Me quedé muy atenta escuchando a Manuel mientras tenía esa conversación. Habló con una persona que parecía que le tenía mucha confianza, se saludaron, le preguntó que cómo estaba, etc., y de pronto le dijo que tenía que pedirle un favor muy importante y le explicó lo de las citas que tenía con Vanessa y con el argentino. Le dijo que lo que pasaba era que no sabía muy bien en qué y con quién estaba lidiando; que apenas eran unas sospechas, pero que él pensaba que había un tema de trata de personas; Manuel le explicó más o menos cómo era la dinámica y yo con ganas de que colgara rápido para que me contara con quién era que estaba hablando. Finalmente colgó. Obviamente le pregunté que quién era, que por qué había contado tanto, que por favor no me dijera que era Becerra. Me dijo que no; que se trataba de un expolicía que se había dedicado a hacer muchos trabajos encubiertos y que tenía ojo para ese tipo de cosas, además de ser un hombre que tenía una apariencia que desconcertaba. Por un lado, era un hombre muy simpático, sonriente y divertido, pero medía casi 1.90, calvo, tenía una cicatriz en la mejilla y una sonrisa super cautivante. No sé si me puedan entender, pero este hombre tenía una mezcla que lo dejaba a uno loco. Era un caleño de cuerpo increíble, grandote, con una apariencia que definitivamente llamaba la atención. Usaba casi siempre gafas oscuras y sonreía por todo, de un humor negro que daba miedo. Que por qué lo puedo describir tan bien, porque claramente lo conocí poquísimo tiempo después.
Me dijo que el tipo había quedado de llamarlo más tarde para confirmarle si podía acompañarlo o no. mientras esperábamos Manuel volvió a decirme que sentía mucho lo de la llamada de Claudia. Asumió entera la responsabilidad por haberse involucrado con ella. Me dijo que definitivamente le había dado alas y seguro le había hecho pensar que podía tomarse ciertas atribuciones. Me explicó que a veces eran tan horribles los guayabos o los estados en los que llegaba, que lloraba, se sentía muy vulnerable y que varias veces le dijo que ella era la única que lograba sacarlo de esa angustia, que no sabría qué hacer si lo dejara, o cosas así. Ella pensaba que él estaba enamorado. Mientras lo escuchaba pensaba, pero ¿cómo una mujer puede creer que un tipo que va donde ella a pasar el guayabo y a quejarse, la ama o está profundamente enamorado de ella? Tal parece que de alguna manera escuchó mi pregunta porque me dijo que Claudia era una mujer muy sola, que había tenido una relación muy difícil con el papá de su hijo y que tenía como una especie de delirio con eso de ser salvadora. Que lo veía también en la oficina con todos. Además, era una mujer extremadamente complaciente. Es como si quisiera gustarle a todos; en muchas ocasiones había visto que, aunque no estaba en capacidad de hacer alguna cosa, siempre decía que sí. Me contó que él se dedicó a observarla y que nunca le dijo por qué hace esto o lo otro, es decir, nunca la cuestionó, aunque le parecía que exageraba con las decisiones que tomaba, pero pensaba que si hacía eso ella se iba a ilusionar.
En algún punto de la conversación le dije: “Manuel, a ti qué te hace pensar que me interesa saber todas estas cosas de la relación que tuviste con esa mujer? Me siento incómoda, me da rabia, me molesta saber esos detalles. Tú me escuchaste cuando se lo dije a ella, estoy convencida de que tiene muchos vacíos, pero no me interesa ni ayudarla, ni solucionarle su vida; no soy una psicóloga y si lo fuera nunca quisiera tener que cruzarme con ella”. Me dijo: “Claro que lo sé. Entiendo que te dé rabia y es egoísta de parte mía contarte estas cosas, pero es que creo que me ayuda; es que ahora veo de forma muy clara por qué tuve esa relación con esa mujer. Prácticamente la usé. Y eso es algo que me permite qué tan lejos llegué, porque además no fue solo ella. O sea, con William fue igual; claro, yo le pagaba, pero todo lo manejaba de una forma que se acomodara a mis exigencias, a mis necesidades; me aprovechaba del hecho de tener dinero y pasaba por encima de los tiempos y de la dignidad de ellos. Yo sabía que podía llamarlos a la hora que fuera, pedirles lo que fuera y corrían; en el caso de Becerra, seguro la primera motivación era la plata. El también es un adicto y necesitaba mi dinero; en el caso de Claudia, era peor. Ella creía que a mi me interesaba, que tenía sentimientos por ella; se metió en una película conmigo y creyó en lo más profundo de sus fantasías que yo la quería. Hoy puede que le agradezca porque creo que fue muy dedicada, hizo las cosas sinceramente y se aguantó cosas que nadie, Diana, nadie, se hubiera aguantado. Yo estoy seguro de que si tú me hubieras visto en esos estados me hubieras botado para la porra hace siglos y con toda la razón. Era presenciar la degradación total. No sé si ella de verdad pensaba que solo era alcohol, si nunca sospechó del bazuco o de tantas otras cosas que me metí, pero hacía lo que fuera para que yo me recuperara. ¿Y entiendes la contradicción? Ella sabía que yo tenía que recuperarme para volver a mi casa donde mi familia, y el empeño que le ponía a mi mejoría no era normal”.
Creo que entendía por qué Manuel quería contarme los detalles y no puedo negar que cuando lograba ver las cosas con perspectiva las cosas parecían más claras de como las veía regularmente. No podía apartarme del hecho de ser su esposa, la mamá de sus hijos, la persona con la que por años lo había acompañado mal o bien en todas sus decisiones, pero también es muy cierto que en muchas otras cosas también le había faltado. Siempre fui muy crítica con él, de forma muy disimulada algunas veces trataba de compararlo, o exigía mucho. O sea, yo siempre quería más; no acababa de comprar un carro cuando ya estaba pensando en que teníamos que comprar uno mucho mejor, o comprábamos una casa y ya quería mandarla a remodelar, ampliar y decorarla con diseñador privado, o nos volvimos socios del club y ya estaba pensando en tener muchas cosas para poder ir a presumirlas delante de toda esa gente de mierda que nos rodea en ese sitio. Cuando comprábamos la ropa o lo que fuera para los niños, los útiles, los libros, las maletas, siempre le decía a Manuel que debía ser lo mejor, lo más caro, lo más exclusivo, lo mejor. Para mi nunca nada era suficiente. Si íbamos de vacaciones a alguna parte cuando regresábamos y yo escuchaba que fulanito había ido a otro sitio más cool, se lo echaba en cara, le decía que claro, que a nosotros nos tocaba irnos a lo más chichipato. En fin, tal parece que me convertí en mi mamá; me la pasé criticándolo la mayor parte de nuestro matrimonio. El terminó metido en un problema de adicción muy fuerte y aunque fue su decisión, lo más lógico es que hubo factores que lo llevaron a querer escapar a través de las drogas y el alcohol. Digamos que todas estas cosas rondaban mi cabeza desde que todo esto estalló; todavía no tenía ni idea de cómo salir de ahí, pero sin querer estábamos llegando a las raíces de eso que nos tallaba sin haber sido muy conscientes de ello. Esa noche hablamos largo y tendido. Hicimos una especie de terapia y terminamos super agotados; al fin terminó de pasar ese día sin otras novedades y nos fuimos todos a dormir.
Al otro día nos levantamos todos, desayunamos y realizamos que ninguno tenía que hacer su rutina de siempre. Manuel no iba para su oficina, yo llevaba varios días desconectada de la oficina, Dani en recuperación y Mateo sin colegio. Por un lado, era desconcertante. Uno se vive quejando de las cosas, de las rutinas, de las madrugadas, de lo que hace normalmente, pero cuando llega un día en que no ‘tiene’ que hacer esas cosas, la sensación es muy extraña. Nos mirábamos mientras desayunábamos y no sabíamos qué decir. Finalmente, Mateo rompió el hielo y nos agarró un ataque de risa. Ahí estábamos los cuatro; en medio de un drama más duro que el otro, riéndonos y compartiendo en familia.
Llegó la hora de la cita de Manuel con Vanessa. Se arregló super bien. El sabía cómo vestirse para cada ocasión y se fue perfecto. Le imploré que se cuidara mucho; este tipo le había confirmado la cita; aún sin conocerlo, como que me daba un poco de tranquilidad que fuera acompañado; es que yo pensaba en Vanessa y visualizaba una cosa así como Griselda Blanco, alias ‘La viuda negra’; yo sé, me sobreactúo pero es que yo ya veía a Vanessa con pedido de extradición de USA. Le dije que me avisara cualquier cosa, que iba a estar pendiente, que cualquier cosa salía corriendo. Se fue. me quedé en la casa dando vueltas como una gallina, no me podía concentrar en nada, no tenía cabeza para hacer alguna actividad que me entretuviera. Como media hora después de que había salido Manuel, me manda un mensaje que decía: “El Capi (el expolicía) conoce a Vanessa”.