Vagamente, y eso que estamos hablando de apenas un par de meses atrás, me acuerdo cuando empecé a ver las noticias y hablaban del virus que estaba golpeando a la China. Como soy medio morbosa, tengo muy presente esos videos de personas cayendo en las calles y la gente que era incapaz de tocarlos por el temor de ser contagiados. Me costaba pensar que algo así estuviera pasando, sin embargo, como suele pasar, sentía que era una cosa demasiado ajena a mi realidad.

No pasó mucho tiempo y los diferentes medios de comunicación italianos empezaron a anunciar los primeros casos del Coronavirus – Covit 19  en Roma y seguidamente en la región de la Lombardia. Eran pocos, ya no recuerdo cuántos, pero todavía veía la que situación era manejable y como muchos, no entendía bien ni qué hacía el bendito virus, ni cómo se contraía, ni cómo se contagiaba, ni la velocidad, ni las implicaciones, ni las consecuencias. Nada, no sabía nada. Solo sabía que se habían presentado los primeros casos.

Mientras tanto, aunque yo vivo en el norte de Italia y desde un principio se consideró una zona de alto riesgo, seguía en mi rutina normal; iba a trabajar, cuando regresaba pasaba por el supermercado a comprar algunas cosas que necesitaba en mi casa. Algunos días fui a la peluquería, otros me encontré con alguna amiga para almorzar y otras veces regresaba a mi casa para descansar, ver alguna serie o leer algo de mi interés.

Pocos días después, la cosa se fue complicando. Empezamos a entender que el virus se multiplicaba muy rápido y las cifras aumentaban en horas. Probablemente en ese momento saltaron las primeras alertas. Los titulares empezaron a hacerse más notorios, el tema de conversación cambiaba poco a poco. La información acerca de las medidas de prevención ya eran más notorias. Todavía, sin embargo, la vida era la misma.

Pasaron solo unos días y, ¡vaya sorpresa! El número de infectados había aumentado tanto que se realizó el primer bloqueo de la zona donde se había concentrado el foco de infección. Y acá, queridos, empezó esto a estallar. Y no me refiero solo al contagio, sino a la masa de opinionistas, de políticos que aprovecharon para criticar cada medida que estaba tomando el Gobierno para salvarguardar la salud de los ciudadanos, los creyentes en las teorías del más allá, los que se las saben todas, los importaculistas, los avispados, las mujeres maravilla, los presentadores de televisión que empezaron a dedicar sus programas enteros al bla, bla, bla.

Grupos de personas enloquecidas en las zonas rojas gritando afuera de los negocios porque se habían agotado los geles desinfectantes, otros que peleaban porque no podían ir a visitar a sus novias o a sus familias que vivían fuera de los límites de bloqueo, la señora de 80 años que reclamaba su encuentro para jugar burraco con sus parceras, el lunático que gritaba que era un complot de los iluminados.

Mientras esto pasaba, el COVID-19 andaba feliz  y en su salsa, aprovechando las acaloradas discusiones para acomodarse en cuanta boca, nariz y mano iba encontrando listo para viajar a los pulmones de los desprevenidos ciudadanos que estaban muy ocupados discutiendo si era justo o no tomar las medidas. A este punto, yo ya decidí dejar de participar en los grupos de whatsapp en los que estoy con algunos italianos porque la última vez que intervine para decir que de pronto era un tema que no se podía subestimar, me mandaron prácticamente a fare in culo.

En ese momento, tuve que tomar la primera decisión que me hizo entender que la situación no era tan sencilla. Había planeado un viaje a Estados Unidos para encontrarme con toda mi familia y celebrar el cumpleaños de mi abuela. Cumplió 89 años y viviendo acá, no tengo la oportunidad de verla con mucha frecuencia, así que estaba emocionada de celebrar y compartir con todos. Tuve que cancelar mi viaje poque vi la cosa peluda. Afortunadamente la linea aérea me hizo el reembolso del tiquete.

Y entonces, ¿qué pasó? Llegaron las primeras medidas drásticas. Cerraron colegios y universidades y como mi trabajo está ligado a la normativa que rige estas instituciones, se suspendieron mis actividades laborales. Pude continuar con el smart working y en principio, lo único que cambiaba era que no tenía que desplazarme a la oficina.

Seguí con mis rutinas, solo que ya podía elegir el horario para ir al supermercado, aproveché para ir a hacerme manicure, pedicure, hacer algunas compras para la casa, pagar recibos, hasta encontrarme con alguna colega y aprovechar un día soleado para trabajar un par de horas desde un parque tomándonos un cappuccino con una brioche.

Pero mientras tanto las discusiones seguían y el escepticismo continuaba. Nuestros amigos Marco y Dodi, se fajaban tremendas peleas mientras tomaban vasos enteros de vino porque los chinos comen ratón y murciélago; Xhin, la señora del restaurante chino se quejaba y lloraba porque nadie quería entrar a su pequeño local donde por años ha vendido delicias orientales; Daniele, el de la pastelería, seguía convencido de que se trataba de otro plan siniestro de los extraterrestres y se ponía negro de la ira cuando alguien le llevaba la contraria y Carlo que asegura que detrás de esto hay intereses tenebrosos de unos pocos. El virus, en cambio, era el único que no había perdido el foco de su objetivo: infectar, infectar e infectar.

Y de pronto, porque pasaron poquísimos días, las medidas se empezaron a restringir cada vez más porque las cifras de infectados crecían como el canasto de la ropa sucia. ¡Y quién dijo miedo! Chiara estaba furiosa porque ya no podía ir al gimnasio, Stefano indignado porque le habían cancelado los eventos en los que llevaba trabajando durante dos meses, Anna iba a la farmacia todos los días a comprar cuanta vitamina y suplemento encontraba y Luca, su esposo, le decía que era una loca paranoica, que la iba a mandar para el hospital psiquiátrico. Ah! Pero Ivanno y Franco andaban borrachos día y noche cagados de risa echando chisme.

Un día el Presidente del Concejo de Ministros de Italia anunció el bloqueo general de la entera región de la Lombardía y 14 provincias más con controles muy estrictos para quienes habitaban en esta zona. Un par de días después declaró todo el país en zona roja y pidió a los ciudadanos de quedarse en la casa y salir solo por una real urgencia y al otro día ordenó cerrar todos los negocios; dejar abiertos solo supermercados, farmacias y servicios de primera necesidad.

No tuve tiempo ni de asimilar esta marea de noticias. Pasé de la calma y comprensión, al llanto y la angustia que una situación semejante pueda causar. Y acá estoy. Encerrada en mi casa con mi esposo, mirándonos con amor, con incertidumbre, con preocupación y botando carcajadas de vez en cuando.

No sé, ni nadie sabe cómo irá a terminar este episodio. Lo único que puedo decir es que ahora, tratando de ver las cosas con algo más de perspectiva, el humor nos ha cambiado a todos. A los escépticos, a los que creen, a los obedientes, a los rebeldes, a los sabiondos, a los arrogantes, a los humildes, a los pobres, a los ricos, a los famosos, a los tontos y a los sensatos.

Todos estamos encaramados en esta montaña rusa y no tenemos idea a dónde iremos a parar. Si se trata de un complot, de un ataque extraterrestre, de un plan macabro de las potencias mundiales o de una predicción de algún capítulo de los Simpson, a mi, la verdad, me importa un soberano jalapeño.

Lo que estamos viviendo actualmente en Italia es surreal. Jamás pensé que podría atravesar por una situación semejante y nunca creí lo horrible que se siente estar bajo esta presión y desasosiego. La realidad, es que en este momento hay mucha gente que necesita servicios hospitalarios urgentes, cuidados intensivos e intermedios después de haber resultados positivos al virus y el sistema de salud está a punto de colapsar.

Esa es la realidad, y de eso me quiero ocupar. Por mas difícil que sea, entiendo que la razón por la cual debo quedarme en mi casa, aparte de proteger mi propia salud, es por esas personas que están en condición más vulnerable y que requieren una atención médica y también por quienes necesitan acudir al hospital porque padecen de otras enfermedades.

Para los fans de las teorías ocultas, los críticos y escépticos, espero que encuentren pronto sus respuestas y sean muy felices cuando puedan confirmar que tenían razón. Yo me conformo con que encuentren la forma de parar el contagio y descubran la vacuna.  A todos nos ha afectado esta situación. Todos cargamos con nuestros propios miedos; todos tenemos la propia óptica de las circunstancias y eso confirma la complejidad de confrontarnos, de mirarnos con empatía todo el tiempo, de comprendernos y de ser solidarios.

Mientras tanto, acá estamos. Yo en la cama escribiendo, mi esposo en el estudio en su computador jugando online. Nos vamos contando cualquier cosa, él viene, me da un beso, yo voy le muevo la silla y me reviento de risa. Vemos memes, videos, noticias, hablamos de lo que vamos a almorzar y de lo que podemos hacer en la tarde y de la rutina que nos vamos a inventar para que estos días sean llevaderos. A mi por ejemplo me haría muy feliz que se dejara hacer el blower, la veo dura, pero insistiré. Tengo tiempo de sobra para convencerlo.