Sofía contestó afanada el teléfono. Al otro lado solo pudo escuchar los sollozos de Andrea. Se sentó en la cama; ya estaba pálida. Santiago la miraba sin decir nada.

‘Sofi, los médicos nos acaban de decir que Antonio murió. Es que no puedo creerlo todavía’.

‘!No! Andre! ¡No me digas eso por favor! ¡Dime que es mentira!’.

Sofía empezó a llorar sin entender todavía lo acababa de pasar. Andrea con mucha dificultad terminó de contarle lo que los médicos les habían dicho. A pesar del tratamiento intensivo con fármacos, estabilizadores de ritmo cardíaco y soporte ventilatorio y de todos los esfuerzos, el daño cardíaco y la deficiencia respiratoria eran severos. Lograron mantenerlo con vida por unas horas, sin embargo, entro en paro y, tras varios intentos de reanimación, se declaró su fallecimiento. La familia de Antonio estaba en negación. La hermana apenas supo la noticia se arrodilló en el pasillo, se llevó las manos a la cara y lloró como si algo en ella también hubiera muerto con Antonio. Los papás no podían explicarse lo que estaba sucediendo. Andrea sintió que el piso le daba vueltas, tuvo que sentarse para tomar algo de aire y respirar profundo. Se levantó de la silla, se fue para el baño y se dejó caer en un llanto profundo. Era inaguantable el dolor que sentía. Como pudo llamó a Sofía para contarle. Cuando terminó de poner las frases una detrás de otra, le dijo que iba a acompañar a María José porque ahora venían todos los trámites administrativos y ella debía estar al lado de su amiga. Agregó que cuando supiera dónde y cuándo sería el funeral le avisaría.

Sofía colgó esa llamada y un llanto inconsolable no la dejaba respirar. A duras penas pudo explicarle a Santiago lo que había pasado. Esas lágrimas representaban todo y nada. Ese dolor acorralaba el alma perdida de Sofía y las decisiones que la habían arrastrado al lugar en el que se encontraba ahora. Sentía una culpa extraña. Los pensamientos más extravagantes se apoderaron de su humanidad. La muerte de Antonio era algo que ella hubiera querido evitar a toda costa; no lo merecía, no era el momento, no era así como tenía que cerrarse ese capítulo de su vida. Santiago solo la miraba en silencio. En el fondo, intuía la razón por la cual se había desbaratado. El también se sentía destruido. Era como si con ese episodio hubieran brotado las penas viejas, los vacíos olvidados, los tormentos ignorados, las espinas enterradas. Era una sensación ambigua; por un lado, la muerte de Antonio había arrastrado hasta la orilla todo eso de lo que habían escapado, y, por otro lado, su repentina ausencia era una especie de segunda oportunidad; una forma de susurrarles al oído que lo de ellos no era irreversible, que todavía se podían levantar.

Fue una noche larga. Sofía y Santiago hablaron de muchas cosas. Aparte de hacerse una y mil veces la misma pregunta – ¿por qué él? -, se confrontaron, agradecieron, lloraron y se hicieron varias promesas. Finalmente se quedaron dormidos entre lágrimas y esperanzas medio enmarañadas. Al día siguiente se levantaron, empezaron su rutina como siempre. Estaban un poco desanimados, pero con un poco más de fuerza. Sofía tenía que retomar su trabajo, Santiago también, así que se concentraron en sus tareas. Desayunaron, se dieron un abrazo, se despidieron y acordaron estar en contacto por si había novedades. Santiago llevó el niño al jardín y Sofía se quedó preparándose para empezar con su día laboral. Ya estaba sentada en el computador cuando recibió una llamada de Martín. Ella le dio las noticias.

‘!Ufff! ¡No te puedo creer, Sofi! ¡Qué mal de verdad!’.

‘Martín, ¿ese día que Antonio estuvo en tu casa, notaste algo raro? ¿Lo viste cansado, agitado, distinto? ¿O pasó algo extraordinario? ¿Comieron algo?’.

‘Nada raro, Sofi. Yo vi al tipo como siempre. Normal, estaba tranquilo. Hizo las fotos sin lío. De hecho, me preguntó muchas cosas. Le gustó mucho el hábitat y se veía contento. Mi mamá le ofreció un café y le dio unas vainas ahí de comer, como unos pasteles. Creo que se comió uno y ya. Pero él salió de la casa super bien. Normal. Pregúntale a mi papá y verás que te va a decir lo mismo’.

‘No sé. Es que es tan raro todo esto. La muerte de Hugo, y ahora Antonio también. ¡Qué maldita casualidad!’.

‘Bueno, pero el man fumaba, tomaba traguito, se había desmayado en la casa de Juliana, de pronto el tipo ya venía mal’.

‘Si, puede ser, pero me sigue pareciendo muy extraño. ¿Tú dónde estás? ¿Vas a venir?’.

‘Estoy donde Juliana. Teníamos clase de 7, llegamos a la U y nos cancelaron la clase entonces me vine con ella para acá porque no sabía si ustedes iban a estar en la casa, si Nico seguía malito o qué iban a hacer’.

‘Ah! No, tu papá ya se fue para la oficina, llevó a Nicolás al jardín y yo ya estoy trabajando desde la casa. ¿Le dijiste a Juliana?’.

‘Si, le acabo de decir. Ana María y ella están super impresionadas’.

‘Claro, me imagino. Bueno, si tienes que venir, ya sabes que estamos acá. O por lo menos yo’.

‘Listo, Sofi. Más tarde paso’.

Sofía colgó la llamada con Martín. No tenia ganas de saber si Ana María estaba triste, impresionada, o qué le pasaba por la cabeza. Ya era suficiente con lo que ella estaba sintiendo. Llamó a Margarita para decirle que ya estaba trabajando, le contó lo que había pasado con Antonio. A su jefa también la pareció una terrible coincidencia y las dos especulaban y se hacían una y mil preguntas acerca de los posibles motivos. Adelantaron algunos temas de trabajo y quedaron en que al día siguiente Sofía pasaría por la oficina para empezar la coordinación del próximo curso de formación porque Margarita ya tenía un candidato. Pasó la mañana sin otras novedades, hasta que cerca del medio día recibió una llamada de Andrea.

‘Hola Sofi, no, te cuento que esto ha sido de locos. Apenas acabé de llegar a mi casa. He estado pegada a María José porque no haya consuelo. ¡Dios! Creo que no he tenido tiempo ni para sentirme mal’.

‘Andre, de verdad lo siento tanto. No sé qué decirte. Esto nos ha golpeado tan duro. No te alcanzas a imaginar. Es que no se puede explicar cómo fue posible. ¿Los médicos dijeron algo?’

‘Los médicos dijeron que fue un infarto agudo de miocardio. Así lo llamaron. Un infarto masivo, fulminante. Que, aunque no tenía antecedentes, su corazón probablemente ya venía cargando con cosas que nadie vio a tiempo. Mencionaron el cigarrillo, el cansancio de esa noche… había trasnochado, bailado, tomado algo. Y ese desmayo que tuvo en la comida la semana pasada, ¿te acuerdas? Dijeron que pudo haber sido una señal de advertencia, pero como se le pasó rápido y no fue al médico, pues nada; recomendaron una autopsia, pero creo que los papás dijeron que no. Acompañé a María José esta mañana a la casa de Antonio para ver si encontrábamos algo. No sé, trago, droga, qué se yo, y nada, Sofi. No había absolutamente nada raro. Todo estaba en condiciones normales. Eso sí, no había ni basura. Acuérdate que te conté que el vecino se lo había encontrado temprano mientras iba a botarla. María José se fue hasta los bidones a mirar, pero estaban desocupados. No, esto es una locura. Ella no acepta, está destruida. Dice que algo tuvo que pasar. Los médicos le explicaron una y otra vez que era algo que podía suceder. En fin, yo voy a tratar de descansar y hablamos más tarde’.

Después de haber colgado esa llamada, Sofía sintió un frío por todo el cuerpo. Se incorporó y pensó que había llegado la hora de retomar su vida. No podía dejarse llevar por unos eventos infortunados porque al fin y al cabo estaban fuera de su control y no podía hacer nada al respecto. En cambio, tenía su vida delante de sus ojos. Su esposo, su hijo, su hijastro, su familia, su trabajo, su proyección profesional y todo un camino por recorrer. No había tiempo para remordimientos, mucho menos para desandar pasos equivocados. Se cuestionó, claro, discutía con Dios, con la existencia porque había aprendido una lección, pero había dejado unas secuelas que no iban se iban a esfumar fácilmente. ‘No importa, – se dijo en voz alta -, voy a luchar, voy a batallar por esta vida mía y vamos a superar esto. Antonio, lo siento mucho, de verdad lo siento. Gracias por los instantes de ilusión que me regalaste, y por favor perdóname si yo tengo algo que ver con lo que te pasó. Me guardo el viaje por el universo que alguna vez soñaste para mí’. Sofía se limpió las lágrimas, sacudió con suavidad su cabeza, abrió su computador y siguió trabajando. Sintió que abrieron la puerta de la casa. Era Martín. Subió a saludarla. Advirtió los ojos enrojecidos de Sofía, le preguntó cómo estaba, le dijo que estuviera tranquila, que todo iba a estar bien, la abrazó, le dijo que la quería y que si lo necesitaba iba a estar en el estudio del papá. Sofía sonrió y le dijo: ‘Gracias por ser tan lindo conmigo Martín. Me gusta que estés acá’.

Martín se fue para el estudio del papá. Se sentó en el escritorio, prendió el computador y abrió un archivo que se llamaba Aurum y escribió:

‘Sé que algún día vas a entenderlo. No lo hice por odio. Lo hice por amor. El tipo de amor verdadero, el legítimo. El tipo de amor que no pide nada a cambio porque tú no eres la clase de mujer a la que se le debe exigir. Tu existencia sustenta a la perfección la belleza en todas sus manifestaciones. Eres oro, Sofi. Por eso este archivo se llama así. Porque eso eres para mí, y deberías serlo para cada ser que se cruza por tu camino.

Todo lo que les decías a Hugo y a Antonio lo leí. No lo sabías, pero cuando le mandaste a mi papá esos screenshots con las conversaciones, yo estaba ahí también. Su WhatsApp quedaba abierto en la computadora del estudio, y yo… yo solo necesitaba leer. Ahí descubrí lo que te quitaban. Tú estabas confundida. Pensabas que esos hombres te estaban dando algo y no era así. Te engañaron, te hicieron daño y si hay alguien que no merezca el mal en esta tierra, esa eres tú. Yo solo te estaba protegiendo. Tú crees que no me doy cuenta de nada porque soy muy joven, pero lo veo todo, Sofi. Sé de tu dolor, de tu soledad, de tus miedos, de tus vacíos, sé lo que necesitas, lo que te hace falta. Tus gestos, esos que nadie nota, yo los leo sin esfuerzo.

Entendí que había que hacer algo para liberarte. Hugo con sus juegos de poder y su falsa cercanía. Con su doble vida, con su arrogancia y su cochina aberración. Antonio, que ni siquiera se daba cuenta de lo lejos que te tenía. Ellos eran un estorbo. Alguna vez te lo dije: hay seres humanos que no merecen vivir porque lo único que saben es herir. Esa es la gran diferencia con los animales. Su pureza, su transparencia, su dignidad. A tantos seres humanos les hace falta esos elementos.

Lo hice todo con cuidado, no te preocupes. En mi lugar favorito, en mi hábitat, tengo a la Phyllobates terribilis. Pequeña. Perfecta. Letal. El veneno, mezclado en los brownies de Manuela, no dejó rastro evidente. Los síntomas se confunden fácilmente con un infarto. Nadie sospechó. Nadie buscó más allá. Así es como debía ser y ¿sabes por qué nadie lo hizo? Porque no valía la pena. Porque esos dos hombres, esos ególatras que creen que se pueden meter en la vida de una mujer tan hermosa como tú, con un hogar, con una vida hecha, con un corazón tan lindo, no valen nada. Por eso Ana María no buscó más allá. Por eso nunca quiso ver qué había en ese archivo encriptado que dejó Hugo en esa USB, pero yo sí lo vi y ¿sabes qué? Juliana también. Ella odiaba a Hugo, lo detestaba y eso terminó de enterrar a su padre en un lugar donde jamás va a ir a buscarlo. Ni Juliana, ni Manuela tienen nada qué ver con esto. Ellas son mis amigas y yo, aunque sea difícil de entenderlo, no soy una mala persona. ¿Sabes qué? Me acordé de Aomame; la protagonista de la novela 1Q84 de Murakami. Es una asesina selectiva que mata a hombres que han abusado de mujeres, actuando como una especie de “vengadora silenciosa” bajo la instrucción de una mujer rica que dirige un refugio secreto. Aomame mata sin dejar huella utilizando una aguja fina y muy afilada que introduce en un punto específico del cuello, entre el hueso occipital y la primera vértebra cervical. Es un lugar delicado, cerca del tronco encefálico. Si se hace con precisión, puede causar una muerte instantánea sin signos externos de violencia, lo que hace que parezca un infarto o una muerte súbita natural.

Bueno, piensa que yo soy ese vengador silencioso. Cualquier persona estaría de acuerdo con Aomame y conmigo por quitar del camino a seres que no merecen estar en este mundo porque hacen mal; y acá vinimos para ayudar, para convivir, para compartir, para evolucionar. Ella usaba una aguja, yo encontré a mi rana dorada, que es lo más preciado que hay en mi hábitat. Llevo años estudiándola y me ha dado mucho. Nos ha dado mucho.

Con Antonio fue fácil también. Inyecté un poco del veneno en un brownie de Manuela y ella misma le dijo que por favor se lo comiera al día siguiente al desayuno porque era la combinación perfecta con el primer café de la mañana. Yo le dije que le dijera esas palabras con esa sonrisa de ella y con esos ojos grandes y profundos. Ella con tal de promover su negocio lo hizo sin hesitar. Estoy seguro de que él quedó embrutecido y por eso le obedeció. En el caso de Hugo, encontraron la envoltura del brownie en la basura y nadie sospechó nada porque todos los hemos comido; con nuestro querido Antonio, tal parece que ni siquiera encontraron el paquete. ¿Sabes por qué? Porque así tenía que ser. Así se tenía que ir y ahora estamos mejor.

Ahora hay silencio. Ya no tienes que justificarte. Ya no estás atrapada entre hombres que no supieron cuidarte. Yo espero. No necesito que sea hoy. Pero sé que va a llegar. Tú y yo. Sin máscaras. Sin obstáculos.

No te liberé para poseerte. Te liberé para que seas tú. Y cuando estés lista, voy a estar aquí.

M’.

Fin