Cristina le decía a Roberto de forma muy acalorada: ‘Estoy mamada de pasar por esto casi todos los meses Roberto! ¡Qué vergüenza que me estén cobrando de todas partes, carajo! ¡En qué es que se está yendo la plata por Dios! Tú no haces sino trabajar hasta tarde casi todos los días, que by the way, nadie te reconoce ese tiempo extra, y cada vez tenemos más problemas de plata. ¡Estoy harta con esto!’ Roberto trataba de decirle que bajara el tono de la voz porque los iban a escuchar y le dijo: ‘No sé cómo te atreves a preguntarme que en qué se nos va la plata con este tren de vida tan berraco que tú necesitas llevar. Pagamos un cojonal de plata en mercados, empleadas, servicios, club, clases tuyas de una cosa y la otra, el mantenimiento y gasolina de los carros, tus tratamientos y cuanta crema existe, comidas, estos paseítos, o ¿qué crees? ¿Que así estemos invitados en una casa no se gasta plata, Cristina? ¡Si estás tan angustiada, busca un trabajo! Yo tengo un sueldo fijo, no es que cada mes me consignan más, en cambio tu aumentas los gastos en forma desproporcionada. Todas esas invitaciones y salidas con tus amigas, las comidas acá y allá, las onces, los regalos, la ropa, ¡por favor! ¡Al menos bájale a tu vida social!’.

Valeria no podía dejar de escuchar; tenía miedo de que en cualquier momento la descubrieran, pero podía más la curiosidad. Cristina continuó: ‘¡No faltaba más! Tú me conociste así, sabes perfectamente la vida a la que he estado acostumbrada y si me iba a ir de mi casa era para estar igual o mejor, pero no para tener que bajarme de estrato porque mi esposo no puede con su responsabilidad, y cuando dejé de trabajar lo hice pensando en los tratamientos para poder quedar embarazada, tú fuiste el primero en sugerirme que me quedara en la casa, que nada me iba a faltar, pero que por mi bienestar era mejor que no regresara al trabajo y no sé qué más pendejadas y ahora me dices que busque un trabajo? ¿Ahora que llevo un montón de años sin ejercer mi carrera, que estoy desactualizada y voy a buscar un empleo para que me paguen dos pesos? ¡No seas ridículo!’. Roberto la interrumpió y suavizando el tono le dijo: ‘Cris, tú sabes que yo hago lo que sea por este hogar, solo te pido un poco de consideración con los gastos; de todos modos, no creo que éste sea ni el momento ni el lugar para tener esta discusión. Tratemos de calmarnos y al menos disfrutemos este fin de semana que ya estamos acá. Te prometo que esta semana nos sentamos, revisamos las cuentas y vemos en dónde podemos hacer ajustes para equilibrar nuestras finanzas, ¿te parece?’. Cristina estuvo de acuerdo, le dijo que tenía razón y que regresaran a la piscina. Valeria se escondió en el baño de su habitación, dejó que salieran, espero unos minutos y se fue para la cocina.

Se sirvió un poco de limonada y se sentó en una silla. Pensaba que justamente esa era la situación por la que ella nunca quisiera pasar. No entendía a las mujeres que decidían quedarse en su casa para delegar la responsabilidad económica totalmente a sus esposos. Le parecía que Cristina era prisionera de una situación en la que tal vez nunca imaginó que podría caer. Valeria sostenía sus monólogos en su cabeza: ‘Claro, esta mujer dejó de trabajar y ahora tiene miedo de regresar al mercado laboral y la entiendo, cada vez es más difícil, la tecnología avanza y cuando uno menos se da cuenta lo que conocía es obsoleto y la competencia es cada vez más brava. Es como si ser mamá fuera una obligación para todas las mujeres y ella sacrificó su carrera para poder quedar embarazada. La cosa es que ser mamá y ser profesional van por caminos absolutamente divergentes. Porque además las que tienen hijos y trabajan se sienten culpables por no estar tan presentes, las empresas al final no son tan condescendientes con la maternidad y se lo hacen pesar, así que, en tal caso, probablemente si Cristina queda embarazada con mayor razón seguiría en su casa aumentando así la dificultad para rehacer su vida profesional, pero cumpliéndole a la sociedad por traer vida este planeta ¡uff! ¡Qué mierda!’. En ese momento llegó Lucía, que ya tenía algunas ollas en la estufa, la saludó, le preguntó que si quería algo y Valeria le dijo que no, que estaba bien con la limonada. Lucía le dijo que era la primera vez que la veía en la finca; Valeria le dijo que si, que había conocido a Alberto y a Marcela recientemente y que habían sido muy queridos por haberla invitado a ella y a Alvaro ese fin de semana. Después de que Lucía le esculcó parte de su privacidad a Valeria, empezaron a hablar un poco acerca de la vida allí. Lucía le decía que ella no conocía otra realidad, que esa había sido su casa desde siempre y que, aunque a veces era duro porque hacerse cargo del mantenimiento de una finca no era un trabajo sencillo, ella vivía bien y tranquila. Conocía a todos en el pueblo, ya tenían sus rutinas y sabían muy bien en dónde comprar insumos y todo lo que necesitaban, y que su esposo era un hombre trabajador. A Lucía se le notaba el agradecimiento tan grande que sentía por Alberto y Marcela.

‘Lo único que no me gusta es que mi hijo Alex se comporta grosero con ellos, sobre todo con don Alberto, – contaba Lucía -, ese muchacho es más raro, pero es que parece que son así cuando están en esa edad, la edad de la caca. Se ha vuelto grosero, medio callado, yo no sé; yo le pego sus chancletazos de vez en cuando para ver si aprende, pero todo se pone peor cuando vienen los patrones’. Valeria escuchaba con atención a Lucía y le preguntó que si ella había hablado con el niño para tratar de entender por qué se portaba así. Lucía le contestó con un tono decidido: ‘¡Pues porque es un maleducado! ¡Es que cuando usted tenga hijos va a entender! Uno trata con ellos, les enseña lo que puede, pero al final esos hacen lo que se les da la gana y cada uno sale con su propio carácter. ¡Eso es muy complicado tener hijos!’. Alvaro llegó a la cocina e interrumpió la conversación, le preguntó a Valeria que si todo estaba bien, ella le dijo que si, que era que se había puesto a echar carreta con Lucía mientras cocinaba. Los dos regresaron a la piscina.

Se unieron al grupo. Roberto y Cristina estaban como si nada hubiera pasado, absolutamente integrados, muertos de risa, tomando cocteles, celebrando los chistes y contando historias. Después de un rato, de algunas entradas y más alcohol, pasaron todos a la mesa a almorzar las delicias preparadas por Lucía. Todos estaban hambrientos y empezaron a servirse mientras seguían brindando por estar reunidos en la finca de tan amables anfitriones y compartiendo un momento muy agradable. En esa mesa todos hablaban al mismo tiempo, las que tenían hijos se paraban, se sentaban, comían, hacían pausas, aunque las niñeras se ocupaban de que se alimentaran correctamente, los hombres brindaban, comían, se reían. Valeria y Alvaro se miraban, de vez en cuando opinaban cuando se hablaba de algún tema coherente. A un cierto punto, Valeria se dio cuenta que Carla, la esposa de Juan José estaba con la lengua muy enredada, tenía los ojos apagados, parecía muy alicorada. Estaba sentada al lado de ella. Le pidió a Valeria que le pasara un poco de agua, se la pasó y de un momento a otro le dijo: ‘No me siento bien, me va a tocar irme para la habitación’. Valeria le dijo que si quería la acompañaba, y Carla estuvo de acuerdo y le agradeció.

Llegaron al cuarto después de que Valeria la llevó del brazo para que no perdiera el equilibrio. Le preguntó que si quería algo, una soda, un Alka Seltzer, o cualquier otra cosa y Carla se puso a llorar. Valeria no sabía qué hacer. ‘Carla, ¿qué tienes? No te preocupes, acá estoy yo. Dime qué necesitas, ¿por qué te pones así? ¿Quieres que llame a Juan José?’, le preguntó Valeria con mucha preocupación. Carla le contestó enfáticamente: ‘¡No! ¡No lo llames! A él no. Valeria, tan bonita que eres, muchas gracias por estar acá conmigo. ¡Eres muy afortunada! Escogiste al hermano correcto. Alvaro es tan buen tipo, tan juicioso, tan centrado. Juan José es una buena persona, es un buen papá, ¡pero estamos jodidos! ¡Jodidos! ¡Jodidos! Jajaja’. Valeria no entendía muy bien a qué se refería Carla; pensó simplemente que estaba muy borracha y como suele pasar, el alcohol hace que la gente diga bobadas. La miró, trató de limpiarle las lágrimas y le dijo con una sonrisa: ‘Todos estamos jodidos, Carla! ¡En este mundo tan vuelto mierda quién no!’. Carla la miró soltó una carcajada y continuó: ‘Tienes razón! Jajajaja Pero mira, esta gente que tu ves acá, jah! ¡Querida! ¡Si supieras! ¡Lo que hay acá es material para una película! Jajajaja’. Valeria le dijo a Carla que tratara de descansar, que por qué no dormía un poco para que se le pasara la prenda porque apenas estaba comenzando el fin de semana. Carla le dijo que tenía razón, que iba a descansar, que por favor no le dijera a Juan José nada, que simplemente estaba agotada y que iba a dormir un rato.

Valeria le cerró un poco las persianas, la acomodó de medio lado en la cama, le quitó el pelo de la cara, le dejó la caneca cerca por si acaso. Cuando ya iba a salir de la habitación, Carla abrió los ojos, la miró con dulzura y le dijo: ‘Vale, gracias. Tú eres una linda persona. Antes de que salgas de acá, ¿quieres que te cuente un secreto tremendo?