La niña se asustó y se bajó la manga inmediatamente. Me dijo que no era nada, le insistí, le dije que por favor me dejara ver; me acerqué, la tomé del brazo, pero ella se soltó y me dijo que la iba a dejar el bus y salió corriendo, Mateo me miró y me dijo: ”Mami, Daniela tiene los brazos cortados; ahora muchas niñas del colegio hacen eso no sé por qué”. Me quedé de una sola pieza. Le pregunté que cómo así que muchas niñas lo hacían, que si las profesoras sabían de esto; me dijo que no tenía ni idea, pero que se había vuelto una cosa super normal. Le pregunté que si Daniela estaba comiendo bien, me dijo que no tenía ni idea, se despidió y se fue. Los dos salieron de la casa a esperar el bus y yo no sabía por dónde empezar. Me acordé de la mamá de Carla y la llamé. Ella como siempre super gentil me saludó muy normal y le dije que no quería molestarla pero que mi hijo me había contado acerca de una cosa que me había preocupado mucho y quería saber si ella estaba al tanto. Le conté lo de las cortadas y me dijo que Carla si le había comentado algo al respecto. También me dijo que ella la revisa permanentemente y que si estaba muy preocupada porque algunas de sus amigas estaban comiendo poco o casi nada y que ella tenía miedo de que Carla pensara que esa era una opción válida. Le dije que si una de esas amigas era Daniela, y con un tono que parecía cargado de verguenza, o de dolor, o de temor o no sé de qué cosa, me dijo que si. Que me acordara de que en alguna ocasión había tratado de alertarme al respecto y que le había parecido que no me había gustado para nada que hubiera abordado el tema; me dijo que me entendía porque ella seguramente se hubiera sentido igual, pero que creía que valía la pena que llevara a Daniela a hacerse un control. Que talvez no era nada, pero que era mejor actuar a tiempo. Le agradecí, le dije que por favor fuera muy discreta con ese tema, que era algo que yo debía entender y que me tenía que informar muy bien porque desconocía muchas cosas. Me dijo que estuviera tranquila y se puso a mi disposición para cualquier necesidad. Se lo agradecí pero colgué devastada.

Pensé que no podía estar ocurriendo todo al mismo tiempo y sentía que no iba a ser capaz. Pero ahí todavía pensaba que lo de Daniela no era nada; estaba segura de que iba a poder manejar la situación sin problema, que todo se iba a resolver rápidamente y que mi hija estaba bien. Estaba tratando de organizar mi mente cuando me entra una llamada de Vanessa. Me saludó muy cordial como siempre, me preguntó que cómo me había ido con el fulano argentino. Eso no era extraño porque ella normalmente pedía un feedback de las citas con los empresarios. Le dije que yo no estaba interesada en continuar las relaciones con él, que me había parecido un poco déspota y que la verdad, en este momento estaba con mucho trabajo y no quería comprometerme con más cosas. Me dijo que si había pasado algo en particular; me moría de ganas de decirle que solo había intentado violarme, pero obviamente no podía. Le dije que sencillamente no me había gustado el modo en el que me había contestado cuando le había hecho algunas preguntas y que no estaba interesada. Ella quiso insistir, pero le dije que no tenía más que agregar y que estaba pasando por una situación un poco complicada en mi casa, que después me comunicaría con ella, finalmente me colgó.

Manuel me sorprendió mientras estaba en la cocina pensando en esa bomba que había explotado. Me saludó, me miró y me dijo que teníamos que hablar. Le dije:”Pues si, Manuel, tenemos que hablar de varias cosas”. Me dijo que sabía que Claudia me había llamado y que había ido a la casa de William y empieza a llorar como un niño chiquito. Yo no sabía qué hacer. Por un lado, sentía rabia cuando pensaba en todo ese tiempo que llevaba con Claudia, pero por otro lado presentía que estaba metido en un lío muy grande. Para ser sincera, me daba pánico escuchar lo que me iba a decir. Cuando por fin se calmó empezó con un discurso: “Diana, no sé cómo terminé en esta situación de la que tampoco sé cómo levantarme y entenderé si quieres separarte de mi. Tengo una adicción desde hace mucho tiempo y creo que se me está saliendo de control. Primero, la relación que tengo con William Becerra y la razón por la cual tuvo que renunciar al trabajo con Marcela es porque él me provee lo que yo consumo. Al inicio fue una cosa que pensé que podía manejar. Una noche terminé en un sitio en chapinero bebiendo con uno de mis amigos del colegio y ahí conocimos a Becerra. Terminamos los tres enrumbados y esa fue la primera vez que probé el bazuco.” Antes de que siguiera con ese relato, apenas dijo la palabra bazuco yo casi me atoro. Me estaba tomando un café y prácticamente se me salió hasta por los oidos. No podía creer que Manuel me estuviera diciendo que fumaba bazuco. Es que hubiera entendido que era el alcohol, hasta la cocaina, pero ¿bazuco? ¡Dios mío! ¿De qué me estaba hablando? Prosiguió. “Si, lo sé Diana, es horrible. Es que nunca en la vida pensé que fuera capaz de probar algo así, pero esa noche nos pareció divertido y terminamos fumando. Ahí comenzó todo; me quedé con el contacto de Becerra y cada vez que medio me enrumbaba me daba por llamarlo y el hombre siempre tenía. Primero, nos encontrábamos en cualquier parte, fumábamos, bebíamos y cada uno a lo suyo. Pero después se volvió una cosa mucho más intensa y yo ya no quería o no podía parar y así él me empezó a invitar a su casa. Para mi era mejor porque era un sitio más discreto, nadie me iba a ver y estaba tranquilo. El es un buen tipo, en realidad nos convertimos en amigos. Tiene un hijo y lo contraté en la empresa para ayudarlo porque en realidad es muy pilo. Becerra me había hablado de él y fui yo el de la idea que me mandara la hoja de vida. Después tuvimos ese problema tan grande en la empresa, pero todo fue culpa mía. Me he convertido en una persona despreciable, trato mal a mis empleados, ya no sé ni cómo manejar el personal si no es a los gritos; me he vuelto arrogante, prácticamente todos me odian en esa oficina. El punto es que en lugar de irme a internar al cartucho y pagar una o dos noches para fumar bazuco, comer y tomar, le pago a William. Esa vez que nos encontramos en ese sitio donde me vio Marcela fue para entregarme una bicha. Cuando tú me preguntaste por él quedé aterrado porque no entendía cómo era posible que supieras de su existencia y me asusté mucho. Le pregunté a él, me contó que efectivamente había trabajado con Marcela, que le había ido muy bien, pero que no pudo mantener más el trabajo, empezó a ausentarse mucho porque se pegaba unas enrumbadas muy bravas. El consume otras cosas y bueno, cada vez le cuesta más estar sobrio”.

Yo no podía cerrar mi boca. Es que sentía que Manuel me estaba contando un documental de esos que uno se encuentra por ahí en youtube o en Netflix. Me parecía imposible que un hombre como él hubiera caído tan bajo y no entendía ni la mitad de las cosas que me estaba diciendo. No me cabía en la cabeza que alguien pudiera mantener una doble vida con ese voltaje. Pero mientras pensaba en eso, sentía que las mismas palabras me las podría decir él a mi. Yo también había caído bajísimo, yo también estaba llevando una doble vida y había entrado en un mundillo que no era mejor que en el que había caído él. Sin embargo, me asaltaban muchas dudas y le hice muchas preguntas. Así me respondió: “Lamentablemente las adicciones no tienen estrato social, Diana. Bastó haber probado una sola vez esa porquería para haberme enganchado; pasa lo que pasa con casi todas las drogas: lo que sientes la primera vez es un rush que jamás vas a olvidar y lo vuelves a hacer anhelando sentir exactamente lo mismo y nunca vuelve a suceder, pero aún así lo haces de nuevo; aparte del efecto químico que tiene en tu organismo y todo lo que te altera. Digamos que yo fui capaz de manejar la cosa porque pasaba un rato, máximo una noche y después iba a ‘recuperarme’ donde Claudia. Esa es otra historia. Como ves, por muchos lados te he mentido. El rollo con Claudia comenzó porque ella se empezó a dar cuenta de que yo a veces estaba medio muerto en la oficina y pasaba frecuentemente a preguntarme si necesitaba algo, me llevaba te o agua aromática, cosas de comer; estaba siempre muy pendiente de mí. Un día después de que estuve donde William sentía que no era capaz de regresar a la casa y la llamé, le dije que tenía un problema, que si podía pasar a su casa y me dijo que claro. Ahí empezó todo y eso se convirtió en una rutina. Yo nunca he estado enamorado de ella, pero resultó ser una guarida perfecta para pasar el hangover. A este punto, no sé si ella sabe de mi adicción o no porque siempre le he dicho que voy a tomarme unos tragos con unos amigos. Nunca me ha preguntado nada, ella no exige, no me investiga, simplemente está. No es que esté tratando de defenderla, te estoy describiendo lo que pasa. Claudia es una mujer super sola y siento que tiene unos vacíos enormes; tiene esa necesidad de cuidar, de proteger, de salvar. Es igual con su hijo. Se la pasa resolviéndole todos los asuntos, vive super pendiente de él y es muy intensa. Conmigo creo que se adaptó a ese tipo de relación tan extraña; te repito: para mi era una cuestión de comodidad”.

Yo lo miraba y no alcanzaba a digerir tanta información. Lo único que me pasaba por la cabeza era que estábamos los dos metidos en un hueco, que habíamos olvidado nuestro hogar, y sobre todo, habíamos dejado prácticamente abandonados a nuestros hijos. No se me ocurría decirle nada de lo de Daniela, me daba pánico pensar que a ese hombre le diera por botarse de un puente. De pronto se quedó mirándome fijamente y me dijo: “ ¿Y tú, Diana? ¿Tienes algo que contarme con respecto a tus anillos y a los dólares que tienes escondidos?