Claro, se me olvidó la cita con ese tipo con todo ese tema tan escabroso. Era cierto que parecía una cosa bastante complicada, pero Manuel ya había aparecido, y yo sentí que no tenía por qué dejar perder mi cita. Debo confesar que se me había convertido en algo que no me molestaba hacer. Si, yo sé, no es bonito, está super demonizado ese tipo de accciones, pero me sentía con algo de poder. Al final, nadie me estaba obligando, era yo la que decidía estar con estos tipos y me estaba ganando muy buena plata. Nunca olvidé las palabras del señor Chile cuando me dijo que como se notaba que yo apenas estaba incursionando en ese tipo de negocios y que la suya no iba a ser la última propuesta que me iban a hacer de ese tipo. En medio de mi ‘inocencia’ pensé que esas cosas podían pasar. Que esos tipos estaban acostumbrados a ofrecer plata por ese tipo de servicio. También me pasó que en algunas ocasiones me dieron 8.000 en lugar de 10.000 US. Yo ya no preguntaba, pero la cantidad siempre fue entre ese rango. Me daba la impresión que aunque no todos se conocían, había cierto budget establecido no sé dónde, de qué manera, pero funcionaba así y punto , y yo lo acepté y para mi era perfecto. Claro, había unos más bellos que otros, pero en general, eran hombres atractivos, muy bien presentados, educados y de un perfil bastante alto. Nunca tuve que lidiar con tipos desagradables, morbosos o de exigencias extrañas. En medio de lo bizarra que pudiera ser esa situación, siempre fue dentro de unos parámetros bastante aceptables; me sentía segura y tranquila y además de todo, estaba cerrando negocios como loca con esos tipos. ¿Qué más podía pedir?

En fin, le dije a Marcela que tenía una cita que se me había olvidado por completo con todo esto que había pasado con Manuel y que debía volar para alcanzar a llegar. Ella me dijo que entendía, que estaba perfecto, que me fuera, pero que pensara bien las cosas y que la llamara cuando supiera algo. Nos despedimos y me fui a cumplir el compromiso con el argentino. Por primera vez me llevé una gran sorpresa con uno de mis clientes. Con él habíamos tenido un encuentro virtual preliminar para hablar de negocios serios; lo de siempre, yo cuento a qué me dedico, presento mi portafolio, hablo de los casos de éxito, las cosas que puedo hacer, etc., y él me dice lo que necesita y por qué está buscando una persona experta en marketing. Normalmente es porque quieren llegar a determinado mercado, o porque ya han tenido acercamientos preliminares con empresarios, instituciones u organizaciones con las que quisieran emprender proyectos conjuntos y necesitan una inyección para convencer. Ahí es donde yo intervengo, diseño una propuesta de acuerdo a sus expectativas y ellos deciden si la aceptan o no. Obviamente hacen modificaciones, agregan cosas, quitan otras hasta que llegamos a un acuerdo. Dependiendo de las necesidades la estrategia cambia. No siempre se hace una campaña agresiva; lo que hay que encontrar es el punto débil del target y entrar por ahí. Para eso yo aprovecho mis contactos, hago una investigación de mercado, busco quién se ocupa de qué y normalmente llego a la persona indicada. En eso soy una fiera.

Cuando llegué a la habitación de este argentino, me estaba esperando en bata. Ahí ya empezamos mal. Era la primera vez que me pasaba algo así y me sentí incómoda. Digamos que normalmente me esperan vestidos y depende del grado de confianza porque ya he tenido un encuentro previo, las cosas se van dando de una manera natural, pero sin presiones. Siempre hay algo de tomar, me ofrecen un trago, algo de comer. En fin, son personas educadas como había dicho antes y todo se da de forma muy elegante. Esta vez en cambio no encontré nada y el tipo me fue diciendo que me podía quitar la ropa y acostarme en la cama. Le dije que lo sentía mucho, pero que las cosas no funcionaban así, que no era mi estilo y que no me sentía cómoda. El hombre sin pensar me respondió: ¡Ah! ¿Y qué querés? ¿Una carroza de cristal y un anillo de diamantes? ¡Ubicáte pelotuda! Acá venís a lo que venís.” Ahí ya me asusté. Le dije que se había equivocado y que mejor me iba. Cuando traté de escapar, me agarra este tipo de un brazo, me hala, me empuja y me acuesta a las malas en la cama. ¡Dios mio! Quedé paralizada, me temblaba el cuerpo entero. Traté de pararme y el tipo se me montó encima y empezó a decirme cuanto improperio existía con su acento argentino de mierda. Yo trataba de quitarlo y de repente me di cuenta que el tipo me iba a violar. Dentro de mi sentía que no podía gritar, que pedir ayuda era inútil porque nadie me iba a escuchar. Esa habitación era enorme. Me quedé paralizada, no me salían las palabras; de pronto empezó a forzarme para arrancarme la ropa y ahí algo sucedió dentro de mi. No sé de dónde saqué fuerzas y empecé a moverme y a defenderme con pies y manos. Como él estaba desnudo le alcancé a pegar con mi rodilla en las bolas y se cayó de medio lado del dolor, alcancé a liberarme, me levanté de esa cama y salí corriendo de esa habitación muerta del pánico.

Llegué a mi carro y no podía dejar de llorar. En ese momento entendí en lo que me había metido. Todas esas historias que uno escucha de las prostitutas, de los abusos y maltratos a los que son sometidas porque al fin y al cabo están ahí para ser objeto de placer, en un instante los sentí en mi piel. Es cierto, hasta ese momento me había ido ‘muy bien’ con los otros, pero este tipo me hizo entender que en cualquier momento podría ser víctima de nuevo de un enfermo y ¿Qué iba a hacer? ¿Con quién me iba a quejar? ¿Quién me iba a proteger? Dios mío, ese susto, esa impotencia, esa sensación de parálisis, ahora entiendo todo. Ahora sé lo que significa ser ultrajada, y claro, muchos dirán: ¡Ah, mija! ¿Quién la manda? Tendría todos los argumentos para explicar que cualquier ser humano viene respetado y que sobre todo una mujer independientemente de su actividad, así sea una prostituta de la calle, jamás tendría que ser pisoteada de esa manera. No podía dejar de temblar pero como pude arranqué y me largué de ese hotel, tenía pavor de que ese animal viniera a buscarme o hiciera algo. Ese incidente, sin duda, fue una alarma enorme para mi. Como que entendí que me estaba metiendo en un mundo peligroso aunque estuviera lidiando dizque con hombres empresarios, educados y no se qué más maricadas. El ser humano cuando es oscuro no se sabe hasta dónde puede llegar, y una vez se entra en esa penumbra, cualquier cosa puede pasar.

Me fui para mi casa ansiosa de encontrar mi refugio, mi lugar seguro. Entré, estaban Daniela y Mateo, cada uno en sus habitaciones haciendo sus cosas, los saludé, les di un abrazo pidiéndoles perdón silenciosamente y prometiendo que jamás iba a volver a caer tan bajo como ya lo había hecho. Ellos respondieron a mi abrazo sin decir nada, un poco sorprendidos, pero continuaron en sus actividades mientras yo me iba para mi habitación. Inmediatamente me metí al baño para darme una ducha y quitarme de encima el pecado, la suciedad que había acumulado durante tanto tiempo, todo por la maldita ambición. Todavía me esperaba algo que ni siquiera sabía cómo iba a afrontar: Manuel. Cuando salí de la ducha, lo encontré sentado en la cama con un aspecto horrible. Se veía que se había bañado, que había tratado de disimular, pero era imposible ocultar que había pasado unos días horribles haciendo quién sabe qué.

Yo después de haber pasado por esa situación tan espantosa no tenía ganas de nada, no era capaz de hablar; no me sentía con la autoridad moral para hacerle un solo reclamo. Parecía que los dos nos habíamos sumergido en lo que talvez habíamos identificado como un escape, un modo de solucionar nuestros miedos, problemas o lo que fuera y se nos estaba saliendo de las manos. En un momento tuve el impulso de abrazarlo, me enternecí de vernos ahí sentados el uno al lado del otro llenos de secretos que solo escondían un miedo profundo quien sabe a qué. Lo saludé, me hice la que nada pasaba. A ese punto no sabía si Claudia le había dicho que me había llamado, si William le había dicho que había ido hasta su casa a buscarlo, si él quería decir algo, si quería solo acostarse y dormir, si quería llorar. No sabía nada, simplemente dejé que fuera él quien tomara la decisión, al menos esa noche, de hacer lo que quisiera. Me miró, me dijo que estaba muy cansado, que se sentía muy mal, que no iría a trabajar al otro día, que necesitaba reposar. Le dije que ok, que si sentía algo en especial como para saber qué le traía, si quería un medicamento, si le dolía algo. Me dijo: “No, no quiero nada. Me duele el alma”.

Me quedé muda; no era capaz de decirle nada. Era una sensación muy extraña. Sabía que algo muy serio estaba pasando y me parece que estaba tratando de retardar la revelación porque como me lo había dicho Marcela, no sabía si iba a ser capaz de lidiar con ese tema de Manuel, y eso que en medio de todo, era lo menos grave de lo que estaba por explotar en mi casa. Nos acostamos y quedamos privados en esa cama. Al otro día me desperté, me levanté para hacerle los desayunos a los niños y esperar a la empleada. Tuve pesadillas toda la noche, dormí pésimo, Manuel seguía en la cama y como que no quería que se despertara. Les serví el desayuno a Daniela y a Mateo. Me senté con ellos y de pronto veo que mientras está dizque comiendo, a Daniela se le levanta un poco la manga del saco y alcanzo a ver lo que parecía una cortada. Inmediatamente le pregunté: “¿Mi amor qué tienes ahí? ¡Déjame ver!”.