Sofía quedó fría con esa pregunta. No sabía qué decirle. A ratos le provocaba decirle que tuviera cuidado, que fuera despacio, pero no tendrían fundamento sus palabras y quedaría como la clásica amiga que no quiere que la otra sea feliz. Dentro de ella había algo que la impulsaba a pensar que en el fondo tenía derecho a darse esa licencia con Antonio. Ella ya estaba hablando con él cuando Andrea apareció en escena. El asunto era que no se lo podía contar; y si había algo que ella hubiera querido decirle a su amiga era algo así:

‘Andrea, desde hace un tiempo hablo con Antonio y sí, te podrá parecer extraño, pero antes de que me juzgues, te digo que estar casado no significa dejar de sentir. No es una fórmula mágica que apaga el deseo, ni un hechizo que nos vuelve ciegos ante la belleza del otro. El papel que se firma no nos transforma en seres inmunes a la atracción, ni nos arrebata la capacidad de ver encanto, gracia o deseo en los demás. Somos humanos antes que esposos, y eso no cambia con un anillo. El matrimonio es, en el mejor de los casos, una decisión consciente. Una apuesta diaria por construir algo en pareja: un refugio, una historia, un nosotros. Pero no es una cura contra el cansancio emocional, ni una garantía de plenitud. Cuando algo falla —y a veces falla— las causas no siempre son claras. A veces se desgasta el vínculo sin que nadie haya hecho nada mal. Otras, el silencio se instala antes de que sepamos cómo nombrarlo. Y entonces surgen las grietas. Algunas reparables. Otras no. Porque estar casado no nos impide mirar. Lo que realmente importa es lo que hacemos con esa mirada. Y cuando el deseo por otros aparece —porque puede aparecer— no es necesariamente traición: es una señal. De que algo pide atención. De que el alma, quizás, se siente sola incluso acompañada. El matrimonio no nos exige perfección, pero sí honestidad. Primero con uno mismo. Porque quedarse solo por costumbre también es una forma de irse’.

Obviamente no fue capaz de dar ese discurso y le dijo que le avisaría porque estaba un poco ocupada. Andrea le respondió que no fuera tan rogada, que un rato una noche lo podían sacar para salir. Sofía le dijo que le prometía que le avisaría tan pronto como fuera posible. Colgó esa llamada y quedó muy pensativa. Santiago llegó, le preguntó qué le pasaba y Sofía le contó lo que acababa de pasar. El le dijo: ¿sabes qué? No me parece mala idea. Tengo ganas de conocer ese tipo, espero que a éste no le cuentes que yo sé todo; quisiera ver cómo se comporta contigo teniendo a la ‘novia’ y a mi al lado. Sofía le dijo que ella no tenía ganas de hacer esos experimentos, y que le parecía innecesario. Últimamente era difícil hacer acuerdos con Santiago; era como si de repente, todo empezara a complicarse, la comunicación se cerraba, las miradas de reojo aumentaban, la intolerancia y la incomodidad ganaban terreno. El domingo terminó y la familia se acostó a dormir después de las rutinas normales de la noche.

Al día siguiente Sofía se despertó temprano, le dijo a Santiago que como iba para la oficina, ella llevaría al niño al jardín. Santiago le recordó a Sofía que Martín iría a trabajar en el computador de él, pero que tenía las llaves en caso de que ella no estuviera. Ella le dijo que no creía que iba a estar mucho tiempo por fuera, se despidieron y cada uno tomó su destino. Sofía llegó a la oficina. Margarita la estaba esperando. Tenía una bolsa encima de su escritorio. Se saludaron y Margarita le dijo a Sofía que cerrara la puerta y se sentara. Tomó la bolsa, la abrió y sacó las tres cosas que la empleada había encontrado. El empaque del brownie, la bolsa de papel con la botella de licor y la USB. Sofía quedó de una pieza.  

‘¿Margarita, al fin tuviste espacio para contarle a Ana María?’

‘No le conté nada a Ana María. No encontré el momento. La mamá de ella y su familia la estaban rodeando todo el tiempo, y no me pareció apropiado, pero hoy le cuento. Guardo todo en caso de que ella quiera ver’.

’Bueno, el papel del empaque del brownie creo que lo puedes botar’.

‘Si, tienes razón. Esto no creo que sea necesario, pero la botella y la USB sí. Vamos a ver qué hay acá’.

Margarita tomó la USB, la instaló en el computador. Las dos mujeres estaban muy curiosas. Creían que estaban en medio de una escena de una película de detectives y que estaban a punto de descubrir algún secreto. Se llevaron una sorpresa muy grande. La USB estaba protegida con una password y no era posible acceder a los archivos que contenía. Quedaron mudas las dos. Sofía con un tono de resignación le dijo a Margarita:

‘Ni modo, tocó llamar a Felipe el de sistemas a ver si nos ayuda’.

‘No Sofía. La verdad, me parece un poco irrespetuoso. Si a alguien le corresponde mirar qué hay ahí es a Ana María. Mejor la llamo y le aviso que encontré estas cosas y que venga a recogerlas o se las mando’.

Sofía no tuvo otra opción que estar de acuerdo con su jefa. Había algo dentro de ella que no la dejaba tranquila. Por un momento pensó: ‘Qué tal que ahí tenga las conversaciones que tuvo conmigo?’. Sin embargo, no tenía un margen de movimiento importante para poder tomar una decisión. Sabía que Margarita era su jefa, era la amiga de la esposa, y que debía aceptar su parecer. Así que se levantó de la silla y le dijo que entonces se iba, que tenía mucho trabajo. Margarita le pidió que trabajara un rato desde la oficina porque quería consultarle unos temas y que era mejor si los hablaban de una vez, pero que le diera una media hora, mientras resolvía unos asuntos pendientes. Sofía estuvo de acuerdo y se fue para una de las oficinas y se sentó a trabajar.

Mientras estaba mandando algunos correos, le llegó un mensaje. Era Antonio.

‘Buenos días, ¿cómo habrán amanecido esos hermosos ojos azules?’

Sofía sonrió. Le gustaba recibir los mensajes de Antonio. La animaban, le daban energía y le acariciaban el alma. Decidió contestarle:

‘Hola! Todo bien, ¿y tú cómo estás?’.

‘Eso me gusta, sentirte mejor. Yo estoy acá al lado del edificio donde trabajas. Vine a tomar unas fotos. Me imagino que estás en tu casa. Si estuvieras ahí, te llevaría ya mismo un café con una flor para desearte un lindo día’.

Sofía quedó paralizada. Estuvo tentada a decirle que estaba ahí. Le parecía increíble que lo tuviera a tan pocos pasos; le daba mucha curiosidad saber lo que sentiría si lo tuviera al frente de ella. No sabía qué responderle, entonces decidió mandarle la conversación a Santiago. No recibió respuesta. Al menos no en los tiempos que ella quería. En ese momento entró Margarita y se sentó para hablar de trabajo.

‘Antes de empezar, te cuento que acabo de hablar con Ana María. La noté un poco más tranquila. Ella, a pesar de todo, es una mujer fuerte. Le conté lo que había encontrado y me dijo que ya venía a recoger las cosas’.

Sofía quedó blanca. No tenía ganas de encontrarse con Ana María. No quería confrontarse con ella, no sabía cómo manejar esa situación y pensó que debía salir de Margarita lo más pronto posible para poderse ir antes de que ella llegara a la oficina. Empezaron a hablar de los asuntos pendientes y Margarita parecía que no tenía fin. Hablaba y hablaba y no terminaba. Mandó a traer dos cafés y Sofía se sentía atrapada.

Estaban las dos resolviendo algunas cosas del curso cuando entró la secretaria de Margarita y le dijo:

‘Doctora, la señora Ana María la está esperando’.

‘Gracias Gloria, dile que siga. Acompáñala hasta acá por favor’.

Sofía empezó a acomodarse, ya no tenía escapatoria y le iba a tocar encontrarse con ella de frente. Ana María entró en la oficina con la misma elegancia discreta que la había acompañado toda la vida. Llevaba un traje sastre negro de corte impecable, ceñido a su figura aún esbelta, con una blusa de seda color marfil que asomaba sutilmente bajo la chaqueta entallada. Su falda, recta y hasta la rodilla, dejaba ver unas medias negras opacas y unos tacones bajos, clásicos, sin estridencias. El cabello, castaño con suaves mechones más claros perfectamente integrados, lo llevaba recogido en un moño bajo, sin un solo pelo fuera de lugar. Su rostro, de facciones finas y piel cuidada, apenas estaba maquillado: un toque de rubor, rímel discreto, y un labial en tono nude que apenas disimulaba la palidez del duelo. Sostenía un bolso pequeño de cuero negro, firme entre las manos enguantadas, como si fuera lo único sólido en un día que aún se sentía irreal. Había algo en su presencia —una contención elegante, una dignidad intacta— que la hacía destacar, incluso en el vacío que había dejado su esposo apenas unas horas atrás.

Saludó a Ana María con un abrazo y un beso. Se giró hacia Sofía y le dijo:

‘Sofía, ¿cómo estás? Qué bueno verte acá. Necesito hablarte de un asunto’.

¿Acerca de qué quiere hablar Ana María con Sofía?