Nos fuimos corriendo para el cuarto de Mateo y estaba boca abajo en su cama llorando como un niño chiquito. Me acerqué, lo cogí, lo toqué, le pregunté qué había pasado, por qué lloraba de esa manera y me dijo que su amigo Reyes estaba en la clínica grave, que no sabía si había intentado suicidarse o había sido un accidente pero que estaba muy mal. Yo inmediatamente cogí mi teléfono y llamé a la mamá de Reyes; esa mujer no podía hablar de lo conmocionada que estaba, me decía que se quería morir, que su hijo era lo único que a ella la mantenía viva y que si le pasaba algo no iba a tener más razones para estar en este mundo. Como pude, traté de calmarla, le dije que tuviera fe y todas esas frases que uno dice cuando una persona pasa por un momento tan duro. Ella como pudo, me dijo que no había intentado suicidarse, que había ingerido una pastilla y que lo había encontrado en su habitación sin sentido, que lo habían llevado inmediatamente a la clínica y que estaban tratando de reanimarlo, pero que no sabía qué pastilla había sido, incluso me dijo que le preguntara a Mateo si él sabía algo al respecto, que estaban tratando de entender para ver si los médicos podían hacer algo. Me imploró, me rogó, me suplicó que la ayudara, que hiciera algo por ella, por su hijo, que ella sentía que se le estaba cayendo el mundo encima. Le dije que ya me iba para la clínica a acompañarla y colgamos.

Manuel y yo nos miramos y creo que sin hablarnos nos estaba pasando el mismo sentimiento por dentro. Yo pensé que si a mi me pasaba algo medianamente parecido, me moría. Asumir, aceptar, entender un dolor de esos es inconcebible, es superior a cualquier fuerza que uno pueda tener almacenada en el último rincón de su cuerpo, de su alma. Miré a mis hijitos y en medio de nuestra precaria situación me sentí agradecida. Pensaba que al menos los tenía ahí a los dos al frente mío y que tenía tiempo para ayudarlos a encaminar sus vidas y sobre todo, iba a poder acompañarlos mientras lo hacían. Le dije a Manuel que me iba para la clínica a estar con Mónica y él me dijo que se quedaba en la casa con Mateo, no era bueno que él presenciara esos momentos tan complicados. Fuera de eso, no sabíamos cómo iba a reaccionar el papá de Reyes. En fin, quedamos así. Mateo se calmó un poco, me dijo que normalmente lo que Reyes consumía era MDA, que es una metanfetamina, pero lo que pasaba era que ya habían oído varias historias relacionadas con los componentes de esas píldoras, a veces tenían sustancias que podían ser mortales. Me fui con esa mínima información para la clínica.

Mientras iba en camino me llamó mi mamá consternada porque no sé cómo pero este tipo de información vuela en este círculo. Obviamente me dijo lo que se le pasó por su limitada cabeza. Cosas como: “Es que no puedo entender cómo un niño que lo tiene todo, que tiene una vida tan afortunada, estudia en uno de los mejores colegios, vive en uno de los barrios más exclusivos de esta ciudad, tiene un papá que es un renombrado empresario en este país, y termina en esas cosas”. Le dije a mi mamá que ella, ni nadie sabía realmente lo que pasaba al interno de esa familia, le dije que el papá de Reyes era un alcohólico y un maltratador que le pegaba unas muendas horribles a Mónica y que Alejandro estaba siendo víctima silenciosa de unos conflictos y de una violencia que eran superiores a cualquier voluntad o deseo de llevar una vida medianamente normal. Que un niño a esa edad no sabe, ni tiene por qué saber cómo gestionar problemas tan graves, mucho menos cuando los papás hacen como si nada estuviera pasando. La prueba era eso que ella me estaba diciendo. Le dije “Tu te estas basando en lo que ves cada vez que vas al club, en lo que probablemente te cuentan los demás, en el ‘buen’ y educado comportamiento de Mónica delante de todos porque hubiera sido de muy mal gusto contar que esta casada con una bestia, hasta la hubieran culpado. No es justo que nadie tenga que vivir una vida tan miserable solo por el deseo fútil de pertenecer a una sociedad de mierda”. Mi mamá se quedó muda. Me dijo que ella no tenía ni idea de todas esas cosas, que habría que confirmar que todo eso fuera cierto porque no podía ser, el papá de Reyes era un hombre ‘divinamente’, con una imagen impecable, super educado, que eso no podía ser cierto. Le dije que no tenía tiempo para escuchar más pendejadas, que iba a rumbo a la clínica y que, si algo le quedaba de humanidad, le pidiera a Dios que ese niño sobreviviera.

Llegué a la clínica, me fui corriendo; encontré a Mónica en un mar de lágrimas y al papá de Reyes en un estado de shock, estaba paralizado. Estaban algunos familiares. Cuando ella me vio, se paró, se vino caminando lentamente hacia donde yo estaba y me dijo: “Diana, mil gracias por venir. Alejandro está en coma inducido, y yo solo confío en que se despierte porque si a mi hijo le pasa algo yo me muero”. La abracé, le dije que tranquila, que todo iba a estar bien. Que íbamos a salir de esto, le dije que había preferido que Mateo se quedara en la casa porque estaba muy afectado, me dijo que estaba de acuerdo, que entendía perfectamente. Me preguntó que si Mateo también usaba esas pastillas, le dije que no, que si había estado involucrado en todo ese comercio en el colegio, pero que le había ido muy mal cuando intentó probarlas y, según lo que nos había contado, no las tomaba. Me dijo que menos mal, que ella ya estaba buscando sitios para ayudarle a su hijo a rehabilitarse, que después de todo escándalo que su esposo había hecho en el colegio, no había otra salida que sacarlo de ahí y ayudarlo a que se recuperara. Le pregunté por su esposo, me miró y me dijo: “Diana, ese hombre es una cruz para mí; no sé en qué momento permití que me tratara como una basura, me pega, me maltrata, nos trata a Alejandro y a mi como unos gusanos; ahora estuve hablando con mi hermana, le conté todo, ella es abogada, y aunque su especialización no es el derecho de familia, ya me está consiguiendo una abogada muy recomendada porque yo me tengo que separar de ese animal. Sabes que siempre me moría del susto porque pensaba que me iba a quedar en la calle, que él no me iba a dar nada, que me iba a dejar desamparada, al menos eso es lo que siempre me dice cuando le digo que me deje ir, yo no trabajo hace años, me dediqué a ser mamá y me da pánico enfrentarme a una realidad que ya no conozco, pero mi hermana me dijo que tengo derechos, que no tengo por qué aguantarme eso, me dijo que por qué no había contado nada antes, que cómo era posible que me hubiera aguantado tanto tiempo esta violencia, pero es que nadie entiende lo que uno siente cuando cae en ese infierno no hay cómo salirse de ahí; se vuelve como un círculo vicioso; uno no cuenta nada porque piensa que nadie te va a creer, que hasta de pronto te van a culpar, como él es un hombre que se ve tan gentil y tiene tan buena reputación, me iban a tratar de loca y hasta desagradecida, pero seguramente lo que más paraliza es que tu terminas comiéndote el cuento; yo me siento la peor esposa y mamá del universo, esto que le está pasando a Alejandro creo que es culpa mía. Yo estoy convencida de ser una cucaracha y he creído por anos que no merezco nada, es más, que debo sentirme agradecida por lo que tengo. Mira, esto que pasó me disparó algo, ver a mi familia acá, verte a ti, estar un poco rodeada me hizo coger fuerzas y por eso decidí hablar. Yo al lado de ese hijo de puta no vuelvo jamás, por mí, se puede morir. Solo espero a que mi Alejito se recupere, es lo único que me importa. Nos toca tener paciencia, los médicos nos dijeron que estas primeras 24 horas son decisivas y no me voy a mover de acá hasta que nos digan que él se va a poner bien y va a salir de esto”.

¡Dios mío! En medio de esa situación tan dura, me reconfortó escuchar a Mónica. Lo más importante por ahora, era que Alejandro se recuperara, pero ella tenía que salir de esa situación tan horrible y todo indicaba que lo había entendido. No podía estar más feliz por ella, qué bueno que su hermana la iba a ayudar. En ese momento no le dije nada, pero se me ocurrió que hasta podría trabajar conmigo. Sentí que son estas situaciones las que de verdad nos deben unir a las mujeres; es cuando estamos en el hueco que deberíamos darnos la mano y ayudarnos a levantarnos del piso sin señalar ni juzgar porque no sabemos todo lo que hay detrás de las decisiones que hemos tomado. Mientras Mónica me contaba todo esto yo quería decirle que yo también estaba pasando por una situación muy complicada, pero que estaba segura de que íbamos salir de ahí. La miré, la abracé muy fuerte y le dije: “Mónica, te felicito por ser tan valiente, cuentas conmigo para lo que necesites; creo que es mi deber decirte que Alejandro le había contado a Mateo algunas de las situaciones de maltrato que él ha notado en tu casa; el punto es que yo no sabía cómo abordar este tema contigo, pero estaba buscando la ocasión y el modo de hacerlo. Ahora que me lo has contado, vamos a salir de esto juntas. No creas que eres tú sola la que tiene problemas, todos llevamos nuestra cruz como dices tú, pero eso no quiere decir que nos tengamos que quedar cargando con ella toda la vida. Acá voy a estar muy pendiente de ti. Alejandro se va a recuperar y vamos a encontrar la forma en la que tu reconstruyas tu vida porque sí la hay y todos tenemos derecho a mil oportunidades”. Ella me abrazó, me agradeció, en ese momento la llamó el médico para explicarles algunas cosas, yo me despedí y le dije que me llamara si necesitaba cualquier cosa.

Salí de esa clínica con un revuelto de cosas en la cabeza. Es raro, pero cuando alguien se abre y se muestra transparente, deja ver su vulnerabilidad, uno confirma que esa es la esencia de la humanidad y que todos tenemos periodos complicados, que no estamos solos en los momentos de oscuridad y que siempre hay una salida, y que no hay por qué rendirse. Lo que pasa es que a veces nos toma mucho tiempo entenderlo, asimilarlo, aceptarlo. La situación de la familia Reyes me hizo coger más fuerzas. Pensaba de regreso a casa que por todo lo que estaba sucediendo estábamos suspendiendo cosas que necesitábamos resolver inmediatamente. Por ejemplo, no habíamos decidido qué íbamos a hacer con ese dinero que teníamos ahí producto de mis negocios y de los de Mateo; las terapias que urgentemente tenía que yo empezar, el proceso de rehabilitación de Manuel; la cita con Daniela en el centro de recuperación era la única que no habíamos perdido y que estaba prevista para el día siguiente, pero teníamos que resolver entonces en qué era lo que nos íbamos a concentrar. Para mi estaba bien que el Capi se ocupara del tema ese de los millonarios depravados, pero yo tenía que ocuparme de mi familia.

Llegué a la casa. Encontré a Mateo, Daniela y Manuel sentados en la sala hablando. Todos me miraron, me preguntaron qué había pasado, les conté todo y les dije que estaba segura de que Alejandro se iba a recuperar. Mateo estaba mucho más tranquilo. Le dije a Manuel que teníamos que tomar varias decisiones, me dijo que estaba de acuerdo. Les pregunté qué estaban haciendo ahí los tres y Manuel me dijo que Daniela les estaba haciendo una presentación de la novena que íbamos a hacer en la casa y de la lista de regalos, y que también tenía una idea de lo que podíamos hacer con el dinero que teníamos ‘guardado’.