Me empezó a doler el estómago de pensar que me había llegado el turno, pero Manuel tenía razón acerca de una cosa. Si el objetivo era salvar esta familia, debíamos ser transparentes y desenredar todos estos rollo de una vez. Me daba escalofrío ver la valentía con la que mis hijitos habían afrontado esta situación; a pesar del dolor o la verguenza que les pudiera causar hablar acerca de lo que estaban pasando, se abrieron, sacaron la fuerza y contaron todo. Sacaron lo que tenían adentro y eso me hizo intuir que también ellos deseaban empezar de ceros. Sin embargo, había algo con lo que no estaba de acuerdo y era que Manuel pensaba que nada de lo que él había hecho podía ser peor que cualquier de nuestras historias. No podía estar más contraria a esta afirmación. Yo sentía que lo que había hecho era mucho más repulsivo y reprobable de lo que hubieran podido hacer ellos. En fin, como sea, me había tocado el turno y debía hablar.
Comencé desde el principio. Y cuando digo desde el principio quiere decir que casi me trasladé a mi infancia, a esa vida que mi hermana y yo tuvimos con mis papás. Siempre bien puestas, siempre educadas, bien portadas, de pocas palabras, prudentes, silenciosas y siempre sonrientes. En fin, le dije todo lo que había significado para mi vivir sumergida en ese mundo de apariencias porque las emociones y la realidad era algo de lo que casi ni dentro de la casa se hablaba. Después de haber hecho un recorrido muy doloroso por mi infancia, porque aunque económicamente nunca nos faltó nada, lo que más recibí fueron críticas. Mi mamá, sobre todo, se dedicó a trasladar sus vacíos en nosotras y nos exigía cosas que seguramente eran cosas que ella hubiera querido hacer y como no pudo, quería que nosotras a toda costa las realizáramos y para mi fue horrible esa presión. Sumado a que el éxito en mi casa siempre ha estado asociado al nivel social y económico. El hecho de poder acumular cosas materiales y de difundir este estatus, de poder participar activamente en un círculo social que valide sistemáticamente esa posición es lo que representa el tan anhelado éxito. Antes de graduarme tuve la oportunidad de hacer la práctica profesional en el área de mercadeo de una empresa muy grande y conocida y me encantó ese mundo; desde ese momento me sentí super atraída por el ambiente corporativo y quería continuar allí. Obviamente mis padres lo reprobaron y creyeron que era un capricho, que me iba a pasar la bobada y que me iría a trabajar en el colegio, a lo que nos pertenece y no convertirme en una empleada de alguien.
Por todo eso, cuando yo insistí en lo que quería hacer, se dedicaron a criticarme sin parar cada una de las decisiones que he tomado en la vida. Mi mamá muchas veces me dijo abiertamente que ni se me ocurriera salirme de la última empresa donde trabajé porque en ninguna otra parte iba a poder trabajar, mucho menos en el colegio porque no tenía la experiencia y que ellos no iban a permitir que yo llegara a improvisar; cuando en algún momento sugerí que me gustaría crear mi propia agencia mi mamá pegó el grito en el cielo. Durante un almuerzo me dijo que yo no tenía ni el talante ni el talento para ser una empresaria, que para eso hubiera tenido que aprender al lado de ellos pero que no quise; que decidí volverme una empleada así que era mejor que me quedara ahí porque emprender no era para todo el mundo y que seguramente yo era el ejemplo perfecto de las personas que jamás se deben arriesgar a hacerlo.
Manuel me escuchaba atentamente; de vez en cuando movía la cabeza como cuando a uno le resulta difícil comprender que alguien, sobre todo un padre o una madre. Aproveché para recordarle que él muchas veces, sino todas, estuvo de acuerdo con esas posturas; talvez no fue así de cruel como mi mamá, pero si trataba de persuadirme para que no me lanzara a cumplir mis suenos. Bueno, pero esto no se trataba de él; no quería caerle encima porque después de saber por lo que estaba pasando entendí que probablemente también me estaba hablando a través de sus miedos en esos momentos. Después de todo el contexto, por fin llegué al punto y le conté a Manuel desde el principio cómo inició toda la historia con los tan renombrados empresarios, las dinámicas paralalelas que habían nacido junto a los contratos que firmé con ellos y todos los detalles que rodeaban ese mundillo malsano en el que me había sumergido. Una vez empecé a relatar, no sé por qué, pero ya no podía parar. Tenía atorada esa vida secreta que me llenaba de embarazo y mientras lo decía es como si me hubiera tomado un laxante. Nunca me imaginé que llegaría a contar esta historia a alguien, mucho menos a Manuel. Todo el tiempo se quedó en silencio, inmóvil escuchándome con toda la atención. Cuando terminé me dijo con toda la seriedad: “Esa vieja de la agencia está involucrada en eso”.
Le dije que en algún momento yo había sospechado pero que de verdad no era el tipo de mujer que haría algo así, que era muy seria y que era una agencia posicionada, conocida, trataba con empresarios de muy alto perfil. Manuel insistió y me dijo que eso era trata de personas. De un momento a otro se quedó mirándome y me dijo: “¿A qué hora nos convertimos en esto Diana? Yo no puedo creer que hayamos llegado tan lejos. Perdóname.” Me quedé mirándolo y le dije que yo creía que debíamos perdonarnos primero nosotros mismos; mientras le conté todo me di cuenta que estaba llena de heridas del pasado a las que nunca les había puesto atención porque estaba muy ocupada tratando de demostrarle a los demás un montón de cosas, pero que en el fondo tenía muchos dolores por sanar. Lloramos mucho, me impresionaba verlo así tan descompuesto, tan destruido; se notaba que por dentro llevaba una angustia y un desasosiego que lo tenían paralizado. Lo desconocía, me parecía otra persona y a pesar de su extrana relación con Claudia, con Becerra y con la droga, le agradecí el hecho de no haberme juzgado, aunque era tal la culpa que llevaba sobre mis hombros que me mortificaban las voces en mi cabeza que me repetían sin parar: ¡Quién sabe de qué forma te está mirando ahora Manuel! ¡Debe sentir incluso asco después de saber todo lo que hiciste! ¡Nunca te lo va a perdonar!. Estas eran las frases más bonitas que se pasaban por mi mente, sin embargo, los dos estábamos casi en el mismo sótano y de ahí iba a ser muy difícil salir. Estuvimos de acuerdo en la ayuda que necesitábmos como familia; en la terapia a la que nos debíamos someter y en todos los aspectos sobre los cuales deberíamos trabajar para tratar de rescatar o recuperar algo de lo que éramos.
Le mandé un mensaje a Marcela pidiéndole los datos de su amiga psicóloga, me los dio y le escribí inmediatamente implorando ayuda casi que a gritos, me dio una cita para el día siguiente. Ya habíamos contactado por otro lado un centro de rehabilitación para Manuel y también estábamos esperando la cita para Daniela. Mi familia parecía casi normal y resultó ser una farsa total, pensaba yo. Estábamos tratando de poner en orden las agendas y priorizar las actividades; cuando empezamos a hablar de los dineros, o sea, el de Mateo y el mío, estuvimos de acuerdo en que teníamos que hacer de cuenta que no contábamoscon él y debíamos si o si destinarlo a alguna parte. Al final nos sentíamos tan agotados que decidimos hablar de ese tema al otro día y tomar una decisión. Nos acostamos y decir que a dormir, es demasiado pretensioso; por un lado estaba rendida, pero la mente no me dejaba y era imposible conciliar el sueno, me atormentaba cada cosa que estaba sucediendo y me parecía una más grave que la anterior. A veces creo que lograba dormir, pero nunca profundamente, me despertaba continuamente. No entendí si Manuel dormía o no, pero no alcanzaba a pensar ni siquiera en eso.
Lo cierto es que amaneció, decidimos que Mateo debía ir al colegio pero Daniela iba a pasar el resto de la semana en casa y como tarea teníamos terminar de hacer la decoración de navidad y hacer una lista de regalos. Nos levantamos todos, fuimos a la cocina a desayunar; increíble, pero lo que nunca hicimos por mucho tiempo ahora se estaba convirtiendo en una costumbre, sentarnos todos a la mesa aunque resultara desafiante mirar a Dani. Me partía el corazón verla con esa angustia; ahí es cuando uno entiende que si existiera el modo, uno haría lo que fuera por quitarles el dolor a los hijos, me los cargaría todos yo, aceptaría vivr el resto de mis días padeciendo antes que verlos a ellos sufrir. Mati se despidió de nosotros, abrazó a su hermanita, le dijo que la amaba, cosa bastante fuera de lo común, me dio un beso a mi y otro Manuel y salió.
Después de terminar, Daniela me dijo que se iba a banar para que siguiéramos con lo de la navidad y nos quedamos Manuel y yo solos. De pronto me entra una llamada y era Vanessa. Le mostré a Manuel y me dijo que le contestara. Me saludó muy cordial como siempre, me dijo que tenía unas citas potenciales con unos empresarios mexicanos, que si estaba interesada, la tenía en altavoz. Manuel me dijo que aceptara y después me dijo que se lo pasara; yo no entendía por qué y para qué, pero insistió tanto que le dije a Vanessa que mi esposo quería hablar un segundo con ella que si se lo podía pasar y me dijo que si, que claro. Pasó Manuel, la saludó super caballero y le dijo: “Vanessa, es que estamos tan impresionados con los resultados de Diana, que por un lado, acordamos que yo también voy a intervenir un poco con estas citas. En estos momentos estamos con algunos proyectos familiares importantes y nos toca repartirnos así que quisiera saber si yo puedo reemplazar a Diana en algunas de las citas, y por otro lado, yo trabajo en x empresa, me imagino que la conoces, me gustaría saber si tienes algún serivicio que incluya empresas con nuestra linea de negocio y si podemos empezar a hablar de negocios tu y yo”.