Me puse blanca; me empezaron a temblar las manos, me fui caminando por ese corredor como si fuera una llamada de trabajo y le colgué al tipo. Otro evento más que me confirmaba que no había dimensionado la magnitud de mis decisiones. Creí que todo lo tenía bajo control, que no era tan difícil; al fin y al cabo eran hombres con quienes estaba haciendo negocios relacionados con mi profesión, con mi experiencia. Sin embargo, otra vez me atacó la duda: ¿será que esos tipos de verdad me habían contratado porque creían en mi como profesional o era porque se acostaban conmigo? Es decir, una cosa condicionaba la otra. Si yo no hubiera aceptado talvez no me hubieran contratado para manejarles sus cuentas. Pero eran hombres que tenían empresas grandes, que de verdad necesitaban estrategias serias para cumplir sus objetivos; si yo no tuviera el potencial no tendrían por qué arriesgarse de esa manera y hacer esas inversiones. De todos modos, independientemente de lo que fuera, había entrado en un mundo muy oscuro y ahora tenía este personaje que a lo mejor solo quería burlarse de mí, asustarme, jugar conmigo, pero eso me generaba una sensación horrible. Era tal la cantidad de cosas que estaban ocurriendo que me di cuenta de que ni siquiera había podido asimilar que había sido víctima de un intento de violación. No había tenido el tiempo de pensar en ello, de dejar salir las emociones que ese abuso me había causado.
Me invadió un miedo horrible. Pensé que ese tipo podía ser un demente y de pronto me quería hacer daño, me agarró una tembladera, sentía que me iba a desmayar, me faltaba el aire. En esas llega Manuel y me dice que a Daniela la van a dejar, que él creía que lo mejor era que nos fuéramos para la casa. Le dije que no, que no era capaz de dejar a la niña solita; que se fuera él con Mateo para la casa y que hablábamos más tarde para ver cómo iban las cosas. Me dio un abrazo, me pidió perdón de nuevo y me dijo que después íbamos a tener tiempo para seguir con nuestra conversación, que por ahora lo más importante eran los niños. No podía estar más de acuerdo con él. Le pregunté que si iba a estar bien, que de todos modos, no podíamos perder de vista que él estaba enfermo y que iba a necesitar un tratamiento y que entre más rápido buscáramos ayuda, mejor. Me dijo que si, que ya había hablado con un psiquiatra con el que en algún momento había tenido un contacto y que lo iba a recibir al día siguiente. Le dije que bueno, que por favor si tenía algún problema de ansiedad, de lo que fuera, me llamara inmediatamente. Me dijo que si, me agradeció de nuevo, me despedí de él y de Mateo y me senté en una silla que había al lado de la cama de mi hijita.
La miraba y no podía creer que estuviera ahí acostadita sintiéndose mal. La doctora me había dado un montón de referencias para que me informara y empecé a leer compulsivamente acerca de estos trastornos y entre más leía, más quería saber. Necesitaba encontrar la mejor manera de ayudarle a mi chiquita a salir de ahí, de ese hueco en el que había caído. Mientras estaba concentrada en buscar todo tipo de información me llamó hasta el gato. Mi mamá, mi papá, María Clara, Juliana, Marcela, todos. Dependiendo del sujeto contaba con más o con menos detalles, pero decidí que mi círculo cercano tenía que saber lo que estaba pasando con Dani porque necesitaba todo el apoyo y tenía que sacar fuerzas de donde fuera para sacar adelante este problema.
De pronto recibo una llamada de la mamá de Carla. Le contesté inmediatamente; ella había sido siempre muy gentil, me preguntó cómo estaba Dani, cómo estaba yo, si necesitaba algo, si quería que me trajera algo a la clínica, en fin, fue muy considerada y dulce. Esa mujer tenía esa forma tan especial y gentil de decir las cosas, me hacía sentir paz. Con lo que no contaba era con lo que me iba a decir a continuación. Me dijo: “Diana, yo sé que debes estar preocupada con lo de Daniela, pero siempre he pensado que lo importante es saber para poder actuar. Afortunadamente ya estás enterada de lo que está pasando, no tienes por qué juzgarte o culparte y no te debe importar lo que diga la gente; ahora llegó el momento de tomar decisiones encaminadas a la recuperación de la niña y estoy segura de que así va a ser, y desde ya, me ofrezco para ayudarte en este proceso y sé que Carla va a estar muy pendiente de Dani; ellas se adoran y espero que sepas que puedes contar con nosotras. Sin embargo, hay algo que quiero que sepas porque justamente a causa de esto que pasó hoy, Carla resultó contándome otra cosa en la que está involucrado Mateo. Parece que hay un grupo de niños en el colegio que está vendiendo pepas. No me preguntes de qué tipo, qué hacen, cómo lo hacen; Carla no tiene ni idea; yo ya le hice todo un interrogatorio y ella no sabe nada. Pero lo que sí sabe es que Mateo está involucrado. El tema salió porque cuando estábamos hablando de lo de Daniela, hizo este comentario: “! Pobres los papás de Dani, ¿Cómo será cuando sepan lo de Mateo?”.
No, ahí yo ya pensé que me iba a morir, que no iba a poder con tanta información. Le dije que, si ella estaba segura de eso, que no podía creerlo, que no lo veía a él haciendo eso, pero de pronto se me vino a la cabeza eso que había notado y que no le había querido poner mucha atención. Mateo estaba usando mucha ropa nueva, relojes y cosas de valor. Siempre pensé que era Manuel y después me enteré de que Manuel pensaba que era yo la que le daba más plata que antes. Y si, a los dos les había aumentado su mesada, pero no como para los gastos que estaba teniendo Mateo. No podía entender cómo y por qué estaba haciendo algo semejante. Además, que pensé lo que sería lo lógico: que él está consumiendo también; pero ahí quedaba más loca todavía porque a excepción de esa vez que lo encontré con los ojos rojos con sus amigos, nunca más en la vida lo volví a ver medio perdido, o con los ojos desorbitados, o tambaleándose; también es cierto que yo no estaba muy presente en la casa y que de pronto ni me había dado cuenta. En ese momento sentí ganas de morirme. Me daban ganas de no seguir, además porque me sentía super culpable. No podía dejar de latigarme, me mortificaba profundamente saber que había estado tan ausente, que no me había dado cuenta de nada de lo que estaba pasando a mi alrededor. Se trataba de las personas que más quería en este mundo, no podía entender cómo había podido ser tan egoísta y había abandonado a los seres más importantes de mi vida. En fin, yo colgué esa llamada devastada; no podía casi sostenerme.
Decidí llamar a Manuel y le conté lo que me había dicho la mamá de Carla. En esa conversación fue que nos dimos cuenta de que los pensábamos que era el otro el que le estaba dando la plata a Mateo. Yo le decía a Manuel que de dónde sacaba Mateo esas pepas o lo que fuera que estaba vendiendo. Me dijo que seguro las estaba pidiendo por internet. No, yo ahí me caí de la nube; ¡cómo así que por internet! ¿Pero de cuándo a acá uno pedía drogas online? Manuel me dijo que había algo que se llamaba dark web y que ahí se encontraba todo lo que estaba prohibido, todo es todo. En ese momento se me vino a la mente que mi hijo estaba teniendo acceso a una cantidad de información horrible, estaba en contacto con el mismo mundo de mierda en el que estábamos Manuel y yo; y a este punto, Daniela también estaba ahí. ¿Sería posible que el hecho de estar sumergido ahí de pronto era lo que había hecho madurar a Mateo? ¿Así de incoherente era mi micro cosmos que esa era la forma en la que funcionaban las cosas en mi casa?
Le pregunté a Manuel que si íbamos a poder superar todo esto, que si íbamos a ser capaces de resolver al menos algo de lo que estaba pasando en nuestra familia. Me dijo con toda la determinación: “Es que no tenemos otra opción”. Dentro de mi pensaba que no iba a ser capaz, que todo se me estaba cayendo encima y que no tenía ni la fuerza, ni el conocimiento, ni la preparación, ni nada para afrontar semejante tsunami. Volteo a mirar a Daniela, le veo sus brazos cortados mientras duerme, pienso en Mateo y lo veo metido en esas páginas accediendo a información que no debería ver y pienso en Manuel y lo veo metido en la casa de ese tipo fumando bazuco, hundiéndose en sus propias penas, no pude más, me desplomé.