En diciembre de 2021 cumpliré ocho años de estar viviendo fuera de mi país. Mientras lo escribo me doy cuenta que el tiempo ha volado y no sé en qué momento se esfumaron todos estos días. No ha sido fácil. Siempre he dicho que es mucho más fácil tomar la decisión que vivir la experiencia. Ser inmigrante, y sobre todo, ser mujer y colombiana tiene un acento muy particular.

Sea cual sea la motivación, dejar el propio país y empezar una nueva vida en otro, es un completo desafío. El idioma, las costumbres, la historia, la familia, los amigos, el trabajo, etc. El proceso de adaptación es complejo y sobre todo, único. Cada quien lo vive de acuerdo a su personalidad, a su experiencia, a la edad, a su carácter, a su entorno, al barrio al que llega, a la casa, a la cama. Cada detalle cuenta.

Yo vivo en el norte de Italia, en Génova. Una ciudad, como lo he dicho varias veces, atrapada entre las montañas y el mar. De paisajes irreverentes, una región de pueblos y callecitas sacados de cuentos del medioevo. Vecinos de ciudades hermosísimas, de la Costa Azul y rodeada de gente reconocida en todo el país por ser así o asá. Porque acá como en todas partes, cada región tiene lo suyo, empezando por su gente.

He sido afortunada. La mayor parte de personas que he conocido han sido muy gentiles y abiertas conmigo y he hecho algunas amistades que me hacen sentir querida y bienvenida. También me he encontrado con gente hostil, ignorante y poco amable. Me han hecho preguntas odiosas y comentarios estúpidos por el hecho de ser colombiana o sencillamente han tratado de humillarme por el estigma de ser extranjera y suramericana y han querido hasta enseñarme a leer. Me lanzan miradas lastimeras que dicen: ‘Ay! Pobrecita, la que vive en los árboles y se vino a buscar un futuro a Europa’.

No es paranoia, no es inseguridad, no son mis miedos. Es la realidad. Creo que muchas personas podrían sentirse identificadas porque lamentablemente éste es el contexto en el que un o una inmigrante tiene que batallar todos los días desde que llega a instalarse en su nuevo país. Si, vivo en Italia, el país de la pasta, de los museos, del vino, la pizza y de las ciudades bonitas. Lo que pasa es que cuando todo deja de ser novedad y realizas que ahora es tu casa, la situación cambia. Es una sensación extraña que jamás te abandona. Es mi casa ahora, sí, pero no la siento así porque nada me pertenece y siempre seré una extranjera, así tenga pasaporte italiano, pase europeo y un médico de familia.

Bueno, pero esto no está escrito para decir que es horrible porque mentiría. Es la vida y la vida ocurre acá, allá o donde decidamos estar. Si claro, los desafíos son otros y aumentan, pero así es esto. Unos días buenos, otros no tanto y así. Lo que hoy me motivó a escribir este post está relacionado con lo que he tenido que enfrentar en mi propio país desde que me fui. Soy una mujer que nació y creció en una familia conservadora y de partido conservador. Conformada por un abuelo que fue funcionario público toda su vida y además ocupó cargos de elección popular como Diputado y Alcalde de algunos municipios del Departamento de Caldas, portando siempre la bandera azul.

Justamente por su ocupado estilo de vida, yo crecí en Bogotá con mi mamá, quien se separó de mi papá cuando yo tenía un año, mi abuela y mi tía. Mujeres solas, independientes, trabajadoras, inteligentes y capaces de sacar una casa y una familia adelante a punta de lucha y mucho carácter. Mi tía a cierto punto formó su familia y años después llegó mi hermana a completar este clan de féminas dispuestas a todo para lograr sus objetivos. Todas aprendemos de las otras diariamente. Tenemos un grupo en whatsapp donde compartimos noticias personales, peleas, encuentros, desencuentros, memes, stickers, videos, chismes, pero sobre todo, algo que nos caracteriza a todas: un sentido crítico y el sentido del humor.

Me encanta oirnos porque aunque tengamos opiniones diferentes acerca de algunos temas, todos son bien argumentados; sobresale la inteligencia, la curiosidad, el análisis, la reflexión. Mi abuela tiene 90 años y ayer que hablé con ella me estuvo manifestando su preocupación por la situación entre Israel y Palestina, pasó por Maduro, me habló de las vacunas y de los efectos adversos que han encontrado en la de Johnson & Johnson, me contó una que otra anécdota de su juventud, hablamos de lo que vamos a preparar de comer la próxima vez que vaya a Colombia, compartimos secretos y mejurjes para las arrugas y nos reimos mucho.

Hace tres o cuatro días mi mamá nos envió un audio contándonos que había hablado con un primo nuestro acerca de la situación que se vive en Colombia y me dejó descrestada. Muchas de las cosas que ahí expone no son cosas nuevas, ni son máximas que partirán la historia en dos. Lo que me dejó descrestada es la capacidad que tiene de asimilar la transfomación de la sociedad, de asumir el mundo moderno, de leer a la juventud, de ir más allá de lo que aprendió y desaprender ese cúmulo de saberes con los que creció. De entender la tecnología mucho más que mi hermana y yo. En pocas palabras, me descrestó su convicción acerca de la necesidad del cambio, de entender que ya no somos los mismos y que para ir al ritmo de esta vida nueva, el mundo necesita líderes que gobiernen y representen a todas las generaciones y, que sin duda, los retos son enormes, pero que es necesario repensar la forma de gobernar.

Me quedaría corta en definir lo que mi hermana es y aporta no solo a nuestra manada de hembras aguerridas, sino a la sociedad y al mundo. Ella es inspiración, fortaleza, determinación e intensidad. Ni hablar de mi tía que ha sido ejemplo y mezcla de sensatez, amor, dulzura, empuje y orientación. Como ven, yo estoy rodeada de unas mujeres increíbles de las que aprendo todos los días, y aunque estemos lejos, nos comunicamos, nos contamos mil cosas, compartimos alegrías y tristezas según vayan llegando.

Con sorpresa y mucha perplejidad en los últimos años cuando me pronuncio acerca de la situación de mi país desde las redes sociales en donde tengo un perfil, me ha llamado la atención que la gente que no está de acuerdo con mi posición me ataca con frases que hacen alusión al hecho de que no vivo en Colombia y que no sé o no entiendo lo que está pasando, o que me resulta muy fácil opinar porque no estoy ahí.

Yo me pregunto y les pregunto: ¿Desde cuándo una persona pierde la nacionalidad cuando se va de su propio país? ¿En qué momento yo dejé de ser colombiana porque decidí irme a vivir a Italia por los motivos que sean? ¿No les parece una completa ironía que yo vivo mi colombianidad día a día en este país extranjero, soy juzgada y otras veces halagada por ello, pero al fin y al cabo lo llevo como un sello porque eso es lo que soy y cuando me pronuncio en mi país, me caen encima los mismos colombianos sugieriendo que no tengo derecho a opinar?

En serio en este momento de la vida cuando tenemos acceso a la información a través de muchos medios y no hablo solamente de los convencionales, sino de todos: de internet, de mi familia, de mis amigos, de mi historia, de mi vida entera, me dicen que es que yo no sé nada o que me queda muy fácil porque vivo a kilómetros? Osea, no solo tengo que vivir con un estigma acá donde ahora resido, sino que vengo señalada por los mismos colombianos, muchos dizque amigos, compañeros, colegas, con los que crecí y compartí en varios escenarios mientras viví en Bogotá?

Me da pena, pero es cruel decirle a un ciudadano de cualquier país algo semejante, sobre todo cuando la migración ha sido un fenómeno que ha existitdo desde siempre. Lo que es aún más particular es que si mi opinión fuera igual a la de ellos, seguro no importaría que viviera en Marte, pero como opino distinto, el ataque va directo a la llaga. Yo soy una x. Soy una Comunicadora Social, hice una especialización en Opinión Pública y Marketing Político, trabajé durante toda mi vida en Bogotá en Comunicaciones y Cooperación Internacional. Conozco poca gente, tengo grandes amigos, gente que quiero y respeto mucho, pero sobre todo tengo un criterio. Tengo una familia que me enseñó a ser libre, a expresarme y manifestar mis opiniones sin miedo. A tomar decisiones y a asumir las consecuencia de ellas.

Me encontré con un hombre con quien comparto mi vida que respeta mis ideas y que ha entendido lo importante que es para mi la comunicación. Que sabe que por mi formación, por mi educación y mi personalidad, soy curiosa, investigo, soy intensa y busco muchas fuentes para informarme. Que no quedo satisfecha casi nunca con las cosas que hago porque siempre quiero más. Que no soy una intelectual, ni la más culta, ni me interesa posar, pero soy responsable, soy inteligente y he aprendido a darme mi lugar a pesar del mar de defectos que tengo.

Así que acá les dejo para que piensen muy bien la próxima vez que quieran decirle a alguien que ha dejado su país que no entiende y que no sabe nada cuando opina acerca de la situación por la que atraviesa. Porque detrás de cada decisión de emigrar hay una historia, hay vidas, hay seres humanos, hay circunstancias y contextos que no son conocidos por todos y que bajo ninguna circunstancia, deben ser juzgados. Más que nada hay un origen, unas raíces, un principio que nada ni nadie podrá arrancar jamás. Podemos llevar 2, 8, 10 o 40 años y tener varias nacionalidades, nuestra cuna es una sola y las emociones que desatan lo que sucede en nuestro país no las extinguen ni el tiempo ni la distancia.

Agradezco mucho a las mujeres de mi familia que hoy y siempre me han rodeado, me apoyan desde la diferencia, y me motivan diariamente a mejorar, a ser la mujer que quiero ser, a persistir en mis sueños si es lo que quiero hacer, a aceptarme y quererme como soy; a vivir orgullosa de ser colombiana, a formar mi propio criterio, a retar lo conocido, apoyarme en las bases y construir mis opiniones y cambiar de color, si es lo que considero justo. A tener mi mente y mi corazón abiertos a la diversidad y a lo nuevo; a exigir respeto y a no ceder jamás frente a lo que amenace los valores y principios que nos inculcaron mis abuelos maternos y que han sido la extensión de lo que hoy somos como familia.

Gracias abuelita, mami, Cuca y Saris. Ustedes son mi fuerza y la razón por la que creo en lo que somos y representamos las mujeres de hoy en día. Vivo orgullosa de ver en ustedes el ejemplo transparente y digno de la mujer colombiana. Esa mujer que también soy así viva en Marte. Las amo.