Bueno, entonces me senté con ellos a escuchar atentamente la presentación de Daniela. Me impactó mucho que cuando habló de la novena, había escogido con mucho cuidado el menú; cualquiera que la escuchara pensaría que le encantaba comer, pero así es la relación con la comida que tienen los pacientes que sufren de estos trastornos, efectivamente tienen un vínculo de amor y desamor. Todo lo que había seleccionado me parecía perfecto. Todos estuvimos de acuerdo con los preparativos para la novena. Solo faltaba escoger la fecha, pero con respecto al resto de cosas estábamos listos. Después nos dijo que había estado buscando algunas fundaciones en donde creía que podríamos hacer la donación de esos dineros que teníamos guardados. Por dentro me sentía mal pensando que un dinero mal habido iba a parar en manos de gente necesitada, no sé, es un sentimiento extraño. Pero bajo ninguna circunstancia creía que debíamos usarlo para gastos nuestros, eso sí que no. En tal sentido y teniendo en cuenta las alternativas, lo mejor era donarlo. Hicimos un repaso de las fundaciones que había elegido Daniela; había escogido unos hogares para adoptar perros y gatos, ella ama los animales y otra de niños con necesidades. Manuel me dijo que quería ver también otras alternativas, pero que le encantaba la idea de Daniela; mi niña quedó feliz y yo más de verla sonreir. Le dije que nos teníamos que organizar para la decoración de la mesa para la novena y el envío de las invitaciones. Se fue super emocionada para su cuarto a terminar los detalles y nos quedamos los tres en la sala.

Mateo nos dijo que si creíamos que Reyes se iba a recuperar, Manuel le dijo que estaba seguro que si y que tan pronto le autorizaran las visitas, lo iba a llevar a la clínica para que lo saludara. Yo no me sentía tan segura pero obviamente guardé silencio. Mateo cambió de semblante; estaba muy preocupado por su amigo, era normal. Nos dijo que se sentía culpable porque de pronto hubiera podido hacer algo por él porque sabía que esto podía pasar en cualquier momento. Independientemente de que fuera un accidente, él sabía que Reyes estaba abusando de las pastillas, que ya las tomaba con más frecuencia, no importaba si estaba de fiesta o en la casa, lo cierto es que él quería escapar de lo que estaba viviendo en su casa. Nos contó que él odiaba al papá de Reyes, que le parecía un hombre horrible, que le hablaba super mal a la mamá y que regañaba a Alejandro todo el tiempo. Le conté la conversación que había tenido con Mónica en la clínica, le dije que no se preocupara porque ella ya había tomado la decisión de separarse de ese señor y empezar una nueva vida con Alejandro lejos de esa violencia. Mateo se alegró muchísimo, nos dijo que eso era lo que más quería que pasara Reyes, solo que él sentía que su mamá nunca iba a ser capaz de dejar a su papá, pero esa era la mejor noticia de todas. Estábamos en medio de esa conversación cuando me llamó Mónica para contarme que Alejandro estaba fuera de peligro, que obviamente lo tenían en observación, pero al menos ya los médicos les habían dicho que estaba reaccionando bien y que seguramente se iba a recuperar. Me puse feliz, les conté a Mateo y a Manuel y no podían de la dicha. Menos mal esto había salido así porque donde le hubiera pasado algo a ese niño, esa mujer no hubiera podido soportar ese dolor y Mateo no se hubiera recuperado fácilmente.

Al fin pudimos irnos a dormir con algo de paz y descansar después de tanto estrés y tanto problema revuelto. Al día siguiente a primera hora reprogramé la cita mía con la psicóloga y la de Manuel con su psiquiatra. Nos arreglamos todos para ir a la cita con Daniela; hasta Mateo quiso ir. Cuando íbamos en camino Dani estaba muy estresada, le dio algo de ansiedad, nos hacía muchas preguntas y en realidad nosotros no teníamos las respuestas. Le dijimos que todo era nuevo para nosotros, que íbamos a aprender con ella, pero que no se preocupara porque lo más importante es que ella se sintiera tranquila, a gusto, y que estábamos dispuestos a hacer lo que fuera para que ella estuviera acompañada y sobre todo que supiera que no la juzgaríamos durante todo este proceso. En el centro nos recibió una doctora, nos sentamos con ella; se puso muy contenta de vernos a todos juntos, nos explicó en qué consistía todo el tratamiento, habló mucho con Daniela, le preguntó varias cosas, pero lo hizo en un modo en que la hizo sentir muy cómoda y tranquila. Salimos muy contentos y animados aunque para empezar, Daniela iba a tener que pasar medio día en el centro haciendo terapias de todo tipo con varios especialistas. Básicamente era un proceso en el que tenía que reconstruir su relación con la comida, pero sobre todo, había que poner mucho énfasis en su salud mental y en lo que ella había creado en su mente. Ese era el desafío más grande: restablecer un mindset positivo en sus pensamientos y convencerse de que podía cambiar esas ideas negativas que la perseguían constantemente. Tuvimos una conversación privada con la doctora quien fue muy sincera; nos dijo que no era fácil, que se necesitaba de mucha constancia, de mucho apoyo y para nosotros también estaban programadas unas sesiones con el fin de entender cómo ayudarla de manera eficaz y no caer en errores por ignorancia con respecto a este tipo de trastornos. Quedamos satisfechos y con toda la fe puesta en los especialistas, en Daniela y en nosotros para salir victoriosos de todo esto. Daniela salió sonriente y eso me llenaba de esperanza.

Llegamos a la casa de nuevo. Mónica, la mamá de Reyes, había llamado a Mateo personalmente para decirle que si quería podía ir a visitar a Alejandro al día siguiente, que había preguntado varias veces por él y que no veía la hora de verlo. Mateo se puso feliz y le dijo a Mónica que claro, que su papá lo iba a llevar, que le mandaba muchos saludos y que se veían al otro día. Ver esa sonrisa de mi niño no tenía precio para mi. Lo único que yo esperaba es que de todo esto quedaran lecciones. Si, estábamos recibiendo noticias alentadoras, pero al fin y al cabo lo que rodeaba esa información eran aspectos negativos, errores, equivocaciones, malas decisiones. Lo primordial era que aprendiéramos todos de estas experiencias y que no volviéramos a cometer los mismos errores.

Daniela no bajaba la guardia con los preparativos de la novena, ya había terminado las invitaciones, las mandamos. Decidimos que la íbamos a hacer el 19 de diciembre así que nos alistamos y fuimos a comprar todos los ingredientes para lo que íbamos a ofrecer y algunas cosas para decorar la mesa. A Daniela le encantaban esas cosas; yo con tal de verla feliz le daba gusto en todo lo que quería comprar para su evento, porque al final era ella quien se había encargado de cada detalle. Yo tenía la cita con mi psicóloga en la tarde así que nos apuramos para comprar todo y no perderla de nuevo. Le estaba dando prioridad a esas cosas. Aunque Manuel no había visto todavía al psiquiatra, sí había estado en contacto con él y le había prescrito unas pastillas que le estaban ayudando con el síndrome de abstinencia, la ansiedad y ese tipo de cosas. Hasta ahora, no había tenido ninguna recaída; era increíble, incluso él mismo me había dicho que no sabía si era el estrés de tener que resolver tantas cosas que él sentía que eran mucho más importantes que lo que él tenía, pero tener la mente ocupada le había ayudado mucho para no pensar en consumir nada, ni siquiera alcohol. Yo siempre estaba muy pendiente de sus movidas. Lo seguía silenciosamente para ver si de pronto llamaba a Becerra o a la misma Claudia, pero hasta ahora eso no había pasado.

Después de haber hecho las compras con mi Dani, me fui para la cita con la psicóloga, Marcela me acompañó y qué bien me hizo tenerla cerca. Obviamente entré sola. Creo que nunca me habían salido tantas lágrimas en una sola sentada. No alcanzaba a decir una frase cuando me atacaba una y otra vez. Estaba ahogada, llena de verguenza, de miedos, de prejuicios, de voces que me decían que era la peor persona del mundo, la peor mamá, la peor esposa, una profesional de medio pelo, una mujer y justamente esas eran las razones por las cuales mi hogar había tocado fondo. Aunque fui yo la que hablé casi todo el tiempo, bueno, lloré, me sentí muy a gusto con la psicóloga, las pocas cosas que me dijo me dieron ánimo y me hicieron entender que me hacía mucha falta emprender un proceso personal que me ayudara a curar las heridas que tenía abiertas y a resolver los miedos que me habían perseguido por años. Dentro de las cosas que me dijo que me quedaron dando vueltas en la cabeza; por ejemplo me dijo que por lo que le había alcanzado a contar, era evidente que cuando estaba pequeña me faltaron algunas cosas que son importantes cuando uno está en esa etapa de la vida, como abrazos, seguridad, confianza, palabras amorosas y una presencia de un adulto que me dijera o me hiciera sentir que estaba a cargo de mí, pero que ahora que era una mujer grande tenía toda la capacidad de hacer por mi todas esas cosas que me faltaron porque es claro que todos somos capaces de cambiar lo que tenemos codificado en nuestra mente y reconfigurar nuestros pensamientos con un nuevo software. Me dijo que iba a ser un camino que a veces iba a ser tortuoso, pero que los resultados iban a ser muy positivos y que estaba a tiempo de reiniciar. Salí con los ojos hinchados pero contenta. Marcela me abrazó, me dijo que todo iba a salir bien, que ella estaba segura de eso. Íbamos entre risas y lágrimas para el carro cuando recibo un mensaje de Manuel: “Me acaba de llamar el Capi. Ya supo quién está detrás del negocio con los empresarios, viene para acá. ¿Te demoras?