sombra. Solo que no me cuadraba nada. Y para todos en la empresa lo que pasó con William fue un verdadero misterio, nunca nadie supo cuáles fueron las verdaderas motivaciones, ni qué pasó con su vida después, ni quién era realmente y no me preguntes por qué, a mi me entró una curiosidad infinita. Es más, hasta me preocupé. Consulté mi abogado laboralista porque fue tan extraña la salida de él que no quería después tener algún tipo de problema de tipo legal porque el tipo después me denunciara por x o y. No sé, he tenido que lidiar con tantas cosas de empleados que sobre todo la salida de él me dejó muy preocupada. Pero revisamos todos los papeles con el abogado, me dijo que todo estaba en la norma, que efectivamente se veía que había sido una decisión suya, sin presiones del empleador o de problemas ligados a la empresa así que podía estar tranquila. Cuando me pasó la carta de renuncia, obviamente lo llamé a mi oficina, le pregunté mil veces qué había pasado, si había algo que podía hacer para ayudarle y él solo me decía que eran motivos personales que le impedían seguir trabajando conmigo y me agradeció muchas veces. Te digo que es de esas historias que lo dejan a uno pensativo. Sin duda, lo que a mi se me atravesaba por la cabeza cada vez que pensaba en William era ese encuentro con Manuel, pero te repito Diana, no tiene necesariamente ser una cosa negativa. De pronto Manuel lo estaba ayudando para algo, no sé.”

Yo le contesté a Marcela: “Pero tú sabes cómo es Manuel; es que nada cuadra en ese encuentro, pero bueno, no sé ni qué hacer. No sé si preguntarle de una a ver si me responde algo, o lo niega o qué. No sé, todo esto es muy raro.” Marcela me dijo que ella en mi lugar, se lo preguntaría sin problema y sin ponerle misterio. De una manera muy tranquila, le diría, “oye, me dijo Marce que hace unos meses te vio con un empleado de ella, con William Becerra y me pidió que te preguntara si sabes algo de él porque renunció y nunca tuvieron más noticias de él”, o algo por el estilo. Me dio pánico. No sé por qué apenas supe esa historia sentí un escalofrío que me atravesó el cuerpo entero, como si entrar en esa película me fuera a llevar a un lugar donde no quería ir, donde no quería indagar. Me empezaron a temblar las piernas, pero le dije que sí, que le iba a preguntar a ver con qué salía. Le dije que a la larga hubiera preferido que fuera una mujer, pero que el hecho de que fuera un hombre y con esas características me dejaba perpleja. En fin, seguimos con nuestra comida; para alivianar los temas empezamos a recordar nuestras fiestas y salidas en la universidad, las borracheras y los rumbeos y no podíamos de la risa.

Marce era una mujer solar. Ella podía contar la historia más dramática, pero tenía esa virtud de iluminarla con sus ojos, con su sonrisa pura y tranquila. La admiraba un montón. Me encantaba todo de ella y pensé que ese reencuentro me iba a traer cosas positivas. Me hacía falta una persona así en mi vida, sobre todo en ese momento. Nos despedimos con la promesa de repetir nuestros encuentros, de seguir en contacto y de actualizarnos frecuentemente sobre todo con el tema ese de Manuel. Fue una noche muy especial, comimos delicioso, nos reímos y me sentí querida. Ella tenía esa magia de hacerme sentir cómoda y tranquila. Le di un abrazo y cada una salió para su casa.

Yo me subí al carro, revisé los mensajes y no tenía nada. Parecía que el señor Chile se había quedado dormido y no me había vuelto a preguntar por la foto. Iba medio riéndome pensando en la camisa mojada en la bolsa, medio preocupada con esa historia de Manuel y muy contenta de haber reencontrado a mi amiga Marcela. Tenía todo un mix de emociones. Llegué a mi casa y encontré al cretino de Manuel sentado en la sala tomándose una copa de vino y mirando al infinito, escuchando música clásica. ¡Tan culto el perro éste! Pensaba en silencio. Lo saludé, muy querido me preguntó que cómo me había ido, le dije que muy bien, lo miré a los ojos y le pregunté: “Oye, ¿y tu de dónde conoces a William Becerra?”.