Sofía salió a decirle a su mamá que si podía ocuparse del niño mientras ella hablaba con Santiago, regresó al cuarto y cerró la puerta. Santiago se estaba vistiendo, ella se sentó en la cama y le dijo: ‘Te escucho’. El se puso la camisa y se sentó en una poltrona que quedaba al frente de la cama.

‘No sé ni cómo empezar. La realidad es que tuve un par de encuentros con Ana María’.

‘¿Encuentros de qué tipo Santiago? Explícate bien’.

‘Es que no sé cómo pasó todo. A ver, creo que fue desde que ella me pidió el celular. Empezó a mandarme algunos mensajes siempre con el pretexto del hábitat de Juliana, los planos, el mantenimiento, y todo ese rollo. Cuando menos pensé, nos estábamos hablando con mucha frecuencia’.

‘¿Por qué no me dijiste nada?’.

‘Tenía rabia contigo. Traté de decirte varias veces que no me sentía muy convencido con ese jueguito de tus conversaciones, pero parecía que a ti no te importaba lo que yo sintiera. Lo que ocupaba tu mente era cómo te sentías tú y punto. Yo no tenía derecho a opinar, a preguntar, simplemente tenía que aceptar y ya. Por el otro lado cuando hablaba con Ana María me sentía comprendido’.

‘¿Comprendido? ¿Es que le contaste a ella todo?’.

‘No, ¡cómo se te ocurre! Simplemente le dije que estábamos atravesando por una crisis, que después de Nicolás habías cambiado, en fin. Ella también terminó contándome muchas cosas que había vivido con Hugo y todo lo que había sufrido; nos desahogamos mutuamente y después llegó el día en que fui a la casa de Martín a recoger los planos y documentos. Ella también fue para conocerlo. Isabel la recibió muy bien, Martín le mostró su hábitat, le explicó algunas cosas y salimos’.

‘Esa noche te demoraste. Me dijiste que había llegado Juliana y que se había alargado la visita’.

‘No fue así. No nos demoramos, yo escolté a Ana María hasta su casa y me hizo entrar’.

‘Santiago, ¡por favor! ¿Te acostaste con ella?’.

‘Si. Lo siento mucho’.

Sofía se llevó las manos a la cara; Santiago se acercó y ella lo empujó, le dijo que no la tocara. Las lágrimas brotaban de esos ojos como dos océanos y no podía ni mirarlo, ni pronunciar una sola palabra. Santiago continuó:

‘Sofi, te juro que me dejé llevar por la rabia, por la confusión, por el ego. Me sentía herido. Me perseguía permanentemente la idea de que ya no me deseabas y en cambio, esa atracción la encontrabas en otros hombres. De un momento a otro dejé de ser interesante para ti, pensé que este matrimonio se estaba acabando. El hecho de saber que no sé ni de qué forma había seducido a Ana María, me devolvió algo de seguridad. Te pido, te imploro que me perdones. Yo no tengo intenciones de seguir esa historia con ella, yo quiero estar contigo, quiero que recuperemos nuestra familia. No te estoy culpando, solo te estoy diciendo cómo me sentí y por qué fui débil. No es una excusa, es una razón. Sé muy bien que hubiera podido tomar otro tipo de decisión, pero me dejé llevar y la cagué’.

Sofía no podía dejar de llorar. Pero lo hacía casi que en silencio, tratando de tragarse ese dolor tan horrible que estaba sintiendo. No sabía qué decir, qué pensar. Lo único que sabía era que jamás hubiera pensado que pasaría por algo semejante con su Santiago, con su esposo, con el papá de su hijo, con su pareja, su amigo, su todo. El estaba desesperado. Se arrodilló al frente de ella y le dijo que por favor se calmara, no soportaba verla de esa manera y nunca hubiera querido causarle esa tortura. Ella no permitía que la tocara. Cuando por fin respiró profundo y empezó a volver en sí, le dijo:

‘¿Solo pasó esa vez?’.

‘No, pasó una vez más. La noche del partido. Esa noche nos vimos en ese bar de las fotos y después estuve con ella. Sin embargo, me sentí muy mal y le dije que no quería que volviera a pasar nada más. Ella entendió. Me dijo que sentía mucho si había propiciado esos encuentros; que se sentía mal contigo y que ella más que nadie sabía el dolor que producía la infidelidad. Me dijo que ese par de experiencias quedarían en el pasado y entre los dos y que nunca más me iba a buscar. Después cuando estuvimos en la comida, creo que tu viste que ella estuvo muy discreta, ni me miró, ni hizo comentarios raros, no sé. Yo sentí que al menos conmigo se había portado bien. No te niego que yo estaba muy nervioso, no tuve vida en esa comida. Siento mucho que a Antonio le haya dado ese desmayo, pero para mí fue lo mejor porque no veía la hora de salir de esa casa’.

‘¿Ella nunca te insinuó algo acerca de mis conversaciones con Hugo? ¿o te mencionó algo acerca de mí?’.

‘¡Jamás!’ – respondió Santiago de manera muy determinada -.

‘¿Tienes alguna idea de quién pudo haberme mandado esas fotos? ¿No crees que pudo ser ella misma?’.

‘No, olvídate de eso. No sería capaz’.

Sofía le lanzó a Santiago una de esas miradas de compasión mezclada con ira. Como tratando de decirle que era muy ingenuo y que no tenía ni idea de la persona que era Ana María y de sus alcances. Pero guardó silencio. Se levantó de la cama, caminó en círculos como tratando de encontrar alguna salida, o alguna palabra que pudiera mínimamente cerrar esa conversación. Paró en seco y le dijo:

‘Bueno, creo que nos tenemos que ir los dos. Después hablaremos de esto. Es obvio que me cayó como una tonelada de cemento esta noticia. Cualquier cosa hubiera imaginado, menos esto Santiago. Sobra decirte que no quiero volver a saber nada de esa mujer. No la quiero oír mencionar. Mañana van a hacer esas malditas fotos y espero que ella no se aparezca por allá. No quiero verla jamás’.

‘Yo ya le dije que no puede ir. Es más, creo que ni es necesario que esté yo. Antonio puede ir perfectamente y Martín se hace cargo’.

‘No sé. Tampoco quiero que te sigas mandando mensajes con ella. No quiero saber nada de esa bruja. Nunca más. No quiero saber que le dijiste o no le dijiste, no quiero nada, ¡Maldita sea!’.

Santiago le dijo que nunca más iba a volver a hablar con ella y delante de Sofía la bloqueó del celular. Sofía le pidió que se saliera de la habitación y que llevara al niño al jardín. Así lo hizo. Después de haberse arreglado, bajó a la cocina y encontró a su mamá desayunando. Antes de que le preguntara cualquier cosa, le dijo que iba tarde para la oficina, pero que por la tarde la llamaría para contarle lo que había pasado. Martín llegó en ese momento a la casa. Sofía miró la hora y él solo le dijo que sí, que era temprano, pero que iba a estar ahí en la mañana porque por la tarde tenía muchas cosas qué hacer. Sofía le dijo que ella iba para la oficina. Salió de su casa con su mamá; cada una tomó su camino y Martín se quedó.

Con todo lo que había pasado, se le había hecho tarde. Eran las 9:30 a.m. Antes de prender el carro, le mandó un mensaje a Margarita diciéndole que llegaría después de las 10:30 a.m., pues había decidido que iría a encontrarse con Antonio antes de ir a la oficina. También le escribió a Santiago diciéndole: ‘Se me olvidó decirte que voy a ir a desayunar con Antonio’. Santiago le respondió inmediatamente: ‘Te ruego, te suplico que no vayas a hacer nada con él. Prométemelo Sofi, tu sabes que yo te amo’.

Sofía no respondió el mensaje de Santiago. Guardó el celular, salió de la casa y se dirigió al estudio donde trabajaba Antonio. Mientras manejaba, repasaba cada palabra, cada gesto, cada mentira dicha por Santiago. Pero no lloraba. Esta vez no. Algo dentro de ella se había endurecido, o tal vez se había roto del todo.

Cuando llegó, estacionó frente al portón de metal. Antonio le había dicho que entrara sin tocar, que estaría en la sala de edición. Sofía empujó la puerta y se encontró con el espacio semiiluminado, lleno de pantallas, luces, cámaras y ese olor a todo y a nada característico de esos estudios. Antonio estaba de espaldas, revisando unas imágenes. Al sentirla, se giró lentamente. No dijo nada, pero la miró con una mezcla de sorpresa y certeza.

Sofía se acercó sin hablar, se quitó el abrigo y lo dejó sobre una silla. Llevaba un vestido sencillo, pero ceñido al cuerpo, sin quererlo demasiado. Antonio la miró por unos segundos que se alargaron más de la cuenta, y luego bajó la vista como si intentara controlarse. Sofía también sintió algo en el estómago. No sabía si era deseo, rabia, o las dos cosas al mismo tiempo.

‘¿Quieres un café?’, preguntó él, sin moverse del sitio.

Ella lo miró, dio un par de pasos más hacia él y respondió con voz suave: ‘No. Solo quiero estar aquí un momento… contigo’.

Antonio asintió, despacio. El silencio se volvió espeso. La luz de una lámpara colgante les daba a ambos un aire de confesión sin palabras. Ella se acercó más. Él apenas respiraba. A un palmo de distancia, Sofía se detuvo. Y en ese instante, cuando parecía que algo podía suceder, un clic metálico sonó al fondo: la puerta se había abierto.

Ambos voltearon al mismo tiempo. Sofía frunció el ceño. Antonio dio un paso hacia la sombra.

‘¿Estás esperando a alguien más?’, preguntó ella.

Él no respondió.

¿Quién llegaría a interrumpir ese momento tan particular?