Mi querido esposo abrió esos ojos y quedó como en shock. Me dijo: “¿Quién?” Yo le repetí con toda la determinación: “William Becerra”. Se quedó como pensando y me pregunta: “¿Y tú de dónde lo conoces o qué?” Le dije que había trabajado con Marcela y empieza este tipo con una ráfaga de preguntas; que dónde trabajaba Marcela, que por qué ella sabía que él lo conocía, que en qué había trabajado con ella. Esperé a que terminara y le dije que me contestara, que no veía por qué le ponía tanto misterio. Mientras se cogía la cabeza y volteaba a mirar para todos lados me dijo: “Ningún misterio, no seas ridícula; simplemente estoy tratando de entender por qué mi nombre aparece en una conversación entre él y tu amiga. Pero bueno, el caso es que él hizo algunos trabajos para la empresa”. Le pregunté: “¿Y qué tipo de trabajos?” De pronto se levanta este hombre como una hiena y me pega dos berridos alegando que qué era ese interrogatorio, que me conformara con saber eso y punto; que él no tenía por qué darme explicaciones de las cosas relacionadas con su trabajo o que cuándo él lo hacía conmigo y otra cadena de frases sin sentido que iba botando mientras subía las escaleras para irse al segundo piso.
Muy sospechosa esa reacción, pensé. Y muy ilógica su respuesta. Un contador haciendo trabajos para su empresa, y él que es el Director Financiero poniéndose citas en un sitio de ensaladas al medio día para recibirle ‘el entregable’. ¡En qué andaba metido Manuel! Me preocupé. Nada me encajaba y no era capaz de entender cuál podría ser el vínculo con ese hombre; si no tuviera nada que ocultar simplemente me hubiera dicho que si, que lo conoce por tal razón sin bombardearme de preguntas para saber por qué Marcela sabía que ellos se conocían. Como sea, él también se quedó con esa curiosidad porque yo no le contesté nada. Seguramente se pondría en contacto con el tal William para entender la conexión y ahí podría atar cabos, pero esa forma en la que había reaccionado me había dejado más que aterrada. Creo que ese fue uno de los momentos en los que si yo hubiera estado más concentrada en lo importante me hubiera dado la primera señal de lo que estaba haciendo Manuel, pero claro, ahora es muy evidente que a mi me pasaba una cosa muy particular.
Ocurrían sucesos nada superficiales en mi vida, en el momento me inquietaban, me hacía muchas preguntas, me cuestionaba, especulaba, sin embargo, pasaba la página rápidamente. No sé si es porque seguían ocurriendo cosas y saltaba de una cosa a otra como una rana platanera, o porque era la forma en que estaba evadiendo la realidad. Lo cierto es que no eran eventos frívolos. Cada acontecimiento estaba ligado a las personas más importantes en mi vida y no había identificado todavía la magnitud de cada uno de ellos.
Me quedé sentada en la sala pensando en todas estas cosas cuando me llega un mensaje de Vanessa, la de la agencia de PR, excusándose por la hora aclarando que era importante. El empresario brasilero le había confirmado la cita conmigo para el lunes a las 2:00 p.m. en un edificio de oficinas que quedaba en el norte de la ciudad. Obviamente le confirmé inmediatamente. Me pareció perfecto que la cita fuera en una oficina y por fin no era hora de almuerzo o de comida. Me alegré y ahí mis sospechas de que por fin se estaban cristalizando los negocios que estaba esperando, tenían una base más sólida. Vanessa me dijo que perfecto, que podía llevar mi presentación, que este señor tenía una agenda muy ocupada y que solo contaba con media hora. Me pareció excelente. Eso era lo que esperaba desde el principio. Nunca he sido una charlona, me gusta ir directo al grano; eso del small talk no va conmigo y ponerme a hablar del clima, del vuelo, de la ciudad, siempre me ha importado un pepino. No me gusta estar hablando pendejadas y menos con extraños. ¡Ojo! ¡No nos confundamos! No estoy diciendo que es con mis amigos o la gente que me cae bien hablo de filosofía, economía o reflexiono acerca del impacto de las últimas directivas de la Comisión Europea o de las novedades de la ONU. No. Pero eso de ponerme a hablar con el vecino mientras hago fila en el banco acerca del servicio, o del cajero, o del frío o del calor. No, mijo. Yo no tengo mente para eso.
Conclusión: me cayó de perlas esa noticia y sentía que Vanessa cada vez me gustaba más. Ella era como yo: siempre iba directo al punto; cuando nos conocimos si me había hecho algunas preguntas acerca de mi vida privada, si era casada, tenía hijos, hobbies, y otras cosas así, pero me dijo que esa información era importante para estudiar muy bien los perfiles entre empresarios. Sin embargo, cuando me hacía las preguntas, pasaba rapidito, no me hacía la conversación para sacar chisme. Y de ahí en adelante, se limitaba a llamarme o escribirme para agendar citas y listo. Eso me encantaba.
Ese fin de semana pasó sin pena ni gloria. Mateo estuvo con sus amigos todo el fin de semana, a Manuel se le pasó su ira y el sábado fuimos todos a almorzar afuera. Yo no quise insistir con el tema de William y menos delante de los niños. Unos amigos nuestros nos invitaron a comer en la noche del sábado, pero yo no tenía ganas y tampoco quería dejar a Daniela sola o con niñera. Decliné la invitación y le dije a Manuel que fuera él si tenía ganas y al fin se fue solo. Yo me quedé con Daniela viendo películas y aproveché para preguntarle por los laxantes. Me dijo que una amiga del colegio que sufría de estreñimiento se los había dado porque llevaba como tres días in ir al baño, pero que no los había tomado porque al fin pudo ir y que no había sido necesario. Le dije que la próxima vez me contara a mí las cosas, que había remedios naturales que se podían explorar primero y le hice énfasis en que ese tipo de medicamentos no se deben tomar sin una supervisión médica. Me dijo que si, pero que no importaba porque ya no los necesitaba porque su estómago estaba bien. Me cambió el tema para preguntarme por Nora, me dijo que por qué no había vuelto, le expliqué, le conté una historia medio reforzada porque no fui capaz de decirle la verdad. De todos modos, lo tomó muy mal. Me dijo que la extrañaba mucho, que se sentía triste, que ojalá regresara. Le dije que la vida era así, que a veces las personas tenían que tomar decisiones, pero que todo iba a estar bien. La vi muy afectada y yo al fin por andar con todos esos rollos tan raros no llamé a Nora. Creo que en el fondo me moría de pena.
Pasaba un domingo más sin mucha novedad aparente. Me dediqué a ordenar algunas cosas en el estudio, a terminar de alistar la presentación para el brasilero que iba a tener que hacer en inglés porque el hombre no hablaba español y yo de portugués, cero. Por la tarde llegaron mis adorados padres de sorpresa dizque a tomar onces que porque ya no íbamos a almorzar a la casa de ellos. Llegaron con pasteles de unos y de otros y me tocó ponerme a hacer chocolate. Mi mamá inmediatamente me cuestionó porque Mateo no estaba, que cómo era posible que el niño no estuviera en la casa, que si al menos sabía dónde andaba. Le dije que sí, que estaba en el club jugando tenis o futbol o lo que fuera con sus amigos y que más tarde lo iba a traer el papá de Reyes. Mi papá, que no es mucho de chismes, me dijo que había escuchado un rumor de este señor. Le dije: “¿Del papá de Reyes?”. Me dijo que sí. Que un amigo de él le había contado que parecía que tenía problemas con el alcohol. Le dije que eso era mentira, que era un tipo super trabajador, que le iba muy bien, que tenía su empresa, en fin. Si bebía, pero normal, como hacen todos. Mi papá me dijo que lo que había escuchado es que su círculo cercano ya lo había visto en situaciones bastante incómodas y escenas un poco pasadas de tono. Manuel inmediatamente intervino y le dijo a mi papá que él sabía de dónde provenían esos chismes. Que uno de los amigos cercanos de este señor había estado discutiendo con él por un tema político y que Reyes en medio del disgusto le había cerrado las puertas con un senador para un posible contrato y que de ahí el tal amigo se había dedicado a acabar con la reputación de Reyes.
Yo miraba absorta esta escena. Mi papá y Manuel chismoseando al mejor estilo de una sala de té. Me pareció raro ver a Manuel defendiendo al papá de Reyes con tanta vehemencia. Le dijo a mi papá que lo que pasaba era que cuando la envidia se metía en el medio, la gente acababa con la reputación de cualquiera en tres minutos. Que le parecía muy injusto. Mi papá le dijo que no sabía eso, que cuál era el senador involucrado y ahí se desvió la conversación y terminaron hablando de lo que les gusta: de política, economía y demás. Como sea, a mí ya todo lo que hacía o decía Manuel me parecía sospechoso. Así terminó un espectacular domingo en mi casa.
Llegó el lunes, me puse como un merengue. No mentiras, me arreglé muy bien y me fui para mi cita con el tal brasilero. Llegué al edificio, todo super, unas oficinas bastante elegantes; me hicieron pasar a una sala de espera, me ofrecieron algo de tomar y me dijeron que el señor estaba terminando una reunión, que se excusaba por hacerme esperar, pero que saldría cuanto antes. Yo me quedé tranquila, le dije a la señorita que no había ningún problema y me puse a ver una revista que había en la salita.
Después de unos minutos me hacen pasar a una sala de reuniones y me recibe ese señor con otro hombre. Se levanta de esa silla como un resorte, se presenta, me da la mano, se disculpa por el retraso, me presenta al otro personaje, que resultó ser el Gerente Comercial de su empresa y me dice: “Por favor empiece cuando quiera”. Yo me quedé aterrada. Este señor era, sin duda, más joven que el señor Chile, y era demasiado sexy. No era caribonito, pero tenía un estilo y un porte que para ser sincera, me intimidé. Después de tener una micro crisis de ansiedad, hice mi presentación. Ellos no me interrumpieron, solo me miraban y me escuchaban con mucha atención. Terminé, me agradecieron, el sexy, o sea el capo, me dijo que le parecía muy interesante mi portafolio de servicios, que ellos iban a estar hasta el jueves en Bogotá, que iban a tener otras reuniones y que se pondrían en contacto conmigo antes de irse para darme alguna noticia. Yo salí encantada y les dije que claro, les di mi tarjeta con mis datos, mi celular, todo y confirmé mi disponibilidad para un posible encuentro durante esa semana con el fin de profundizar si era necesario. Nos despedimos, todo muy profesional y salí de ese edificio como una mega ejecutiva.
Llegué a mi casa, al rato llegaron Daniela y Mateo, se pusieron a hacer sus cosas, yo estaba organizando uno de mis cajones, cuando me llega un mensaje al celular que me dejó fría.