No podía creer lo que estaba viendo. Una foto de este señor en bola en la cama, como recostado de medio lado y con las piernas encogidas, mejor dicho, les dejo una foto de la pose y como no puedo publicar la de él, encontré algo que es prácticamente lo mismo que me mandó; bueno, la que ustedes ven tiene un poco más de ropa porque si no me reportan. Lo peor, lo más impresionante de todo, es que me encantó. Parecía un modelo, si, como el de la foto. “Qué papacito más delicioso” pensaba mientras me mordía los labios. Me tocó soltar el celular porque llegué al parqueadero del restaurante, estaba buscando un hueco y vi que me llegó otro mensaje. Me entró un desespero que metí ese carro en dos segundos en el primer espacio que encontré. Abro el mensaje: “No puedo dejar de pensar en ti, no veo la hora de verte la próxima semana”.

Y miren cómo funciona la mente de las mujeres, claro, la mente de algunas como yo. Lo primero que pensé fue que estaba en un hotel en otra ciudad en donde podría llamar una mujer para estar con él, pero en cambio había intentado de ponerse en contacto conmigo. Que ya era muy tarde allá y que estaba solo. Claro, porque en ese momento en mi cabeza no había espacio para creer que a lo mejor se acababa de ir la de turno y que estaba recién comido y todavía medio excitado. No, yo quería pensar que él se acordaba solo de mí. Y además de todo me estaba diciendo que no veía la hora de verme. No estaba bravo y yo no podía, ni quería alejar a ese hombre tan divino. Sin dar muchas vueltas, miré hacia los lados, no había un alma en ese parqueadero, me desabotoné mi camisa, como pude me corrí el brasier y me tomé una foto. Si señores, acá estaba yo mandándole nudes a mi cliente. Obviamente sin mi cara, pero les digo algo: para ser una foto tan improvisada en medio de un parqueadero, quedó espectacular.

Me volví a acomodar mi ropita y me bajé del carro con una sonrisita de esas picaronas pensando en lo que él estaría pensando. Había dado tres pasos y me entra una llamada ¡me llamó! ¡Me llamó! Yo dije: “Éste se enloqueció”. Le contesté mientras seguía caminando a encontrarme con mi amiga. Apenas dile aló, me dijo con esa voz divina: ¿Me quieres matar? ¿Ya se te pasó el mal genio? Le contesté que no estaba de mal genio, que era que me había cogido fuera de base y que me había asustado. De verdad no sabía ni qué contestarle. Me preguntó que dónde estaba, le dije que estaba entrando a un restaurante a verme con una amiga y me dijo: “Ok. Te dejo tranquila entonces. Solo te pido un favor pequeño: si me mandas una foto desde el baño del restaurante parecida a la que me acabas de mandar o dejándome ver un poco más, no te imaginas el regalo que te voy a dar. Un beso, querida, que te diviertas con tu amiga”. ¡Y me colgó! ¡Me colgó!

Voy entrando a ese restaurante pensando en la logística para tomarme la foto cuando siento unas manos encima de mí aprisionándome, era Marce super emocionada que me daba un abrazo de esos que solo sabe dar ella. Le di un besote, me alegró el alma verla, nos sentamos en nuestra mesa y por los primeros minutos me olvidé de la foto que le tenía que mandar a Chile. Ella como siempre super generosa, me preguntó cómo estaba yo, en qué andaba, cómo iba mi vida, cómo estaban mis hijos, trabajo, etc. Hasta por mis papás me preguntó cuando las dos sabemos que nunca fueron los más queridos con ella. Pero Marcela es así. Una mujer que se interesa por los demás, escucha, y sobre todo hace una pregunta que no es muy común: ¿Cómo te sientes?

Bueno, yo le hice un recorrido bastante rápido de lo que yo transmitía que era mi vida. Es decir, un matrimonio normal, con un hombre dedicado a su trabajo, dos hijos que están bien, si, pasando por la edad de la caca, pero en términos generales, bien. Mis papás seguían jodiendo, lo cual quiere decir que están bien ¿y yo? La novedad era que había dejado mi trabajo y ahora estaba emprendiendo con mi empresa. Le conté que me estaba yendo bien, que estaba contenta, le conté acerca de la membresía de la agencia de PR que me estaba ayudando a agendar citas con grandes empresarios y que justamente la otra semana iba a firmar el contrato con un chileno. Mientras me escuchaba contar la historia, me daba cuenta que sonaba super bien. En realidad, parecía que todo iba sobre ruedas. Me sonaba tan falso todo que no veía la hora de que ella me contara de su vida, quería saber de ella, cada vez que hablaba de mi vida me sentía más miserable de lo que ya era y que en ese momento no era tan evidente para mí.

Efectivamente le dije que por favor me contara de ella, que quería saberlo todo. Me dijo con su sonrisa de siempre: “bueno, vamos por turnos, pero después me tienes que contar más de tus hijos, cómo están, cómo la están pasando mientras atraviesan esa etapa tan particular de la vida, qué les gusta hacer, en fin, todo”. Mientras ella hacía ese elenco de cosas, me daba cuenta de que tampoco iba a tener mucho que contar; en ese momento fui consciente de lo poco que me había acercado a mis hijos, de lo poco que los conocía. Sabía detalles muy superficiales de sus gustos y sobre todo, no sabía nada de lo que sentían. Creo que nunca les había preguntado cómo se sentían, si había algo que les molestaba o les gustaba del período por el cual estaban pasando, en fin, me sentí de mierda. Lo que no sabía era que después de escuchar a Marcela iba a quedar peor. Empieza ella con su relato:

“Bueno Dianis, a mi me ha pasado de todo. Primero, me separé hace como 8 años ya. Cómo te parece que a Alberto le dio por tener novia. Lo pillé porque ella muy querida, me mandó un mensaje. El empezó a salir con ella sin decirle que era casado y que tenía un hijo. Ella se enamoró y cuando se dio cuenta casi lo asesina y casi se muere del despecho. Producto de ese dolor, pensó que debía advertirme con quién estaba casada y hoy se lo agradezco. Diana, yo casi me muero. El dolor que sentí no era normal. Me dolía el cuerpo, el alma, todo. No podía creer que después de tanto tiempo juntos este hombre hubiera decidido engañarme de esa manera. De todos modos, no me podía dar el lujo de deprimirme; tenía mucho trabajo, y en ese momento estaba tratando de introducir un nuevo concepto al negocio de mis papás. Te acuerdas de las panaderías, ¿no? Bueno, yo cogí eso porque vi una oportunidad y me encontraba en medio del desarrollo del producto, así que no tenía tiempo de acostarme a llorar, pero supe que debía tomar una decisión. No me interesaba seguir en un matrimonio con un hombre mentiroso, así que lo mandé para la porra. Para mi era difícil Dianis, porque entre los dos teníamos los recursos para vivir bien. Mejor dicho, me iba a hacer falta la ayuda económica y el apoyo de Alberto. Mis papás me dijeron que si esa era mi decisión, podía contar con ellos, que no me iba a faltar nada, etc., hasta me dijeron que me fuera para la casa de ellos! Jajajaja ¿Te imaginas? Obviamente no acepté. Le dije a Alberto que se largara y mija, me puse a trabajar, le metí todo al nuevo proyecto. No sé si te acuerdas de Omar Botero, nuestro profesor de investigación de mercados, pues con él me puse a trabajar en el desarrollo de mi producto. Me tocaba durito, además con esa tusa encima era peor, pero traté de mantenerme firme, sobre todo por Juan Camilo, mi hijo que es lo que yo más amo en la vida. La ventaja que me daba ser independiente es que me organicé de tal manera que cuando el niño llegaba a la casa, podía dedicarme a él, acompañarlo a hacer sus tareas, o comer juntos, hablar, lo que fuera. Pero fueron meses duros, ahora me acuerdo y me da escalofrío. El caso es que Alberto responde por el niño con lo que debe, no es que le de más, ni es el más generoso, pero al final eso me motivaba para trabajar duro y no tener que pedirle nada a ese pendejo. Después de tantas lágrimas de sangre, licencias, obstáculos, permisos y demás, pude abrir mi primer Espresso y ahora ya tengo varios puntos en la ciudad”.

Casi me atoro con lo que me estaba tomando, abrí mis ojos y le pregunté: “Que qué? Marcela, ¿tú eres la dueña de los Espresso?” Con una sonrisa tímida me dice que sí. Ahí fue la tapa. De verdad cada cosa que me había descrito Marcela en su relato era todo lo que yo no había podido hacer por cobarde, por boba, por apariencias, por mantener una vida que ni siquiera era mía, por idiota. Los Espresso son unos cafés que hoy en día hay regados por toda la ciudad y que se volvieron super famosos. Venden café, panes y algunas cosas de repostería. De verdad no podía creer que esa mujer que tenía sentada ahí al frente hubiera sido capaz de sacar adelante su proyecto. Tenía mil preguntas para hacerle, sentía el impulso de contarle la verdad que había detrás de mi fachada, pero me daba una pena horrible, mucho más que al inicio. Después de escucharla no podía sincerarme. Había tomado tanta agua y tanto vino mientras hablábamos que me tuve que parar al baño.

Me llevé el teléfono y apenas lo miré, el señor Chile me había mandado otro mensaje que decía: “¿Me vas a dejar esperando? ¿No quieres tu regalo?” Me dio risa nerviosa. Me metí al baño, me senté y pensaba si sería buena idea o no mandarle esa foto, fantaseaba acerca del regalo que me iba a dar. Increíble que después de haber escuchado a Marcela por tanto tiempo, de haberme sentido como una cucaracha, estaba ahí calculando la pose para mandarle una foto a este tipo. Me decidí, bajé el agua y traté de ponerme en una pose algo rebuscada pero sugestiva. Estaba haciendo unas maromas cuando claro, algo tenía que ocurrir ¡Lo impensable!