Como a todos, creo que esta pandemia me ha hecho pensar en varias cosas, ver la vida de otra forma, y particularmente, he experimentado cualquier cantidad de emociones y sentimientos, entre ellos, el miedo.

Por lo que he podido ver, porque al igual que muchos, tengo familia y amigos en muchos lugares del mundo, la forma de vivir esta experiencia cambia de país a país, de gobernante a gobernante, y sobre todo influye dependiendo del carácter, personalidad y vivencia personal de cada uno. En consecuencia, es imposible estigmatizar, generalizar, clasificar y mucho menos juzgar.

Mi experiencia personal ha sido compleja desde antes de la pandemia. Soy una mujer con muchas debilidades, defectos y un mar de inseguridades. He cometido una cantidad de errores, me he equivocado mil veces; he perdido personas porque he actuado impulsivamente, otras porque se han cansado de mi intensidad o de mi inconstancia. He tomado decisiones estimulada por las vísceras, he contestado muchas veces mal, he ofendido gente, he juzgado, he sido egoísta, perezosa, procastrinadora y he dejado cosas sin terminar.

Como todos, tengo un pasado, tengo una historia y atada a ese baúl pesado que por años decidí cargar, una protuberancia que sobresale debajo de mi nuca no se compara con el dolor, la culpa y los demonios que me acompañaron por años. Sin embargo, desde hace un tiempo largo decidí poco a poco liberarme de esos pesos y hoy me siento más liviana aunque me muera por los panes, la focaccia y todos esos carbohidratos que hacen tanto daño.

En realidad no sé si yo he vivido la vida, o la vida me ha vivido a mi. Creo que es más la segunda que la primera, pero sí hice una cosa durante todo ese recorrido: observar. Desde que tengo memoria me ha cautivado ver al otro, internarme, ir allá adentro y tratar de entender lo que se esconde detrás de lo que se puede ver. Silenciosamente durante este camino lo he visto casi todo porque esa ha sido mi decisión. Mi curiosidad, mi afán de entender al ser humano a través de cada cosa que hace, cada decisión que toma, cada paso que da, es una cosa que me ha encantado hacer en cualquier lugar o circunstancia.

Me ha traído problemas, claro. A veces me he obesionado y mis vanidades me han orientado mal. Quise también imponerme, tener la razón, creer que todo lo tenía bajo control, aunque muchas veces fuera una simple fachada porque en el fondo estaba llena de inseguridades. Pasé también por esa etapa de mujer fuerte e independiente que se las sabe todas y que le quiere arreglar la vida a todos; asusté a muchos hombres porque he sido desparpajada, he hablado más de la cuenta, he contado mis experiencias sin pena porque me quería ver indestructible, con carácter, la que no se deja de nadie. Sin hablar del período en el que quería ser la más informada, la que solo quiere ver y hablar de cosas interesantes, las que aportan al intelecto y posar.

Ay! Qué proceso tan increíble! Me costó tiempo, lágrimas, terapias, peleas conmigo misma y con los demás para ir desenmascarando lo bello y lo feo que hay en mí, para aceptarlo y sobre todo para quererme, hablarme con compasión y perdonarme. Y acá voy, remando, confrontándome todos los días, ejercitando mi mente, mi alma y mi cuerpo para ver la hermosura de esta cosa tan rara que es vivir.

Todo este discurso para decirles que mi experiencia en esta cuarentena ha sido la mía. Y volviendo a la pregunta inicial, la respuesta es: No. Claro que no quiero vivir con miedo. Pero quiero vivir con los demás en armonía aportando lo que pueda para hacerle la existencia más amena a quien pueda. Me tocó esto en Italia, un país golpeado duramente por el COVID – 19 y agradezco, valoro y respeto la forma en que el Primer Ministro y tantas autoridades sanitarias, manejaron esta situación. Con todos los errores que se hayan podido cometer, al menos durante el primer año, no sentí una cosa distinta a una focalización en el bienestar de las personas. Lamentablemente desde que hubo cambio de Gobierno las cosas han sido muy diferentes. Me quitaron a Conte y eso es algo que no podré perdonarle jamás a quienes presionaron para que se fuera.

No puedo decir que fue mejor acá o allá. Es que a mi me tocó vivirlo acá. A mi me tocó sentir la muerte de la tía de mi esposo y saber lo que significa que ese virus llegue a la puerta de tu casa. A mi me tocó pasar por días de angustia cuando mi esposo un día tuvo dos rayas de fiebre. A mi me tocó enterarme de la enfermedad de tantos amigos y sufrir con otros el dolor cuando perdieron sus seres queridos. A mi me ha tocado pasar días enteros tomando aire, concentrándome y dándolo todo para no dejar evolucionar los ataques de pánico que empezaron a incubarse de nuevo dentro de mi. Hasta tuve que poner en pausa una de las oportunidades más significativas que he tenido desde que llegué a este país a nivel laboral.

Pero al tiempo, me tocó un renacer particular. En medio de toda esta locura, de una forma casi inexplicable y a ritmos verdaderamente lentos, como me gusta a mi, una persona me envió una oferta laboral advirtiéndome que en práctica, ella intuía que talvez no era algo muy acorde con mi experiencia, sin embargo, me dijo que lo pensara sugiriendo que a lo mejor algunas puertas se podrían abrir. Dije que si. Inmediatamente inicié el proceso de selección y resulté dentro del grupo de los admitidos.

Sin duda, ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido desde que llegué acá. He conocido una parte de la ciudad que esconde las historias más maravillosas y reveladoras de esta región italiana. He tenido la ocasión de conocer personas muy valiosas de las que he aprendido muchísimo. Sin decir que ha sido muy positivo para la fluidez de mi italiano y del acceso a una información burocrática y administrativa que desconocía y que amplía mi conocimiento de este complejo país. Aparte del real objetivo de este trabajo: un proyecto social que impacta personas en dificultad de algunas zonas de la ciudad, y con eso creo que es claro lo que ha representado para mí como persona, como mujer, como ser humano.

No solo me ha dado eso, sino que sin buscarlo, gracias a la intuición de las personas con quienes trabajo, efectivamente esas puertas se abrieron y decidieron darme una oportunidad desempeñando funciones absolutamente ligadas a mi experiencia profesional y hoy estoy trabajando en comunicaciones en un país que no es el mío, en un idioma que no es el mío, en una ciudad que apenas empiezo a entender y a descubrir en medio de un mar de preguntas y de una montaña de incertidumbres. Me encuentro en Génova, la ciudad de geografía imponente, la que se estremece todos los días gracias al escozor de las olas del Mediterráneo y la furia de los alpes marítimos que la oprimen.

Y acá voy, nadando y haciendo trekking, esquivando olas y obstáculos de estos senderos. Aprendiendo a aceptarme, a valorarme, a pelear con mis recurrentes inseguridades y a confrontar mis miedos. Porque aunque me persiguen y se asoman en los momentos más inoportunos, yo sigo acá dando la batalla, creyendo en mi misma, agarrándome fuerte de las personas que me aman, aferrándome a esa esperanza que a veces parece que la agarro en mis manos y cuando menos pienso se me escurre huidiza entre mis dedos y coloreando ese mar que se ve desde mi ventana aunque el día esté nublado y por momentos me lo esconda.

Nadie dijo que es fácil, es más, es duro, es muy difícil. Extraño a mi familia, extraño esos abrazos, ese contacto con la gente mía. No tengo respuestas todavía. Solo sé que estoy como al principio: no estoy viviendo la vida, sino que la vida me está viviendo a mí, y eso no es malo. El control, el plan, el cuadro de excel son solo ilusiones; otro de tantos cuentos que nos han metido en la cabeza para simular que somos los del poder. La vida es hoy, y mi hoy es esa sonrisa que estoy viendo mientras escribo estas palabras y que me confirman la respuesta a la irónica y provocadora pregunta con la que inicié este escrito: ¿Y quién dijo que quería vivir con miedo?