Este, sin duda, es un tema sensible, pero es una de las cosas que para quienes decidimos dejar nuestro país, es tan importante, como revelador. Toda la vida he sido amiguera y he tenido varios parches; amigos de todos los colores, sabores, profesiones, opciones sexuales e ideologías.
Me considero una mujer de mente abierta, me encanta el ser humano y recibo en mi vida a todos y todas sin prejuicios. Obviamente, con algunos hay sintonía y con otros no, como nos pasa a todos. 

He conservado amistades desde que tenía 4 o 5 años, crecí con muchos de ellos con quienes permanezco en contacto y la vida me ha regalado muchos otros más que he conocido en la universidad, en los trabajos, a través de amigos o en fiestas.

De todos modos, sabemos que cuando vamos creciendo, ese grupo se va reduciendo por muchos motivos, y para mi esta bien. Solo cuando de verdad considero que alguien debe permanecer en mi vida, hago lo que sea por recuperarlo sin orgullos ni resentimientos; si no, dejo libremente que se abran los caminos y entiendo, sin preguntas ni respuestas, que así debía ser.

Desde que llegué a Italia pasó algo muy particular: algunas personas con las que pensé que iba a estar en contacto permanente,  se alejaron y otras con quienes no tenía una relación muy cercana cuando estaba en Colombia, resurgieron y han estado pendientes de mi experiencia. Esto, evidentemente, es algo que uno aprecia muchísimo porque son muchas las cosas por las que se siente nostalgia.

Es cierto, hoy en día contamos con la tecnología que nos ayuda muchísimo, sin embargo, extrañamos salir a almorzar con nuestros amigos, ir a tomarnos un café o un trago, celebrar un cumpleaños y reirnos de las anécdotas que nos repetimos hasta el cansancio, las mismas que nos divierten desde hace 20 años. Por eso cuando alguno repunta a preguntar: ¿Cómo te has sentido?, ¿Cómo va todo?, significa demasiado. Agradezco tanto a esos amigos y amigas que me oyen mis interminables historias que a veces parecen banales, pero que para mi son la vida misma. Ell@s saben quién son.

Eso es mientras uno está en la nueva casa. Sin embargo, volver de visita a la ciudad natal se convierte a veces en un enredo. Las vacaciones son limitadas, el tiempo pasa volando y por más de que uno quiera encontrarse con todos y con todas, pasar días enteros echando chisme y adelantando cuaderno, sencillamente no puede. Me pasa que cada vez que regreso, alguien queda ofendido. Yo quisiera explicar que no es falta de voluntad y tampoco quiero parecer una Embajadora, pero es muy fácil que en un mismo día tenga citas de desayuno, almuerzo, cafecito y comida. Esa es la realidad: el tiempo se debe repartir entre la familia, amigos, vueltas burocráticas, viajes adicionales, imprevistos, compras, trancones, citas médicas, descanso, peluquería, recuperación de fotos y documentos personales empaquetados en cajas, etc. Hay quienes entienden y lamentablemente hay quienes no. Creo que las personas que han tenido que emigrar, saben a qué me refiero.

Me ha pasado varias veces que estando en Bogotá, le envío un mensaje a alguna persona para que nos veamos, como es lógico y comprensible, me dicen que están ocupados, que tienen muchas cosas qué hacer, que talvez ‘la otra semana’ podamos ponernos de acuerdo. Pero resulta que para mi esa otra semana puede ser la última antes de regresar y ya se me complica la vida, no vuelvo a escribirle a esa persona, pero ella tampoco a mi; me voy y sorpresa! Soy la mala!

De todos modos, he aprendido a disfrutar los momentos que paso con quienes alcanzo a ver; con algunos hasta repito, que eso es mucho decir y soy feliz. Me encanta volver a ver a mis amigos, abrazarnos, reirnos, hablar el mismo idioma, acordarnos de tantos momentos, hacer resúmenes ejecutivos para actualizarnos. Siento que quedo recargada, esos abrazos no los cambio por absolutamente nada en el mundo y siempre quiero volver por más.

Dicen que no es fácil hacer amigos cuando ya se tienen arrugas en la cara y uno que otro pelo blanco, sin embargo, me siento afortunada. Desde que llegué a Génova, fui acogida por el grupo de amigos de toda la vida de mi esposo. Un grupo de italianos simpaticones, divertidos, habladores, cariñosos y muy gentiles, repartidos entre hinchas del Genoa, de la Sampdoria y hasta la Juventus, llenos de anécdotas, historias y relatos. Encuadrados en su italianidad, cada uno con sus gustos, excentricidades, neurosis, sus particularidades, pero todos con un denominador común: la dulzura con la que me recibieron desde un primer momento. Con los años y con la evolución de mi italiano, entablan siempre conversaciones de cualquier tipo conmigo, me preguntan cómo estoy, celebran mi cumpleaños y hasta los goles de Colombia; siempre tienen una sonrisa, un abrazo para mi y me han hecho sentir parte de ellos. No sé si lo saben, yo creo que sí, pero es algo que les agradeceré eternamente. Los quiero porque me he sentido querida y eso lo dice todo.

De igual forma, he hecho amistad con algunas mujeres especiales de distintas nacionalidades con quienes me he sintonizado y compartimos experiencias, quejas, críticas, risas, proseccos y negronis. Acá estoy rodeada de gente; agradecida por esta experiencia y dispuesta a seguir abriendo mi corazón a esas almas como la mía, listas e impacientes para catar más vinos y seguir creciendo.

Acá estoy, viendo nacer los hijos de mis nuevos amigos, convertida en tía de unos sobrinos que no veo la hora de verlos crecer y alcahuetearles fiestas, novios, novias y malas notas. Divertirme con ellos por raticos y dejarles a los papás las cosas aburridas.

Esa es mi riqueza, ese conocimiento del otro, ese momento en el que decido abrir una ventana y dejar asomar la diferencia, otros ojos, otras voces. Es ahí donde he encontrado los elementos del tan anhelado éxito.

Gracias a todos: los de siempre, los nuevos, los intermitentes, los que se han ido, los que han regresado, los virtuales, los reales, los que vienen y van, los que fueron, los que permanecen. Los amo amigos míos!

Ps. Desde que empecé a escribir esto, la primera canción que se me vino a la cabeza fue Being Boring de Pet Shop Boys.

Gli Amici

Questo, senza dubbio, è un argomento delicato, ma è una delle cose che, per noi che abbiamo deciso di lasciare il nostro paese, è tanto importante quanto rivelatore. Per tutta la vita sono stata una che piace fare amicizia e ho avuto amici di tutti i colori, sapori, professioni, opzioni sessuali e ideologie.

Mi considero una donna aperta, amo l’essere umano e ricevo tutti nella mia vita senza pregiudizi. Ovviamente, con alcuni c’è armonia e con altri no, come accade a tutti noi.

Ho mantenuto amicizie da quando avevo 4 o 5 anni, sono cresciuta con molti di loro con i quali rimango in contatto e la vita mi ha dato tanti altri che ho incontrato all’università, al lavoro, attraverso amici o alle feste.

Comunque, sappiamo che quando cresciamo, quel gruppo si restringe per molte ragioni, e per me va bene. Solo quando penso veramente che qualcuno dovrebbe rimanere nella mia vita, faccio tutto il necessario per recuperarlo senza orgoglio o rancore; in caso contrario, lascio che le strade si aprano liberamente e capisco, senza domande ne risposte, che è così che dovrebbe essere.

Da quando sono arrivata in Italia è successo qualcosa di molto particolare: alcune persone con le quali pensavo di essere in contatto permanente, si sono allontanati e altre con le quali non avevo un rapporto molto stretto quando ero in Colombia, sono riapparsi e sono stati interessati alla mia esperienza. Questo è qualcosa che si apprezza molto perché ci sono molte cose per le quali si prova nostalgia.

È vero, oggi abbiamo la tecnologia che ci aiuta molto, tuttavia, ci manca andare a pranzo con gli amici, andare a prendere un caffè o un drink, festeggiare un compleanno e ridere degli aneddoti che ripetiamo fino all’esaurimento, gli stessi aneddoti che ci hanno divertito per 20 anni. Ecco perché quando qualcuno chiede: come ti trovi? Come sta andando tutto? significa troppo. Ringrazio così tanto quegli amici che ascoltano le mie lunghissime storie che a volte sembrano banali, ma invece per me sono la vita stessa. Loro sanno chi sono.

Questo accade con i tuoi amici mentre sei nella tua nuova casa. Tuttavia, tornare nella tua città dove sei nato a volte diventa un vero incubo. Le vacanze sono limitate, il tempo vola e non importa quanto si voglia incontrare tutti, passare intere giornate spettegolando e aggiornandoci, semplicemente non si può. Mi capita che ogni volta che torno, qualcuno si offende. Vorrei spiegare che non è mancanza di volontà e non voglio sembrare un’ambasciatrice, ma è molto facile che nello stesso giorno abbia appuntamenti per colazione, pranzo, caffè e cena. Questa è la realtà: il tempo deve essere condiviso tra famiglia, amici, commissioni burocratici, viaggi aggiuntivi, imprevisti, shopping, code, visite mediche, riposo, parrucchiere, recupero di foto e documenti personali imballati in scatole, e così via. C’è chi capisce e purtroppo c’è chi non lo capisce. Credo che le persone che hanno dovuto emigrare sappiano cosa intendo.

Mi è capitato più volte che essendo a Bogotà, mando un messaggio a qualcuno per vederci, come è logico e comprensibile, mi dicono che sono occupati, che hanno molte cose da fare, che magari ‘la prossima settimana’ ci mettiamo d’accordo. Ma forse per me la prossima settimana può essere l’ultima prima del mio ritorno e la mia agenda si complica ancora di più, quindi purtroppo non scrivo di nuovo a quella persona, ma nemmeno lei mi scrive; me ne vado e cosa succede? Sono io la cattiva!

Ad ogni modo, ho imparato a godermi i momenti che trascorro con quelli che vedo; con alcuni riesco a fare il bis, che è già molto da dire e sono contentissima. Mi piace rivedere i miei amici, abbracciarsi, ridere, parlare la stessa lingua, ricordare tanti momenti, fare riassunti esecutivi per aggiornarci. Mi sento ricaricata, non cambio quegli abbracci per niente al mondo e voglio sempre tornare per saperne di più.

Dicono che non è facile fare amicizia quando si hanno già le rughe sul viso e uno o due capelli bianchi, ma devo dire che sono fortunata. Da quando sono arrivata a Genova, sono stata accolta dal gruppo di amici di mio marito da una vita. Un gruppo di italiani simpatici, divertenti, loquaci, affettuosi e gentilissimi, distribuiti tra i tifosi di Genova, della Sampdoria e persino della Juventus; pieni di aneddoti, storie e racconti. Incorniciati nella loro italianità, ognuno con i loro gusti, eccentricità, nevrosi, particolarità, ma tutti con un comune denominatore: la dolcezza con cui mi hanno accolta fin dall’inizio. Con gli anni e con l’evoluzione del mio italiano, iniziano sempre conversazioni di ogni tipo con me, mi chiedono come sto, festeggiano il mio compleanno e addirittura anche i gol della Colombia, hanno sempre un sorriso, un abbraccio per me e mi hanno fatto sentire parte di loro. Non so se lo sanno, penso di sì, ma è qualcosa che li ringrazierò per sempre. Li voglio tanto bene perché mi sono sentita voluta e questo è tutto.

Allo stesso modo, ho fatto amicizia con alcune donne speciali di diverse nazionalità con cui ho fatto click e ho condiviso esperienze, lamentele, critiche, risate, prosecchi e negroni. Sono qua circondata da stupende persone; grata per questa esperienza e disposta ad aprire il mio cuore a quelle anime come la mia, pronte a degustare più vini e a continuare a crescere.

Eccomi qui, a guardare i figli dei miei nuovi amici nascere, sono diventata zia di questi nipoti che non vedo l’ora di vederli crescere per assecondare le feste, fidanzati, fidanzate e cattivi voti. Divertirmi con loro per un po e lasciare ai loro genitori le cose noiose.

Questa è la mia ricchezza, quella conoscenza dell’altro, quel momento in cui ho deciso di aprire una finestra e far apparire la differenza, altri occhi, altre voci. È con queste cose che ho trovato gli elementi dell’sognato successo.

Grazie a tutti: i soliti, i nuovi, gli intermittenti, quelli che sono partiti, quelli che sono tornati, i virtuali, i reali, quelli che vanno e vengono, quelli che sono stati, quelli che rimangono. Vi amo, amici miei!

Da quando ho iniziato a scrivere questo, la prima canzone che mi è venuta in mente è stata Being Boring by Pet Shop Boys.