Siempre me han llamado la atención las mujeres libertarias, esas que van viviendo como les parece sin pensar por un segundo en el qué dirán. Las que obedecen a sus instintos sin vergüenza alguna, las que asumen su realidad aunque sus creencias vayan en contra de la corriente y cada vez que se asoman, su presencia enrojece a más de uno, menos a ellas mismas.

Así es Rosa. Creo que lo que me ha cautivado desde siempre es ese aire espontáneo y su carácter alborotado. Es auténtica en todas las circunstancias, en todos los contextos, no le come a nadie y va diciendo sin filtros lo que le sale de su cabeza. Eso sí, es respetuosa. Tiene esa magia única para develar sus sentimientos y emociones sin intención de herir. Es ella, es simplemente única.

De mediana estatura, con unos ojos color miel, unas cejotas grandes y un pelazo chocolate, de cuerpo normal, como dice ella. Me acuerdo que una vez hablando de un novio costeño me dijo: “Cualquier cosa me imaginaba menos que pudiera gustarle a un costeño! Yo? La más rola? La más normalita? Debe ser que él me ve el culo como me lo veo yo: Enorme, aunque todos se empeñen en ver lo contrario.”

En fin, Rosa es una caja de pandora. Aplicada en su trabajo. Es una Administradora de Empresas y con el tiempo se especializó en Marketing y Gestión del Cambio. Pero su pasión son los hombres. No se contiene jamás cuando dice que no ve por qué diablos debe tener un solo novio si hay tantos hombres dispuestos a consentirla y complacerla.

Su teoría se basa en que es imposible encontrar un solo hombre perfecto. Eso lo sabemos todas. Entonces ella va recogiendo pedacitos y cuando los une encuentra un balance perfecto. No sé cómo hace, pero ha sido capaz de mantener varias relaciones al mismo tiempo. Algunos los saben, otros no. Lo que sí tienen claro todos es que ella no se compromete con ninguno porque “cuando se enamoran, mija, empiezan a exigir y a joder, y no, qué pereza”, dice Rosita mientras charlamos y me cuenta una que otra anécdota con sus parejos.

Como por ejemplo recuerda con mucha risa cuando recién empezaba a incursionar en el poliamor y todavía no sabía cómo manejar el tema con los hombres. “Una noche estaba en mi casa, y se me juntaron dos. Yo actué normal, uno estaba al frente del otro, sin mirar a ninguno y haciendo un gesto con mi mano que atravesaba la linea invisible entre los dos, dije con firmeza: te presento a mi novio! Y los dos al mismo tiempo estiraron la mano y dijeron su nombre convencidos del título. Eso fue tenaz! Casi me cago, pero siempre sonriente, como si nada.”

Otra vez sus amigos de la Universidad la invitaron a un asado, ella se pegó la emperifollada del siglo, invitó a uno de sus amantes y cuando llegó se dio cuenta que otro de su lista era el tío del dueño de la casa. El señor estaba con su esposa, una mujer encantadora que la recibió con un vaso de ginebra en la mano e inmediatamente sintió un click con Rosa. Ella misma dice que no sabe explicar por qué. Cantaron juntas, la sacó a bailar toda la tarde, la hizo brindar cincuenta veces con ella, le decía repetidamente que era una mujer hermosísima, que le recordaba su hija que estaba estudiando en el extranjero. En fin, fue una situación bastante particular, ‘El tío’ actuaba como si nada, un poco indiferente, pero no podía evitar observar ese cuadro tan macabro que tenía frente a él. “Me emborraché, me bailé a la señora, nos reimos como locas, nos caímos al piso, hicimos show y después yo agarré a mi arrocito en bajo y me fui como si nada. Con ‘el tío’ nos reimos como locos días después en mi casa recordando la escena.”

Así son las historias de Rosa. Una más divertida que la anterior. Hoy en día ya tiene master en las relaciones poliamorosas. Le pone apodos a sus novios, les asigna ciertas categorías como: el bombero (el que apaga las rachas de fogosidad), el new age (el green, zen, yogui), el borrachín (el que siempre le llega con una botellita para romper el hielo), el convencido (el que siempre le advierte que no se vaya a enamorar), el consentidor (el que siempre la cuchichea después de los encuentros sexuales), el Netflix (el que va por temporadas) y así.

Lo más fascinante es que ella decidió ese estilo de vida. Se siente cómoda, no le hace daño a nadie, lo vive intensamente, no da explicaciones, ni se justifica. Sabe perfectamente que va en contra de lo que espera la sociedad, sin embargo, asume sus decisiones con carácter y con todo el convencimiento. Rosa es feliz y a pesar de todo, no cierra la posibilidad de enamorarse de un solo hombre, casarse, hacer una familia y todas esas cosas. Ella simplemente vive su presente y por ahora, eso es lo que hay. Es una mujer libre.