Llegamos a la casa. Mateo no terminaba de aceptar la situación; estaba haciendo mala cara y no había dicho una sola palabra desde que habíamos salido del colegio. Manuel me dijo que no se sentía bien, que tenía dolor de cabeza, que se iba a recostar un rato. Les pregunté a Daniela y a Mateo si querían comer o tomar algo, me dijeron que no. Dani me dijo que se iba para su cuarto a hacer la lista de los regalos y me quedé con Mateo en la cocina. Abrí una botella de agua y apenas empecé a tomar un poco vi los ojos de mi hijo enrojecidos, de pronto me miró y me dijo: “Mami, es muy injusto todo esto”. Le dije que entendía su desilusión pero que estaba de acuerdo con el papá. Le dije que le había ido muy bien para lo que hubiera podido pasar. En medio de todo, probablemente íbamos a poder buscar un colegio bueno donde pudiera graduarse. Me dijo que era diciembre, que cómo lo iban a recibir a mitad de ano en otro lado, que eso era absurdo. Le dije que tendríamos que pensar en una solución para los meses que venían, pero le dije que lo más seguro era que en el colegio de los abuelos lo iban a recibir. El no se consolaba, estaba destruido, pero algún aprendizaje tenía que quedar de todo esto. De pronto se queda mirándome y me dice: “Ma, por qué mi papá toma tanto, a veces creo que él tiene un problema con el alcohol o con otras cosas porque hace las mismas cosas que el papá de Reyes. Bueno, no. El papá de Reyes es peor, le pega a la mamá y les grita mucho. Reyes no ve la hora de irse de esa casa, dice que es un infierno”.
Me quedé de una sola pieza. Le dije que Manuel había pedido una licencia en el trabajo para ponerse en un tratamiento y empezar una rutina de vida saludable y que yo también tenía ese objetivo. Le dije que nos dejamos vencer por el estrés y creímos que trabajar como mulas era la respuesta a todo, pero que a veces cuando uno se concentra en una sola cosa de manera tan obsesiva se olvida de lo importante, y que para nosotros lo realmente relevante en nuestras vidas eran él y Daniela. Con respecto a lo del papá de Reyes, le expliqué que esa era una de las consecuencias del abuso del alcohol o de las drogas; que seguramente él había perdido totalmente el control y la agresividad es un síntoma típico de quienes tienen un problema de adicción al alcohol. Le dije que lo sentía mucho por Mónica, la esposa del papá de Reyes, que seguro ella estaba pasando por una situación espantosa y que lamentablemente a veces no es tan fácil salir de eso, que esperaba que él aceptara que tenía un problema y que buscara ayuda, esa sería la única forma de cambiar de vida. Me dio mucho pesar pensar en Alejandro, un niño de la misma edad de Mateo, lo conozco desde chiquito, toda la vida han sido amigos y me partía el alma saber que estaba siendo testigo de una realidad tan dura; eso lo iba a marcar por siempre. En ese tipo de cosas es en las que a veces no pensamos los papás.
Mateo se levantó de esa silla y me abrazó. Me dijo que él no se quería ir, que él sabía que nosotros nos queríamos y que aunque su papá tomara, saber que iba a empezar un tratamiento lo ponía muy feliz. Me dijo que como el papá no iba a trabajar, que él en esos meses podía buscar un trabajo para aportar a la familia y que mientras tanto haría una investigación de los colegios para saber en dónde iba a poder hacer el último ano. Se podrán imaginar que yo lloraba a mares. Le dije que el papá no se había quedado sin trabajo, simplemente había pedido una licencia, pero que después iba a regresar. De todos modos, le agradecí por pensar de esa manera, le dije que sí me parecía que podía buscar algo para hacer y que lo apoyaba con lo de los colegios. Le cambió su carita y me dijo que se iba a su cuarto a mirar en internet qué opciones había.
¡Dios mío! ¡Que montaña rusa tan hp! Es que esto no paraba, era una cosa detrás de la otra. Baja Dani, me dice que hizo la lista de regalos de navidad, nos pusimos a mirarla juntas, nos reímos un rato, le pregunté que si le parecía chévere si hacíamos una novena en la casa, me dijo que si, que claro. Le encantó la idea y empezó a hacer la lista de invitados, y todo el check list para el evento. A Daniela todo lo que estuviera relacionado con organizar, planear, hacer eventos, listas, le encantaba. Ella era feliz con eso, y yo me moría de la dicha de verla tan feliz. Le dije que bueno, que entonces teníamos que planear todo para hacer las compras; ella me dijo que hacía las invitaciones por internet y se fue corriendo a hacerlas en el computador. Tan divina mi muñeca, yo no veía la hora de verla recuperada, de verla comiendo bien, de verla crecer feliz y saludable; me daba un dolor enorme pensar que había dejado avanzar esa enfermedad y empieza uno con lo de siempre: si hubiera hecho esto, si hubiera hecho lo otro y así. En fin, de repente, se devuelve y me dice: “Mami, se me olvidó decirte una cosa, le dije a Matt que si él quería yo me pasaba al colegio al que él se fuera para que no se sienta solito; primero se puso a llorar el bobo, pero después se puso muy feliz y yo también”. Se devolvió para su cuarto corriendo a seguir con lo de las invitaciones y yo ya no sabía si reír o llorar. Estos niños míos me impresionaban, me enseñaban con cada cosa que hacían y decían. No podía sentirme más agradecida a pesar de los desafíos.
¡Ah! Pero como todo no puede ser color de rosa, me entra una llamada a mi celular, contesto y es Claudia. No podía creer que me estuviera llamando esa vieja. La saludé muy fría y le pregunté directamente qué quería. Me dijo que por favor la perdonara por llamar, pero era que estaba muy preocupada por Manuel, que no había sabido nada de él, que no le contestaba las llamadas, que se había enterado de la licencia y que simplemente quería confirmar que estuviera bien. Esta fue mi respuesta: “Claudia, a usted quién le dijo que usted y yo somos amigas o que tenemos la confianza como para que usted me llame a preguntarme cómo está mi marido? ¿De dónde acá y cómo se le ocurrió que tenía ese derecho? ¿Qué es lo que está esperando? ¿Que le de las gracias por su preocupación y que le cuente con detalle lo que ha pasado en nuestras vidas en los últimos días? Mire, le quiero decir que yo estoy perfectamente bien enterada de esa relación insana y morbosa que usted decidió tener con Manuel sabiendo que era un hombre casado y con problemas y me imagino que muchas cosas tendrán que pasar en su cabeza y en su vida en general para que elija ese tipo de relaciones, pero no soy yo ni la que la tiene que atender, ni la que la va a terapiar, ni mucho menos la que la va a ayudar. Espero, y se lo digo de mujer a mujer, que solucione sus vacíos y sus traumas, pero le exijo que se aleje de Manuel de por vida y que jamás se le ocurra volver a llamarme. Borre mi teléfono y mi nombre de la memoria de su celular y la de su cerebro. A usted no le debe, ni le tiene por qué importar cómo está MI esposo y si él no le contesta el celular, entienda el mensaje y que no se le pase por la mente llamarlo a él o a mi jamás”. Le tiré el teléfono; me temblaban las piernas, las manos, la cara, todo. Cuando volteo a mirar, Manuel estaba al lado mío, me miró, me dijo: “Gracias. Siento mucho que tengas que pasar por esto. Hiciste bien. Te amo”.
Hace tiempo Manuel no me decía ‘te amo’; quedé tan impresionada que no supe ni qué decir. La verdad, estaba muy alterada con esa llamada; es que no podía creer que esta pendeja me estuviera llamando a preguntarme por Manuel. Definitivamente para la huevonada no hay nada. En fin, me dieron ganas de tomarme un té, le dije a Manuel que si quería, me dijo que si, que se le había pasado el dolor de cabeza; que había pasado por el cuarto de Mateo y que le pareció que estaba más tranquilo, que estaba viendo colegios por internet y que Daniela le había dicho que ella se iba para donde él se fuera. Los dos sonreímos, teníamos los ojos aguados. El caso es que me dijo que estaba muy pensativo con esas citas del día siguiente con Vanessa y con el argentino y que era mejor estar preparado. Ahí otra vez mi cabeza empezó a dar vueltas, me lo imaginé con una pistola en el bolsillo, o con un cuchillo o algo por el estilo. Le dije que era mejor ir con tranquilidad, que si quería yo lo acompañaba a la cita con Vanessa, soltó la risa y me dijo que cómo se me ocurría que iba a ir armado; me dijo: “Tienes que dejar de ver Fox Crime”.
Sin embargo, me dijo que si iba a ir acompañado y que tenía la persona perfecta para eso. Coge su celular, espera, alguien le contesta y le dice: “Quiubo hermano, ¿cómo va?”.