Era Andrea, quien a paso determinado se acercó a saludar a su amiga. La abrazó efusivamente. Como era obvio, Sofía le presentó a Ana María. Andrea empezó a hablar como un radio roto.
¡Esto sí es una casualidad! Si hubiera sabido que hoy venías a la oficina, te hubiera dicho que desayunáramos juntas. Es más, voy camino al estudio porque ahí está Antonio. Vamos a tomarnos un café – mirando a Ana María -.
Sofía estaba paralizada. No sabía qué decir, cómo actuar, qué responder. Por un instante pensó que, si Santiago le había dicho que fuera a tomarse ese café con Antonio, era la oportunidad perfecta, pero encontraba absolutamente descontextualizado que Ana María participara, además porque parecía que no se quería ir. Estaba ahí con esa sonrisa que no se sabía muy bien si era sincera o era diplomática. Después de tomar un respiro profundo por fin salieron algunas palabras de la boca de Sofía.
‘Andre, la verdad yo tengo que ir a trabajar, y no creo que Ana María tenga tiempo para esto’.
‘¿Sabes que me caería muy bien un café, Sofía? Yo me apunto’ – dijo Ana María -.
Andrea susurrándole a Sofía en el oído que no tenía escapatoria, la tomó del brazo y mientras se dirigían al estudio donde estaba trabajando Antonio, le contó toda la historia a Ana María. Andrea era una mujer extrovertida, y aunque no tenía ni idea de quién era ella, no tuvo ningún problema en decirle que Antonio era su nuevo novio y que se moría de ganas de presentárselo a Sofía. Ana María sonriendo le dijo: ‘’¡No, pues yo también lo quiero conocer!’.
Llegaron al estudio. Antonio estaba en su mundo. La cámara colgando de su cuello, el obturador disparando como latidos rápidos, y una música suave que flotaba entre luces cálidas y fondos de tela arrugada. Tenía unos jeans oscuros, gastados en las rodillas, y una camiseta blanca ajustada que insinuaba sin pretensiones la forma de su torso. Encima, una chaqueta denim negra abierta, con las mangas remangadas hasta los codos. Tenía estilo sin esfuerzo. Despreocupado, seguro de sí.
Su cabello —abundante, rebelde, atractivo en su caos— caía sobre su frente como si cada movimiento lo peinara a su antojo. Cuando vio a las tres mujeres entrando al estudio, sonrió. No un gesto automático, sino una de esas sonrisas que empiezan por los ojos, que encaraman la ceja y tuercen las comisuras de los labios con intención.
Se quitó la cámara del cuello y la dejó sobre una mesa, mientras avanzaba hacia ellas con pasos largos, relajados, como si flotara sobre el suelo de madera. A medio camino, pasó una mano por su pelo desordenado y lo echó hacia atrás con un gesto casi cinematográfico, dejando entrever un mechón gris que no le restaba juventud, sino que lo hacía más interesante.
‘Pero miren nada más —dijo, con voz grave y cálida, mientras sus ojos recorrían a cada una—. Tres musas en mi estudio. ¿Qué hice para merecer tanta belleza junta?’
La frase salió fácil, sin parecer calculada. Como si coquetear fuera una forma de respirar para él.
Andrea sonrió, se le lanzó a los brazos para saludarlo y le dijo:
‘¿Puedes creer esta casualidad? Estaba llegando y mira a quién me encontré: a mi amiga Sofía, de la que tanto te he hablado. Y ella es Ana María. Qué grosera yo. No sé si ustedes trabajan juntas. El caso es que ellas estaban saliendo juntas y las convencí para que nos tomáramos un café contigo. ¿Tienes tiempo?’
Antonio, le dio la mano a Ana María y a Sofía. Se presentó con esa sonrisa intacta. ‘Pero claro que tengo tiempo para un café – dijo con un tono convencido -. Se giró, le dijo a su equipo que harían una pausa y que él regresaba en veinte minutos. Mientras caminaban hacia la salida y mirando a Sofía y a Ana María preguntó: ‘¿Entonces ustedes dos son colegas de trabajo?’. Ana María respondió inmediatamente:
‘No. Mi esposo estaba dictando un curso en la empresa donde trabaja Sofía, pero falleció el viernes, yo estaba recogiendo algunas cosas suyas que había dejado en la oficina’.
‘¡Ah! ¿Tú eras la esposa del hombre que murió el viernes? ¡Wow! ¡Lo siento mucho!’.
Andrea se quedó mirando a Antonio con algo de perplejidad: ‘¿Cómo así? ¿Tu sabías lo que había pasado en la oficina de Sofía?’.
Antonio se dio cuenta de la metida de pata, pero resolvió inmediatamente sin asomo de nerviosismo. ‘Bueno, tú sabes cómo son estas cosas. Somos vecinos de este edificio y todo se sabe. Como hubo ambulancias y movimiento, nos enteramos. Lo siento mucho Ana María, me imagino que no es nada fácil afrontar una situación semejante’.
Ana María le agradeció y la conversación fluyó sin sospecha alguna. Antonio manejó muy bien la situación. Mientras tanto Sofía no sabía dónde meterse. A duras penas era capaz de mirar de reojo a Antonio. Lo único que era claro era que le encantaba. Se sentaron en una mesa de cuatro y Sofía estaba sentada al frente suyo, mientras que Andrea estaba a su lado. Ana María les contó algunas cosas acerca de la muerte de Hugo; hablaron algo al respecto y pasaron por varios temas de conversación hasta que llegó el otro elemento que lo une. Los hijos, su carrera y el hábitat de estos niños a los que les apasionaba conservar especies en sus casas. Mientras hablaban animadamente de todo esto Sofía recibió un mensaje de Santiago diciéndole que Martín ya iba en camino para la casa porque le habían cancelado la clase, así que se iba a trabajar en su computador. Sofía le escribió: ‘Pasó lo impensable. Me encontré con Andrea cuando iba saliendo de la oficina y acá estoy sentada con Ana María, Andrea y Antonio dizque tomándome un café, así como me lo propusiste’. Santiago contestó inmediatamente:
‘jajaja! ¡no te puedo creer! ¿Tan rápido pasó todo? ¿Con Ana María? Pero qué situación más bizarra: La viuda, el hombre que me quiere quitar a mi esposa y la amiga inocente de todo. Vaya, vaya, vaya…’
A Sofía no le gustó para nada el mensaje y le daba pena seguir escribiendo así que bloqueó el celular y siguió pendiente de la conversación. De repente Ana María con su tono sugestivo le dice a Antonio:
‘Oye, ¿sabes que se me acaba de ocurrir una cosa? Yo me imagino que eso no hará parte del trabajo que tú haces, pero cuando hablé con Santiago, el esposo de Sofía, me dijo que sería importante tomar unas fotos del hábitat de Martín para tener un punto de partida y compartirlas con quienes me van a ayudar a construirlo. Perdona mi atrevimiento, pero ¿tu podrías hacer esas fotos? O en dado caso, ¿me podrías recomendar a alguien para hacerlo? Sobra decir que es un trabajo pago, no es un favor’.
Antonio contestó sonriendo: ‘Pero claro que puedo tomar esas fotos, ni más faltaba. Lo único es que coordinemos bien los tiempos. En estos días voy a estar muy ocupado, pero tal vez al final de la semana puedo tener un espacio, si no, el lunes de la próxima semana. Me dices si te sirve. Si tienes mucho afán, puedo buscarte a alguien’.
‘No, para mi está perfecto. Te agradezco muchísimo. Eso me da tranquilidad porque así sabemos que van a quedar unas fotos estupendas’.
Sofía solo sonreía. No podía creer cuánto había escalado ese encuentro. No lograba concentrarse. Tenía la mirada fija en las manos de Antonio; era como si hablaran antes de su voz. Eran grandes, de dedos largos y fuertes, con venas marcadas que corrían por el dorso como pequeños ríos bajo la piel. Tenían esa mezcla irresistible entre firmeza y delicadeza: las manos de un hombre que sabe sostener una cámara, pero también acariciar un rostro sin romper el silencio.
Las yemas estaban ligeramente rugosas, curtidas por años de trabajo manual, de ajustar lentes, encuadrar cuerpos y manipular luz. Sin embargo, había algo casi elegante en la forma en que las movía, como si cada gesto tuviera una intención estética. No usaba anillos, solo una pulsera de cuero gastado que colgaba suelta de su muñeca izquierda, y que con cada movimiento parecía contar una historia que nadie más conocía.
Cuando se pasaba la mano por el pelo, era imposible no mirar sus dedos. Había algo en esas manos que hipnotizaba. No por lo que hacían, sino por lo que prometían. En medio del embeleso, tomó su celular y le escribió a Santiago: ‘Lo que faltaba. Ahora Antonio va a ir a tomar las fotos del hábitat de Martín. Ana María se lo propuso y él aceptó encantado’.
Santiago le contestó: ‘Creo que a Martín le va a gustar la idea de tener unas fotos profesionales de su lugar favorito, pero la amabilidad de este tipo me está pareciendo sospechosa’.
¿Será que vamos a tener una versión 2.0 de Hugo?