Nada más, ni nada menos que Brasil. Yo iba conquistando América del Sur sin dar tregua. Este señor me mandó un mensaje diciéndome que si tenía tiempo para una reunión al otro día a las 4 p.m. Yo le fui contestando que si de una. Me agradeció por la disponibilidad. Ustedes saben, esas frases de cajón en inglés, tipo: “I appreciate you taking the time to meet me tomorrow”. Si, claro, bla, bla, bla. Me dijo que si no era un problema, me confirmaría más tarde el lugar de la reunión porque tenía una agenda bastante complicada y no estaba seguro del lugar donde se encontraría. Una vez más me mostré muy comprensiva y le dije que estaría atenta a la confirmación del lugar. Me agradeció y cerramos la conversación.
No podía de la dicha, estaba a punto de firmar el contrato con el chileno y ahora el brasilero me pedía un segundo encuentro. Yo me sentía la protagonista del video de ‘Unstoppable’ de Sia. Me veía ahí con mi peluca bicolor cantando a grito herido como siempre. Yo paso de Rocío Jurado a Sia facilito. En fin, hablando en serio se empezaba a dibujar una sonrisa en mi rostro de esas que parece que no se van. Estaba levitando. Lo que más me gustaba era pensar en el momento en el que iba a contar cuáles eran mis resultados y que, además, iban a ser evidentes. Ya estaba mirando algunos carros para ver si cambiaba el mío. Hasta empecé a ver opciones de inversión en finca raíz en el exterior, mejor dicho, yo iba directo a la conquista del éxito rotundo.
Estaba tan contenta que llamé a María Clara y a Juliana para que nos viéramos, las invité a tomarnos algo y aceptaron. Quedamos de encontrarnos más tarde ese mismo día en un sitio que nos encantaba y quedaba muy cerca de la casa. Todas vivíamos en la misma zona y esto nos facilitaba la vida un montón. Me arreglé y salí a encontrarme con ellas cuando me entró una llamada de Marcela. Le contesté, de una nos morimos de la risa, ella haciéndome bullying con la camisa, que si ya se había secado, etc., nos preguntamos lo usual, que cómo andaba todo y ella de una me preguntó que si había hablado con Manuel acerca de William. Le dije que si y que se había puesto a la defensiva. Me dijo: “Mala señal Diana. ¡Qué cosa tan rara!”. Le dije que estaba de acuerdo. Le pregunté que cuándo nos veíamos. Me dijo que el miércoles tenía que venir al Espresso que queda cerca a mi casa, que si quería pasara y nos tomábamos un café. Le dije que si de una y así quedamos.
Después de colgar me volvió esa sensación extraña con Manuel, pero una vez más, seguí la vida. Era como que las dudas querían atraparme pero yo encontraba la forma de escapar. Siempre había una razón poderosa. En ese momento fue: Ahora que me está yendo bien, que estoy logrando mis objetivos, que me siento feliz, orgullosa de mi trabajo, (bueno, a excepción del polvo con el señor Chile), ¿llega este desgraciado de Manuel a arruinar mi momento y tengo que ponerme a pensar en sus líos, secretos o lo que sea que hay detrás de esa imagen de gentil hombre? ¿De verdad? ¡No me joda! Esos eran los raciocinios que hacía mi mente. Parece que esa ira que tenía con él se me había convertido en un monstruo imparable. Todo lo que estaba relacionado con Manuel me daba piquiña, me sabía feo, me daba pereza, me producía asco. Es que le cogí fastidio. No lo soportaba. Pensaba en Claudia y me daba más rabia. A pesar de ser una mujer como me he descrito, algo fría y desprendida, con ella fui especial. El hecho de que fuera separada y con un hijo despertó desde siempre en mi una simpatía, y cuando la veía en los diferentes eventos de mierda de esa empresa, la saludaba, le preguntaba por su hijo, por ella, por su vida, etc. ¿Y ahora resultó ser la moza de mi marido? Me enfurecía. Pero a pesar de todo, sentía mucho más desprecio por Manuel. A veces hasta la entendía a ella. Creo que podría ser relativamente fácil caer en las redes de un pendejo como él. Un hombre bien educado, simpático cuando le daba la gana, medio divertido, con plata, una buena posición directiva en esa empresa, son características que probablemente para una mujer como ella eran demasiado llamativas y en cierto modo llenaba un vacío que a lo mejor tenía quién sabe desde cuándo. No la justificaba, pero en el fondo entendía que eso le pudo haber pasado. Que él se encargó de seducirla y para ella fue difícil no caer en la tentación.
Me fui caminando tranquilamente a encontrarme con mis amigas. Es cierto, en mi mente pasaban una cantidad de cosas. Parecía un maremoto infinito, pero había aprendido a saltar de un pensamiento a otro sin problema. Llegué al sitio y ahí estaban aplastadas Tola y Maruja reventadas de risa como por variar echando chisme. Nos saludamos y nos sentamos muy emocionadas a ver qué había para rajar. Es increíble la forma en la que enlazamos las almas y los corazones con algunas personas. Esas mujeres y yo nos habíamos conocido desde que estábamos en primero de primaria; la vida y las circunstancias habían proporcionado todo para experimentar cualquier cantidad de historias juntas. Claro que en todos estos años hemos tenido agarrones, peleas de unas y de otras. A veces nos hemos distanciado, en nuestro caso porque alguna se ha ido a estudiar por fuera, pero nunca por peleas eternas. A veces hemos estado más ocupadas, pero hemos compartido todo. Los desamores, los paseos, las lloradas, los novios, las escapadas, los viajes, los matrimonios, los hijos, todo, absolutamente todo. Nos conocemos perfectamente bien, tanto que esa tarde pasó algo muy particular.
Yo empecé a contarles las novedades de mi agencia, al final, era yo la que había hecho un cambio tan drástico recientemente y tenía cosas nuevas para compartir. Sin dudar, me regué cual culebrera para relatar mis últimas reuniones y los contratos que estaba por firmar. María Clara como siempre pregunta todo; ella quería saber todos los detalles y a medida que yo nombraba la empresa x o y, ella ya estaba en Google buscando todo. Encontró al señor Chile y con la sutileza que la caracteriza va diciendo: “!Bruta!, pero este cucho está re bueno! Bueno, no está tan cucho, y ¿tiene ese acento chileno todo maricón? Porque en serio, muy queridos los chilenos y lo que quiera, pero ese acento que me lo envuelvan”. Y empiezan estas dos viejas a recrear una escena de sexo con un chileno y lloraban de risa tratando de imitar el acento mientras se echaban el polvo al chilean way. Obviamente yo también me reía, intervenía, opinaba, etc. De pronto María Clara se queda mirándome y me dice super seria: “Diana, ¿usted se comió ese tipo?” Quedé fría y muda. Cuando reaccioné le dije que cómo se le ocurría. Juliana de la nada dice: “Pues debería a ver si se le quita esa ira con Manuel y vuelve en sí, mijita. A usted esa rabia se la va a consumir, Diana. Quítese ese peso de encima y más bien libere todo eso que tiene reprimido.”
Todavía no había entendido si estaban hablando en serio o me estaban mamando gallo o qué. Juliana no era de esos comentarios y me tenían aterrada. María Clara interviene: “Pues yo hasta le diría que Juliana tiene razón con respecto a la rabia que tiene con Manuel, pero es que quién no, eso cualquiera lo puede entender, tendría que ser uno de piedra para no sentir nada. El tema con el chileno no lo recomendaría simplemente porque hay un asunto laboral de por medio y eso a la larga se le podría convertir en un problema. Es mejor mantener separados los negocios de la cama, y uno no sabe esos tipos qué mañas tengan.” No entendí en qué momento terminamos hablando de eso. Les dije que nada qué ver, que ese tipo era muy serio, que yo no tenía intenciones de meterme en esos rollos y al fin cambiamos de tema.
Pasamos un rato divertido como siempre. Cuando nos despedimos María Clara me dijo: “Pilas Diana, no se vaya a meter en líos”. Me quedé mirándola como quien dice ¿usted de qué habla?, pero ella insistió en el gesto que reafirmaba sus palabras. Pensé en ese momento que aunque a veces hagamos un esfuerzo enorme en no contar nuestros secretos, hay gente que intuye, que percibe, que lee entre líneas lo que está pasando en nuestro interior. Yo me hice la boba como siempre y emprendí el camino a mi casa.
De repente me entra un mensaje y es el señor Brasil que me da la dirección de nuestro encuentro al día siguiente. Me di cuenta que era un edificio donde quedaban varias oficinas conocidas así que me pareció perfecto. Le contesté que le confirmaba mi asistencia y que nos veíamos al otro día a las 4 p.m. Me respondió muy profesional y nos despedimos. Llegué a mi casa, me puse a ‘hablar’ con Mateo. Es decir, yo hice algunas preguntas y él respondió si o no. Al menos confirmé que todo estaba bien con él. Me fui para el cuarto de Daniela y la encontré con una expresión distinta, como triste. Le pregunté qué le pasaba, me dijo que extrañaba mucho a Norita. Traté de explicarle de nuevo la situación, ella insistía en que no tenía que irse, que era muy buena y que se sentía realmente triste. Yo no lograba entender por qué mi hija se había apegado tanto a Nora. Si, reconozco que ellas tenían una relación especial, pero me parecía extraño que Daniela la extrañara de esa manera. En realidad, sentí algo de celos y pensé en medio de mi egoísmo que era mejor que se hubiera ido porque no me gustaban esos apegos de mi hija. Le pregunté que si quería que le prepara algo rico y me dijo que ya había comido lo que había dejado la nueva empleada así que yo quedé tranquila.
Estaba viendo televisión en el cuarto cuando llegó Manuel otra vez con tufo. Le dije que me parecía que últimamente estaba como tomando mucho, me dijo que venía de una comida de trabajo y se había tomado un par de vinos. Empezó disimuladamente a ponerme la conversación hasta que llegó al tema de Marcela y se vino con el interrogatorio haciéndose el interesado en la vida de mi amiga de la universidad. Le conté que era la dueña de los Espresso, que se había separado, que tenía un hijo y que me iba a ver con ella en esos días otra vez. No sabía cómo hacer para preguntarme cómo era que ella sabía que él y William se conocían así que se lo dije. Cuando le conté que Marcela lo había visto se puso algo nervioso. Le pregunté qué hacía en ese sitio a esa hora si la oficina de él quedaba en otro lado. Me dijo que ese día no había ido a trabajar por la mañana, que se había puesto una cita con William ahí para que le entregara una usb con unos balances. Me quedé aterrada y le dije: “Pero ¿cómo así que unos balances Manuel? No tiene sentido lo que me estás diciendo. Se quedó mirándome y me dijo: “Tú no te preocupes por temas irrelevantes, más bien disfruta de tus negocios que te está yendo super bien. A propósito, te recomiendo que esos dólares que tienes ahí en tu walking closet los guardes en una caja fuerte o en un banco, ¿o es que acaso no tienes cómo justificarlos?”.