Santiago miró de reojo a Sofía, cogió el vaso con agua y se fue para la habitación. Sofía leyó el mensaje de Antonio:
‘No veo la hora de verte, aunque me encantaría que fuera en otras circunstancias, el hecho de tenerte cerca me emociona mucho. Sueña conmigo por favor. Al menos eso. Yo ya te he tenido muy, pero muy cerca en los míos. Prométeme que te vas a ir dormir escuchando esta canción: ‘Tengo ganas de Andrés Cepeda’ (sí, también tengo un lado romántico jaja). Un besote, linda’.
Sofía bloqueó el celular con rabia. Le encantaba, pero le parecía un cínico. No podía creer que fuera tan descarado para pensar que ninguna se daría cuenta de lo que estaba haciendo. Esa situación la llevó a reflexionar acerca de lo que tenía. Era afortunada. Santiago era un hombre tranquilo, responsable, la adoraba, se preocupaba por ella, buen papá. Y sí, aparentemente había dejado de vivir muchas cosas, sin embargo, la experiencia con Hugo y ahora con Antonio, le confirmaban que debía estar agradecida. Tal vez el hecho de no haber tenido una vida un poco más espontánea y estar experimentando esas emociones tan intensas con esos hombres la mantenían pendiendo de un hilo del que a ratos no quería desprenderse, porque en algún sentido era lo que en los últimos días la hacía verse distinta. Cada vez que se bañaba y se reencontraba con su cuerpo desnudo era como si se revelara ante sus ojos algo en donde todavía había espacio para la belleza y para el deseo. La depresión posparto la había hecho atravesar por un túnel. Se bañaba con la luz apagada, evitaba mirarse en el espejo cuando estaba desnuda y controlaba con mucha compulsión su vientre varias veces al día. Odiaba las partes de su cuerpo que le escurrían, las líneas grises que ahora agrietaban esa piel suave, templada y tersa que un día tuvo. No se reconocía y le dolía el alma. Sentía que lo que alguna vez fue, hacía parte del pasado y se negaba a aceptar que fuera parte del proceso natural de la vida, sobre todo, que ese iba a ser el resultado de procrear. Era como si dar vida fuera el inicio de un luto del que nadie habla. Del luto de la propia existencia.
Porque nadie dice nada de la renuncia, del olvido, del último puesto, del tiempo que no alcanza, de la ansiedad que brota de manera automática cuando se asimila que ese ser depende totalmente de un par de adultos que un día decidieron formar la famosa familia. Pero sobre todo, es la madre la que atraviesa por un campo de guerra. Desde el momento en que empieza a formarse ese embrión dentro de su cuerpo, transitando por los síntomas, los exámenes, la invasión permanente de su intimidad y de su elección por el silencio. El bombardeo permanente de preguntas, de comparaciones, de consejos no pedidos, de advertencias impertinentes, de comentarios inapropiados y a veces llenos de crueldad.
Qué decir del momento del parto. Es ahí que se da la apertura total y literal a un mar de incertidumbres, de miedos, de soledad y de millones de opiniones y juicios de esa misma sociedad que prácticamente exige la reproducción. Pero una vez se está allí, los señalamientos no cesan; que si lo amamantó, que si no lo hizo, que si lo alimenta de esta o aquella manera, que si lo corrige adecuadamente o no, que si las onces son o no las apropiadas, que si lo viste de acuerdo al standard, que si el colegio está bien rankeado o no, y así va pasando la vida recibiendo un golpe detrás de otro. A lo mejor, de vez en cuando alguien hace un cumplido, dice algo positivo, lástima que lo que se ha acumulado en la mente y en las venas sea el cuestionamiento permanente y el afán desesperado por hacer un buen papel, por ser la buena madre que los demás esperan. Rara vez alguien se detiene a preguntarle a esa mamá cómo se siente, qué necesita, qué quiere, porque el foco es ese nuevo ser y es quien se convierte en blanco de todo y de todos. Y lo más retador es que esa puerta que se abrió nunca más se vuelve a cerrar. Seguirá pasando la vida y con ella la independencia del hijo, pero ese cordón que lo unió a su madre desde el momento cero, jamás se rompe. Y después hay gente que dice que ciertos trabajos no pueden desempeñarlos las mujeres cuando ser madre es la tarea más difícil y compleja que exista.
Todas estas cosas se le regaron encima a Sofía en ese momento y se sintió de nuevo sola, abandonada, atemorizada, pequeña y con ganas de nada. Pero sabía que no podía permitirse caer en ese hueco de nuevo; debía sacudirse y seguir. Estaba confundida. Nunca había dudado de su amor por Santiago, pero también sospechaba que ya no se estaban encontrando y la atravesó un corrientazo por todo el cuerpo. Decidió irse a la cama. Encontró a Santiago dormido. Se acostó, se puso los audífonos, puso la canción que le había dicho Antonio y mientras algunas lágrimas caían por sus mejillas, se quedó dormida.
Al día siguiente cuando se despertó, Santiago ya no estaba en la cama. Se levantó afanada de la cama, se fue para la cocina y él ya estaba listo con Nicolás para llevarlo al jardín. Se saludaron y Santiago con un tono condescendiente le dijo a Sofía:
‘Al menos dormiste bien. O eso parece. ¿Ya estás más tranquila?’.
Se le pasaron mil respuestas por la cabeza en tres segundos, pero decidió decirle que si y punto. Ella se sirvió un café y mientras Santiago terminaba de desayunar le dijo que Martín vendría a la casa con Juliana por la mañana porque tenían que hacer un trabajo. Sofía le dijo que no había problema. Se despidieron y ella se fue a arreglarse para empezar su día. Tenía varias reuniones desde temprano y estuvo muy concentrada en sus asuntos. Hacia las 10 a.m. sintió que abrieron la puerta. Eran Martín y Juliana. Bajó a saludarlos, les ofreció algo de tomar. Martín le dijo a Sofía que iban para el estudio de Santiago porque necesitaban buscar una información urgente, y que después bajarían a tomarse un café. Sofía regresó a su oficina, siguió en sus cosas. Antonio no había vuelto a aparecer, pero ella le mandó a Santiago el screenshot del último mensaje a Santiago y le dijo: ‘Para que veas a quién vas a tener sentado al frente mañana en la noche’. Santiago vio el mensaje y le respondió: ‘No pierde el tiempo. Tengo muchas ganas de conocerlo. Definitivamente va a ser un placer tener al frente al hombre que está acabando con mi matrimonio’.
Sofía se quedó de una sola pieza. No entendió de dónde salieron esas palabras, pero decidió no contestarle nada. Le respondió una llamada a Margarita, se dio cuenta que Juliana había entrado al baño y al rato sintió que Martín dijo: ‘Bajamos por un café. ¿Quieres uno Sofi?’. Sofía les dijo que no, que comieran algo, que en la alacena habían ponquecitos o galletas por si querían algo de dulce. Sofía se fue a buscar algo en su habitación y cuando pasó por el estudio de Santiago miró hacia el escritorio y había muchas USB encima de la mesa. Identificó perfecto la de Hugo. pensó que tal vez Ana María había decidido dársela a Juliana para olvidar el tema. Respiró profundo, entró al estudio, la cogió y se la metió en el bolsillo del pantalón. En el fondo, ella no quería dejar ningún cabo suelto y si tenía la posibilidad de botarla o de abrir ese archivo quedaría más tranquila, mucho más ahora sabiendo que eran los muchachos los que la tenían.
Siguió derecho para la habitación. Sacó lo que necesitaba, entró al baño, se miró al espejo y por instantes se desconocía, pero no tenía tiempo para arrastrar una vez más su mente y emprender semejantes travesías; sacó la USB la miró y la guardó en el cajón donde tenía el maquillaje y la escondió en un rincón. Se fue de nuevo para su oficina, soltó un suspiro y se sentó. Llegó la hora del almuerzo. Sofía se paró para ir a preguntarles a Juliana y a Martín qué querían comer, cuando entraron los dos a despedirse con sus morrales ya listos para salir.
‘¿Se van ya? ¿por qué no almuerzan acá?’ – Les dijo Sofía con esa dulzura que la caracteriza -.
Juliana se acercó a ella, le agradeció y le dijo que tenían que salir ya porque iban a recoger a Manuela para almorzar juntos y luego iban para la universidad.
‘Nos vemos mañana en mi casa Sofía. Mil gracias por todo. Tienes una casa muy linda’ – Le dijo Juliana abrazándola -.
Sofía sonrió y se despidió de los dos recordándoles de tener cuidado y le confirmó a Juliana que ser verían al día siguiente. Ya habían bajado y de pronto se dio cuenta que Martín se devolvió. Entró a la oficina de Sofía y en voz baja le dijo:
‘¿Por qué cogiste la USB de Juliana?’.
¿Qué explicación le va a dar Sofía a Martín?