Me daba mucha pereza devolverme, pero no tenía otra opción. Yo no sé por qué uno siente ese deber con quien lo contrata, sea para un empleo en una empresa o como en mi caso, para un proyecto. Es como que si a uno lo aceptan después hay que aguantarse cuanta solicitud exista porque puede parecer descortés o desagradecido o hasta grosero. En fin, yo sentí que debía devolverme y en ese momento no pensé si era de verdad que me tenía que entregar algo o no; mi instinto fue decir: “No hay ningún problema, ya salgo para allá”. Llegué, me fui directo para la suite, golpeé, me abrió la puerta el Gerente Comercial, se excusó por hacerme devolver. Me dijo que Brasil me mandaba muchos saludos, un agradecimiento grande por mi disponibilidad y por la excelente presentación y me mostró unas presentaciones con unas cifras que quería que tuviera muy en cuenta. Me hizo sentar, con todo el cuidado me explicó hoja por hoja y me dijo que ese argumento era muy importante para ellos, que hacía parte de un estudio por el que ellos habían pagado para analizar el mercado y que Brasil esperaba que esos números y esos resultados se tuvieran en cuenta al momento de ejecutar la propuesta completa. Me agradeció de nuevo, me dijo que no me quitaba más tiempo y que en los próximos días la asistente de Brasil me iba a hacer llegar un cronograma con las fechas en las que haríamos algunas calls para actualizarnos con los progresos y que no dudara en comunicarme con ellos para solucionar cualquier tipo de inquietud. Me explicó que la firma del contrato la haríamos de manera virtual y que también recibiría los documentos en esos días. Me despedí de este hombre, le mandé saludos a Brasil que no lo vi ni por las sombras, le di la mano y me fui con los papeles, los números y mis axilas lavadas.
Mientras iba para el carro pensaba que a diferencia de lo que había imaginado, efectivamente esa información era importante y por la manera en la que el gerente se tomó el tiempo de explicarme todo, era algo que merecía que me devolviera. Todo era bastante raro. De un lado, estaba conociendo hombres super profesionales, de un perfil altísimo, con grandes expectativas, mucha experiencia, super pilos y por otro lado, su dark side cedía al placer y en cierta forma, el hecho de que yo hubiera accedido a tener sexo con ellos y además a recibir su dinero, les reafirmaba lo poderosos que eran. Sin duda yo no soy mejor que ellos; es más, si nos ponemos en una balanza, diría que los pesos están perfectamente alineados. Yo también soy una buena profesional, conozco mi tema, sé hacer mi trabajo, soy creativa, responsable, pero haber entrado en esa otra dimensión a la que ellos me habían invitado, me convertía en una persona igual a ellos. Tampoco voy a decir que soy peor, no. Muchos podrán decir: “Pero usted es una mamá, tiene dos hijos, es una mujer que viene de un hogar respetable, debería cuidar su hogar”. Ellos deberían hacer exactamente lo mismo, así que estamos en el mismo sótano; ellos no son mejores que yo, y yo no soy peor que ellos.
La realidad era que yo había cedido y volví a ceder cuando el señor Chile me buscó de nuevo en esos días, me dijo que si podía verme con él y hablar del otro negocio. Fue super claro; no se fue con rodeos y yo pensando en que iba a necesitar una inyección importante para poder armar mi equipo de trabajo con el fin de ejecutar esos dos proyectos, acepté. Si. Acepté porque necesitaba la plata; quería buscar una oficina, necesitaba dinero para poder arrancar, comprar algunos equipos y herramientas, softwares, aplicaciones, y muchas otras cosas más que me iban a costar y ese dinero era vital, entonces sí. Acepté. Esta vez no hubo ni comida, ni restaurante, ni bar, ni nada. Llegué directo a su habitación; eso sí, me esperaba con una botella de campaña super fina y algunas cosas de comer, pero fuimos directico al grano. Para mí no era ningún sacrificio acostarme con el señor Chile. Era todo un placer; ese hombre era una completa delicia y me hacía sentir super bien. Ahí estaba yo convertida en una ejecutiva integral. Mi portafolio era tan completo y exclusivo que hasta incluía polvos; y no cualquier polvo, no. En esos encuentros sexuales me volví a reconocer; me sentía una jovencita hormonal llena de energía y con ganas de hacer y dejarse hacer de todo. No me importaban las solicitudes, las palmadas, la semi ahorcada, la halada del pelo, los mordiscos, todo, absolutamente todo me encantaba y lo permitía sin refunfuñar. Toda una profesional.
¿Que si me siento orgullosa? Claro que no, pero tampoco me voy a dar palo por eso. Lo cierto es que a partir de ese momento no se si rompió o explotó algo en mí. Lo único que sé es que adopté esa conducta y ya no podía o no quería deshacerme de ella. Empecé a trabajar como una demente, busqué una oficina, armé mi equipo de trabajo y no paraba. Me olvidé del mundo, de mi familia, de todo. Me concentré en sacar esas propuestas adelante. Fueron meses, muchos meses de trabajo intenso. Lo interesante es que las reuniones con nuevos empresarios tampoco paraban. Vanessa me descrestaba cada vez con los nuevos clientes; me llegó otro chileno, un argentino y dos panameños. Yo ya no preguntaba nada. Todos sin excepción me ofrecieron acostarme con ellos y con todos acepté. Hagan cuentas. Estaba ganando plata como loca. Esto era una mina porque además de todo me aceptaban mis propuestas entonces los ingresos eran muy importantes.
Pero mientras tanto pasaba la vida y pasaba sin dejar tregua. Mientras yo trabajaba con mi cabeza y con mi cucaracha, las banderitas rojas se asomaban por todas partes, pero yo pasaba de largo. Apagaba el incendio y seguía en lo mío. Empezamos a recibir muchas quejas en el colegio de Mateo; que estaba bajando el rendimiento, que no se concentraba, que hablaba mucho, que se había convertido en un niño muy popular, pero parecía una influencia negativa, que a veces molestaba a los demás niños. Mejor dicho, lo habían convertido en un demonio; eso era lo que pensaba yo. Que ‘lo habían convertido’. Todas esas quejas me hacían pensar en que los demás niños sentían envidia porque así pasa con los populares y que por eso ahora todos se quejaban porque yo lo seguía viendo igual; para mí no cambiaba nada. Seguía igual de adolescente, o sea, monosilábico y en su mundo. Si el resto de gente no quería entender que se trataba de una etapa, de malas. Sin embargo, hubo otras cosas: de vez en cuando veía que Mateo tenía más cosas de valor; relojes, ropa, tenis, cosas así. Pero no preguntaba mucho porque en realidad, desde que yo empecé a ganar más dinero, me volví más generosa con los niños y su mesada, fuera de eso mis papás cuando los ven siempre les dan plata y Manuel le tiene una autorización para pagar algunas cosas con una tarjeta. A veces para los videojuegos o para que se compre ropa. Total, me parecía en medio de todo normal. Salía mucho, pero eso también lo consideraba propio de esa edad, y en general, mientras no me entorpeciera mis cronogramas de trabajo, para mi todo estaba bien.
Daniela, por su lado, empezó a perder peso. Como que se volvió más notorio, pero con respecto a eso, obviamente también tenía todo tipo de justificaciones. La niña tuvo varios episodios de lo que yo llamaba influenza gastrointestinal, y es lógico que, si te vienen esos episodios de diarrea, vómitos, falta de apetito, etc.¸ haya una pérdida de peso. Es lo más obvio. Claro que la llevamos al médico, aunque muchas veces ella no quiso y accedíamos a su capricho, pero cuando la tuvimos que llevar, le hicieron controles y si, nos decían que estaba un poco debajo del peso, pero los mismos médicos nos decían que la tal influenza podía traer estas consecuencias y en una niña de esa edad era mucho más evidente cualquier kilo de menos. Lo que pasaba es que mientras tanto Daniela seguía sus rutinas igual. Continuaba con sus entrenamientos; es más, empezó de repente a ser más social y con su amiga Carla se veían más seguido; se unieron otro grupo de amiguitas y salían a cine, o cosas así. Entonces me parecía normal. Si, a veces se enfermaba como todos, pero con respecto a su vida social y personal todo andaba bien, así que para mí no había lío.
Manuel seguía con sus viajes. El lío con el empleado ese al fin se solucionó. De un momento a otro, las cosas se normalizaron en la empresa, el tipo siguió trabajando allá lo cual me pareció extraño, pero lo importante es que superaron el impase. El comportamiento de Manuel cambiaba. Yo notaba que después de esos viajes llegaba algo demacrado, con los ojos medio hundidos, pero otra vez, siempre había una justificación. Trabajaba un montón y tenía una enorme responsabilidad en sus hombros. Talvez uno de los departamentos con mayor carga de estrés en una empresa es el financiero. El recibía toda la presión de su jefe y la agenda cada vez se le complicaba más. Se la pasaba en reuniones, compromisos, meetings, calls, en fin, creo que el grado de estrés había aumentado. Entre semana llegaba tarde, siempre con tufo, con los ojos medio rojos, pero en medio de todo, él seguía siendo capaz de reaccionar y de cumplir con las cosas en la casa; los pocos compromisos sociales y familiares los tenía agendados y asistía sin problema, seguía cumpliendo con sus responsabilidades así que para mí simplemente todo obedecía a una sobrecarga de trabajo. Con Claudia seguía. Me daba cuenta porque de vez en cuando le cogía el celular y veía las conversaciones. Se mandaban besos, ella era cariñosa con él, pero lo que más me llamaba la atención era que siempre estaba muy pendiente de él con cosas como si ya comió, que si le pasó el dolor de cabeza, que se acuerde de la pastilla para esto, o para lo otro, que tiene la cita con no sé quien y así. Ella estaba presente en el día a día de Manuel y le hacía seguimiento todo el tiempo. A mi me importaba un culo porque irónicamente, las cosas entre él y yo habían mejorado. No peleábamos, me ayudaba con los niños cuando era necesario, estaba pendiente de algunos temas que a mi me daba pereza de la casa, íbamos a almorzar, hacíamos lo que hace una pareja convencional y para mi funcionaba bien.
Con Marcela en cambio, pasó que nos unimos mucho. Marce se convirtió en una persona muy importante para mi; me encantaba verme con ella para contarle mis miedos, mis cosas personales, pero esas relacionadas entre yo y yo. Obviamente no le conté de mis acostadas con estos tipos, pero si era sincera con respecto a mis miedos, a mis inseguridades; al tema de Manuel decidimos no darle más relevancia y concluimos que en efecto, el tal William le hizo algún tipo de trabajo y eso fue todo. Cerramos eso ahí. Yo no le conté de la amante porque sabía que ella me iba a decir que entonces qué seguía haciendo en esa relación, pero encontré una forma de convertirla en el cojín donde me quería ir a recostar un rato cuando estaba cansada, desilusionada o preocupada. Nos unimos mucho y gracias a eso es que yo he podido soportar en alguna escala todo lo que me está pasando ahora.
Precisamente fue Claudia, la moza de Manuel la que empezó a joder mi zona de confort. Ahí empezó a caerse mi castillo de naipes. Hace un par de semanas Manuel se fue para uno de sus viajes. Todo normal. Cogió su maleta con su ropa, su computador y sus cosas y se largó. Yo tenía mil cosas que hacer así que seguí con mi rutina como siempre; me fui a trabajar a mi oficina, teníamos varios temas pendientes para entregar así que estaba estresada. Había programado una cita de negocios con un nuevo empresario agendado por Vanessa. Yo ya por cada uno de esos tipos hacía cuentas alegres. Me puse contenta porque llegaba diciembre con su alegría y es un mes en el que se gasta mucha plata así que me caía de perlas para comprar regalos y todas las maricadas que hay que hacer en esa época del año. De hecho, había pensado que quería hacer una decoración espectacular en mi casa y sin duda, iba a tener que contratar a alguien para lograrlo. Quería hacer una novena, invitar amigos y familia para mostrar los resultados obtenidos gracias a mi empeño y mi trabajo. Una vez más, yo, yo y otra vez yo. Bueno, estaba en este agite tan berraco cuando me llama Claudia y me dice: ¿Cómo le va dona Diana? Qué pena molestarla, pero necesito hablar urgentemente con usted. ¿Tiene tiempo?