Sofía había pasado por muchas fases en su vida, pero lo que vivió después de convertirse en madre fue algo que nunca imaginó. Cuando tuvo a su primer hijo, la alegría de ser madre fue inmensa, pero con el tiempo, algo comenzó a cambiar dentro de ella. Al principio no lo comprendió, pensó que era parte del proceso, pero con los meses, empezó a notar que su deseo sexual había desaparecido. Lo que había sido una relación apasionada con su esposo ahora se sentía distante y vacía. Cada vez que intentaban acercarse, la chispa no estaba, y la frustración comenzó a acumularse entre ellos. Las discusiones fueron aumentando, los malentendidos también, y el amor que compartían parecía ir desvaneciéndose lentamente.

El hecho de no tener sexo con su esposo no era la única cosa que le daba vueltas en su cabeza. Eran muchas las preguntas que se hacía. Cuando leía las noticias se sentía culpable por haber traído al mundo a un niño sin saber qué sería lo que le esperaba en medio de tanta hostilidad, guerras, violencia y desastres naturales. Sentía que había sido egoísta. Ella, como tantas mujeres había crecido con la idea de que ser mamá era la única cosa que la iba a reivindicar como mujer y de hecho, sentía que desde que paseaba por el parque con el niño las miradas habían cambiado. Es como si la gente de un momento para otro se convierte en condescendiente. Parece que a las mujeres se ‘les perdona’ muchas cosas por el solo hecho de ser madres. Hasta el señor de la tienda de la esquina de su casa, que era tan seco y antipático, la trataba en un modo diverso; con algo de empatía.

No terminaba de entenderlo y le daba más rabia. ‘¿De manera que el tratamiento a una mujer cambia cuando tiene un hijo? ¿Si no me hubiera reproducido este señor me hubiera seguido tratando como un trapo? ¿Tenía que mostrar que había cumplido con mi papel de reproductora para justificar mi misión en este planeta?’ – se preguntaba Sofía. Todo apuntaba a una depresión posparto. No estaba a gusto con su cuerpo; la esperanza se había desvanecido, el entusiasmo ya no hacía parte de sus días y lo veía todo gris. Cuando miraba a su esposo sentía desconsuelo. Pensaba que no la entendía, que estaba muy concentrado en su trabajo y no le daba el espacio para desahogarse. Todo terminaba en discusiones. Sofía seguía remando.

Los primeros meses estuvo en su casa dedicada a su hijo. Ella sabía que lo amaba, pero había veces en que se cuestionaba si eso era lo que realmente quería. Si solo había obedecido a lo que le habían inculcado en su casa y en su entorno, o si de verdad había sido honesta con ella misma y tal vez no era una mujer destinada a ser mamá. Pasó unos días muy oscuros. No quería hablar del tema con nadie porque temía ser juzgada o desagradecida; hacía un par de años había perdido un embarazo y había sido muy doloroso. Quejarse ahora la convertía en una mujer ingrata y ya escuchaba en su cabeza las frases que seguro saldrían de los demás: ‘¿Tantas mujeres que luchan desesperadamente por ser mamás y no pueden y tu quejándote?’ ‘Eso es pecado Sofía’ ‘Dale gracias a Dios más bien que te hizo el milagro’.

Como pudo pasó ese trago amargo sola, lapidándose unos días, otros sacando fuerzas y agradeciendo y otros como si nada pasara. Finalmente llegó el momento de incorporarse al trabajo. Pensó que a lo mejor eso la iba a ayudar a levantarse de ese hueco en el que había resultado. Los días iban pasando lentamente y un día su jefa le dijo que debía ir a tomar un curso de formación con varios colegas del sector en el que trabajaba. Aceptó porque, aunque no le llamaba ni cinco la atención, pensó que le tocaba obedecer y punto. Se llegó el día del primer encuentro. Se sentó en una silla, sonreía tímidamente cuando se encontraba los ojos de alguna persona. No conocía a nadie y de alguna forma, prefería que fuera así porque no tenía muchas ganas de socializar.

Llegó la hora de abrir la formación con el primer conferencista. Hubo un silencio en el salón, Sofía estaba concentrada en su celular hasta que escuchó una voz fuerte y determinada que dijo: ‘Bueno días a todos’. Sofía levantó la mirada y quedó paralizada. Se incorporó en la silla y siguió con atención cada palabra que este hombre decía. Cuando se cruzaban las miradas, ella sentía un corrientazo que le atravesaba el cuerpo entero; hacía una pausa en su aparato reproductor, continuaba con un vacío en el estómago y se deslizaba con fuerza por sus senos hasta llegar a su rostro que en ese momento ya estaba enrojecido.

No entendía lo que estaba pasando, pero le encantaba. Descubrir que su líbido estaba más viva que nunca la llenaba de felicidad. Claro, hubiera sido mejor que sucediera con su esposo, pero en ese momento solo le importaba reconocer su sexo, reencontrarse con su género y saber que seguía sintiendo cosas y de qué manera. No supo de qué habló ese señor. Las sensaciones habían captado toda su atención y en el fondo deseaba que esa primera clase nunca acabara, pero terminó. Para ella había sido evidente que él también la miraba de forma diferente y pensaba: ‘Si a mi me atravesó este corrientazo, él tuvo que sentir lo mismo’. En medio del coffee break, Sofía estaba concentrada en su café y disimuladamente empezó a buscar al conferencista. Giró su cuerpo lentamente y cuando menos se dio cuenta lo tenía al frente. Él de manera muy espontánea, la saludó, se presentó y con el pretexto de hacer networking se cruzaron las tarjetas con todos los datos. El se despidió, le dijo que esperaba que siguieran en contacto y con un apretón de manos dejó a Sofía suspirando mientras se alejaba.

Había quedado impregnada de su olor y se reía sola mientras experimentaba una y otra vez esa calentura propia del deseo incontrolable. Pero al mismo tiempo se sentía culpable. Para ella volver a sentir, sin duda, era una muy buena noticia, sin embargo, no entendía por qué no sentía lo mismo con su esposo. Mientras iba camino a casa se preguntó si sería buena idea contárselo. Le daba miedo su reacción, pero en el fondo sentía que tenía que ser sincera con él porque no era normal lo que le había pasado. Todo el recorrido fue un continuo diálogo con ella misma enlistando pros y contras del hecho de ser sincera con su esposo y no se decidía. De pronto le entró un mensaje de ese hombre que le había robado la paz: ‘Hola, ME ENCANTÓ conocerte. Un beso.’ A Sofía le tembló todo el cuerpo, se sentía muy confundida. Por fin llegó a su casa. Santiago la estaba esperando con el niño. Apenas la vio, como era obvio, le preguntó: ‘Hola mi amor, ¿qué tal estuvo el curso?’.

¿Será que Sofía le va a contar a Santiago lo que le pasó? ¿O se quedará callada para no alborotar el ambiente?