Quedé helada. Pensé que lo único que faltaba era que a ésta le diera por sincerarse conmigo y querer pelear por el amor de Manuel, quien a propósito debía regresar esa noche. Le dije que sí, que la escuchaba y empieza esta señora a contarme un rollo que me dejó sin aire. Me dijo: “Doña Diana, el Doctor (dizque el doctor) le dijo a usted que se fue de viaje de trabajo y en teoría debe regresar esta noche. Él tenía una reunión de trabajo en Medellín a las 9 a.m. hace dos días. Se fue en el primer vuelo y debía regresar al medio día. No regresó y no ha sido posible recibir una respuesta. Tiene el teléfono apagado y quería saber si de pronto se ha comunicado con usted porque es muy extraño que no haya respondido”. Efectivamente no había hablado con él esos días. Sabía que estaba de viaje de trabajo, pero yo estaba tan ocupada que estaba esperando que regresara. Le dije a Claudia que no sabía nada de él pero que ya mismo lo llamaba. Le pregunté si habían confirmado que había asistido a la reunión, y si había regresado a Bogotá, me dijo que si, pero que desde que salió de la reunión no se sabe nada, pudo confirmar que regresó a Bogotá con la línea aérea. Le dije que no entendía por qué si iba solo a esa reunión me había dicho que regresaba dos días después. Esa mujer se quedó en silencio por unos segundos, hasta que con la voz entrecortada me dijo: “Porque iba a llegar a mi casa”. Yo no sabía qué decir. Digamos que sabía de ese romance, pero no me imaginaba que me fuera a decir las cosas así. Le dije: “Por ahora, ocupémonos de ubicar a Manuel y después hablamos usted y yo. Claudia, si sabe algo que considera que es importante dígamelo. Voy a tratar de llamarlo, adiós”. Le colgué con un mix de sentimientos. No sabía qué pensar. Llamé a Manuel y efectivamente el celular estaba apagado. Él tenía otro dizque para emergencias y también estaba desconectado. Le mandé mails a su correo personal, al de la empresa y nada. Traté de rastrear la ubicación del celular y nada. No había cómo localizarlo. Me atravesó un frío por todo el cuerpo. Le había podido pasar algo. Volví a llamar a Claudia, le dije que no contestaba, que no sabía nada y se pone a llorar esta pendeja. Y yo: ¿Qué? ¡Lo que faltaba! La moza angustiada. Le dije casi gritando: “Claudia, hágame el favor y se calma; a mí no me venga con estas escenas. Reacción y me explica qué diablos está pasando. Me va a tocar llamar a la Policía porque ya lleva mucho tiempo desaparecido”. Ella trata de recomponerse, se calma y de pronto me dice: “Doña Diana, no sé ni por dónde empezar”. Otra vez con un tono bien desesperado le dije: “Pues por el principio y no pierda tiempo”. Empieza a relatar unas cosas que parecían sacadas de una película. “Creo que Manuel, (pasamos de doctor a Manuel) está metido en algún problema de adicción con el alcohol o no sé si con algo más. Yo creo que usted sabe que él bebe, es solo que últimamente he notado que lo hace con más frecuencia. Cuando él tiene que hacer esos viajes de trabajo, normalmente va y viene el mismo día y luego se viene para mi casa prácticamente a pasar el guayabo porque cuando regresa del viaje me dice que se va para donde unos amigos y luego llega a mi casa. Esto lo lleva haciendo desde hace mucho tiempo. Cuando llega, se baña y duerme bastante. Después yo trato de que se alimente bien y se va recuperando hasta que regresa a su casa y al trabajo. En los últimos meses había notado que se le estaba alargando el rato con los amigos, pero al menos contestaba los mensajes y al final, siempre regresaba acá a la casa, por eso esta vez me parece tan raro porque si no contesta, no da señales de nada, me preocupa que le haya pasado algo”.

Yo escuchaba esto y me parecía que me estaba hablando de alguien que no tenía nada qué ver conmigo. Le dije que si ella sabía quiénes eran esos amigos, si alguna vez los había visto y me dijo que no. Que cuando ella había intentado preguntarle acerca de sus tales amigos él nunca le había dado mayor detalle y simplemente decía que eran amigos de toda la vida y ya. ¡Dios mío! ¿Qué era esa historia tan truculenta? A qué amigos se podía referir Manuel y, sobre todo, ¿quién estaba disponible siempre para ponerse a beber entre semana cuando él regresaba de sus viajes de trabajo? Me temblaba el cuerpo entero. No podía pensar, tenía la mente absolutamente en confusión, no sabía ni por dónde comenzar, a quién recurrir, qué decirle a esa estúpida. Es que no podía creer que ella hubiera sido tan idiota de no haber nunca sospechado que algo no andaba bien. ¿Cómo le iba a parecer normal que alguien tuviera ese comportamiento? ¿Por qué se aguantaba eso? ¿Cuidándole guayabos a un borracho? ¿Pero qué es eso tan espantoso? Me provocaba ir y acabarla. Claro, necesitaba alguien a quien culpar y ella resultaba un blanco fácil para hacerlo. Total, era tal mi frustración que le tiré el teléfono.

Llamé a Marcela inmediatamente y le dije que necesitaba ayuda urgente. Le conté como pude lo que estaba pasando, incluida la parte de que Claudia era la moza de Manuel. La pobre Marcela no sabía cómo asimilar toda esta información y no sabía ni por dónde comenzar. Lo primero que me dijo fue: “Yo creo que hay que avisarle a la Policía”; después pensamos que podríamos arrancar por llamar a los amigos más cercanos, talvez se habían comunicado con él, la familia, no sé. Le dije a Marcela: “¿Será que el tal William hace parte del combo de amigos misteriosos de Manuel? Las dos entramos en pánico, pero podía ser una opción. Me dijo: “Te toca averiguar con el hijo de William; ¿no sigue trabajando en la empresa? De pronto nos puede dar la dirección de su casa o nos da alguna pista”. Le dije que era buena idea y llamé inmediatamente a la empresa. Busqué en mis conversaciones el nombre del famoso empleado que había denunciado a Manuel y llamé personalmente a la empresa y pregunté por él. Me contestó, lo saludé, le dije que era la esposa de Manuel y que estaba buscando una persona para unos trabajos contables para mi empresa y que Manuel me había hablado de William Becerra y que me había dicho que él me podía dar sus datos de contacto. El muchacho me dijo que si, que claro, y me dio el teléfono. Le dije que si me podría dar la dirección para adelantar porque si me decía que estaba disponible, le mandaba urgente los balances y que era para ahorrar tiempo. Me soltó la dirección de una y me dijo que de todos modos era mejor que hablara primero con él porque no sabía si estaba comprometido ahora con algunos trabajos y que era mejor confirmar. Le dije que claro, que muchas gracias y le colgué.

Pues llamé a Marcela y le dije que ya tenía los datos, me dijo que la recogiera, que nos fuéramos de una para allá. Ese hombre vivía en un barrio del sur de Bogotá; quién sabe cuánto nos íbamos a demorar en llegar, pero lo mejor era despejar dudas. Llegamos a la casa de William. Timbramos y sale este tipo por una ventana con una cara tenaz. Marcela se quedó en el carro, le dije que yo era la esposa de Manuel, que si de casualidad él estaba ahí. Me dijo que no, que ya se había ido. Le pregunté que si podía hablar con él un momento y me dijo que no, que estaba ocupado, que no podía atenderme. Me subí al carro, le conté a Marcela lo que acababa de pasar, estábamos decidiendo si ella se bajaba para intentar hablar con William o qué cuando me entra un mensaje de la cretina de Claudia. “Doña Diana, Manuel acaba de llegar a mi casa”. Le mostré a Marcela y no sabíamos qué hacer. De pronto pensé que lo mejor era ir a la casa de esta avispada, recoger a Manuel y enfrentar la situación de una buena vez. Le escribo a Claudia pidiéndole su dirección y me responde la morronga: “Qué pena Doña Diana, no puedo darle mi dirección. Manuel está bien, yo creo que regresa a su casa más tarde”.

Marcela y yo quedamos de una sola pieza. ¿Esta qué se estaba creyendo? ¿Cómo así que Manuel está bien después de que me llama y me alborota la vida de esta manera? Me invadió una ira profunda, después de haber pasado varios meses sin sentir esa rabia crónica por el imbécil de Manuel, me había regresado y esta vez elevada a la mil. Marcela trató de calmarme, me dijo que fuéramos a tomar algo, que había que pensar bien las cosas. Cogí el carro y empecé a manejar de regreso. Decidimos irnos a un sitio diferente para tomar algo, entramos a un café que quedaba relativamente cerca a mi oficina, nos sentamos, pedí un agua aromática y Marcela me dijo: “Diana, cuéntame qué está pasando”. Apenas la miré me puse a llorar y le conté toda la historia con Manuel y su novia, las razones por las cuales yo había decidido continuar con ese matrimonio y por qué me aguantaba esa situación tan humillante. Le dije que creía que lo que me estaba causando más ira era pensar que ahora debía hacer lo que traté de evitar desde que supe que Manuel tenía moza y era enfrentarlo; me daba pánico escuchar que de pronto él me dijera que se quería separar y no sabía muy bien ni siquiera por qué. Le dije que ella conocía muy bien a mi familia, que una separación sería el fracaso total y que me daba de todo pensar que me tenía que someter a esos señalamientos; que sentía que no podría con un solo reclamo más de mi mamá o de mi papá. Que ya sabía que la culpable iba a ser yo, que seguro era yo la que había fallado y eso iba a desencadenar una lista de reproches que no quería escuchar.

Marcela me miraba con toda la atención y parecía que tomaba apuntes mientras yo lloraba a mares describiendo la farsa de vida que había creado y eso que ni siquiera era ni la mitad de las cosas que había estado haciendo para verme como una mujer super exitosa, perfecta, capaz de todo, en fin. De pronto me dice con toda la amabilidad: “Primero que todo, no te culpes, y no asumas cosas que no sabes si de verdad van a ocurrir o no. Yo sé que tus papás son particulares, pero no te amargues por lo que ellos puedan pensar de ti y no permitas que sigan viviendo sus vidas y sus frustraciones a través de ti. Despréndete de eso, Diana. Tú no eres la culpable de los vacíos que ellos puedan tener, mucho menos la responsable de sus expectativas. Tu no estás en este mundo para cumplir sus sueños, ni lograr sus objetivos. Tu tienes que pensar en ti. Las dos sabemos que el círculo en el que tu vives está muy permeado por la apariencia; es una cuestión social, y si me lo permites, es lo que evidencia más nuestro subdesarrollo y la desigualdad. Esa competencia malsana de un grupo de personas que juegan a ser los ricos de este país a través de cosas tan efímeras como lo material y a partir de eso, emerge toda una lista interminable de elementos que parece que les dieran más o menos puntos para ubicarse en una escala. ¿A ti qué te importa lo que puedan pensar los demás de ti? ¿Acaso de pagan las cuentas, te hacen el mercado, te alimentan? Y es que así fuera tampoco tendrían derecho a juzgarte. Ahora, tampoco te cuestiones por la decisión que quieras tomar. Si piensas que vale la pena salvar tu matrimonio a pesar de todo y quieres perdonar a Manuel, hazlo. A nadie tiene por qué importarle y tú no tienes por qué justificarte. Lo importante de todo esto es que tengas claro el contexto, en dónde estás parada, cuál es la realidad, tienes que saber la verdad. Manuel se frecuenta con William y tenemos que saber por qué. Hay que saber si lo de Manuel es una adicción cómo se debe afrontar y qué hay que hacer con eso y sobre todo, si tú te sientes preparada para apoyarlo y salir adelante con ese tema”.

Estábamos en medio de esa conversación tan dura cuando me entra un mensaje de uno de mis clientes. Con tanto boroló se me había olvidado de que tenía cita con un argentino que estaba como el pan en el hotel para el contrato número 2. El mensaje decía: “Hola Diosa, te estoy esperando en el hotel, ¿venís?”.