Margarita invitó a Ana María a sentarse. Sofía sin dirigir su mirada hacia su pecho, sentía que las dos mujeres se estaban dando cuenta que el corazón se le quería salir. Como pudo trató de controlarse, pero las manos ya le sudaban y sus labios comenzaban a temblar sutilmente. Ana María empezó a hablar.
‘Sofía, primero, quiero darte las gracias porque sé que actuaste con mucha diligencia cuando pasó lo de Hugo. Entiendo que para ti tuvo que ser difícil presenciar algo semejante. Si me hubiera pasado a mí, sinceramente creo que hubiera salido corriendo. No soy muy buena con las emergencias; como sea, te lo agradezco. Lamentablemente a veces estas cosas suceden. Yo estoy tratando de asimilar esta situación. En este punto, no sé qué puede ser peor. Ver morir a un ser querido diagnosticado por una enfermedad que se lo va llevando lentamente, o perderlo sin previo aviso, sin poder ni siquiera despedirte. Te queda algo de culpa, ¿saben? – con una mirada profunda se dirigió a las dos -. Es un mix de muchas cosas. Rabia con alivio, culpa con ternura, como si no pudiera decidir si extrañarlo o reprocharle haberse ido así, de golpe, sin permiso. Cuando uno se despide por la mañana del marido o de la familia, da por sentado que los va a volver horas después, sin embargo, nada está escrito, nada es tan predecible como pensamos y esta situación con Hugo me dejó suspendida en un limbo que no sé ni para dónde mirar. En fin, perdónenme si me desahogo un poco, pero es que todavía no me parece cierto. Lo que te quería decir, Sofía, es que esta mañana le mandé un mensaje a tu esposo, a Santiago. Decidí que voy a mandarle a hacer ese hábitat a Juliana. Creo que es algo que nos puede ayudar a las dos. Ella está tranquila, o al menos eso parece, pero creo que no ha terminado de realizar lo que está sucediendo. De todos modos, me parece que emprender ese proyecto juntas nos va a ayudar. Como ella no hace si no hablar del que tiene Martín, le pedí a Santiago una mano. Ya sabes, quién lo diseñó, cómo lo hicieron, cuánto tiempo y más o menos cuánto cuesta. Mejor dicho, todo lo que hay que saber. Ayer se lo propuse a Juliana y se puso feliz. Espero que no sea un problema para ti’.
Sofía con algo de alivio le contestó:
‘Claro que no es un problema. Estoy segura de que Santiago te puede ayudar. El estuvo muy involucrado cuando lo construyeron. Isabel también; no sé si tienes sus datos, pero ella también te puede colaborar. Y sin duda, Martín será el más indicado porque él tiene clarísimas las condiciones, materiales, y todas las características necesarias para poder conservar las especies’.
‘Si, también tengo los datos de Isabel. No he hablado con ella todavía, pero la voy a llamar. Te agradezco mucho. Creo que concentrarnos en algo que requiere tanta atención nos va a favorecer significativamente esta pérdida’.
Margarita sonrió, hablaron y hasta hicieron algunos chistes relacionados a todo el esfuerzo y dinero que se necesita para tener unos bichos encerrados y procedió a entregarle a Ana María lo que habían encontrado en el baño.
‘Ana, mira, acá está lo que encontramos. Una USB y en esta bolsa hay esta botella de vodka. También había un empaque de uno de los brownies que vende la compañerita de Juliana, pero lo boté. No sé si lo quieres’.
‘Hugo se moría por esos brownies, ese empaque no sirve. De hecho, tengo en mi casa todavía unos que me había dejado Manuela. No me extraña que se hubiera comido uno; él era super mecatero. La USB es suya, sin duda. La conozco, mejor dicho, se la había visto varias veces. Pero esta botellita de trago, sin lugar a equivocarme, no era de él. Les puedo asegurar que esto no era de Hugo; y no existe una posibilidad de que se hubiera tomado una botella de esas en pleno horario de trabajo’.
‘Ana – le dijo Margarita con un tono sereno -, es obvio que nadie mejor que tú conocía a Hugo, pero es que a veces no sabemos lo que esconden las personas. De pronto, le gustaba tomarse de vez en cuando un poco de licor, uno no sabe’.
‘No, Margarita, te puedo asegurar que eso no era de él. – Ana María hizo una pausa y se miró sus argollas de la mano – Sinceramente, creo que no puedo poner las manos en el fuego. Es cierto, Hugo a veces era muy misterioso; lo que pasa es que me parece muy extraño. Nunca me hubiera imaginado que andaba con botellas de alcohol en bolsas de papel como los alcohólicos. ¡No, qué cosa tan horrible! El punto, más allá de todo, es que nada de esas cosas fue lo que le causó el infarto. Lo que quiero decir es que con o sin brownie o vodka, es probable que igual le hubiera sucedido. Me quedo muy pensativa con ese tema del trago. No lo veo en ese plan. La USB me la llevo y la reviso en la casa. Yo la había visto mil veces, pero me imagino que lo que hay ahí son cosas de trabajo. El era super riguroso con sus cosas y era extremadamente organizado. No quiero quitarles más tiempo, me voy. – Dirigiendo la mirada a Margarita continuó – Apenas sepa lo que había ahí te cuento. Y Sofía, de nuevo mil gracias. Nos vemos pronto. No he echado en saco roto la invitación que les quiero hacer a comer a la casa. Creo que ahora con mayor razón la podemos organizar’.
Sofía la miró, sonrió y le agradeció por la invitación. Ana María les dijo que antes de irse iba a entrar al baño. Margarita le dijo a Sofía que se alegraba de verla un poco más recuperada y que le parecía una buena idea emprender ese proyecto con Juliana porque eso las iba a distraer y agregó que se podía ir para la casa porque ella tenía una reunión. Sofía se levantó, cogió sus cosas, y cuando ya estaba a punto de salir, regresó Ana María, quien advirtió que Sofía estaba recogiendo todo y le dijo que entonces bajaran juntas.
El ascensor descendía lentamente, como si el edificio mismo intuyera que el silencio entre ellas no era del todo cómodo. Sofía sostenía el celular con ambas manos, los pulgares inmóviles sobre la pantalla mientras leía un mensaje que le llegó de Santiago: ‘¿Por qué no te tomas ese café con Antonio? Ana María me pidió ayuda con unas cosas, voy a ir un momento a la casa de Martín para revisar los planos del hábitat y los papeles de la gente que trabajó en eso. Llego más tarde. Acuérdate que él va para la casa’.
Sofía no respondió. Ni siquiera levantó la vista. Solo presionó la parte superior del teléfono y bloqueó la pantalla. A su lado, Ana María se retocaba el labial frente al espejo del ascensor, pero no con la concentración de quien se prepara para algo, sino con la distracción de quien intenta no mirar de frente lo que tiene al lado.
El silencio entre ellas se estiró incómodo, apenas amortiguado por el rumor eléctrico del ascensor. Fue Ana María quien lo rompió, con una voz suave pero cargada de algo que no era solo curiosidad.
‘Me quedé pensando —dijo, guardando el labial en su bolso sin mirar a Sofía— en esa botella de trago que encontramos… dizque la de Hugo’.
Sofía giró apenas el rostro, sin hablar.
‘Ahora tengo mucha más intriga de lo que pueda haber en esa USB. —Se volvió hacia ella, clavándole la mirada con una media sonrisa que no alcanzaba a ser amable—. Espero no encontrarme con otro misterio de mi difunto esposo. Parece que uno nunca termina de conocer a la gente, ¿no? Por más que te despiertes con alguien durante años…’.
Hizo una breve pausa, y su tono cambió, más bajo, más filoso:
—Me imagino que tú no tienes esos problemas con Santiago. Él parece un tipo tranquilo. De familia. Hugo no era así.
Sofía abrió los labios para responder, pero justo en ese momento se oyó el leve chasquido de las puertas del ascensor deslizándose. Ambas giraron al frente. Se miraron un segundo más —una mirada densa, cargada de cosas no dichas—, y luego sonrieron, como si ninguna hubiera dicho nada fuera de lugar. Caminaron hacia la puerta del edificio, salieron, y ya listas para despedirse, una voz las detuvo en seco.
‘¡Sofía!’
Ambas se giraron al mismo tiempo.
¡Dios! ¿Quién está llamando a Sofía?